García en el país favorito de la Divina Providencia
Capítulo II. En el que García les explica su vida y les habla -no olviden ese nombre- de Puigdecabanes
Guillem Martínez 3/08/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
RESUMEN DE LO PUBLICADO: Dios anunció que vendría a España, su país favorito, a través no de una, sino de tres revelaciones marianas. Pero no ha venido. Así que el diario de García tendrá que ir tirando este agosto con lo que tienen más a mano. El Procés. Un enviado misterioso se reunirá mañana con García en su despacho, y le comunicará los planes del Govern para con las urnas. A García se la pelan las urnas, pero tiene un problemón. García no tiene despacho, sino que se gasta la asignación que recibe de su diario para un despacho en alimentos líquidos y sólidos. Desde que sabe lo de mañana, García es víctima del principal terror humano. El terror a que te pillen.
Cuando acabé la conexión con el señor Jabugo recogí el poster-forillo del interior de un salón-comedor de La Pedrera que había colgado a mis espaldas para dar el pego. Lo guardé en mi bolsa y salí del cibercafé del señor Cheng, el yerno del señor Chang. En mi casa, en fin, no había ADSL. De hecho no siempre había luz, ni siempre había agua. Sí, mi vida había cambiado. A peor. Si antes iba mal, ahora ya era la típica biografía de una gacela en un documental del National Geographic. Les explico.
Cuando acabó la crisis zombie del verano pasado mi vida dio un pequeño vuelco. Por una parte, mi reciente amistad con el Capitán Estadella, egregio periodista constitucionalista, repercutió en mi economía. Me propuso asociarme a él. Más concretamente, ser su negro. En pocos meses redacté para él tres libros, que se vendieron como polos. Supongo que los conocerán, si no es el caso de que sean tontos del bote y los hayan leído. Se trata de José Antonio para Veganos, editado por la Fundación Muñoz Molina, el libro de ejercicios aeróbicos En forma con Millán Astray, o el tan comentado Los Milennials deben ser esterilizados, premio Obra Social de la Caixa 2017. Debo reconocer que escribí esos libros nauseabundos con el nabo. Pero también que posibilitaron mi acceso al final de mes durante dos, snif, cortos trimestres. Estadella me pagaba un guano. Pero yo, Quimetta y los niños vivíamos con guano y medio. Finalmente, me cansé de la avaricia de Estadella y, en pleno brainstorming de planificación del libro, título provisional Caracas debe de ser la nueva Hiroshima, decidí finalizar nuestra relación mercantil a través de lo que que el Señor Jabugo, otro genio del periodismo local, denominaría un mensaje críptico, en el que, si mal no recuerdo, aparecían las palabras váyase, puta, mierda y Estadella.
Para aquel entonces -el otoño de 2016 se arrastraba- ya nos habíamos trasladado a Barcelona. La razón: mi diario consideró que necesitaba un corresponsal para cubrir la cosa Procés. Pagaban poco, pero pagaban. Además, el trabajo que implicaba era mínimo. Cada dos días enviaba un articulazo en el que siempre decía que "el desafío catalán avanza una nueva casilla". Fui, por tanto, el responsable de que el Procés, que se movía menos que un gato de escayola, avanzara en pocas semanas 100 casillas. Como que me aburría, para animarme me inventé un personaje. Puigdecabanes. Aún no lo sabía, pero en breve eso significaría mi ruina.
Cada dos días enviaba un articulazo en el que siempre decía que "el desafío catalán avanza una nueva casilla". Fui, por tanto, el responsable de que el Procés, que se movía menos que un gato de escayola, avanzara en pocas semanas 100 casillas
Se lo explico. Puigdecabanes era, en principio, el cerebro gris que estaba detrás de un plan certero para la independencia de Catalunya, en primer lugar, y la invasión de Alsacia, Lorena, los Sudetes y Polonia en una segunda fase. Como desde Madrid nadie me llamaba al orden, sino que me pedían más en esa línea, me desmadré y me desparramé con Puigdecabanes, personaje mío al que, como le pasaba a Tolstoi con los suyos, llegué a amar. Progresivamente le hice crecer. En pocos artículos pasó a ser el jefe de una organización secreta y armada, y un millonario catalán formado a sí mismo, que llegó a ser un pez gordo en New York, donde vivía como un rajá gracias a su olfato en el mercado de continuos. Me inventé que, en tan solo una semana de operaciones especulativas, había birlado a Soros el mercado de la plata. Como coló, y como en mi diario independiente de la mañana nadie decía ni pío, sino que me jaleaban, otro día solté que también dominaba el mercado de la butifarra. No podía parar, y fui más lejos. Le hice vivir en una mansión submarina, rodeado de esbirras uniformadas con minifalda dorada y protegido por un chino cuyo sombrero, que el hijo de puta sabía lanzar con puntería, tenía unas alas manufacturadas con titanio afilado. Lo llegué a caracterizar, en fin, como un Thomas Pynchon de la política catalana. Es decir, un ser cuyo rostro no conocía nadie, cuyos escritos aburrían a las ovejas, pero que tenía un plan personal respetado por la crítica e infalible.
