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La primera vez que Rajoy enterró la cabeza en un plasma fue hace ya cuatro años. Lo hizo acorralado por la vergüenza. Para un señor de bien criado en provincias no debió resultar sencillo todo aquello. Un país entero observándole con el culo al aire, dándole apoyo al mangoneo a cuatro columnas, “Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos”. Qué bochorno, dijeron en el pueblo. Muchos entonces dimos por hecho que se iría. No lo hizo. Y desde ese momento cambió todo. La última ocasión en la que Rajoy ha intentado pasar a estado plasmático ha sido recientemente y en vez de la vergüenza le ha movido el descaro. Una vez comprobado que España lo aguanta todo, ¿por qué cortarse?
El pasado sábado Rajoy se plantaba en Cardiff y, ante los reporteros desplazados a la final de Champions, respondía preguntas con el desparpajo que da estar de cuerpo presente. Sin escabullirse, sin balbucear, sin ni siquiera quejarse de que los periodistas hicieran preguntas. Sin su tradicional guiño de ojo que emerge tras cada nuevo caso de corrupción. Relajado. Isco está jugando un magnífico final de temporada y merece, sin duda, ser titular ante la Juventus por delante de Bale, declaraba antes del partido en el palco un presidente en su salsa. Un presidente viajando por fútbol para el que no parecía suponer ningún conflicto haber alegado días atrás, y sin sonrojarse, problemas de agenda, de desplazamiento y de seguridad para evitar acercarse a declarar a la Audiencia Nacional. Que los jueces tuvieran que agarrarle de la oreja y obligarle a la mínima decencia de aparecer fuera del plasma tampoco hizo que el presidente se sonrojara.
La falta de pudor es ya en Rajoy marca personal, un estilo político que se contagia entre los suyos. Se contagia a ministros de Justicia, a los que creemos ver en la cuerda floja cuando se descubre que intercambian mensajes con corruptos investigados: “a ver si se solucionan ya estos asuntos, Ignacio”. Cuando al preguntarle, el señor ministro responde que por asuntos se refería al tiempo, que está muy loco últimamente, caemos en la cuenta. Qué ingenuos. Estamos manejando una escala en la que la decencia y el pudor tienen su importancia, una escala que ya está obsoleta. Una nueva era se ha impuesto. El estilo Rajoy se contagia a fiscales generales o diputadas, que defienden, por supuesto sin sonrojarse, que el jefe anticorrupción evada impuestos con sociedades offshore: “¿Qué pasa, que tiene que ser pobre de solemnidad?”. Se contagia y se potencia cuando el presidente despacha con un “eso son chismes” asuntos que serían graves en cualquier otro momento y lugar que no fueran estos. O cuando, interpelado por berlusconizar la política española al quitarle importancia a los muchos casos de corrupción, el presidente Rajoy le responde a un senador “beba usted tila y no tanta Coca Cola”. Hay profesores en barrios conflictivos que se sorprenderían al recibir una respuesta así tras pillar a un alumno robando en el instituto. Los asientos populares del Senado casi se vienen abajo entre risas y aplausos de furor. Estuvo sembrao. El rafahernandismo en sus mejores momentos.
Cuando algún día deje de gobernarnos, el legado de Rajoy no será otro que este. Normalizar la falta de pudor como costumbre política aceptada y apoyada en las urnas. Un éxito para él, un problema para el país. No me cuente usted chismes, podrían titularse entonces sus conferencias, en las que el ya ex presidente Rajoy cobraría por explicarle a jóvenes emprendedores sus experiencias en liderazgo y marcar estilo. Si encuentran problemas, miren hacia otro lado a ver si se arreglan solos. Si les preguntan, niéguenlo todo aunque sea evidente. Cuando los problemas rebosen, un chascarrillo les podrá servir para salir del paso. Ya tal. Entonces dejen de admitir preguntas. Los valores están sobrevalorados. Sáquenlos de su gestión. Son un peso inútil. Intenten escaquearse de las citas importantes. Manden a otro. Obviamente no hablo de fútbol. Apoyen públicamente a todos y cada uno de los sospechosos de meter la mano en la caja de su empresa. Háganlo una y otra vez hasta que su palabra ya no valga nada. Tener palabra también está sobrevalorado. Cuando la palabra ya no sirva, cuando los valores ya no pertenezcan a la escala de medida de las cosas, mentir, esconderse en un plasma, negar la realidad o poner excusas insultantes será coser y cantar. En ese momento ustedes y solo ustedes habrán ganado. Les hablo desde la experiencia.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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