Tribuna
Dicotomías zombis
Roto el consenso neoliberal, la izquierda transformadora debe ofrecer recetas frente a un nuevo marco falso y peligroso que está emergiendo con fuerza; globalización frente a proteccionismo
Lídia Brun / Mario Ríos 19/04/2017
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La crisis múltiple desatada a raíz del crash financiero de 2008 puso en evidencia el deterioro del marco izquierda-derecha cristalizado en un turnismo de gestión de la democracia liberal. Este marco ha topado contra las contradicciones entre un sistema económico globalizado y generador de desigualdades crecientes, y unos sistemas políticos territorialmente acotados, encargados de garantizar ciertas condiciones materiales perdiendo progresivamente el control de los mecanismos de creación y distribución de la riqueza. Está en disputa, por tanto, el marco analítico que defina los nuevos términos del conflicto político. En este artículo argumentamos que está emergiendo con fuerza un marco a nuestro juicio tanto falso como peligroso: el de globalización vs. proteccionismo. Las fuerzas políticas y sociales que propugnamos un paradigma justo y emancipador no podemos dejarnos atrapar entre la defensa a ultranza de la soberanía nacional como única herramienta político-económica alternativa, perdiendo la vocación universalista, ni elegir el bando de la globalización neoliberal con la excusa de formar un cordón sanitario contra el auge de los nacionalismos.
1.- Una disyuntiva con connotaciones clasistas
En los últimos tiempos hemos aprendido que parte del conflicto político se libra en el terreno de la batalla por el relato. Las palabras y sus significantes encapsulan marcos mentales, esquemas culturales e imaginarios que facilitan o dificultan la implantación de narrativas de interpretación de la realidad y articulación de alternativas. El grado de derrota cultural y de pérdida de la hegemonía de la izquierda del último medio siglo se puede medir con la apropiación de conceptos por parte de la derecha, como los de austeridad y seguridad. Antes, una práctica política austera se asociaba a la ética en el gasto público frente al despilfarro. Ahora, se ha vuelto una obsesión antieconómica por cuadrar el balance fiscal. Por su parte, seguridad no se asocia a la cobertura material en caso de necesidad sino a la apuesta por un recorte de libertades y derechos básicos en aras de la lucha antiterrorista.
El grado de derrota cultural y de pérdida de la hegemonía de la izquierda del último medio siglo se puede medir con la apropiación de conceptos por parte de la derecha, como los de austeridad y seguridad
A raíz del auge electoral de los partidos de la nueva derecha nacionalista y populista, o TAN (Traditional-Authoritarian-Nationalist), identificamos la fabricación de un cleavage bajo cuyo prisma se pretende analizar la política actual. Nos referimos a la disyuntiva entre globalización y proteccionismo. Para definir el ideario económico de Trump, Le Pen o el Brexit, se usa la palabra “proteccionismo” asociado a una connotación negativa y contrapuesto a globalización, que tendría, en consecuencia, connotación positiva. Lo curioso de este relato es el disfraz cultural con el que se ha fabricado. Por un lado, proteccionismo se asocia al conservadurismo que ostentarían las personas de mente cerrada, racistas e ignorantes, y de clase trabajadora. Con esta operación de marketing político-mediático, el proteccionismo se proyecta en el imaginario popular como la nueva ideología de la clase trabajadora blanca empobrecida (los chavs, rednecks o la white trash) aprovechando el prejuicio social clasista y elitista para endosarle, al proteccionismo, una connotación regresiva y poco sofisticada. Pero además, esta manipulación también opera en dirección opuesta, asociando la globalización y el libre comercio al ideario de gente de clase media, bien formada, de mente abierta, progresista, urbana y cosmopolita, liberal, sofisticada y que se mueve bien por un mundo globalizado. Este artículo reciente sobre las inminentes elecciones presidenciales francesas ilustra bien este nuevo frame político-mediático.
2.- Una disyuntiva que económicamente no se sostiene
En primer lugar, este cleavage representa una dicotomía económica falsa. Es obvio que la apertura al comercio internacional en situación de desventaja de costes o tecnológica perjudica a las industrias domésticas frente a las competidoras extranjeras. Por ello, las economías más exitosas a nivel global (el caso de China es paradigmático) han sido precisamente quienes han regulado las importaciones, y no han abierto sus mercados hasta que su industria naciente pudiera competir en igualdad de condiciones. Otro ejemplo de que proteccionismo y globalización no están reñidos son los aranceles a la importación y los subsidios en EEUU y la UE a su industria agroalimentaria. No es de extrañar que estas industrias “protegidas” sean líderes globales y su competencia haya puesto en jaque los medios de subsistencia de millones de agricultores en los países del Sur Global. Como explica Mariana Mazzucato en El Estado Emprendedor, las grandes multinacionales del sector de la tecnología de la comunicación, como Google o Amazon, también han contado originalmente con cuantiosas inversiones de capital público. Estar a favor de proteger y subsidiar industrias estratégicas para los intereses del Estado no es estar en contra del comercio.