Como desde Madrid nadie me llamaba al orden, sino que me pedían más en esa línea, me desmadré y me desparramé con Puigdecabanes, personaje mío al que, como le pasaba a Tolstoi con los suyos, llegué a amar. Progresivamente le hice crecer
Un día, por fin, recibí una llamada del Señor Jabugo. Temía esa llamada desde hacía meses. La juerga se había terminado. Jabugo me había pillado y me echaba a la calle. O eso creía. En realidad, el señor Jabugo me llamaba para pedirme que le hiciera una entrevista a Puigdecabanes, dado que yo era el único mamífero con el que el financiero catalán hablaba. Se me abrió el cielo. Le pedí pasta en efectivo para un viaje a New York, para un hotel, para alquilar una góndola que me llevara hasta un punto dado de la Bahía del Hudson en el que se ubicaba la mansión submarina de Puigdecabanes. Ya puestos, le pedí una equipación de hombre rana, un arpón, un cartón de marlboros y 20 euros para un taxi. Con todo ello montamos una Navidad en casa como hacía años que no vivíamos. Del nivel de un anuncio de turrones. Evidentemente, hice la entrevista desde mi casa. Para las fotografías, en las que aparecía un Puigdecabanes encapuchado mirando desafiante a cámara, como un líder cool de un IRA I+D, pillé al señor Chang. Porque esta era otra. El señor Chang también había venido a Barcelona.
Se lo explico también. Intoxiqué al señor Chang con la idea de que en breve Catalunya sería un Estado Indepe, submodalidad paraíso fiscal, y que, si se ponía las pilas y abría un negocio con sede fiscal en Barcelona, se pondría, además, las botas. En mi mente giraba el proyecto de seguir contando con los ingresos del señor Chang. Pero también me lo planteé como un reto personal. Si ya no podía engañar a un chino, como dicen el refrán, ya no podría engañar a nadie. Coló. En poco tiempo el señor Chang abrió Ta Puta Mare Feliç, que, aunque suena a chiste de nombre de ministros chinos, era la delegación catalana de la ya, en breve, firma multinacional Tu Puta Madre Feliz, restaurante chino. El Señor Chang estaba tan eufórico y auguraba tantos pelotazos que conseguí que, por contrato, me subiera en el organigrama de la empresa. De friegaplatos pasé a coach. Lo que en cierta manera me daba igual. No pensaba dar un palo al agua.
En poco tiempo el señor Chang abrió Ta Puta Mare Feliç, que, aunque suena a chiste de nombre de ministros chinos, era la delegación catalana de la ya, en breve, firma multinacional Tu Puta Madre Feliz, restaurante chino
Estadella, corresponsal, coach. Mis ingresos pasaron de miserables a escasos, lo que supuso un cambio radical de vida. Por primera vez en años podíamos salir de las secciones de Mercadona de lácteos, vegetales, animales de 100 patas y animales no reconocidos por la ciencia ni la OMS, y entrar, por la puerta grande, en las secciones de animales de dos patas, esporádicamente, incluso, de cuatro. Y ubicarnos cerca, muy cerca, de la pescadería. Estaba agotado. No dormía. Pero era feliz. Como el nombre de un restaurante chino.
Les explicaré la felicidad. La felicidad es algo sencillo. Es lo que explica Vian en L'Écume des jours. Una casa con un pasillo repleto de grifos de oro. Los rayos del Sol chocan contra los grifos de oro y caen al suelo, donde son recogidos por diminutos ratones simpáticos, que juegan con ellos. No teníamos grifos de oro, ni, afortunadamente, ratones simpáticos, sino tan solo, como todo el mundo en Barcelona, cucarachas. Pero eran simpáticas. Y yo, feliz como una anchoa. Hasta que dejé de serlo.
Quimetta y yo trabajábamos como mulas. Pero no salíamos del hoyo. La razón, el precio del alquiler en Barcelona. Por mucho menos de la mitad del alquiler de nuestro piso, los EE. UU. habían comprado Alaska a los Romanov. Y aún les habían dado dos mantas y un peine. Ese atraco a mano armada mensual arruinó nuestra economía precaria y nuestro carácter. Y copó de desánimo a una Quimetta cada vez más irritable y dada al berrido. Un día, en una discusión en espiral, descubrimos que ninguno de nosotros dos era uno de nosotros. Nos separamos. Desde el invierno no nos vemos. Pienso en ella cuando veo un grifo dorado o un ratón. Es decir, siempre que voy a Ta Puta Mare Feliç, local repleto de roedores que debería ser clausurado por Sanidad, si no fuera porque el Departament de Sanitat lleva cinco años consagrado, como todos, a la planificación del referéndum.
Rayos, mientras les explicaba todo esto ya he llegado al restaurant del Señor Chang. Creo que tengo un plan para conseguir un despacho para la reunión de mañana. Deséenme suerte, que hace un mes que el señor Chang no ve el pelo de su coach.
En la puerta del restaurant me topo con dos ratones. Juegan a los dados y escupen por el colmillo. Aún así, pienso en Quimetta unos instantes, antes de entrar. Y suspiro.
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí