La Ingo: un candado ‘okupa’ para cuidar del patrimonio
El edificio que hoy acoge la llamada Ingobernable se erigió en 1936. Cuando Ana Botella lo descatalogó para demolerlo, quedó abandonado. Para habitarlo, toca retirar escombros y limpiar capas de excrementos de paloma
Francisco Pastor Madrid , 13/05/2017
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Era marzo de 2014 cuando al doctor Ramón Sierra le tocó recoger, entre suspiros, su despacho; el mismo en el que había trabajado durante más de tres décadas. Porque él fue el primer, último y único director de aquella oficina de planificación familiar aledaña al madrileño paseo del Prado. Durante los mandatos de Tierno Galván, allí regaló leche en polvo para las madres sin recursos. Al cruzar hasta el siglo XXI, empezó a recetar a los jóvenes la píldora del día después. O hacía llamar al dentista, si por allí aparecía un niño que no pudiera permitirse uno. Pero aquella mañana, las cajas de cartón y los productos de limpieza permanecían amontonados junto a su mesa. Mientras, a las puertas del centro, alrededor de 30 personas, ataviadas con banderas de los dos sindicatos tradicionales, protestaban ante el que parecía el final del edificio. Todo apuntaba a que esas dependencias, que pertenecían al Ayuntamiento, serían escombros en cuestión de meses.
“Si la cosa no se tuerce”, rezaba una crónica del diario El País, el trabajo de los dibujantes Adolfo Blanco y Javier Ferrero se demolería para, irónicamente, levantar en su lugar un gran edificio dedicado a la arquitectura: la del argentino Emilio Ambasz. A cambio de ocupar aquel lugar, a pocos pasos del Museo Thyssen o el Museo Reina Sofía, la fundación que este dirige costearía los 13 millones de euros que supondría la obra. Pero la cosa se torció: al menos, para los partidarios de la galería. El Ayuntamiento viajó, un año después de que el edificio quedara vacío, desde las manos de la derechista Ana Botella hasta las del grupo de izquierdas Ahora Madrid; quizá más partidarios de atender a los cinco informes, revelados en enero por El Independiente, que desaconsejaban levantar el proyecto. El pasado 6 de mayo, diferentes asociaciones ocuparon aquel inmueble apuntalado en 1936. La Ingobernable, la llamaron, en honor a la calle del Gobernador: la más pequeña de las dos vías que flanquean el solar, y que lo separa del CaixaFórum. Entre algunas de sus reivindicaciones estaba, claro, evitar que se derribara el inmueble. Y Jorge García Castaño, concejal del distrito, aclara: “El derribo no ocurrirá, de ninguna manera, porque no está legalizado”.
Cuando se proyectó en 1932, el inmueble pretendía alojar la junta municipal del distrito de Retiro, al otro lado del paseo del Prado, y esa fue su función durante décadas. Más allá de las dependencias sanitarias, que solo ocupan la quinta parte del edificio, se encontraban grandes aularios —más adelante alquilados por la Universidad de Educación a Distancia—, y de ello dan cuenta los letreros que aún hoy numeran las clases, las pizarras sobre las que los activistas han anotado sus proclamas y los pupitres de madera presentes durante las asambleas. Los encuentros y actividades, así como los sacos de dormir, permanecen en la segunda altura del inmueble, a la espera de que, paso a paso, se vaya acondicionando el edificio entero. En ese piso de techos más altos se encontrarían las dependencias administrativas y el despacho del concejal del distrito, adivina Pablo Bachiller, arquitecto y parte del grupo de activistas. Entraron allí tras una manifestación, a la que no faltaron miembros de otras experiencias de ocupación, bajo el lema Madrid no se vende.
“Siento la impotencia de enfrentarme a la ignorancia. ¡Si mi padre supiera que el edificio ha quedado para los okupas!”, clama Adolfo Blanco, hijo de uno de los dos arquitectos, y llamado como él. Cuando, de niño, el autor del inmueble le llevó a la junta de distrito para que le curasen una herida, le contó que esta llevaba su firma. Según Bachiller, “ese tipo de edificio integral era habitual en Madrid durante la Segunda República. Allí, además de hacerse política, se ofrecía sanidad y educación a los vecinos. Hay más inmuebles de este tipo, en Chamberí o en el barrio de las Letras, que hoy se están demoliendo”. Y otro cartel recuerda que la limpieza atañe a todos los miembros de la casa. El verano se echa encima y quizá en la azotea, sobre las copas de los árboles del paseo del Prado, se aloje para entonces un cine. Es una decisión que aún no se ha tomado, y allí arriba, en un pequeño torreón, yacen amontonados viejos volúmenes del BOE que parten de 1941.
Hay más inmuebles de este tipo, en Chamberí o en el barrio de las Letras, que hoy se están demoliendo
El poste de un andamio, tumbado e incrustado entre una balaustrada y una puerta, bloquea la gran entrada en chaflán del edificio. En otro de los dinteles, y a pocos pasos de un letrero que reza Casa de Socorro, los activistas hacen guardia por turnos: a veces, separados de los viandantes por un gran candado. Son ellos quienes limpiarán las plumas y los excrementos de palomas que, durante años y junto a otros escombros, se han acumulado en algunos de los pisos del inmueble. También son los dueños temporales de un edificio que, hasta julio de 2013 —meses después de que Ambasz presentara su proyecto de museo—, contó con una protección de segundo grado: esta ponía en valor su escalera y su fachada. Es la misma con la que, en Madrid, cuentan los edificios de barrios históricos como Chueca, Tribunal o Salamanca, así como el célebre Matadero.
