Tribuna
No lo entiendo
Lo único que puede hacer quien quiera ser consecuente moral e intelectualmente es esa cosa tan ingrata de escarbar, verificar y enfrentarse a la propaganda, el bulo y la posverdad
Sergio del Molino 25/08/2017
La posverdad.
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La libre expresión es un derecho, no una obligación, y tal vez los derechos no se resientan por forzar sus límites, sino por fatiga de materiales. Los que trabajamos con palabras sabemos que son físicas y que, como todo lo físico, se desgastan por el uso. Una metáfora replicada mil veces deviene cliché y no sólo pierde toda su potencia de verdad y toda su capacidad explicativa, sino que se convierte en lo contrario de lo que era al ser dicha por primera vez: una forma de ocultamiento, ruido blanco, porquería que simplifica lo incomprensible.
Como todo el mundo, yo también tengo ideas, impresiones, conclusiones, quejas, lamentos, emociones que me arden y hasta teorías e hipótesis más o menos burdas o más o menos inspiradas. No me distingo en nada de cualquier vociferante en cualquier foro. De hecho, soy un vociferante profesional, muchas veces me pagan por vociferar, y puedo hacer subir mi caché si vocifero más alto y más pronto que los demás. Pero esta vez he elegido el silencio, que en realidad no rompo con este artículo, porque cuando se habla del silencio, el silencio se pierde. Que haya que hablar para pedir silencio desacredita a cualquier silencista. Asumo mi descrédito, por tanto, pero aclaro que esto no va de expresar lo que siento y pienso sobre lo sucedido, sino que es una meditación sobre la virtud de callar.
Una metáfora replicada mil veces deviene cliché y se convierte en lo contrario de lo que era al ser dicha por primera vez
Que las redes sociales deliren con conspiranoia, racismo, insultos, amenazas, alucinaciones esquizoides y todas las formas posibles de violencia verbal hay que tomarlo ya como un fenómeno natural sin remedio frente al que sólo cabe la autoprotección: largarse de allí, parapetarse tras los filtros que sean o armarse de paciencia e ignorar el ruido (que es, salvo sordera, imposible de ignorar). Sin embargo, quienes tenemos por oficio contar cosas y reflexionar sobre las cosas que otros cuentan, tal vez tengamos también una responsabilidad que el público debería exigirnos.
El bulo, la mentira, la propaganda interesada o la simple desinformación han existido desde la primera vez que un ser humano decidió contarle una noticia a otro. Donald Trump no ha inventado nada, pero lo que algunos llaman posverdad ha convertido todo eso en una especie de líquido amniótico donde los artículos y las intervenciones en radio y tele flotan. Dicen que nunca fue tan difícil discernir y contrastar, que la premura obliga a caer en mentiras y bulos constantemente, pero lo cierto es justamente lo contrario: nunca fue tan fácil contrastar cualquier afirmación ni llegar al fondo de un hecho. No necesitamos un equipo de reporteros de The New York Times. Cualquiera con acceso a Google y un poco de paciencia puede comprobar por sí mismo la verdad o mentira de lo que tiene entre manos. O, al menos, reunir dudas razonables para cuestionarlo.
Y, sin embargo, quienes se supone que tienen por oficio esmerarse y no replicar la primera basura sin contrastar que les sale en Twitter, son los primeros en diseminarla, en forma de análisis que sólo son prejuicios, de frases ingeniosas que sólo llevan rencores viejos y de consignas escupidas como si estuviesen en una cervecería de Múnich. Columnistas y tertulianos que mezclan la turismofobia (sic) con el yihadismo, que se enredan en quién habla catalán o no, que especulan sobre investigaciones policiales de las que no tienen un solo dato, que condenan como inquisidores a quien sonríe en un acto solemne, que aplauden a la policía por la mañana y la abuchean por la tarde, que colocan bolardos mentales en cada frase, que siempre tienen una apostilla a punto para cualquier noticia, por rara, incomprensible, parcial o dudosa que parezca. Y no sólo apostillas, que apostillas tenemos todos: teorías, visiones del mundo, explicaciones cosmogónicas. Cada consecuencia atada a su causa, el relato trabado con su planteamiento, nudo y desenlace. Nada les sorprende, todo tiene un sentido en su teleología, la realidad está explicada de antemano.
Quienes se supone que tienen por oficio esmerarse y no replicar la primera basura sin contrastar que les sale en Twitter, son los primeros en diseminarla
Yo no puedo. Lo siento, no estoy hecho así. Supongo que esto me desacredita como opinador, que es en parte lo que soy, pero me siento incapaz de articular un discurso cuando todo me desconcierta. Gritaría, como la canción de Leño titulada No lo entiendo: “Frena, velocidad, que no lo entiendo”. El silencio, en mi caso, no es una elección moral ni una omisión elegante, sino la única salida: no sé qué decir. Y tengo la convicción profunda de que la mayoría de la gente que grita tampoco sabe. Al margen ya del ruido, los simples hechos, desnudos de toda retórica, consigna y estropicio, son tan incomprensibles y aterradores que cualquier comentario es banal, ridículo e insultante. Necesitamos el poso y la grandeza de un Albert Camus para mirar dentro, y aun así, lo más probable es que tras una mirada profunda y larga no nos quedara más recurso que el encogimiento de hombros.
Lo único que puede hacer quien quiera ser consecuente moral e intelectualmente es esa cosa tan ingrata de escarbar, verificar y enfrentarse a la propaganda, el bulo y la posverdad. Ese trabajo de hormiguita reportera que ya no se hace en casi ningún sitio, justo cuando más fácil es de hacer. Podar todo, cortar las ramas de los prejuicios y dejar a la vista los hechos incontestables. Porque, aunque la verdad es incognoscible, en términos filosóficos, hay una forma pedestre de verdad, accesible a jueces y periodistas, que consiste en exponer, más allá de cualquier duda, la convicción de que las cosas sucedieron así y no de otra manera. Para todo lo demás, es más digno estar callado.
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Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
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1 comentario(s)
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pues fale
acabo de oir a mariano manipulando gordamente para rentabilizar el terrorismo como cortina de humo de lo que plantea una noticia hoy en el mundo con titular capcioso que tiene poco que ver con el meollo del texto de la noticia.....la situacion de la escuela y los inmigrantes, miseria, falta de medios en la escuela..... desde la perspectiva del educador; repito un informe que viniendo de quien viene sorprende, pues se aleja del mensaje de rajoy, que el terrorismo es el principal problema de europa hoy en dia, sin buscar realidades, que quiza tratadas bien, pueden ayudar a evitar esos actos de terrorismo, con el estigma de que quien busque causas imputables a lo que escenifica el articulo del mundo, quiza sea considerado un apologista del terror, todo al tiempo.....Evidentemente a mariano le interesa que se hable del terrorismo como mayor problema y no de las condiciones de vida de mucha gente, algo que es diario, mientras el terrorismo afecta de vez en cuando, condiciones de vida de las que mariano es muy responsable.
Hace 7 años 2 meses
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