Tribuna
¿No hay ningún revolucionario en Cataluña?
La revolución pasa por parar y reconducir en el momento aún posible el curso de unos acontecimientos desnortados y mal avenidos con las posibilidades reales que las circunstancias presentan para lo que se pretende
José Antonio Pérez Tapias 16/04/2017
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No se aminora, sino que se agrava la situación crítica del Estado español. Así es por los envites lanzados por las fuerzas independentistas de Cataluña. Si la gravedad de la crisis se incrementa por la manera acelerada en que éstas pretenden llevar adelante el proceso de secesión, concretado en un referéndum para la misma, resulta a la vez patente que no la alivia en nada el inmovilismo del Gobierno de España respecto a tal situación. Los primeros ponen su fe en la mecánica de un proceso de “desconexión” que con secretismo y abuso de reglamento quieren aprobar en el Parlamento de Cataluña, tratando de ocultar las fuertes desavenencias que en el mismo bloque independentista va originando un proceso sin estrategia clara y con escasos logros en cuanto a sus objetivos. Mientras tanto, el Gobierno, contando con apoyo del PP, Ciudadanos y parte del PSOE, pone su confianza, al más puro estilo Rajoy, en que el tiempo lo arregla todo, dejando que supuestamente los problemas se disipen con su mero transcurso, por fatiga de los protagonistas y, en todo caso, por el marcaje que se les hace desde los tribunales de justicia.
Desde la opinión pública se percibe, sin embargo, que ambas formas de creencia acerca de la deriva futura de los hechos no se sostienen sobre bases firmes. Lo más probable es que las colisiones se sigan produciendo, a pesar del desgaste de quienes están a la cabeza de ambas tendencias opuestas. Puede incluso que ese desgaste, por el lado del independentismo, extreme las posiciones a favor de un referéndum de autodeterminación cuanto antes, sin que tales prisas supongan por sí mismas garantía alguna de que se vaya a celebrar.
Puede incluso que ese desgaste, por el lado del independentismo, extreme las posiciones a favor de un referéndum de autodeterminación cuanto antes
Es por ello que, ante un panorama tan bloqueado, la misma desconfianza hacia dinámicas contrarias que nada bueno hacen prever haga pertinente preguntarse qué se puede hacer para reconducir el conflicto planteado, desechando la pasividad de quienes todo lo confían a que el problema se estanque en vía muerta, así como el voluntarista optimismo de quienes imaginan el mundo a la medida de sus deseos. De la secesión exprés que se quiere conseguir mediante precipitada desconexión respecto del Estado español y referéndum unilateral cabe pensar que, aun con apariencia de proceso poco menos que revolucionario, de ninguna manera lo es, ni por épica, ni por ética, ni por estética. Si todo ello se puede describir como gran acto de insumisión al ordenamiento legal del Estado español, no parece que en número y en voluntad política suficiente esté la ciudadanía catalana dispuesto a arrostrarlo. De hecho, ni siquiera es compacta al respecto la coalición Junts pel Sí que promueve el proceso. Por ello, dado que por ahí no se percibe un componente revolucionario, toca buscarlo por otra parte, pero el caso es que no aparece –dicho sea con la venia de la CUP--.
Es de la nebulosa así descrita de donde surge la pregunta que, sin querer ser mera boutade, encabeza estas líneas: “¿No hay ningún revolucionario en Cataluña?”. Diré que es interrogante recogido al hilo de reflexiones como las de Walter Benjamin, cuestionando precisamente las ingenuas confianzas en el progreso, sean en clave presuntamente revolucionaria, sean en las conocidas pautas conformistas de la socialdemocracia. Frente a la concepción decimonónica, por el mismo Marx suscrita, de que las revoluciones son las locomotoras de la historia, Benjamin formula claramente lo que son más que reservas: “Quizá sean las cosas de otra manera. Quizá consistan las revoluciones en el gesto, ejecutado por la humanidad que viaje en ese tren, de tirar del freno de emergencia”. Es decir, en determinadas situaciones la revolución no pasa por acelerar los tiempos, sino por parar y reconducir en el momento aún posible el curso de unos acontecimientos hasta ahora desnortados y mal avenidos con las posibilidades reales que las circunstancias presentan para lo que se pretende. ¿No hay nadie en Cataluña, por el lado independentista, que tire de la alarma?
