CUATRO LUGARES DE VERANEO
Y 4. Madrid: bajo el asfalto no está la playa
Ángeles Caballero 23/08/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU. Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
“Es divertido pasar el verano en Madrid si sabes cómo”. “En agosto se está muy bien, aparcas en cualquier lado y no hay colas”. Tienen estas frases algo de espiritual, de creer en cosas aunque no las hayas tocado ni visto. Porque si te quedas en Madrid oliendo asfalto es de una tristeza inconsolable. Otra cosa es que vivas en casa con piscina, que trabajes de aquella manera y seas jefe de tu vida y de tu tiempo, que descubras al ligue que llevabas buscando el veintitantos de julio y que tengas una cuenta corriente que te permita aliviar las penas de verano dándote al hedonismo sin medida. Lamentablemente no cumplo ninguno de estos preceptos, aunque mi hedonismo de andar por casa me permite sobrevivir durante el verano y las otras tres estaciones del año.
Estoy enamorada de Madrid desde que tengo uso de razón. Pero como todas las parejas estables, cada cierto tiempo necesitamos nuestro espacio y poner distancia de por medio, así que llega un momento en el que todo me pesa: perder el autobús, el calor cuando hace calor y cuando no, las señoras que se cuelan en el mercado, las esperas entre las clases extraescolares y los vecinos que dejan la basura en el alcorque en vez de meterla en el contenedor cuando toca.
Estoy enamorada de Madrid desde que tengo uso de razón. Pero como todas las parejas estables, cada cierto tiempo necesitamos nuestro espacio y poner distancia de por medio
Me mata tanto Madrid que se me ha pasado por la cabeza hasta irme a pasar el día a Orihuela del Tremedal, que es el pueblo turolense en el que nació Jiménez Losantos y al que espero ir algún día para hacer el reportaje que no me hará ganar ningún premio pero sí el respeto de algunos de mis amigos.
Y eso que ambos, Madrid y esta vedette de barrio, hacemos esfuerzos por gustarnos. El otro día intenté cenar en los jardines de la Fundación Ortega y Gasset, a los que han customizado con tumbonas chill out, camareros con tatuajes y cuartos de baño portátiles; llegué con mis dos hijos a romper la paz de los jóvenes sin cargas familiares apostados allí y acabé en un Vips. Yo, que me había puesto los mejores stilettos de mi armario para parecer que el verano lo llevaba con una dignidad aplastante y sin canguro. Nada, que al final acabé en un Vips tomándome una ensalada. Pero qué clase de viernes es ése, amigas.
Vuelves por la Castellana y ves las terrazas llenas de muchachos y muchachas de buen ver dándote a entender que lo están pasando de miedo. A ver, que es agosto y estáis pringando como campeones, no me fastidies. Que ese bronceado lo has conseguido como muy lejos en el pantano de San Juan y en la piscina de la urbanización del amigo al que este verano te has unido más que nunca (gorrones). Tengo amigos a los que en verano les entran unas ganas locas de venir a visitarme porque tengo aire acondicionado. Soy El Corte Inglés del periodismo.
Tampoco ayudan esas terrazas pretenciosas que pretenden hacerte creer que estás en Ibiza o Puerto Portals, porque cuando sales está la parada de metro esperándote para volver a casa y no es lo mismo. En mi caso se añade que mis hijos odian mi trabajo y sus vidas, cuando descubren que algunos de sus amigos con padres con posibles desaparecen los dos meses y medio mientras ellos vagan de campamento en campamento urbano, encontrándose una y otra vez con niños con la misma desgracia, que no es otra que la de tener padres currantes.
Mi amiga África me dice para animarme que cogerse vacaciones cuando lo hace todo el mundo es una ordinariez. Que la gente de bien (entre la que no me encuentro) se va en septiembre, octubre, y siempre a no menos de seis horas de vuelo de España. Yo finalmente he conseguido llegar hasta Vigo, que no son seis horas de vuelo pero sí casi siete en coche.
He conseguido escaparme y antes de llegar ya hay una parte de mí que quiere volver a saludar al charcutero culé al que martirizan los vecinos madridistas de puesto en el mercado. No he llegado, y a pesar del pulpo y el albariño, pienso que no vivo en el Madrid que me puedo permitir, pero que quién sabe, y que quiero volver y ponerme la boina por cielo que me acompañará mientras no llueva.
A estas alturas de verano quizá sea usted de los que prepara las maletas para irse en septiembre. Como la gente de bien que no frecuento. Páselo bien. Aquí ya hemos vuelto casi todos. A las colas en el cine y al atasco. Usted se lo pierde.
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí
Artículos relacionados >
2. Punta Cana: que vivan los hoteles de todo incluido
San Lorenzo de El Escorial: antes todo esto eran picatostes
3. Santander y Cádiz: el jersey al hombro y el ‘hippy’ de palo
Deja un comentario