Dietario de un insoportable / 3
Un tontorrón muy pobre y poco profesional
Tercera entrega de una selección de las ocurrencias volcadas en Facebook por el autor a lo largo de la semana
Sergio del Molino 25/06/2017
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Una selección de las ocurrencias volcadas en Facebook por Sergio del Molino a lo largo de la semana. Sin meditar, sin releer, casi sin corregir. No se extrañen de que una cita contradiga a la siguiente. Se intenta que lo frívolo y lo banal ganen a lo serio, y lo literario a lo político, pero no siempre se consigue
1.
Voy a ensayar para la promo del próximo libro:
-- ¿Y cómo te ha dado tiempo a escribir otro libro tan rápido?
-- Me pasé escribiendo casi todo el tiempo que tú dedicabas a injuriarme por las redes.
2.
Los comienzos en la escritura de mi hijo. Escribe una película titulada Lucha contra cubos 3 (las dos primeras fueron éxitos sonadísimos, seguro que las visteis en su momento), que empieza así: “Untonto q esellamava serjiodelmolino”.
-- Pero no eres tú --aclara--, es una cosa que pongo para hacer gracia al público.
Sigo leyendo: “Srjiodelmolino esuntontoron”.
-- Es que eso le gusta mucho al público-- dice. Yo asiento. Efectivamente, un protagonista idiota augura comedia de la buena.
Sigo leyendo: “Desayunababosas”.
-- Eso es lo mejor--, apostilla.
Voy a la última página: “Yacuiacaba Estamalabiyosa istoria”.
3.
Nunca he tenido nada, pero digamos que, de un tiempo a esta parte, ya no puedo decir, técnicamente, que soy pobre. Y no lo he notado por mi prodigalidad, ni por mis relojes de oro, ni por los cochazos que conduzco, ni por las piscinas de mis mansiones, sino por la forma en que me tratan en el banco cada vez que voy a que me sellen un papelico. Antes, se deshacían de mí rápidamente, sin ni siquiera mirarme. Ahora, intentan retenerme un minutito más de lo que dura la gestión. Me ofrecen cosas, me dan folletos, me dan consejos sobre productos financieros y me sonríen mucho. Todo lo cual hace que me entren ganas de cerrar todas las cuentas y marcharme al banco de enfrente, sea cual sea.
4.
Décadas de dominio del coche han hecho a los peatones seres temerosos y orillados a las fachadas. Desde hace años, una parte importante del centro histórico de mi pueblo es semipeatonal. Avenidas antes colapsadas por el tráfico son hoy lugares por los que pasa el tranvía y unos pocos vehículos autorizados (residentes para garajes, carga y descarga, taxis para hoteles y emergencias). Sin embargo, la gente sigue caminando por la acera. Podríamos caminar ocupando todo el ancho, con más despreocupación y alegría, pero casi nadie lo hace. Como si los coches siguieran mandando en la calle. Coches fantasma. Aunque no pasen tranvías ni haya nada con ruedas a la vista, la gente va por la acera y sólo ocupa el centro para cruzar.
Creo que deberíamos animarnos a ir abandonando ese miedo. Hace tiempo que procuro caminar por el centro en esas calles (si da la sombra) y no cedo el paso a los coches, que suelen ser agresivos y tienen tendencia a pensar que conservan una prioridad que han perdido: en una calle peatonal, el coche debe pararse siempre que se cruce con un peatón, nunca al revés. Así que no me detengo, les obligo a frenar. Algunos no frenan y casi me atropellan. Otros frenan con disgusto y me lanzan miradas asesinas, incluso me increpan. Pero me da igual: la calle no es suya, coño. Y la única forma de que aprendan que circular por ahí es un privilegio lleno de restricciones es que los peatones volvamos a caminar sin miedo ni pedir perdón.
5.
33 grados a las once de la noche, y el gobierno sin dimitir.
6.
Cenando con la radio, Daniel me pregunta qué dice la señora que habla.
