Reportaje
“Nos faltan ocho niños en el pueblo”
Los vecinos de Ripoll coinciden en destacar que los jóvenes terroristas estaban perfectamente integrados en la comunidad y no eran religiosos; nadie acierta a comprender “cómo se convirtieron en monstruos” de la noche a la mañana
Elise Gazengel Ripoll , 22/08/2017
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“Entre los chavales que ves aquí jugando, podrían estar ellos... Pero dicen que han hecho esto”. Mohamed está en shock. Deambula sólo frente al piso del que era su mejor amigo, El Houssaine Abouyaaqoub, “Houssa, para los amigos”. A escasos 20 metros del edificio, en la misma calle, varios grupos de jóvenes de Ripoll vuelven a encontrarse en este parque sin césped, con el campo de fútbol donde los chicos entrenan y las chicas, sentadas en pequeño grupo, hablan en voz baja. Mohamed saluda a las chicas pero no se detiene. Él vive un poco más arriba, con sus padres, y recuerda la última vez que vio al Houssa: “Era el miércoles, yo volvía a casa, lo saludé de lejos y le dije de esperarme, que volvía a bajar enseguida. Pero cuando bajé ya se había ido”.
En Ripoll todos se conocen y todos tienen una anécdota que contar sobre alguno de los jóvenes implicados en los atentados del 17 de agosto en Barcelona y Cambrils. Houssa, Moussa, Saïd u Omar, los más pequeños, fueron abatidos en Cambrils junto a Mohamed, el hermano de Omar, pero el pueblo también se acuerda de Youssef, (la segunda víctima de la explosión de Alcanar), sin olvidar a Younes, el conductor de la furgoneta de Las Ramblas, abatido el lunes tarde en Subirats tras cinco días de fuga. Todos vivían en el pueblo y ninguno volverá. *
De todas estas historias contadas por los vecinos de Ripoll, en las estribaciones de los Pirineos de Girona, pocas suenan a radicalismo. Paula, de 17 años, estudiaba “con los más peques: Moussa, Houssa, Saïd...”, “unos chicos normales” se esfuerza en remarcar. Según ella, la única vez que actuaron distinto fue en la fiesta mayor, en mayo. Paula estaba con una amiga marroquí y bebían alcohol cuando “los chicos, que siempre iban en grupo” se acercaron a su amiga diciéndole que no debería beber, que “las otras podían porque iban a ir al infierno pero que ella precisamente no debería”.
Obviamente, ni Paula ni su amiga marroquí prestaron atención a este discurso que se tomaron como un consejo, “sin más”. Otros jóvenes del parque admiten haber notado que, en los últimos meses, los jóvenes terroristas ya no salían tanto. Según Mohamed, “hacía 3 o 4 meses que Houssa ya no iba tanto conmigo, se quedaba siempre con ellos”. Cuando le decía de quedar siempre tenía una excusa: “O me decía que tenía muchas cosas que hacer, o que estaba con su madre en casa... Ahora entiendo que me evitaba”.
Hoy, Paula y su amiga dicen sentir “pena y rabia”. En este orden. “Pena porque, joder, son chicos con los que hemos crecido y algunos eran muy amigos.... Pero rabia porque, no sé cómo, se convirtieron en asesinos y eso no podemos perdonarlo”. La amiga de Paula – que prefiere no dar su nombre – concluye “en fin... que descansen en paz”, antes de corregir: “O no, en paz no. Más bien en guerra porque es lo que quisieron y ahora me dan asco”.
La joven cuenta que se cruzó con Houssa cinco días antes del atentado, en la escalera de casa de su abuela: “Nos saludamos como siempre y él siguió trabajando”. Houssa trabajaba en el Durum/Kebab del pueblo y a veces le tocaba repartir a domicilio. “Muchos preguntan por Houssa porque era el más sociable, se llevaba bien con todos”, explica Mohamed, “pero el Omar también era muy sociable: hace poco, estuvimos aquí sacándonos fotos con un amigo que se había comprado un coche de lujo, y Omar estaba con su moto verde. Hace pocos días, me escribió para que le enviara estas fotos... Todo era tan normal…”.
Younes no era el más sociable. No salía tanto. “Amable, muy educado, sonriente y trabajador”, así lo califican los vecinos del bloque 9 de la calle Magdalena. Mohamed trabajaba con Younes en la empresa Hilados Moto S.A de Gombrén, a escasos 12 kilómetros de Ripoll. Younes llevaba poco menos de un año empleado como electricista ahí y antes había estado en Conforsa, la metalúrgica del pueblo. “De Conforsa se fue porque le dolía la espalda así que cuando cogió la baja en Hilados a mitad de julio, una semana antes de las vacaciones, no nos extrañó en absoluto”, recuerda Mohamed.