Si por el lado de los partidarios de la secesión no emerge nadie que diga que el proceso debe ser replanteado, tampoco se encuentra la deseable claridad entre los partidos políticos que reclaman un referéndum pactado con el Estado
Si por el lado de los partidarios de la más inmediata secesión no emerge nadie que a las claras diga que el proceso debe ser replanteado, tampoco se encuentra la deseable claridad entre los partidos políticos que honestamente reclaman un referéndum pactado con el Estado, que no tendría que ser necesariamente de autodeterminación en cuanto tal. En el espectro de esa izquierda política que se hace cargo de la amplia mayoría de la ciudadanía catalana que quiere que de alguna manera se le consulte respecto a las posibles formas de relación –incluida la independencia-- de Cataluña con el Estado español, quizá puedan surgir las voces necesarias para replantear las cosas con seriedad y serenidad. Podían recordar, entre el ir y venir de Els Comuns y Podem, al mismísimo Trotsky, que ya en los años treinta, en sus escritos sobre ‘Las tareas de los comunistas en España’, sugería atender las demandas democráticas de Cataluña respecto a su estatus en relación al Estado español, pero bien que subrayaba en su lúcido análisis que tal cosa habría de ser planteada en correlación con las necesidades objetivas del pueblo, con su centro de gravedad en el proletariado de la época. El líder revolucionario no se privaba de señalar que para la izquierda era obligado tener en cuenta la voluntad democrática de la ciudadanía catalana, pero, obviamente, toda vez que de manera explícita se hubiera manifestado en referéndum. No hay revolución que valga, ni proceso que salga, sin contar con las condiciones que de hecho se dan, tanto objetivas como subjetivas. ¿Tan difícil es tenerlo en cuenta casi un siglo después?
¿Qué cabe pensar de lo que se podría hacer por el lado del Gobierno y sus adláteres? Lo primero, que el PSOE se desmarcara claramente de la condición de adlátere. Para ello no tiene que hacer más, pero tampoco menos, que definir de una vez qué se está proponiendo desde el campo socialista –PSOE y PSC-- cuando se habla de federalismo, habida cuenta de que se hace planteando una reforma federal del Estado de las autonomías –sin eludir que la reforma ha de ser de tal calado para lograr un nuevo pacto constitucional que no habría que tener miedo de traer al debate la necesidad de un proceso constituyente--. Y como el federalismo, para que sea viable en España, ha de ser plurinacional, habrá que poner sobre la mesa el reconocimiento explícito de las naciones que existen en la realidad política hispana, las cuales no pueden ser tratadas como solo naciones culturales, sino como naciones con una identidad política que reclama ser atendida jurídicamente. Y va de suyo que ello no implica que a cada nación haya de corresponder un Estado, pues sobraría en tal caso hablar de Estado federal plurinacional.
Quedaría la tarea de lograr que desde la derecha se dieran pasos hacia las reformas necesarias. Si no lo hacen, se hará más evidente aún que su españolismo tiene más de ideología conservadora, con su correspondiente función de encubrir intereses, que de patriotismo respetuoso. Alguna vez habrá que sacar conclusiones tras dejar de considerar la soberanía nacional como intangible mitificación; la realidad ya se encarga de socavarla. Y entre los distintos interlocutores habrá que dibujar, una vez que los alocados trenes se paren un poco, una estación de intermediación para poner en diálogo lógicas de signo contrario a las que, por responsabilidad política y respeto a los respectivos pueblos de las naciones tantas veces invocadas, habrá que hallar una salida en medio de las contradicciones que presentan. Si eso ocurre, será verdadero ejercicio de poder político democrático. Si no sucede, será señal de la impotencia de poderes que, dada su debilidad para negociar estratégicamente, y aún mayor para convencer, se verán recluidos, como apunta certeramente el filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro Sobre el poder, en una menguada soberanía que les sumirá en el descrédito ante sus ciudadanos. Lo revolucionario –con permiso para una palabra tan grandilocuente- será entonces generar un espacio de intersección donde empezar a hablar quizá no de dependencias e independencias, sino –lo decía Rubert de Ventós hace muchos años- de interdependencias.
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José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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