Carta de París
La xenofobia a cualquier precio
La economía alemana ha experimentado en 2016 su mayor crecimiento desde 2011, con un gasto público de 20.000 millones en políticas de acogida, pero los políticos ultras se niegan a seguir el ejemplo de éxito económico de Berlín
Éric Fassin 22/01/2017
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En 2016, la economía alemana ha conocido su mayor crecimiento desde 2011 (+1,9%): el instituto federal de estadísticas (Destatis) lo ha confirmado este 12 de enero. Las exportaciones creadoras de su riqueza no son, sin embargo, la causa de este incremento. Más allá del aumento del consumo interno, Alemania debe este empuje a la subida de los gastos del Estado (+4,2%), la más importante desde 1992, justo después de la reunificación. En el país del rigor presupuestario, se puede hablar de un “auténtico plan de reactivación”. Berlín ha gastado 20.000 millones de euros durante el pasado año en acoger al 1.100.000 migrantes que huían de Siria y que han venido a aumentar su población rejuveneciéndola. No pensemos, sin embargo, que Angela Merkel ha endeudado a su país: en 2016 el excedente presupuestario ha alcanzado un monto parecido. La apuesta por la apertura a los solicitantes de asilo se revela, pues, económicamente rentable.
Lo más destacable es que este éxito no ha sido apenas destacado, al menos en el extranjero. Y aquellos que le han prestado atención se han mostrado, a menudo, quisquillosos (“las cifras son engañosas, no durará, se debe solo a que la población alemana está envejeciendo”, etc.), o han tirado de ironía: “Veis como no se trataba de generosidad; ¡Era un cálculo cínico!”. Ayer se decía que Alemania no contaba con los medios necesarios para su política de acogida; hoy se descubre que se ha beneficiado de ella. De todas formas, Angela Merkel se equivocaba. ¿La prueba? Desde entonces, bajo la presión de sus adversarios, y, sobre todo, de sus aliados, ha reculado. Renuncia a repetir su mantra: “ Wir schaffen das!” (Lo hacemos). Sigue, por tanto, sin ser cuestión de imitarla.
La apuesta por la apertura a los solicitantes de asilo se revela pues económicamente rentable
En la entrevista que concedió este 16 de enero a dos periódicos conservadores, el venerable inglés Times y el tabloide alemán Bild, a pocos días de su “inauguración”, Donald Trump no tiene para nada en cuenta estas estadísticas positivas. Reitera su crítica a Angela Merkel: ella ha cometido un “grave error”, incluso “un error catastrófico”. Además, el presidente electo de Estados Unidos transpone la lógica que ha privilegiado para financiar un muro en la frontera entre México y Estados Unidos: “Deberíamos de haber creado zonas de seguridad en Siria. Hubiera costado menos caro. Y los Estados del Golfo deberían de haberlo pagado, porque, después de todo, tienen más dinero que nadie”. Dicho de otro modo, el hombre de negocios estadounidense rechaza ver la política de inmigración alemana como una inversión; para él, solo representa un gasto. Piensa en el coste, no en el beneficio.
En el fondo no trata ya de economía. “No queremos gente que viene de Siria sin saber quiénes son. Usted sabe que no hay forma de efectuar controles sobre esta gente” –esos “controles extremos” (extreme vetting) que el nuevo presidente ha prometido para los musulmanes. De esta forma es, de hecho, como interpreta Trump el Brexit. Por supuesto, evoca la amenaza terrorista: “La gente no quiere que lleguen otros y destruyan su país y, usted sabe, en mi país vamos a tener fronteras muy fuertes”. Hay más: “La gente, los pueblos aman su identidad propia; Reino Unido ama su identidad propia”. Para concluir: “Estoy convencido de que si no se hubieran visto obligados a aceptar a todos esos refugiados, en un número tan grande, con todos los problemas que esto acarrea, no habría habido Brexit”.
Ahora bien, en Europa, el Reino Unido no ha acogido más que una ínfima fracción de refugiados (3% en 2016, frente al 66% de Alemania), menos incluso que Francia (6%), lo que hace de este país uno de los menos abiertos de la UE. Pero Donald Trump no se preocupa por los hechos. En efecto, todo el mundo está de acuerdo en reconocer la inmigración como la causa primera del Brexit; pero, ¿no se trata más bien de migraciones intraeuropeas y no de las demandas de asilo de sirios? Donald Trump podría, sin embargo, reclamarse como seguidor del reputado sociólogo alemán Wolfgang Streeck. Sí, Angela Merkel habría provocado la preocupación de los electores británicos: “Al oír hablar de las políticas de asilo que el gobierno de Merkel ha vendido a la opinión pública alemana como políticas europeas, deben de haber temido que en un momento u otro su país las adoptase también”.
May prefiere hacer tambalear la libra, sacrificando el mercado único, puesto que esta es la condición para cerrar la frontera a los migrantes sean o no europeos
En resumen, el problema no sería tanto la realidad de la inmigración como su percepción. Conocemos los debates sobre la distinción entre inseguridad y sentimiento de inseguridad. Todo esto ocurre como si la “inseguridad cultural” borrase la diferencia entre la realidad y la percepción, entre las dificultades objetivas y los temores subjetivos. El desafío ya no es la economía; es lo que podríamos llamar, sin eufemismo, la xenofobia. Tenemos la confirmación con el discurso de Theresa May de este 17 de enero. La primer ministra británica opta por el “Brexit duro”: prefiere hacer tambalear la libra, sacrificando el mercado único, puesto que esta es la condición para cerrar la frontera a los migrantes sean o no europeos. Se entiende que, a diferencia de Angela Merkel, May sí reciba el apoyo entusiasta de Donald Trump. Theresa May, como Donald Trump, elige privilegiar la xenofobia política –cueste lo que cueste.
Desde hace años escuchamos decir que no podemos acoger toda la miseria del mundo. Y qué importa si las migraciones de todo tipo se dirigen en primer lugar hacia los países del sur, como confirma el ejemplo sirio. Y qué importa si los migrantes que llegan a los países del norte no son los más pobres, nada de eso. Aun así permanece siempre la idea de que hay que elegir entre el corazón y la razón, la generosidad “derechohumanista” y el cálculo frío de la economía. Ahora bien, hoy en día, con los resultados de la política alemana, deberíamos de tomar conciencia de que la razón se ha unido al corazón: los valores de Angela Merkel se confunden con el interés de su país. Si políticamente esto no cambia nada, entonces es que las pasiones xenófobas se oponen a la racionalidad económica. El corazón tiene razones que la razón no entiende: nuestros políticos eligen la xenofobia a cualquier precio. Esta no viene determinada por ninguna necesidad económica; es una pasión cara, de la que ahora podemos medir cuánto tiene de desinteresada.
Traducción de Amanda Andrades.
Éric Fassin publicará en febrero Populisme : le grand ressentiment (Les éditions Textuel).
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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