Balneario cetequisté
El monstruo
La cultura española democrática es monstruosa y dinosáurica
Guillem Martínez 2/08/2017
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En verano, cuando las redacciones están a dos velas y hay que llenar diariamente esa caja vacía que es un diario, es cuando suelen aparecer noticias bizarras, como los avistamientos del monstruo del Lago Ness. Hay que llenar la caja, y se hace, por tanto, con lo que se tiene más a mano. Un monstruo. Es decir, un dinosaurio. Posiblemente se escoge a un dinosaurio porque es un animal que, de una forma u otra, existe desde hace millones de años: por eso mismo es por lo que está más a mano. El monstruo del Lago Ness es, por tanto, un indicativo de que los monstruos del verano son, simplemente, una presencia constante a lo largo no sólo del año, sino de los milenios. Son lo que surge cuando no tenemos tiempo de buscar otra cosa. El sueño de la razón produce monstruos. Pero la razón sometida a prisa produce dinosaurios.
La cultura española democrática es monstruosa y dinosáurica. Desde los ochenta es un lago apacible. Sin monstruos. O un monstruo en forma de lago apacible. Su función ha sido cohesionar la sociedad y seleccionar el catálogo de problemas disponibles. Es, por tanto, una máquina compleja de desactivar problemas. Quizás es la sombra de la sombra de la sombra de la gran aportación de las izquierdas al momento mágico y fundacional de la Transi. Eliminar los movimientos, eliminar una cultura problemática. Evitar que la sociedad quede abandonada a sí misma, llegue a conclusiones por sí misma, y la líe.
Esa cultura se levanta por la mañana y se pone a trabajar hasta la noche. Su trabajo es duro. Omite y vilipendia problemas, a la vez que potencia otros, y sus soluciones. Supongo que esos problemas son los famosos “problemas reales de los españoles”. A diferencia de los problemas –se supone que– irreales, transcurren en los medios, donde son planteados y modulados. Los puntos de vista vertebrados por esa cultura suelen tener algún tipo de relación con puntos de vista gubernamentales. O, al menos, su selección de problemas y de soluciones, su selección, vamos, de puntos de vista, no difieren de los gubernamentales, y no les molestan. Un intelectual español, consciente de su trabajo o no, sabe que su conciencia suele acaecer lejos de él, y que su función es la de depurar problemas. Desdramatizarlos y dramatizarlos, según su origen, según su capacidad de cohesión. Esta cultura funciona a tutiplén y con precisión aburrida once meses al año, en los que en los diarios construyen la realidad. Hay, no obstante, un mes diferente. Un mes curioso. En agosto, toda esta maquinaria cultural se llena, por imperativos del verano, de monstruos.
Los monstruos, la monstruosidad de esa cultura consiste en los suplementos de verano, en los que se llena la eterna caja vacía con los monstruos que se tienen más a mano. Es en verano cuando se reafirma el canon de monstruos, de intelectuales dinosaurio, de intelectuales desproblematizadores, de intelectuales que saben que gobierno y oposición lo hacen bien, y se interesan por los “problemas reales”. Es en verano cuando se experimenta y se introducen nuevas incorporaciones al canon que, si lo hacen bien, si no crean problemas para sí mismos y para sus lectores, podrán llegar a ser, con el tiempo, la sucesión biológica del canon eterno actual. Es en verano cuando una cultura monstruosa alcanza su momento de mayor esplendor y normalidad. Es en verano cuando una cultura --una literatura, una crítica de lo cotidiano, una determinada visión del arte y de la sociedad-- campa a sus anchas y dice lo que mejor sabe decir. Nada.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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