Pedro Sánchez y la Santísima Trinidad: última oportunidad
El objetivo del nuevo PSOE parece ser la convocatoria de elecciones en octubre o noviembre, descenso del voto de Podemos y Ciudadanos mediante, y previa caída en desgracia de Rajoy
Rubén Juste de Ancos 21/06/2017
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Pedro Sánchez.
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Pedro Sánchez puede quedar como el líder que movió al PSOE a la izquierda. Pero también puede que sea recordado como aquel que borró la historia del PSOE para escribir su “último capítulo”. Una estrategia arriesgada, que le ha llevado a negar la preeminencia del fundador del PSOE de la Transición, Felipe González, y a reivindicarse como padre, hijo y espíritu santo de la izquierda, blandiendo la bandera clásica del socialismo, bajo el canto de la internacional y puño en alto.
Borrar para construir, incluso su propio pasado. El diario El País, en su rabioso editorial post Congreso, ponía a Sánchez ante las contradicciones de esta estrategia, y le preguntaba si acaso el PSOE de Zapatero, de González, no era de izquierda y era neoliberal. Siguiendo este planteamiento, el periódico animaba a reflexionar entre líneas si Pedro Sánchez reniega de su propio pasado en el PSOE. El País hablaba de cisma, el mismo término que aparece en editoriales y declaraciones, veladas o más explícitas, que demuestran que Pedro Sánchez ha optado por un camino sin retorno: dejar al socialismo sin sus siglas, sustituirlo por su palabra de unir y conciliar hacia afuera. Lo cual significa renovar el partido vía liderazgo carismático, e imitar los gestos de Podemos para restar valor a su estrategia.
Se trata de asumir unos símbolos que para Podemos están en un segundo plano (según el último barómetro del CIS, únicamente el 17,9% del votante del 26J de Podemos se declaraba socialista o socialdemócrata), y sus valores (plurinacionalidad), para desvirtuar el centro de la propuesta de los morados: la enmienda a la totalidad. Es decir, dirigirse hacia un nuevo modelo social, territorial e institucional que afronte los graves problemas de corrupción sistémica y la petición de un referéndum en Cataluña; un marco del que únicamente se sale con un proceso constituyente, no hay otra salida.
Dadas las declaraciones y documentos salidos del XXXIX Congreso del PSOE, parece que Sánchez ha optado por una estrategia intermedia, electoralista
La tesitura parece acercarse a aquella de finales de los 70: el PSOE de Sánchez debe decidir si acepta ser un actor central de la restauración bipartidista o si se suma a una ruptura democrática constituyente que abra una nueva etapa en la historia de España. Dadas las declaraciones y documentos salidos del XXXIX Congreso del PSOE, parece que Sánchez ha optado por una estrategia intermedia, electoralista. Una solución de “consenso”, que implica a Ciudadanos, Podemos y a las bases sociales hasta ahora alejadas del PSOE, como las del 15M, a quienes pretende unificar bajo el difícil paraguas de un socialismo mesiánico. El objetivo sería borrar la historia de capitulaciones recientes, y de paso dividir a los electores de los nuevos partidos. Eso significa distanciarse de la reforma laboral de Zapatero, la fusión de Caja Madrid o el artículo 135, por nombrar sólo algunas. Todo ello parece haberlo reflexionado Sánchez, habilidoso jugador, que ha apelado desde el principio a la importancia del 15M, dibujándose como un simpatizante más, y recurriendo a un elenco nuevo de referentes “limpios”, como José Félix Tezanos o Manuel Escudero, que desplazan al sospechoso Jordi Sevilla. Solo unos meses separan a uno y otro Sánchez, que trata de pasar página para asaltar los supuestos símbolos de Podemos: él no es 100% PSOE, es “La izquierda”.