-- Pues es una cocinera que ha ganado un premio a la mejor ensaladilla rusa, y está explicando su receta, y tiene una pinta deliciosa.
-- Bueno, como tú haces la mejor ensaladilla que he probado, si quieres, mañana te puedo hacer un trofeo propio.
Y con esta cursilada, despido el día, gordo de ego y de amor hasta reventar.
7.
A menudo, la profesionalidad sirve de coartada para la exculpación ética y moral, para el desdoblamiento, para dormir tranquilo por las noches creyendo que quien comete las barbaridades de día no es el mismo que besa a sus hijos en la cena. Pero creo que hay una forma de entender la profesionalidad desde un compromiso ético muy férreo, un compromiso con los propósitos que animan el trabajo. Por eso, los profesionales más radicales, en vez de ser mandados, dóciles, obedientes o personas que se lavan las manos en el orden establecido, se empotran contra el sistema y pueden acabar expulsados de él, hechos trizas.
Os contaré una historia de violencia obstétrica. Cuando nació (por cesárea) nuestro hijo Daniel, Cris había firmado un documento de donación del cordón umbilical (si alguien no lo sabe, el cordón es riquísimo en células madre y sanguíneas que pueden tratar un montón de enfermedades mortales y se usa como sustituto del trasplante de médula). Para nosotros, por motivos más que obvios, era importantísimo donar ese cordón, pero Daniel tuvo la mala suerte de nacer en sábado. Por eso, cuando bajaron a Cris al quirófano y avisamos, como simple recordatorio, de que queríamos donar el cordón, la enfermera al cargo nos dijo que eso era imposible, que era sábado y que no había gente para atender nuestros caprichitos. Bajamos bastante angustiados, sin saber a quién recurrir, un poco alucinados ante la negativa tajante. La enfermera se acogió a la normativa laboral y a la organización del hospital: a joderse.
Pero, en el quirófano, el doctor al cargo hojeó el historial, donde figuraba la muerte de Pablo y el documento firmado de donación del cordón. Le dijo a Cris: “Muy bien, ya veo que queréis donar el cordón”. Y Cris le respondió: “Pero me ha dicho la enfermera que no es posible, que es sábado”. “¿Cómo?”, respondió el médico. Y Cris le contó lo que nos había contado esa mujer. La reacción del médico fue levantar un teléfono y ponerse a dar gritos: “¡Quiero que baje alguien inmediatamente aquí a recoger este cordón! Me da igual, no se va a desperdiciara un cordón umbilical porque haya alguien librando, quiero que baje alguien inmediatamente a hacerse cargo del traslado”.
Y así se hizo.
Seguramente ese médico sea pasto del odio de quienes tuvieron que trabajar de más, fuera de sus estrictas atribuciones. Seguramente sea tenido por un tirano, por un explotador que no respeta los descansos ni condiciones laborales ajenas, pero eso es lo que le hace grande como profesional, y lo que hace que su profesionalidad sea una expresión de su humanidad: era evidente, del más puro sentido común y elementalísimo, que la recolección y conservación de un cordón umbilical que puede salvar la vida de un enfermo gravísimo está muy por encima (estratosféricamente por encima) de las pausas para el café y de los turnos de libranza de cualquier persona del mundo. Un profesional es quien entiende qué es lo importante y hace lo que haya que hacer para que se cumpla, sin importarle lo más mínimo el marco sindical, las limitaciones de presupuesto o sus propios bienestar e interés o los de su equipo.
Por eso pienso que hay un hilo que une la bondad con la profesionalidad, y por eso detesto a quienes se escudan en la profesionalidad para camuflar no sólo su falta de ídem, sino su propia mezquindad, egoísmo y cobardía.
Aún no me cabe en la cabeza que aquella enfermera estuviese dispuesta a tirar un cordón umbilical a la basura porque su contrato no le obligaba a meterlo en una nevera y llevarlo al edificio de enfrente.
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Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
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