En las mismas dependencias que antes mantenían despiertas el doctor Sierra y su equipo, de unas 18 personas, hoy se encuentran muebles destartalados y agujeros en los techos, los cuales dan cobijo a un sinfín de nidos de palomas. En algunos de los baños apenas queda un boquete, donde antes hubo un inodoro. Los nuevos habitantes del inmueble, en su mayoría jóvenes, prueban el interruptor de cada una de las salas al llegar a ellas: solo hay luz en algunos de los tramos del edificio y el agua se presenta al abrir según qué grifos. Las sillas de oficina aparecen, de forma azarosa, en medio de un pasillo o en la misma azotea, y las ventanas de la primera altura están enladrilladas. Unas flechas, dibujadas en folios y pegadas con celo a las paredes, ayudan a no perderse por los más de 3.200 metros cuadrados, 65 salas y cuatro pisos del edificio.
Aunque estas dependencias aún son propiedad del Ayuntamiento, García Castaño culpa de la dejadez a Ambasz. Su proyecto de museo nunca tuvo luz verde, pero hay un documento según el cual el edificio está cedido, durante 75 años, a su fundación. “Aún estamos deliberando, y esa cesión es muy cuestionable. Tenemos que hablar con todos: con quienes están en el edificio, con los vecinos y los comercios. Y actuar desde la escrupulosa legalidad”, anuncia el concejal, que también se pregunta si este era “el mejor momento político” para ocupar el inmueble. Él, lo reconoce, aún no lo ha visitado; tampoco lo había hecho antes del 6 de mayo.
“Los edificios empezaron a desaparecer del catálogo, desde la arbitrariedad, cuando llegó Ana Botella. La complicidad entre el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, en ese sentido, había sido inédita hasta entonces”, afirma Amparo Berlinches, presidenta de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Su organización presentó una denuncia, hace dos años, pidiendo que no se tirara el inmueble. Junto a ella, agregaron el informe de un experto. “Es difícil encontrar profesionales que reproduzcan las sencillas verjas de las ventanas de los bajos o la forja de las puertas. Las paredes de ladrillo están bien rematadas. [Es] un edificio discreto, que se integra con toda naturalidad en el paisaje urbano al que pertenece y dignifica”, reza el documento, firmado por Carlos Enrique Guijarro.
Los edificios empezaron a desaparecer del catálogo, desde la arbitrariedad, cuando llegó Ana Botella
Según intuye el texto, y dado que el arquitecto Ferrero murió al despertar la guerra civil, quizá esta sea, si no su última obra, el trabajo póstumo de quien diseñó el gran puente que vuela sobre la calle de Segovia, o el mercado de frutas y hortalizas de Legazpi. Como él, Blanco pasaría su carrera trabajando para el Ayuntamiento. Este otro autor, aunque de tradición romántica, volvió de una beca en Roma enamorado del racionalismo, y acabaría dirigiendo la madrileña Escuela de Arquitectura. “Ferrero era mejor arquitecto, pero mi padre firmó cientos de viviendas por toda la ciudad”, anota su hijo. Madrid, Ciudadanía y Patrimonio aún no ha decidido si reclamará que se devuelva al inmueble su grado original de protección. Es un estatus que permitiría la propuesta de José María Ezquiaga, al frente del Colegio de Arquitectos de Madrid, aunque él, en situaciones como esta, sienta que “las protecciones retóricas convierten los edificios en sepulcros”. Para él, ese CaixaFórum al otro lado de la calle marca el camino: mantuvo algunos de sus elementos y alteró otros. Ni Berlinches ni él, en cualquier caso, temen a los okupas.
“Como en la Tabacalera, en estos edificios hay grandes viveros de creatividad. La cultura siempre crece mejor de abajo arriba. No defendemos que se infrinja la ley, pero sí que las instituciones se den por aludidas”, propone el decano. De momento, los miembros de la casa se han comprometido a no tolerar un solo grafitti. Al mediodía, es una mujer mayor quien custodia la única puerta abierta de La Ingobernable, y prefiere hacerlo sin candado de por medio. Cuando un viandante le increpa por lo que allí ocurre y clama contra la llamada nueva política, ella levanta la voz. De joven, perteneció a uno de los sindicatos tradicionales —aquellos cuyas banderas ondearon durante el otro desalojo, y que alejó de su lugar de trabajo al doctor Sierra y su equipo—. Pero los tiempos, responde ella a su conversador, han cambiado.
Era marzo de 2014 cuando al doctor Ramón Sierra le tocó recoger, entre suspiros, su despacho; el mismo en el que había trabajado durante más de tres décadas. Porque él fue el primer, último y único director de aquella oficina de planificación familiar aledaña al madrileño paseo del Prado. Durante los mandatos de...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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