Otro aspecto que define esta estrategia es la ambivalencia de sus dos adversarios estratégicos: el neoliberalismo y el PP. Pedro Sánchez, como hizo en su campaña, no dispara directamente contra esos poderes en su totalidad, pues sabe que puede jugar con ellos aprovechando la información de que dispone; y aprovecha el hecho de que estas tramas están más enfrentadas que nunca: los constructores y capitalistas patrios basan su supervivencia en la dirigencia del PP, que está de retirada y con carretera directa a Soto del Real. Mientras, los líderes de las grandes finanzas --que ahora apoyan a De Guindos y a Rivera por igual- se mantienen pragmáticos, y Sánchez sabe que pueden volver a una apuesta de gobierno del PSOE en alianza con Ciudadanos.
Sánchez sabe también que la trama transnacional apoyará al partido que cumpla lo pactado, aquel que pueda liderar un gobierno y, ante todo, aplique las recomendaciones que Ciudadanos ha escuchado en Chantilly (Virginia, sede del último encuentro del Club Bildelberg) y que deben ser seguidas durante la legislatura: continuar el proceso de concentración bancario, apuntalar la reforma laboral, privatización paulatina de las pensiones, y reformulación del sistema de salud público.
A ello hay que sumar un pacto de estabilidad que tiene como instrumento principal el veto presupuestario del Gobierno, que aplica sistemáticamente con el apoyo de Ciudadanos a las medidas propuestas por la oposición. Sus promotores definen, no negocian, pues la continuidad de sus inversiones cruzadas, en el planeta y en España, depende de su estricto cumplimento: son una trama global de poder económico y político, comandada por representantes de grandes bancos de inversión, que controlan ya un conjunto amplio de Occidente (deuda pública, grandes empresas, banca y sector inmobiliario) y que no están dispuestos a dejar un cabo suelto: ni los salarios, ni los rescates bancarios, ni el pago de la deuda.
Uno de sus referentes es Durao Barroso, que impuso el ajuste tras el rescate de 2012 a España como presidente de la Comisión Europea y que ahora lo hace desde Goldman Sachs, la entidad que ha comprado deuda española para financiar la paga extra de las pensiones. Otro es el principal inversor del Ibex (18.000 millones) y también financista de las pensiones, Blackrock, cuyo líder, Larry Fink, aseguró que “quien gobierne en España (…) debe ser responsable de los compromisos adquiridos, que son compromisos de Estado y no de un gobierno concreto”. Para este grupo, la política es una constante y no una variable: sólo hay una forma de hacer las cosas, su forma de hacerlas.
se trata de volver a la casilla de salida del 20D, en la cual se planteaba que los intereses de Ciudadanos y Podemos son conciliables, y que el PSOE puede ejercer un liderazgo que supere las diferencias irreconciliables
Ante este bloqueo político ab initio de la política española –condicionada por poderes internacionales--, Sánchez toma la resolución de lo que se puede llamar ya como “Concilio del 39”: jugar la liga nacional para erigirse en símbolo de la trinidad populista: encarnar el socialismo puro, unificar el partido y plantear un eje sobre el cual tienen que pivotar Ciudadanos y Podemos para que no suponga un drama para esta trama global. Lo cual supone echar a Rajoy, al tiempo que mina –lo más importante para esta trama- el poder de negociación de Podemos, al asociarlo a las “fuerzas del cambio”. Es decir, se trata de volver a la casilla de salida del 20D, en la cual se planteaba que los intereses de Ciudadanos y Podemos son conciliables, y que el PSOE puede ejercer un liderazgo que supere las diferencias irreconciliables.
El punto débil de Sánchez es su propio pasado, a pesar de que José Felix Tezanos haya dicho que “Pedro es ahora una persona distinta”, ensalzando su conversión. Por ello, no es difícil interpretar el 39º Congreso desde un cierto maniqueísmo, que indica que su acercamiento a Ciudadanos no es parte del voluntarismo de Sánchez, sino fruto de una reflexión. Ese acercamiento niega la realidad de la coacción del Ibex que él mismo se encargó de difundir en televisión, y al que también le puso nombre: Telefónica, La Caixa y PRISA, es decir pura estrategia Ciudadanos, que presume de ser el guardián del PP y PSOE para que queden fuera del ámbito de influencia de Podemos. Rivera ya lo ha dicho por activa y por pasiva: ellos nunca pactarán con Podemos.
