Sylvia Plath y Ted Hugues
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La noticia saltaba en The Guardian. Por fin se acumulaban las pruebas, inequívocas, de que el poeta Ted Hughes (muerto en 1988) fue un maltratador. Como en minutos la noticia se propagaba, puntual, pueden leer los detalles en su cabecera favorita. La palabra más repetida: “probado”. Si uno se toma la molestia de leer más allá del titular, lo que encontramos son una serie de cartas que Sylvia Plath envió a su psiquiatra, y que solo ha leído la periodista Danuta Kean, quien de una carta posterior al divorcio entresaca que Hughes le dijo a Plath durante una discusión que “deseaba verla muerta”. Es la única cita literal de la que disponemos hasta que se aclaren los derechos y las cartas puedan ser “subastadas” (el verbo aparece en varios ecos españoles de la noticia).
Los indicios son jugosísimos e incitan a toda clase de especulaciones (¿fue Hughes un maltratador? ¿se inventa Plath estos despechos? ¿calla Kean otros indicios de agresión? ¿debió morderse la lengua el poeta en mitad de la discusión?), pero como pruebas son una birria: pueden consultarlo con su abogado de confianza.
Hay considerables diferencias en el tiento con el que cada periodista ha ofrecido la información, pero lo más llamativo del asunto no es la coloración “ética”, sino la imposición estructural que subyace: todos parecen convencidísimos de que su deber era “ofrecer la información”, que no se podía dejar pasar una cosa así (¡un maltrato!), que el mundo debía enterarse de que Hughes le dijo a Plath que prefería verla muerta. Lo más normal del mundo. Pero un momento, un momento: ¿para quién está escrita la noticia? Desde luego no para los lectores de Hughes y Plath, que, tras la lectura de sus poemarios (finísimos informes sobre la capacidad destructiva de las fuerzas conscientes e inconscientes que nos sacuden de manera intermitente), ya se imaginan que estos dos eran capaces de decirse cosas mucho peores.
Los lectores de Hughes y Plath son adultos y la noticia está redactada para apresar la atención de mentes susceptibles de alarmarse ante insultos al borde de una disolución matrimonial (de momento es todo lo que tenemos o nos han querido dar), de excitarse ante la mínima insinuación de escándalo, y decididos a acudir allí donde se huelen que pueden sentirse moralmente superiores (ya no digamos si se trata de una lumbrera literaria). Se dirigen a un viejo conocido: al lector afecto al sensacionalismo, nuestro infantil de cabecera.
(Pueden quitar de aquí a Hughes y proponer cualquier otra excavación en las costumbres íntimas o en los comportamientos cotidianos de un escritor que ya no puede defenderse. El último, Juan Goytisolo).
El periodista cultural puede refugiarse en el “interés del público”. Pero, ¿cuál es el interés del público? ¿No conjetura la posibilidad de otra clase de lectores? ¿Por qué otro motivo iría esta “noticia” en las páginas de “cultura” si no es para cosechar tantos clicks como se pueda, para pegar el ojo del lector lo más cerca posible del banner de publicidad?
Un segundo argumento: contribuir a un marco benéfico superior, pasar el cepillo a contrapelo de la historia literaria y denunciar un maltrato. Esta no estaría mal, pero si de rigor de trata, ¿por qué no esperar a leer las cartas, dado que el acusado no puede defenderse? Y si se trata de “revindicar” a las víctimas, ojalá se pudiera resucitar a los muertos célebres y desde las páginas de cultura preguntarles cómo prefieren que hagan dinero con ellos.
El sensacionalismo puede ser inmundicia premeditada (¡vaya si puede serlo!), pero creo que en algunas secciones de cultura prefiere manifestarse como una inercia, ante la que, en nombre del gusto y de la inteligencia (y del propio orgullo), quizás convendría oponer algo más de resistencia. Al fin y al cabo, de la misma manera que es más fácil escarbar entre la arena de una tumba que escribir un epitafio que haga justicia a una trayectoria, es más sencillo remover conjeturas, psicoanalizar a las bravas o satisfacer el mezquino impulso censor hacia los muertos ilustres que decir algo inteligente sobre los poemas o los diarios, de Plath o de cualquier otro. Para lo primero basta con Google Translate; para lo segundo se necesita cabeza, oficio y talento.
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Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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