Núria, una funcionaria del Ajuntament de Ripoll y vecina del bloque donde vivían Younes y Houssa, conocía bien a los hermanos y a sus amigos. Había dado clases a algunos en talleres organizados por el municipio. Con Younes, se cruzaban a diario y siempre con una sonrisa en la cara. Hace poco, Younes se había comprado una moto y se la había enseñado. De vez en cuando, ella y su pareja llevaban también a Houssa a escalar, una de sus pasiones, como se puede comprobar en su cuenta de instagram, que Paula nos enseña.
A cinco minutos en coche del domicilio de los hermanos Abouyaaqoub, a la salida del pueblo en dirección a Barcelona, los Mossos encontraron la nueva moto de Younes. El terrorista la había aparcado frente a la casa de su amigo, Moussa, quien vivía en el número 27 de la calle Gaudí con su hermano, Driss, ahora detenido por la policía. En el mismo edifico, vivían también los hermanos Hychami, Omar y Mohamed, abatidos en Cambrils. Los vecinos, en su mayoría personas de cierta edad, describen a Moussa como un joven agradable, deportista: se cruzaban mucho con él cuando el menor salía a correr por el pueblo de 10.000 habitantes.
En cuanto a la familia Hychami, que vivía en la tercera planta del edificio, su vecino Raimon les retrata como una familia “muy querida y sin problemas”. Esta mañana, el señor Hychami había acudido por segundo día consecutivo a la comisaria, situada a la otra punta del pueblo. Quería saber si sus hijos eran los abatidos en Cambrils o si aún, podía tener la esperanza de que todo fuera una pesadilla. Al volver con la noticia de que sus hijos muertos eran terroristas, la familia Hychami prefirió esconderse en el garaje trasero del edificio a la espera de que los periodistas se fueran. En la ventana de un piso de la planta baja, cerca de la entrada del garaje, una mujer con su hija adolescente espeta: “No vayáis a verlos, dejadles tranquilos, son buena gente y han perdido a sus niños... Que para todos aún son niños... Necesitamos tiempo para asimilar que eran monstruos”.
La última vez que se dejaron ver juntos los jóvenes terroristas de Ripoll fue en la Feria Medieval del 10, 11 y 12 de agosto. “Estaban casi todos, creo que sólo faltaba Younes, pero los más jóvenes estaban y recuerdo que nos reíamos porque Moussa llevaba una sudadera roja muy llamativa”, cuentan unas chicas del pueblo que aseguran que, desde entonces, no les volvieron a ver juntos.
“Ni iban a rezar ni hacían casi ramadán”
Para Cesc [nombre supuesto], mosso y vecino de Ripoll, la religión no tiene nada que ver con estos chavales. “Los conozco a todos y algunos iban al instituto Abat Oliva con mis hijos: lo aseguro, ni iban a rezar ni hacían ramadán casi... Esto es otra cosa pero no es la religión”. Al hermano de Moussa, Driss, detenido tras haber sido encontrado su pasaporte en la furgoneta de las Ramblas, la policía le conocía por pequeños delitos relacionados con la droga pero, según Cesc, “Driss es demasiado idiota para poder estar dentro de un plan tan organizado... Aunque esto se averiguará con la investigación”.
En uno de los controles policiales que cierran el pueblo, unos mossos aseguran que, como habitantes del pueblo, siempre han considerado a estos chavales como unos más. En Ripoll no existe ningún “barrio árabe”, cuentan. Según el último censo, la comunidad musulmana la componen unas 680 personas de los casi 12.000 habitantes y está repartida por toda la ciudad. Integrados, todos. Núria lo resume así: “Es que son marroquís pero hablan mejor catalán que muchos de nosotros, llegaron hace muchos años y se relacionan con gente con apellidos autóctonos. Son de Ripoll y punto”.
Frente a la comisaría, un hombre mayor se detiene. Emocionado, avisa de que sólo quiere dar las gracias al agente de policía: “Gracias por todo y tranquilos, no podíais saber... Nadie podía”. Con un nudo en la garganta, Cesc le agradece sus palabras, borra unas lagrimillas que aparecen en la esquina de sus ojos y concluye: “Sí, es que nos faltan 8 niños en el pueblo”.
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Fe de errores
*En la primera edición se decía que Mohamed, el herido en Alcanar, era de Ripoll y no lo es.
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