El hecho de considerar iguales a Podemos y Ciudadanos, escogiendo una política de símbolos puros de la izquierda y reunificando la organización en torno a su renovado liderazgo sin contar con los barones territoriales tiene todos los visos de constituir una ofensiva electoral: recuperar los símbolos de la izquierda que mató Felipe González, reafirmarse ante sus propios electores que demandan esos símbolos, y presionar desde una fórmula parcialmente alentadora –pero también desmovilizadora– a aquellos que se identifican con el 15M, es decir, evidenciar que la novedad o ruptura no tiene cabida fuera del PSOE (Podemos), ni su oposición se encuentra dentro del PSOE (Zapatero, Rubalcaba, González).
Este modelo de acercamiento a los electores lleva a desmovilizar al electorado joven y busca atraer al electorado de “identidad” socialista y socialdemócrata de Podemos y Ciudadanos (según el CIS, del 17,9% y 17,8% de su voto el 26J, respectivamente). Es la vía para llegar al gobierno con una estrategia basada en símbolos de “La izquierda” que no compraría un votante desencantado con las derrotas y traiciones de esa izquierda, menos aún el votante joven no adscrito. Por tanto, su ofensiva hacia Podemos es clara, y va dirigida a arrinconar a su electorado en la discusión izquierda-derecha. A ello se suma el desaliento que puede provocar la imposibilidad de un pacto con Ciudadanos y Podemos.
su ofensiva hacia Podemos es clara, y va dirigida a arrinconar a su electorado en la discusión izquierda-derecha. A ello se suma el desaliento que puede provocar la imposibilidad de un pacto con Ciudadanos y Podemos
En resumen, se trata de atraer a una parte de Podemos, desmovilizando al sector central y mayoritario del mismo. Para ello, primero ha de replicar parcialmente la línea política progresista, la plurinacionalidad nominal (sin derecho a decidir), anunciar políticas redistributivas y de fomento de empleo (a sabiendas del veto presupuestario que apoya Ciudadanos), y promover la ansiada caída de Rajoy, alentando la moción de censura. Al mismo tiempo, provocar a Podemos con la necesidad de una alianza con Ciudadanos, a sabiendas de la negativa de ambos, y el enconamiento que provocaría, tanto entre ambos partidos como en su interior. El objetivo no muy lejano es la convocatoria de elecciones en las postrimerías del referéndum catalán (1 de octubre) y de la cascada de casos de corrupción en el PP, descenso de la intención de voto de Podemos y Ciudadanos mediante, y previa campaña de acoso y derribo a Rajoy para que dimita. El PSOE llegaría así a las elecciones anticipadas en condición de mayoría en una correlación de debilidades.
Más cerca de Macron y de Valls que de Corbyn, Sánchez parece basar su estrategia en la desmovilización selectiva de los electores y en una abstención récord (más del 50% del censo). Es cierto que hay diferencias, pero “La izquierda” apela a “En Marche” en tanto que llama a descentrar el eje constituyente de Podemos y fuerzas progresistas afines, es decir, la necesaria base para una fuerte movilización (sobre todo en las llamadas nacionalidades históricas). La historia de Pedro Sánchez y su estrategia lleva a desconfiar, es cierto, pero sólo el tiempo dirá si ha de ser recordado como el líder que reflotó el pacto de las izquierdas, o como el que llevó a su última etapa a “La izquierda”. Hay poco tiempo, pero la posibilidad de cambiar el orden de las cosas existe. Para empezar, leer a Miguel Hernández y recapacitar.
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Rubén Juste de Ancos
Doctor en Sociología. Asesor de Unidos podemos en el Congreso. Amante del periodismo de Marx e Ida Tarbell. Esta decía que "no hay medicina más efectiva para llegar a los sentimientos de un público fervoroso que las cifras".
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