Mil días que hicieron historia
Antes del drama y la derrota que supuso el golpe militar, el Gobierno de la Unidad Popular tuvo también mucho de fiesta para los miles de chilenos que se esforzaron en construir una sociedad más justa
Beatriz Silva 10/09/2017
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Estos días se cumple un nuevo aniversario del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 que representó el fin del Gobierno de la Unidad Popular y la muerte del presidente Salvador Allende. Cada año recordamos las trágicas circunstancias que acabaron con la democracia en Chile y escuchamos las últimas palabras de Allende pero pocas veces hablamos de lo que este periodo significó en la historia de este país. Lo que representó para miles de chilenos que trabajaron durante tres años para hacer realidad un proyecto que aspiró sinceramente a avanzar en la construcción de un país más justo.
En 1970 asumió el Gobierno de Chile una coalición amplia de partidos de izquierda presidida por el socialista Salvador Allende. La chilena era entonces una sociedad marcada por la pobreza y la desigualdad. La burguesía representaba menos del 15% de la población mientras el proletariado superaba el 58%. Alrededor de 1.256.000 personas, la mitad de la población activa, recibía ingresos inferiores al salario mínimo, lo que en la práctica se traducía en que la gran masa de trabajadores no cubría siquiera sus necesidades básicas.
La chilena era entonces una sociedad marcada por la pobreza y la desigualdad. La burguesía representaba menos del 15% de la población mientras el proletariado superaba el 58%
El problema de la vivienda era una de las cuestiones más acuciantes. Ya en 1952, el primer Censo Nacional de Vivienda había revelado que un 30% de los chilenos (un porcentaje que ascendía al 36% en la capital) vivía en chabolas o habitaciones realquiladas que no reunían las condiciones mínimas de habitabilidad. Esta situación, lejos de mejorar, se agudizó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX de modo que en 1970, de los casi seis millones de chilenos, dos millones no tenían dónde vivir.
El programa de la Unidad Popular irrumpió así con la misión urgente de solucionar problemas históricos que afectaban a la mayor parte de la población. Con un apoyo del 36,6% del electorado, representó también la culminación de largas luchas populares que se remontaban a mediados del siglo XIX cuando los primeros movimientos obreros se plantearon la necesidad de una transformación profunda de la sociedad chilena.
Antes del drama y la derrota que significó el sangriento golpe militar, la Unidad Popular tuvo también mucho de fiesta. Así lo constatan historiadores como Julio Pinto Vallejos que han trabajado en los últimos años para recuperar este periodo de la historia de Chile, mucho tiempo ausente del análisis académico y de los programas de estudio de las universidades chilenas. Nombres como Tomás Moulian, Franck Gaudichaud o el propio Pinto han publicado libros y ensayos que aportan una nueva luz sobre esos mil días convulsos revelando que, más allá del éxito o los errores concretos que pudieron producirse, al menos por un momento la historia de Chile se convirtió en proyecto a realizar y no en dominio eterno e inconmovible de poderes fácticos. También constatan que una parte importante del programa de la Unidad Popular se hizo realidad y que al menos algunas de sus medidas, como la nacionalización de la gran minería, siguen dando frutos hasta hoy.
Salvador Allende llegó a la presidencia de Chile con la firme promesa de profundizar y culminar el proyecto de reforma agraria que ya había iniciado el democratacristiano Eduardo Frei. Consistía básicamente en entregar a los campesinos la posibilidad de cultivar su propia tierra y salir con ello de la extrema pobreza. Los trabajadores agrícolas, pero también muchos obreros, tuvieron por primera vez la posibilidad de organizarse en cooperativas o estructuras público-privadas y controlar su propia producción, algo que mejoró sus vidas pero también estimuló la productividad general del país.
Salvador Allende llegó a la presidencia de Chile con la promesa de culminar el proyecto de reforma agraria que consistía en dar a los campesinos la posibilidad de cultivar su propia tierra y huir de la pobreza
En el área de la salud se mejoró el equipamiento de los hospitales públicos y el acceso a la sanidad de los más pobres. Los niños tuvieron, también por primera vez en la historia de Chile, garantizada una alimentación básica mediante la distribución, entre otros alimentos, de medio litro de leche diario por cada niño.
Desde los primeros meses de gobierno se puso en marcha un ambicioso plan de construcción de 79.250 viviendas sociales y de urbanización de 120.500 sitios que estimuló el empleo -al mismo tiempo que avanzaba en solucionar el problema de vivienda- y una política cultural que, a través de la creación de una editorial pública, Quimantú, permitió que los libros dejaran de ser un lujo y se distribuyeran de forma masiva.
Algunas de estas medidas tuvieron sus efectos en los índices económicos: durante el primer año de gobierno de la Unidad Popular se redujo considerablemente la desigualdad y el Producto Interior Bruto creció un 8%, la cifra más alta conseguida nunca por un gobierno chileno.
El electorado valoró los cambios y en las elecciones municipales de 1971 Unidad Popular obtuvo el 50,29% de los votos, algo inédito para una coalición de partidos de izquierda en Latinoamérica.
Sin embargo, más allá de las cifras, la Unidad Popular tuvo mucho de fiesta por iniciativas pioneras en el ámbito del ocio y la cultura que cambiaron la vida de una parte de los chilenos que habían estado hasta ese momento privados de ellas. Una de estas iniciativas fue la de la bailarina inglesa Joan Turner, esposa del cantautor Víctor Jara, que impulsó la creación del Ballet Popular, un grupo escindido del Ballet Nacional, el único que existía, que se dedicó a llevar la danza a las zonas marginales y a las poblaciones rurales del país. El Ballet Popular realizó centenares de representaciones en todo tipo de circunstancias en una experiencia inédita y en un campo que estaba reservado a los grandes teatros a los que sólo accedían unos pocos privilegiados.
También se impulsó un programa de balnearios populares con la construcción de cabañas y albergues en sitios de playa o de montaña para permitir que los obreros pudieran disfrutar de unos días de vacaciones. Miles de chilenos participaron durante tres años en este experimento inédito: ni antes ni después ha surgido en Chile una iniciativa dirigida a posibilitar vacaciones a los más pobres.
Es conocido también el Tren de la Cultura, que puso en marcha el propio Allende, en el que un grupo de 60 artistas se subió a un tren especialmente habilitado y recorrió localidades remotas del sur de Chile llevando el teatro, la música y las artes visuales a lugares donde nunca antes habían llegado. Fue la forma que tuvieron los artistas, un grupo ampliamente implicado en el proyecto de la Unidad Popular, de hacer la revolución.
se impulsó un programa de balnearios populares con la construcción de cabañas y albergues en sitios de playa o de montaña para permitir que los obreros pudieran disfrutar de unos días de vacaciones
La revolución fue un objetivo compartido por los partidos políticos que integraron el Gobierno de Unidad Popular. Para ellos significaba un cambio total del sistema imperante que implicaba colectivizar la tierra y entregarla a los campesinos, nacionalizar los bancos y las riquezas básicas, socializar los medios de producción, eliminar los monopolios y conquistar el poder político.
Estaban de acuerdo en los fines últimos que debía perseguir la revolución en Chile pero no sucedía lo mismo con la forma en que ésta debía materializarse. El Partido Comunista, con el apoyo de una parte del Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU) y del Partido Radical, era partidario de una vía gradual, no armada, lo que se conoció como vía chilena al socialismo. Ésta buscaba compatibilizar algo que no se había puesto nunca antes en práctica: el socialismo y la democracia en su aceptación más clásica.
Sus partidarios creían que las condiciones sociales y políticas de Chile no eran compatibles con una toma violenta del poder y apostaban por una asociación entre el proletariado industrial y los campesinos con los sectores de la clase media y la burguesía dispuestos a emprender los cambios necesarios. Confiaban en aglutinar una fuerza social mayoritaria que haría posible conseguir por la vía electoral sus aspiraciones políticas.
Frente a esta corriente, a la que pertenecía el presidente Salvador Allende, se encontraba una rupturista representada por la mayor parte del Partido Socialista (al que pertenecía el propio Allende), otra parte del MAPU, la Izquierda Cristiana y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Sus partidarios sostenían que la clase dominante nunca renunciaría a su condición sin oponer resistencia y sería la primera en violar el marco institucional -valiéndose de las fuerzas armadas- para defender sus privilegios. Para los rupturistas era ineludible hacer la revolución por la vía armada.
Durante los mil días que duró el Gobierno de Unidad Popular, Salvador Allende se empeñó en demostrar (también a su propio partido) que era posible la primera de las opciones, que el socialismo podía implementarse sin violentar el Estado de Derecho y las libertades democráticas. Al final, los militares liderados por Augusto Pinochet acabaron con su sueño en un final que ha sido interpretado por muchos en el sentido de que los hechos terminaron dando la razón a los postulados rupturistas: el fracaso de la Unidad Popular era un desenlace anunciado.
Ésta, como otras cuestiones, ha sido puesta en duda recientemente por estudios como el de la historiadora Verónica Valdivia, que desvelan las contradicciones que provocó la vía chilena al socialismo en el seno del Ejército chileno, donde gran parte de su cúpula, pero también de la tropa, apoyó sinceramente los cambios y no pensó en violar la legalidad constitucional hasta el último momento. Análisis como éstos permiten pensar que el impulso golpista y el fracaso de la Unidad Popular no eran un final necesariamente inexorable y que la historia de Chile pudo escribirse de otra manera.
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Beatriz Silva
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