El crimen de la carretera de Almería
La llegada de los ejércitos extranjeros provocó que la Guerra Civil tomase una nueva dimensión militar, experimentada en las carnes de la población española. La batalla de Málaga fue el bautismo de fuego de las tropas italianas
Cristóbal Villalobos Málaga , 7/02/2017
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Febrero de 1939. La Guerra Civil da sus últimos coletazos, mientras las potencias reafirman sus alianzas ante los presagios de muerte y violencia que se hacen cada vez más presentes en Europa. El conde Galeazzo Ciano, yerno y ministro de Mussolini, escribe en su diario: “Los desvergonzados que tanto han tenido que decir sobre nuestra intervención en España comprenderán, tal vez algún día, que en el Ebro, en Barcelona y en Málaga se han constituido las verdaderas bases del imperio mediterráneo de Roma”.
Y es que en los delirios totalitarios y “épicos” del Duce entraba la utopía de una nueva Roma que pasaba, obligatoriamente, por España así que, ya en los primeros días de la sublevación militar del 18 de julio, el gobierno italiano se dispuso, ante la petición de Franco, a socorrer al bando nacional.
La Italia fascista y la Alemania nazi responderían al temprano llamamiento franquista, de forma gradual y pensando en posibles intereses estratégicos en la futura contienda que parecía acercarse irremediablemente. Ayuda económica y material de guerra que, pronto, se convertiría también en la acción directa de las tropas fascistas en nuestro país.
En febrero de 2017 se cumplen 80 años de la que fue precisamente la primera acción de guerra de un contingente italiano en la Guerra Civil: la batalla o toma de Málaga, todo un éxito para las armas fascistas, como muestra el texto de Ciano anteriormente citado. Una victoria que sería trascendental en el devenir posterior de la participación italiana en la Guerra Civil y que daría lugar a uno de los crímenes de guerra más atroces cometidos durante la contienda: la desbandá o el crimen de la carretera de Almería.
Los extranjeros nos han robado Málaga, titulaba Mundo Obrero en Madrid
En diciembre de 1936, con el frente de Madrid inmóvil, habían llegado las primeras tropas italianas al puerto de Cádiz, con el fin de desbloquear la situación militar. Se acordó que el contingente fascista actuara como una fuerza independiente bajo el mando de un general italiano, que respondiese directamente ante Franco, con la misión de realizar una acción decisiva que contribuyera a que la guerra se decantase del lado de los sublevados.
Tras barajar varias opciones, la acción que se decidió acometer por parte del gobierno de Mussolini fue la toma de la ciudad de Málaga, con el fin de proporcionar un puerto que conectase con Italia, con el Marruecos español y con Mallorca, quitándole de paso a la armada republicana una importante base. La ocupación de Málaga significaría también aliviar el cerco republicano sobre Granada, pudiéndose convertir en el centro de operaciones desde donde iniciarían sus avances los italianos.
Para la ofensiva se contaban con las tropas de Queipo de Llano, con el apoyo de la Legión Cóndor alemana, con base en Armilla (Granada), que ya bombardeaba los cargamentos soviéticos que se dirigían a Cartagena, con la flota nacional y, por supuesto, con las tropas fascistas recién llegadas de Italia.
La fuerza que se destinó a esta operación se organizó en seis columnas nacionales mandadas por el coronel Borbón, duque de Sevilla. Según Jackson, estas fuerzas estaban compuestas por un total de 10.000 moros y unos 5.000 requetés. Por su parte, la fuerza italiana estaría integrada por nueve batallones, a los que pertenecían unos 10.000 soldados italianos del Corpo Truppe Volontarie (CTV) mandados por el general Mario Roatta. Las tropas italianas, divididas en cuatro grandes columnas, tendrían el apoyo del más moderno material: la fuerza aérea legionaria, de entre 67 y 100 aviones, carros modernos Fiat, Lancia e Isotta Fraschini, así como el destructor Da Verrazzano y cuatro lanchas torpederas.
Miles de refugiados de la provincia llegaban a la capital y, de allí, huían por la carretera de la costa hacia Almería
Las maniobras serían apoyadas desde el mar por una escuadra nacional formada por los cruceros Baleares y Canarias, los mejores y más modernos buques de toda la marina española. Por el contrario, Málaga sólo contaba para su defensa con unos 12.000 milicianos, desorganizados, sin mando efectivo, sin prácticamente municiones y con sólo 8.000 fusiles.