Además, la expansión del mercado no es un proceso marcado por un ensanchamiento de las libertades y sostenido por un consenso democrático. Naomi Klein describió de manera exhaustiva en La Doctrina del Shock cómo la implantación de las políticas del Consenso de Washington (privatización de servicios, desregulación de mercados y apertura de fronteras) se ha producido aprovechando una situación de trauma colectivo (como un desastre natural o un atentado terrorista) cuando no con un chantaje a cambio de recibir ayudas o reestructuraciones de la deuda, en detrimento de la población de los países afectados. Hay múltiples casos en los tribunales de arbitraje donde una multinacional con intereses extractivos se enfrenta a un Estado, garante del interés colectivo doméstico, por el derecho a la explotación de los recursos en sus territorios. El recientemente aprobado tratado de libre comercio con Canadá responde a esta lógica, privatizando la justicia y poniendo por delante los intereses empresariales a los públicos.
Nadie duda de que los beneficios de la globalización se han repartido de manera desigual. Mientras la expansión del comercio y los programas de redistribución, especialmente en América Latina, han permitido el surgimiento de una clase media en los llamados BRICS, la desindustrialización, la pérdida de poder de los sindicatos y el progresivo desmantelamiento del Estado del Bienestar han estancado los ingresos medios y bajos en Occidente. Pero plantear este proceso como un conflicto de redistribución geopolítico entre clases medias, basado en un diferencial de costes laborales y ambientales, sin analizar la globalización de las cadenas de producción y la especialización geográfica de la creación de valor, es ofrecer un relato sesgado de competencia horizontal. Un retrato completo de la distribución mundial de ingresos muestra cómo las élites mundiales siguen siendo las más beneficiadas por la globalización: los ingresos del 0.001% más rico han crecido un 600%. Además, como ha estudiado el politólogo Sean Starrs y recogido en su blog Adam Tooze, mientras la economía americana ha perdido peso relativo en términos de PIB, el capital global se ha americanizado. El “America First” de Donald Trump, que pretende apelar a una suerte de nostalgia imperialista, nunca fue tan cierto: un 40% de la riqueza mundial es de titularidad americana.
las élites mundiales siguen siendo las más beneficiadas por la globalización: los ingresos del 0.001% más rico han crecido un 600%
En realidad, la dicotomía zombi soslaya una lectura en términos de otro conflicto menos aparente. Desde que se instauraran las políticas del Consenso neoliberal, las tasas de beneficio han sido sostenidas por privatizaciones y todo tipo de rentas fruto del matrimonio obsceno entre élites políticas y económicas. Desde que estallara la crisis financiera, tanto la socialización de riesgos y pérdidas, con los múltiples rescates financieros, como el subsidio público de las grandes empresas, por ejemplo con la compra de activos derivada de los programas de expansión cuantitativa, han rozado niveles estratosféricos. Y aun así, parece que un nuevo ciclo expansivo del capitalismo global, que reemplace el roto sistema de flujos económicos internacionales que Yannis Varoufakis ha llamado El Minotauro Global, no termina de arrancar. En un entorno donde el estancamiento no permite fases de acumulación aumentada, y de máxima incertidumbre respecto al futuro, hay varias élites en competencia pugnando por sobrevivir.
3.- Una disyuntiva de relatos políticos perversos
Ante el malestar que han producido las consecuencias sociales, económicas y laborales de la globalización, los partidos TAN han sabido leer bien los miedos, ansiedades e inseguridades de las clases populares y aprovechar el vacío social y político de la socialdemocracia. Como explicó Owen Jones magistralmente en Chavs, los cambios en la naturaleza del trabajo, con la desindustrialización, la precarización, y la progresiva debilitación del sindicalismo, han acabado con espacios tradicionales de socialización de la clase obrera desde los que se articulaban proyectos colectivos y se construía identidad ciudadana. La renuncia de la socialdemocracia a gobernar impugnando las estructuras de poder terminó por asentar la conquista hegemónica neoliberal, favoreciendo las identity politics para desviar el debate del reparto vertical del pastel. La clase trabajadora blanca empobrecida, atomizada, perdiendo la clase y el trabajo como sentido político, se ha sentido olvidada y desprotegida.
En este contexto, las fuerzas TAN han apelado a la clase trabajadora occidental, perdedora neta de la globalización, configurándola como grupo étnico y politizando su malestar como un anhelo de soberanía de corte nacionalista e identitario, en un plano de competición del penúltimo contra el último. Estas fuerzas se erigen como defensoras de las clases populares contra los desmanes económicos de la globalización con una propuesta de welfare chauvinism, es decir, de programas y propuestas netamente de izquierdas basadas en un aumento de la protección social pero que solo se aplicarían para la ciudadanía de origen y en la criminalización del inmigrante o el refugiado, considerado una amenaza para la cohesión social, el bienestar material y los valores nacionales y culturales del país. No obstante, la experiencia legislativa de los partidos TAN demuestra que su defensa de las clases populares es únicamente retórica, puesto que sus actuaciones y propuestas siempre han ido a favor de las élites económicas y financieras.
