MEMORIA HISTÓRICA
Tres verdugos con nombre de mujer
Pilar Primo de Rivera, Mercedes Sanz-Bachiller y Carmen Polo gozaron de grandes libertades, pero amortajaron a sus congéneres en la sumisión al hombre. Así lo muestra ‘La sección’, en el madrileño Teatro del Barrio
Francisco Pastor 4/04/2017
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A la bailarina Jessica Belda le interesan las villanas. Y el franquismo, al que considera el tramo de nuestro pasado que más nos ha marcado como pueblo. Cuando se embarcó en un grupo de trabajo sobre mujeres invisibles en la Historia, pensó en Pilar, la hija del dictador Miguel Primo de Rivera y la hermana de José Antonio, fundador de la Falange. Tras conocer a la activista Ruth Sánchez González —como ella, socia del Teatro del Barrio—, se decidió a llevarla a la ficción y a las tablas. Y hacerlo acompañada de otros dos iconos de la España privilegiada durante la dictadura: Carmen Polo, la esposa de Franco, y Mercedes Sanz-Bachiller, la viuda del político Onésimo Redondo.
Juntas escribieron La sección —en alusión a la Sección Femenina falangista—, una tragicomedia hilada a través de breves encuentros, monólogos y actuaciones musicales. En la realidad, como en la ficción, estas tres mujeres, crecidas al calor de los grandes nombres de la dictadura, acabaron encontrando un lugar propio. “Hacían lo contrario de lo que predicaban. Ellas ni tocaban las labores del hogar que prescribían hacia las demás mujeres. Eran machistas, pero llegaron a ser mandatarias gracias al feminismo”, reflexiona Belda.
La peripecia narra las más de cuatro décadas en las que, desde aquel órgano de la Falange, Primo de Rivera trató de inculcar en sus congéneres destrezas como la costura, la cocina o la compostura durante el deporte. Y hasta en el sexo. “Un pequeño gemido basta”, rezaba una de las consignas de aquel órgano, al frente de las asignaturas que, durante el bachillerato, se dirigían a las mujeres.
Se nos adoctrinó con el manual de la buena esposa. Quienes salían de allí se exponían
La Sección Femenina también contó con una mili, el servicio social, obligatorio para las mujeres de entre 17 y 35 años, y por la que pasaron tres millones de jóvenes. Solo tras superar la estancia allí lograrían estas obtener un pasaporte, podrían apuntarse a una autoescuela o serían aptas para presentarse a unas oposiciones. Al llegar la Transición, la organización contaría con alrededor de 600.000 militantes con carné. “No cualquiera entraba allí”, comentó una noche una espectadora, con las tres actrices de la obra, al acabar la representación. Además de Belda, en la vez de Primo de Rivera, las artistas Manuela Rodríguez y Natalie Pinot encarnan a Sanz-Bachiller y a Polo, respectivamente, y a otras mujeres anónimas.
“Yo he visto a muchas espectadoras emocionarse con la obra, porque de esto no se habla nunca. No está ni en los libros de texto, ni en los de Historia”, reflexiona Pinot. Durante los tres y seis meses que duraba el servicio social, las jóvenes eran destinadas a trabajar como enfermeras, costureras, maestras o bibliotecarias, siempre sin remuneración. Solo en octubre del año pasado, por primera vez, un tribunal decidió que este voluntariado impuesto figuraría en la vida laboral de las mujeres, como en el caso de la también extinta formación militar de los hombres.
“El feminismo estaba en las clases más pudientes, y la Sección Femenina viajó a los pueblos. Las campesinas carecían de la idea de libertad. Las mujeres que apoyaban la dictadura aceptaban la misma ideología que las reducía. Las que estaban en contra de ella eran acorraladas por el Estado”, apunta Belda. “Y no se habla de las feministas torturadas por el hecho de ser feministas”, agrega Sánchez González. El año pasado, una organización internacional incluyó en la célebre querella argentina contra la represión franquista alusiones a los crímenes de género ejercidos por la dictadura.
La tarde de enero en que se estrenó, entre el público de La sección se encontraban miembros de asociaciones de memoria histórica. Algunas mujeres se reconocieron en las tablas cuando encontraron a una de las actrices fregando el suelo vestida con el uniforme de la Falange, o cuando las tres intérpretes realizaban estiramientos mientras escuchaban el Cara al sol. Y todos entonaron Gallo rojo, gallo negro, la composición de Sánchez Ferlosio, en los últimos pasos de la pieza.
Dado que la Sección Femenina era la encargada de proteger y divulgar los cantos regionales, el aurresku vasco o la muixeranga valenciana, interpretados en directo con ayuda de una trompeta o una guitarra, enarbolan los tramos entre escenas. “Ellas eran las guardianas del folclore”, anota Sánchez González. Con la llegada de abril, será ya la segunda vez que el montaje, dirigido por Carla Chillida, prolongue su estancia en el Teatro del Barrio.