Entre los días 6 y 8 de febrero las columnas fueron confluyendo en la capital desde diversos puntos de la provincia, haciendo uso de la motorización, la artillería ligera y los lanzallamas italianos, mientras las autoridades republicanas, encabezadas por el responsable máximo de la defensa, huían de Málaga a Nerja, y miles de refugiados de la provincia llegaban a la capital y, de allí, huían por la carretera de la costa, única vía no ocupada por las tropas franquistas, hacia Almería.
La desbandá o el crimen de la carretera de Almería
Mientras la prensa republicana e internacional destacaba la presencia italiana en la ofensiva (“Los extranjeros nos han robado Málaga”, titulaba Mundo Obrero en Madrid), Franco silenciaba el protagonismo extranjero de una acción bélica exitosa, que los italianos no tardaron en esgrimir como arma propagandística del régimen fascista. El general Roatta se lo dejó claro a Franco mediante un telegrama: “Las tropas bajo mi mando tienen el honor de entregar la ciudad de Málaga a Su Excelencia”.
En la conquista de Málaga las tropas italianas pusieron por vez primera en España en práctica la guerra célere, la versión italiana de la guerra relámpago alemana, así como probaron sus materiales y tácticas. La victoria se debió, aparte de por la casi nula defensa republicana, a la presencia de estas tropas, algo que el franquismo ocultaría en ese momento y permanecería poco conocido durante décadas.
En el contexto global de la guerra la ofensiva sobre Málaga resultó una victoria rotunda para las tropas nacionales, ya que el frente se acortó 240 km., se consiguió controlar un puerto mediterráneo, se reforzó la moral de los sublevados y de sus aliados italianos, frente al golpe que supuso a los republicanos, y se tomaron 10.000 prisioneros.
Familias a pie huyeron mientras la aviación los ametrallaba y la armada lanzaba sus bombas
Esta victoria se vería ensombrecida por el crimen perpetrado mientras las tropas tomaban la ciudad. Según Jackson, unas 100.000 personas iniciarían la huida de Málaga por la carretera hacia Almería, bordeando toda la costa oriental malagueña y la costa granadina. Otras fuentes situarían este éxodo, o desbandá, como lo llamarían los malagueños, entre los 50.000 y los 150.000, mientras que la reciente publicación 1937. Éxodo Málaga Almería, de Maribel Brenes y Andrés Fernández, sitúan en unos 300.000 los malagueños huidos.
Tomemos como adecuada la cifra que queramos, lo indiscutible es que cientos de miles de malagueños, la mayoría familias a pie, huyeron los días 7 y 8 de febrero por la carretera de Almería, mientras la aviación italiana y nazi los ametrallaba incesantemente desde el aire, sin distinguir entre combatientes y civiles, y la armada franquista (los tristemente célebres cruceros Baleares, Canarias y Almirante Cervera) lanzaba sus bombas sin piedad sobre la marabunta que intentaba desplazarse entre la carreterita y los acantilados.
Más de cinco mil muertos, apuntan algunas fuentes, en lo que fue sin duda una de las mayores carnicerías y crímenes cometidos en nuestra Guerra Civil y que permanecería silenciada hasta hace bien poco, actuando de trágico preludio a la represión franquista en Málaga, iniciada casi en el mismo instante de la entrada de las tropas en la ciudad y que, solamente en la capital costasoleña, superaría las 4.000 víctimas, según el cálculo de Hugh Thomas.
Una matanza silenciada por la República y por el franquismo de la que hoy, ochenta años después, y merced a diferentes investigaciones y testimonios recuperados en los últimos lustros, tomamos por fin conciencia de la magnitud del que fue, posiblemente, el mayor asesinato colectivo de la Guerra Civil.
Málaga arada por la muerte
y perseguida entre los precipicios
hasta que las enloquecidas madre
azotaban la piedra con sus recién nacidos.
Furor, vuelo de luto
y muerte y cólera,
hasta que ya las lágrimas y el duelo reunidos,
hasta que las palabras y el desmayo y la ira
no son sino un montón de huesos en un camino
y una piedra enterrada por el polvo.
Es tanto, tanta
Tumba, tanto martirio, tanto
galope de bestias en la estrella.
Nada, ni la victoria
Borrará el agujero terrible de la sangre:
nada, ni el mar, ni el paso de arena y tiempo, ni el geranio ardiendo
sobre la sepultura.
(Pablo Neruda)
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