El abandono de su tradición ordoliberal para hacer incursiones en un programa económico más intervencionista y redistributivo (aunque excluyente) lo quiere aprovechar el establishment para demonizar estas políticas económicas, pretendiendo fijarlas para siempre al ideario fascista. Sin embargo, las acusaciones de fascismo tienen muy poca penetración en las capas de población que sustenta estos partidos, y su mofa constante o ridiculización no hace más que consolidar sus posiciones. Aun así, la ola de nacionalismo identitario evoca en el imaginario colectivo los recuerdos traumáticos del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, y el establishment apela a nuestra fuerte reacción emocional para exigir una alineamiento acrítico con el sistema, como si este fuera el equivalente de un ideal de paz y de solidaridad. En la UE, iniciativas como Pulse of Europe corren el riesgo de blanquear una unión que no defiende la solidaridad ni el interés común y lo único que propone (véanse el libro Juncker o la propuesta de UE a dos velocidades) es profundizar en un marco multilateral donde los intereses sólo pueden ser nacionales, como si dentro de cada nación no existieran clases sociales, ciudadanía y élites con intereses enfrentados.
4.- Una alternativa de emancipación real
El auge de partidos TAN es la consecuencia de una integración económica sin mecanismos de redistribución, que ha vaciado la democracia de contenido y la ha sustituido por una negociación entre deudores y acreedores, y que ha sostenido la tasa de beneficio a base de desmantelar el Estado del Bienestar llevando a cabo una desposesión de lo público y lo común a gran escala. Si Trump o el Brexit han triunfado es porque han partido de una crítica de la situación actual y han planteado una alternativa, frente a una izquierda que se ha dejado arrastrar hacia la defensa del statu quo, ofreciendo meramente una mejor gestión del sistema, lejos de su impugnación, con el único argumento de que la alternativa era peor. La derrota de Hillary Clinton es el mayor ejemplo de ello.
Si Trump o el Brexit han triunfado es porque han partido de una crítica de la situación actual y han planteado una alternativa, frente a una izquierda que se ha dejado arrastrar hacia la defensa del statu quo
Por otro lado, el uso y abuso del concepto de soberanía y su reivindicación por parte de la izquierda también es confuso y nos atrapa en una de las categorías de la disyuntiva, teniendo que matizar ad infinitum su significado, en una batalla que ya tiene ganada de antemano la nueva derecha nacionalista. Soberanía es tener la capacidad de ejecutar las propias decisiones. En el sentido de Bauman de la divergencia entre política (qué se debe hacer) y poder (la capacidad de hacerlo), soberanía sería la realineación de la política y el poder en la misma instancia. Por lo tanto, puede haber soberanía no democrática. Ya nos enseñó el economista Dani Rodrik que la verdadera disyuntiva se encuentra en la imposibilidad de conjugar simultáneamente la libre circulación de capitales y mercancías, la soberanía nacional y la democracia entendida como un corpus de políticas redistributivas y garantes de derechos materiales y civiles.
En un momento en que el Consenso neoliberal se ha roto, la izquierda transformadora debe ofrecer recetas, tanto en lo cotidiano como a largo plazo, que tejan una alternativa social, política y económica al servicio de los intereses de la mayoría dentro y fuera de nuestras fronteras. Las naciones son interdependientes, y enfrentamos retos globales mayúsculos como el cambio climático o la espiral belicista. Un retorno de las competencias a las fronteras nacionales no cambia este hecho. Las soberanías no pueden sino solaparse, y debemos encontrar la fórmula de yuxtaponerlas de manera democrática, fortaleciendo su capacidad de garantizar derechos y bienestar material, y acabando con su utilización por parte de la élite económica y financiera. Una narrativa emancipadora, necesariamente crítica con esta globalización económica sin democracia ni redistribución, no puede pasar por la defensa del repliegue nacional como alternativa, perdiendo vocación universal. La necesidad de acotar la ultramovilidad global del capital, de redistribuirlo y monitorizarlo de forma transparente, con una reforma radical del sistema monetario, es una tarea tan indispensable como colectiva.
Conclusión, la izquierda debería protegerse de esta dicotomía zombi. Es un falso debate destinado a aniquilar cualquier alternativa social y económica que apueste por una mayor redistribución y por una mayor justicia social a nivel nacional y global. La imposición de esta dicotomía no solo no altera los fundamentos de un sistema económico injusto sino que conduce a una espiral conflictiva por la sustitución del conflicto vertical, de arriba y abajo, por uno horizontal que enfrente, bajo la bandera del nacionalismo, la xenofobia y el racismo, a grupos sociales situados en la base de la pirámide socioeconómica. El futuro de la izquierda depende de ello.
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Lídia Brun (@LilyPurple311), economista e investigadora doctoral en
macroeconomía en la Universidad Libre de Bruselas.
Mario Ríos (@Oliver_Tuit1989), politólogo y analista de la
actualidad internacional.
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Lídia Brun / Mario Ríos
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