
Presentación de la candidatura de En Marea en Santiago de Compostela. Agosto de 2016.
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Hace unas semanas el proceso de formalización de En Marea como organización política avanzó un paso con la conformación de la Coordinadora del Consello das Mareas, el inicio de su expansión territorial y el nombramiento formal de un portavoz. Luis Villares fue su candidato a la presidencia de la Xunta en las pasadas elecciones gallegas, es ya su portavoz parlamentario, y encabezaba la lista ganadora en el proceso interno de selección celebrado dos meses atrás, así que parece obvio que estaba destinado a ser el elegido y puede extrañar la polémica que ha rodeado este proceso. También puede sorprender que, en la Asamblea que inició el proceso de construcción organizativa el pasado diciembre, el mayor debate se produjera alrededor de los obstáculos para definir la expansión organizativa y un liderazgo fuerte para En Marea. Más aún, que las dos listas alternativas a la de Villares para el Consello se decantaran por él como portavoz, mientras la suya propia no lo hacía.
En la Asamblea que inició el proceso de construcción organizativa, el mayor debate se produjera alrededor de los obstáculos para definir la expansión organizativa y un liderazgo fuerte
Algunos de los elementos que llevan a esta paradoja se han analizado ya en detalle en los medios, a veces con gran carga de dramatismo y otras atribuyendo a las diferencias un importante calado ideológico, cuando no adjudicando papeles de buenos y malos. Por el conocimiento que tengo del tema, a mí me parece sobre todo una cuestión organizativa, se trata de tensiones internas consecuencia del incumplimiento de compromisos alcanzados para gestionar la diversidad de posiciones, todas ellas legítimas pero difíciles de conciliar. Una dificultad que se agrava con el resultado de las elecciones gallegas: demasiado bueno para desechar la vía Villares, ya que En Marea pasa a ser primer partido de la oposición al PP, demasiado escaso para consolidarla al quedar muy lejos de recuperar el Gobierno gallego y empatar en actas con PSdeG.
En Marea es hoy formalmente un partido de adscripción individual que evoluciona desde una coalición por un acuerdo asambleario. Pero los actores que la conforman deben conciliar objetivos diferentes y eso está en la base de los debates abiertos. Para las cúpulas de los principales partidos promotores --incluyo como tales a Marea Atlántica y Compostela Aberta, además de Anova, Eu y Podemos-- se trata fundamentalmente de un instrumento electoral. Más potente que una coalición, porque da cabida a otros protagonistas y visibiliza la idea de unidad popular, pero sin autonomía política, sin agenda propia más allá de ser la correa de transmisión de los acuerdos de los partidos, que no parecen tener intención de desaparecer como organizaciones ni de pasar a un segundo plano. Desde esta posición resulta contraproducente la idea de consolidar En Marea territorialmente a través de la constitución de agrupaciones locales y resultan comprensibles los obstáculos que se ponen a esta expansión: si el partido/movimiento crece, también crecen paralelamente las dificultades para conducirlo y la necesidad de un auténtico debate político, hoy desgraciadamente ausente. En cambio, para las decenas de “mareas municipales” participantes en el proceso, se trata de una oportunidad para trascender lo local y convertirse en nodo de una red nacional que les dé cobertura y recursos. Su peso organizativo dependerá de que se constituyan estas agrupaciones locales y sean representadas en la dirección. Es lógico que promuevan esta expansión con la mirada puesta en las próximas elecciones locales. También lo es el apoyo de las personas sin doble adscripción, cuyo vínculo militante es solamente con En Marea, que conforman probablemente la mayoría del censo, y que en este momento no tienen ni espacio donde ejercer su militancia, ni muchas ocasiones de realizar política activa. Todo ello cuando se va a cumplir un año del acuerdo de su constitución. Demasiado tiempo para la inacción o para que la ilusión inicial continúe paliando carencias.
