Centenario de Gloria Fuertes
Cómo leer a Gloria Fuertes
El centenario del nacimiento de Gloria Fuertes, que se celebra este mes de julio, ha excitado una atención periodística que, con sonoras excepciones, evalúa, no tanto su obra, como el espacio «insuficiente» que ocupa la autora en el canon
Carlos Pott 5/07/2017
Gloria Fuertes, en una imagen de archivo.
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Durante el año han aparecido varias ediciones nuevas de sus textos: entre ellas, una antología muy oportuna en Blackie Books, El libro de Gloria Fuertes, que encaja perfectamente con el sentimentalismo de obituario del periodismo cultural.
En El País, Elsa Fernández-Santos calificó el volumen de Blackie Books de «canónico». Y, en efecto, no había antes nada que pudiera pasar por un libro «canónico» sobre la autora, aún menos por la «edición definitiva» que aguarda a todo poeta canonizado. Blackie Books ha venido a hacer, con sus propios criterios comerciales, un trabajo que la filología había omitido. Entre la bibliografía anterior, los tres volúmenes que recogían la mayor cantidad de obra suya pertenecen a la colección Letras Hispánicas de Cátedra, que ha servido de sobresueldo a los profesores universitarios españoles desde 1973 y que, en ocasiones, parece el museo de los horrores del vocabulario crítico-literario de la academia en España. Son tres libros anómalos dentro de la colección, que no tienen apenas aparato crítico y ni una sola nota al pie: tres antologías profusas, que excluyen por completo la poesía infantil y acumulan poemas descuidadamente. En 1975, se publicó Obras incompletas, con un prólogo de la autora que es, quizás, el paratexto más citado sobre su obra; en 1980, Historia de Gloria, con un texto preliminar supuestamente más profesional, en el que el uso, ya en la contraportada, del adjetivo «inclasificable» para definir su «estilo», o la presencia de frases como «Su poesía tiene un tono popular del más rico sabor madrileño» deberían advertir de la dejación de funciones que lo preside. Finalmente llegó Mujer de verso en pecho (1995), que daba la oportunidad a Francisco Nieva de reclamar atención sobre sí mismo en el curso de un texto sobre la obra de su amiga y de proponer algunas de las paradojas inoperantes que se han repetido en todas las variaciones («…una poética simple y trascendente. Su discurso es sencillo, pero es profundo») y que inciden en uno de los vértigos que afronta el periodismo y la crítica respecto a la figura de Fuertes: aceptar su nítida simpleza.
Desde luego, Blackie Books no ha recogido las tareas que la filología había dejado pendientes, sino que diseñó el libro para que no pareciera exactamente un libro de poesía, sino un álbum personal, perfecto para regalo, que la autora habría legado a cada uno de sus lectores, merced a la simpatía personal que se supone que siente por todos ellos y merece recibir de vuelta. Pero, ¿y si este fuera el aspecto exacto que habría de tener un libro definitivo sobre Gloria Fuertes? Pongámonos en situación: el libro es una compilación de poemas organizados temáticamente, no por el contenido de los poemas mismos, sino según elementos que determinaron la vida personal de la autora (aunque los títulos son difusos y casi intercambiables: «Lo que pasa es que te quiero», «Y un beso, muy de tarde en tarde…»); todos ellos aparecen, no solo en un orden casi arbitrario, sino despojados de cualquier referencia bibliográfica o cronológica; así también los textos en prosa que se citan, de los que nunca se menciona el origen, ni tan siquiera si este es oral o escrito. Además, el libro incluye un prólogo en el que el antólogo relata su encuentro personal con la obra de Fuertes, que lo alinea generacionalmente con el target de la editorial, y una serie de fotografías de objetos de la autora sobre fondo negro que nos transportan a la más infeliz exposición de centro cultural.
Claro que, ¿qué podrían hacer los mecanismos de análisis textual, la investigación ecdótica y la retórica de la filología por la obra de Gloria Fuertes? Al fin y al cabo, se trata de una obra sin evolución, compuesta de poemas rápidos e imprecisos, de ocurrencias («Me gustaría tener una amiga / que se llamase Tenta. / Y estar siempre conTenta») que podrían no haber llegado a la imprenta, que a veces se alargan con métricas improvisadas y suelen terminar de forma abrupta con una rima estruendosamente consonante que intercepta toda posibilidad de una apertura semántica («Cuando dejé de amar / me puse a morir, / fue solo breve hora, / pero, / ¡qué malita se puso servidora!»). La crítica poética tendría que aceptar ser despojada de sus poderes interpretativos frente a una poesía declarativa y diáfana hasta la disrupción.
Tampoco hay mucho que decir sobre las influencias intelectuales de su obra. Si bien Gloria Fuertes elude el camino de espiritualización que la crítica cree a veces recorrer cuando se adentra en la indeterminación del significado, triunfa en ella otra mística poética automática: la de la vocación y la inevitabilidad de la poesía («Mi trabajo la poesía. / Mi vida la poesía. / Mi descanso la poesía. / Mi amistad mi tía.»). Sus otras ideas centrales no precisan de mucha más genealogía: que las guerras son malas y las ejecutan agentes oscuros a distancia insalvable de la comunidad de lectores, que la soledad es una marca de excelencia, si no intelectual, al menos perceptiva (poética), que el amor es una alteración vivificante… La llamativa idiotez de estas ideas y, sobre todo, su sensiblería desenfrenada, es lo que parece exigirnos que hagamos recaer sobre cada texto el peso de la experiencia de su autora e incluso da sentido a dos maniobras habituales del periodismo cultural que, aunque no es evidente que sean ilegítimas, es poco común que se reivindiquen de forma explícita, quizás porque son contrarias a las supersticiones de la crítica literaria: 1) el uso de una retórica de la afectividad y la empatía fundamentada en la familiaridad del nombre y el relato biográfico (instaurar la memoria afectiva como criterio de gusto) y 2) la rentabilización de una figura literaria para causas políticas.
Como en las paradojas de Nieva, lo habitual en la prensa ha sido bordear las evidencias inmediatas: «…y un poco de falsa ingenua tenía, de dragona que elige echar solo humo en tanto no la cabreen»; se prefiere atribuir su abrumadora ingenuidad expresiva a una táctica social. Otro caso: los textos periodísticos han insistido en recordarnos, o bien que Gloria Fuertes era mucho más que una poeta infantil, o bien que no lo era “más”, porque la de poeta infantil es ya la más alta de las tareas. Procurando ensalzarla, soslayan uno de los recursos más evidentes de su obra: la infantilización sistemática de los sentimientos y la expresión (por ejemplo: cuando los poemas comienzan con cierta riqueza figural son arrojados al final al desafuero expresivo: «lo que pasa es que te quiero»; «Cuando yo era pequeña, nadie me comprendía»; «no estoy buena / solo lo soy», «y se ha muerto mi madre», «no sé si soy feliz»…).
Lo cierto es que pocos poetas españoles del siglo XX han corrido mejor suerte crítica que Gloria Fuertes. Tengo entre mis manos un libro, edición de 2010, de la colección de Letras Hispánicas, de otro poeta español, solo siete años mayor que ella y con una fama póstuma algo rácana: Luis Rosales. Los poemas de los tres libros compilados en él son largos, complejos y llenos de dificultades textuales que la filóloga en cuestión se emplea en resolver en las notas al pie. Pero, antes de eso, en una introducción desasosegante, encontramos casi todos los clichés del lenguaje crítico de la Filología, incluyendo el abandono de la propia voz para asumir todas las supuestas convicciones del poeta. Esta retórica, la del embargo, la ha reproducido el lenguaje periodístico con Gloria Fuertes pero, después veremos, con muy otro sentido, y garantiza, o eso se pretende en ambos casos, la importancia del tema del que se trata: «Desde este instante, será consciente de que un poema no se escribe nunca de una sola vez, sino que se reescribe constantemente, como por vez primera, y se va revelando según transcurren los días y las palabras». La estructura oracional parece indicarnos que por fin el poeta llegó advertir lo que la filóloga sabía desde siempre. La cita continúa y confirma que la necesidad de esa poesía no es solo política o cultural, sino también de orden metafísico: «Ante un país devastado por la guerra, no se podía actuar y escribir de otra manera». Aunque el poema, el mismo trabajo filológico lo desvela, ha tenido muchas formas, no podría haber sido de otra, y así lo declara la convicción escasamente instrumental de que el poema es «verdad», «palabra del alma».
Gloria Fuertes sostiene esta idea peliaguda del poema como certeza inaplazable arrastrándola a una luminosa «idiocia» particular (que revoca toda aquella ontología de baratillo) de la que el periodismo se ha embargado: la presencia casi corporal de la poeta en el poema («soy así, como me estáis leyendo»), la urgencia y antinormatividad expresiva de un espíritu inconformista, aspectos que también validan la aproximación afectiva y que, aunque normalmente se explican a través de las referencias biográficas, se entenderían mejor por los juegos de palabras pueriles, las ocurrencias aforísticas, el desarreglo métrico y, en general, una dimensión anti-poética (anti-crítica) que desvela la materialidad de los procesos de creación poética.
Quizás la tarea de rehabilitar a Gloria Fuertes pase por asumir las enajenaciones dispares de los lenguajes que la han tratado (el periodístico, con exceso; a regañadientes, el crítico o filológico). De nada serviría rebuscar, como recientemente han hecho en redes sociales muchos lectores voluntariosos, entre las puntuales elevaciones estilísticas para demostrar la valía de la autora, pues su poesía es una contundente exploración de la incontinencia (la del ingenio, la confesional) que recoge con convicción materiales poéticos de derribo (juro que este poema es suyo: «Juega con mis ojos, / entretente con mis lágrimas, / juega con mis sentimientos. / Pero no te dejaré jugar con mi corazón, / porque lo rompiste, ¿te acuerdas? / y le he pegado / y no está seco todavía»); una poesía que dramatiza la fragilidad y la imperfección para rogarnos algo de cariño, y que así da carta de naturaleza al sentimentalismo periodístico, mientras desafía el trascendentalismo que maneja una crítica filológica que la ha excluido de todos los cánones y las historias de los libros de textos escolares aunque, y esto no es una paradoja, cope los libros de lectura escolares.
Que haya mecanismos en la obra de Gloria Fuertes (la evidencia) que inutilicen el trabajo filológico y parezcan reclamar un acercamiento biográfico, y que el periodismo cultural haya tratado a la autora con una afectividad cercana a la prevaricación son dos fenómenos dispares que apenas consiguen opacar: a) que la relevancia de la autora no depende de la declinación de ningún gusto: es una evidencia socio-cultural, a estas alturas; b) que, no habiendo razones sólidas para su descrédito, merece una evaluación crítica rigurosa que esté dispuesta a valorar, y si es preciso encontrar allí razones para afirmar su excelencia, una recepción de corte sentimental y la osada y vigorosa idiotez de su expresión («Hay veces que con la esperanza / no me alcanza»).
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Carlos Pott
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