Todo de lo que se nos quería liberar en la dictadura continúa hoy
El amor de Pilar hacia José Antonio queda reflejado, en la ficción, en un giro casi cercano al incesto, y se muestra desde los primeros pasos de la obra, cuando esta llora su muerte —insinuaciones de que Franco permitió la ejecución del político mediante—. “Ella recogió como una losa el discurso y el trabajo de su hermano. Llevó los principios de la Falange hasta las mujeres”, afirma Belda. Con todo, quiso conceder cierto toque de ambigüedad sexual a su personaje, que se hunde cuando una falangista abandona su trabajo en el partido para casarse.
“Lo natural era crear una familia. Si no conseguíamos un marido, a la Sección y a trabajar para el Estado”, apunta Pinot. Cuando su personaje borra la influencia de Primo de Rivera sobre los planes de estudio de bachillerato, queda patente que Polo, como esposa de Franco, contaba con un poder mucho mayor que cualquiera de las otras dos protagonistas.
El dictador aparece en la obra a partir de proyecciones de metraje de la dictadura y, también, gracias a un títere. Como arguye Pinot, Franco no fue católico hasta que conoció a su mujer. Durante el estudio de la documentación para la obra, las autoras también descubrieron que las tres mandatarias se acusaban entre sí de feminismo, y así sucede sobre las tablas. La pieza parte de la rivalidad entre Primo de Rivera y Sanz-Bachiller, fundadora del Auxilio Social, la organización benéfica de la que más tarde se apoderaría la Sección Femenina.
“Mercedes fue muy libre. Decidió olvidar la crianza y llevó a su hijo a un internado. Volvió a casarse y entró en política”, apunta Rodríguez. En la tarima, interpreta a un personaje risueño, apartado de los credos de la Iglesia. Sanz-Bachiller celebra la llegada del destape y erige un hotel turístico en la playa mientras el régimen da sus últimos coletazos.
Es una clase de gimnasia contemporánea aquella en la que, en la obra, se enumeran algunas de las pautas más macabras de la Sección Femenina. “Demuéstrale tu deseo por complacerle. Sus temas de conversación son más importantes que los tuyos. Recuerda que es el amo de la casa”, entonan las actrices mientras bailan. “Queríamos mostrar que la tiranía de entonces y la de ahora no son diferentes. Hoy nos matamos haciendo fitness, una forma de opresión que sentimos natural”, discurre Belda. Antes de dejar marchar al público, las actrices piden a la platea que cuente con ellas, de una en una, las muertes por feminicidio ocurridas el año pasado. Fueron 44, según el recuento oficial del Gobierno.
“Se nos adoctrinó con el manual de la buena esposa. Quienes salían de allí se exponían a una violencia justificada por ese mismo manual”, opina Rodríguez. Las autoras y las intérpretes del texto sienten que los feminismos acabarán encontrando su lugar “de la socialdemocracia hacia la izquierda”, como anota Sánchez González, pero recuerdan que los sueños de las activistas quedaron frustrados, en la Transición, también gracias a los partidos progresistas.
Eran machistas, pero llegaron a ser mandatarias gracias al feminismo
Belda menta el Movimiento Democrático de Mujeres, creado a mediados de los 60 por las parejas de los presos del franquismo, alojado en el PCE y disuelto más adelante por esta misma organización: “Cuando vieron que sus esposas volvían de las reuniones con demasiadas ideas en la cabeza, se lo quitaron de en medio”. Solo en 1981, a través de la ley del divorcio, el hombre dejó de ser considerado jurídicamente como el cabeza de familia en un matrimonio.
La muerte de Franco y el nombramiento del rey Juan Carlos entran y salen de la representación. “Si leemos los feminismos de los 60 y los 70, vemos que todo de lo que se nos quería liberar en la dictadura continúa hoy”, apunta Sánchez González, que escribió esta historia, como cuenta, al calor del Teatro del Barrio, el cual “nació, a su vez, gracias al 15M”. Según ella, el triunfo sobre el pasado representado en la obra sería que “las mujeres se quitaran los tacones”. Para Rodríguez, la victoria sobre las tres políticas interpretadas llegará cuando “todas las mujeres, también las de clase baja, gocen de la libertad que tuvieron ellas” y, especialmente, esa Sanz-Bachiller a la que encarna.
“No, no. Yo no quiero esa libertad. Esas tres señoras no fueron libres”, rebate Belda, en conversación con las demás, una tarde en las dependencias del teatro. La unanimidad llega cuando las actrices deliberan, una por una, acerca de qué condición —mandatarias o mujeres— empaña más sus respectivos personajes; si las llegarían a entender como víctimas, y no como culpables. Fueron verdugos. Las tres.
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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