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Como dije el otro día, con Trump tenemos asegurado el espectáculo diario, durante  unos cuantos años. Ayer fue la idea de levantar el muro de la frontera mejicana, cerrar a cal y canto la comunicación por tierra con la nación vecina, para evitar cualquier tipo de relación directa con sus habitantes, casi como una declaración de estado de sitio o de epidemia de peste. Con la disculpa de que no hay una nación, si no hay fronteras. Reconocer y reforzar la más obscena alteridad, la mayor fantasmagoría del Otro, con la más hosca presentación, traicionando las mejores tradiciones del país. Durante siglos, la iconografía de sus héroes se ha alimentado del espíritu de la frontera. La frontera abierta, estimulante, infinita, con la fuerza del misterio, el reto del desafío y el atractivo de lo nuevo.

América ya no es la que era. Se ha convertido en putrefacción de pozo, opacidad de pared, racionalidad de topo, ceguera de iluminado, limitación de valle, camaradería de ratonera, miedo de caja fuerte, ignorancia de espaldas, horizonte de contable, imaginación de trapero, debilidad de cobarde, amanecer de eclipse, lucidez de bombilla fundida, sinceridad de tumba, tranquilidad de tapia, claridad de sótano, sol de invierno, cheque sin fondos, mentalidad de tendero, miopía de recién nacido, tiovivo varado, iceberg a la deriva, gallinita picoteadora, juguete roto, elegancia de traje viejo, vacuna pasada de fecha, prado seco, toro afeitado, cuna vacía, burladero de emergencia, picador reumático, coche de segunda mano, brújula sin norte, pólvora húmeda, camino sin salida, noticia de antesdeayer, fuelle sin aire, bisturí mellado. ¿De qué tiene miedo? ¿Tan poca confianza tiene en él, que cierra las ventanas, atranca la puerta, apaga la luz, se mete en el sótano y amartilla la escopeta?  ¿Habrá que cambiarle los pañales?