Otro de los ejes más conocidos de tensión se produce en torno al liderazgo. Son las cúpulas de los partidos promotores las que proponen a Luis Villares como candidato a la Xunta en unas primarias sin competidores. Una vez que se descartan el líder histórico Xosé Manuel Beiras y los alcaldes de A Coruña y Santiago, Xulio Ferreiro y Martiño Noriega, la figura de Villares emerge como una solución de suma cero. Un nacionalista que puede restar votos a BNG, un independiente que no desequilibra el balance interno de poder, sin un grupo organizado detrás y la intención declarada de no construirlo. Para unos se tratará de una solución provisional, forzada por los tiempos electorales, a la espera de la maduración de otros liderazgos emergentes. Para otras, seguramente para el propio candidato, se trata del principio de un largo camino de construcción de liderazgo político y organizativo, con la meta de crear un partido nacional gallego.
El tiempo que ha pasado –más de dos meses-- desde la constitución del Consello nos habla de las dificultades para conciliar estas posiciones y de los esfuerzos para encontrar una salida de consenso –unanimidad-- que no ha sido posible. Quizás este pobre resultado nos devuelva a una realidad que ya es visible en otras organizaciones semejantes: que en su interior, como en toda organización humana, se produce una lucha por el poder, que la nueva política no se sustrae a la ley de hierro de la oligarquía que Michels tan dramáticamente describió allá por 1915 en su partido socialista. Que, como en toda sociedad humana, la tendencia a la fragmentación convive –y muchas veces triunfa-- con la tendencia a la convergencia y que quizás no podemos aspirar a más que a acuerdos temporales y contratos inestables. Una realidad que ha sido dulcificada por las connotaciones naíf de las expectativas que genera, en el ámbito organizativo, el relato de la unidad popular.
Lakoff define como origen de la fragmentación de la izquierda que las personas que asumen los valores progresistas piensan que sus prioridades son el único modo de ser progresista y no un caso especial de algo más general, así que la unidad popular precisa de un previo cambio de mentalidad en el interior de sus actores. Parece que la derecha lo ha conseguido, desde luego lo ha hecho en Galicia, con la ayuda del reparto de un poder institucional que compensa el sometimiento interno de las minorías. Esa forma de unidad no parece funcionar en el otro lado del hemiciclo del Hórreo, las creencias no cambian sólo porque el cambio sea útil a un modelo organizativo o a un proyecto político. El proceso de centrifugado del BNG debería alertar sobre las dificultades y los peligros de una mala gestión de la diversidad interna. Igual resulta más sencillo que cambiar las creencias, adaptar a esa realidad las formas organizativas.
El proceso de centrifugado del BNG debería alertar sobre las dificultades y los peligros de una mala gestión de la diversidad interna
En Galicia sabemos que el minifundio no es bueno ni malo: es nuestra realidad. Hemos vivido su estigmatización y los intentos de acabar con esta forma de estar en el mundo por la fuerza. Han fracasado. En tiempos de la globalización, una buena gestión del minifundio puede ser una oportunidad. Las redes, dice Castells, tienen vida mientras tienen un objetivo y sus nodos –no importa su tamaño-- tienen capacidad de innovar y de conectarse. La confluencia está hecha de nodos que se suman a ese objetivo sin perder su autonomía, su capacidad para conformar otras redes y crecer.
La sociedad red, líquida, en construcción que definen Castells, Sassen o Bauman, que genera nuevas desigualdades y escenarios para la exclusión, donde las identidades nacionales, de clase y género alimentan formas de rebeldía complementarias, precisa organizaciones políticas que adapten su estructura a complejas realidades. No será fácil. Villares repite en sus declaraciones públicas la necesidad de no dejar a nadie atrás. Ese tiene que ser, además de un objetivo político, el lema organizativo de su liderazgo. Deberá tomar la responsabilidad de tejer la red de En Marea sin dejarse un nudo fuera. Puede ser la forma de construir una organización útil para el país, con objetivos claros, capacidad de innovar y conectar, que recupere el gobierno para la gente.
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Ana Luísa Bouza. Analista política, militó en el BNG, fue parlamentaria y directora xeral de Igualdade en la Xunta de Galicia. Colabora con En Marea desde la Asamblea fundacional.
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Ana Luísa Bouza
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