Juan Cole / Historiador
“Sería exagerado decir que Reagan creó Al Qaeda, pero no demasiado exagerado”
Álvaro Guzmán Bastida Ann Arbor (Michigan) , 27/09/2017
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Los análisis del historiador Juan Cole sirven, desde hace décadas, de brújula indispensable para navegar las turbulentas aguas de Oriente Medio. Cole (Albuquerque, 1952) escudriña la región petrolera desde su blog Informed Comment, y numerosos libros como Los nuevos árabes (Bellaterra, 2015) o La idea de paz en el Corán, pendiente de publicación. Lo hace con el acercamiento profundo a la región que le permiten su manejo del árabe y el persa y el conocimiento de su intrincada historia, pero también desde una perspectiva crítica con la política estadounidense que a menudo escasea en la prensa de su país. Cole recibe a CTXT en su casa en Ann Arbor, Michigan, “una de las ciudades más agradables de EE.UU.”, para pasar revista a más de medio año de Trump en la Casa Blanca y arrojar luz, lejos del mundanal ruido, a su política hacia Oriente Medio.
Trump prometió como candidato que sacaría a EE.UU. de los conflictos armados de Oriente Medio. Sin embargo, recientemente anunció un aumento de tropas en la guerra de Afganistán, la más larga de la historia de EE.UU. ¿Cómo interpreta la dirección de su política exterior, ahora que lleva más de medio año en el poder? ¿Qué se esconde tras el eslogan de ‘America First’?
No hay ni rastro significativo de retirada de Oriente Medio por parte de EE.UU. en los primeros meses de Trump. La mayoría de sus políticas son más o menos las mismas que las de Obama, con la excepción de que Trump habla sobre ellas de forma más brusca. Los EE.UU. hicieron las paces con el golpe de Estado del General Abdel Fattah al-Sisi en Egipto. No hubo ninguna sanción importante. La cooperación militar entre ambos países continuó inmutable. El secretario de Estado John Kerry se quejaba de vez en cuando de las violaciones de derechos humanos en Egipto. Trump no hace eso, porque admira a los tiranos. La retórica es diferente, y puede que eso tenga alguna importancia, pero las políticas no lo son. No tengo muy claro que en Afganistán se vaya a producir una intensificación demasiado importante. Obama ya había pensado en retirarse en 2014, pero todo el mundo, desde el Pentágono a Putin pasando por el Gobierno Indio, le pidió que no lo hiciera, por miedo a que los talibanes terminen haciéndose con el control de Kabul. Así que no ordenó la retirada, dejando unos 5.000 efectivos. Al final de su mandato, se planteó expandir esa presencia. Ahora Trump ha decidido hacerlo, pero quizá hasta los 10.000 soldados, en su mayoría dedicados a dar apoyo logístico al ejército afgano. No veo ningún cambio fundamental entre la política del último Obama en Afganistán y la que plantea Trump. Lo mismo se puede decir sobre Iraq o Siria. Es difícil pensar en un lugar en el que Trump esté haciendo algo marcadamente diferente a lo que hacía Obama.
Hablemos sobre Yemen. Es una guerra a la que apenas se presta atención, donde han muerto cientos de miles de personas, incluidos 1100 niños, bajo los bombardeos saudíes, con apoyo estadounidense. Hay siete millones de personas al borde de la hambruna. Usted ha escrito sobre cómo los rebeldes hutíes no son una creación de Irán, como se les presenta a menudo. ¿Cuáles son los orígenes del conflicto en Yemen?
Es una situación verdaderamente compleja. Por un lado, existe una división Norte-Sur, la división entre los chiíes de la rama zaidí y los suníes por un lado, y entre las diferentes clases de suníes por otro, incluidos los sufíes, una vertiente mística, al estilo de San Francisco de Asís. Otros son fundamentalistas muy extremos, cercanos al islam de Arabia Saudí. Aunque los zaidíes son una rama de la secta chií del islam, no se parecen en nada a los chiíes de Irán: no tienen ayatolás. Los hutíes, o Ayudantes De Dios, son un grupo religioso arraigado entre los zaidíes del norte de Yemen. Tomaron las armas a principios de los 2000 porque sentían que el gobierno les había vendido a los saudíes, que estos llegaban cargados de dinero, construyendo centros comunitarios para convertir la población chií del Norte de Yemen en “wahabitas del arroz”, conversos al fundamentalismo a través de los alimentos. Se trata de una zona de Yemen que es muy pobre y está abandonada por el Estado, así que tenían muchas razones para rebelarse.
No veo ningún cambio fundamental entre la política del último Obama en Afganistán y la que plantea Trump. Lo mismo se puede decir sobre Iraq o Siria
¿Qué consecuencias tuvo esa rebelión?
Después de numerosas batallas con los hutíes en la década de 2000, las revueltas juveniles de 2011 lograron deponer al presidente vitalicio, Ali Abdullah Saleh. Dimitió, pero se mantuvo como fuerza entre bastidores. Parece que en 2014, se alió con los hutíes. Algunos soldados se mantuvieron fieles a él, permitiendo a los hutíes el acceso a los depósitos de armas del Estado. Así que el viejo establishment prerrevolucionario logró volver al poder en alianza con los hutíes. No se puede imaginar lo poco que tiene que ver todo esto con Irán. Irán ni sale en la foto. Es una cuestión de política local.
¿Cómo reaccionaron Arabia Saudí y el Reino Unido?
Los saudíes interpretaron todo esto como algo verdaderamente inaceptable, lanzando una guerra encubierta contra los rebeldes hutíes cuando estos se hicieron con gran parte de Yemen en 2015. Es profundamente estúpido recurrir a la guerra aérea contra un movimiento de guerrilla. Le hablo desde la experiencia. Viví la Guerra de Vietnam. La idea de que los saudíes puedan derrotar a los hutíes y Saleh desde 30.000 pies de altura es totalmente ridícula. De momento, no han conseguido organizar al resto de los suníes de Yemen para luchar efectivamente con los hutíes, que todavía conservan el control de ciudades importantes como Sanaa, Taiz y Al Hudayda. Los saudíes y su coalición de aliados están bombardeando el país hasta hacerlo añicos. Están abriendo fuego de manera indiscriminada, lo cual es un delito de guerra. Están atacando hospitales, colegios, destruyendo puentes. Han dejado a millones de personas en situación de riesgo alimentario, a las que no cobrar un salario o una mala cosecha podría condenar a la hambruna. Hay refugiados huyendo. Es una situación horrible; y también una estupidez desde el punto de vista de la táctica militar.
Por terminar con Arabia Saudí y su relación con los EE.UU.: Trump aprovechó su primer viaje oficial al extranjero para sellar una multimillonaria venta de armas de una empresa privada al Gobierno saudí. ¿Qué pesa más en ese tipo de viajes, la hegemonía estadounidense o el poder de las grandes empresas?
Ambos. EE.UU. utiliza la venta de armas como una forma de poder blando. Cuando un país usa armas en combate, necesita sistemas integrados. A veces, si uno tiene aviones rusos y tanques estadounidenses, estos no podrán comunicarse de manera eficiente. Resulta ventajoso comprar el grueso de las armas en un mismo país. Y una vez que se hace eso, cuando hacen falta piezas de recambio, ¿dónde se consiguen? En ese mismo país. Es una de las maneras que tiene EE.UU. de conseguir mantener un país a su merced: haciendo que se vuelva un adicto al sueño de las nuevas armas estadounidenses. Por supuesto, cuando esas armas se quedan obsoletas, hay que comprar otras nuevas. Eso crea un incentivo para mantener buenas relaciones con EE.UU. Todo esto no es nuevo: EE.UU. lleva décadas proveyendo a Arabia Saudí y a los países del Golfo de enormes cantidades de armas. Fue una estrategia desarrollada en parte por Nixon y Kissinger en los 70, cuando el precio del petróleo se cuadruplicó y los países petroleros empezaron a tener cierto poder de influencia sobre Occidente. Eso podría haber supuesto una crisis financiera enorme si todo el dinero de Occidente hubiera ido a parar a los países petroleros del Golfo. De modo que Nixon y Kissinger idearon una estrategia basada en ofrecer seguridad y armamento a esos países como fórmula para reciclar el capital. De este modo, en lugar de que el capital de EE.UU. fluya hacia otros países a los que compra el petróleo y coches y se quede allí, el dinero vuelve a Seattle, a las fábricas de armas que se han vendido a esos países. Ese sistema, delineado en los 70, sigue hasta hoy en dia. Es profundamente nocivo: si se le vende a un país un montón de armas relucientes, se genera un ímpetu para utilizar esas armas antes de que se queden obsoletas. La guerra de Yemen tiene que ver con esta historia de la venta de armas, porque los F-16 que destrozan el país son estadounidenses y forman parte de la ecuación.
La guerra de Yemen tiene que ver con esta historia de la venta de armas, porque los F-16 que destrozan el país son estadounidenses y forman parte de la ecuación
La otra parte de esa ecuación, más allá de las armas, es la ideología. Usted ha escrito sobre cómo la derecha estadounidense ha contribuido a la radicalización en el mundo musulmán a lo largo de la historia, desde Reagan en Afganistán a Eisenhower en Arabia Saudí. ¿Cuál fue el papel de EE.UU. en esa radicalización?
Durante la Guerra Fría, una de las estrategias de EE.UU. para derrotar a los comunistas consistió en apoyar el crecimiento de las economías capitalistas con el fin de evitar que las clases trabajadoras se pasasen al “bando” comunista. Funcionó bastante bien, pero la base de aquello era el petróleo barato, que necesitaban desesperadamente las economías de la Europa Occidental, España, Francia, etc. Si EE.UU. hubiera perdido Oriente Medio a manos de los soviéticos, ¿quién sabe? Quizá todo hubiera tenido un desenlace diferente. Los responsables políticos estadounidenses miraron ese tablero y decidieron que sería un desastre que los pueblos de Oriente Medio se secularizaran, porque dejarían de creer en Dios y acto seguido se afiliarían al Partido Comunista. El Gobierno de Eisenhower y la CIA auparon a la familia Al-Saud, y les dieron dinero para expandir la red de trenes a la Mecca, para que los musulmanes de todo el mundo pudieran peregrinar alli. Promovieron la monarquía Saudí como líder de Oriente Medio. Todo esto sucedió en un momento de auge del nacionalismo árabe. En Egipto, Abdel Nasser había conseguido, por fin, expulsar a los británicos. El nacionalismo no era del todo progresista, pero se inclinaba hacia la Unión Soviética, así que EE.UU. lo puso en la casilla de la “izquierda” y se propuso derrotarlo, apoyando decididamente al islam político como alternativa. El islam político era anticomunista y partidario del libre mercado. Cuando Nasser nacionalizó gran parte de la economía egipcia, fueron los Hermanos Musulmanes, el movimiento fundamentalista, los que se opusieron a la nacionalización. Existía una afinidad natural entre EE.UU. y el fundamentalismo musulmán. Luego, como dices, Reagan utilizó a los fundamentalistas para embestir a la Union Sovietica en Afganistan. Sería exagerado decir que Reagan creó Al Qaeda, pero no demasiado exagerado.
Por supuesto, quince de los terroristas del 11-S eran de Arabia Saudí, país que continúa financiando la expansión del wahabismo por todo el mundo. ¿Qué le sugiere el hecho de que el viaje de Trump a ese país incluyera la inauguración de un “centro antirradicalización”?
Todo el mundo se partió de risa solo de pensarlo. La forma de islam saudí se parece bastante al protestantismo radical del siglo XVI en Europa. No se permiten los santos, ni la visita a tumbas; desaprueban las relaciones cercanas con los no musulmanes. Expulsan a la gente cada dos por tres: quienes beben alcohol, o los chiíes, son considerados no musulmanes. Hay analistas que defienden que una vez que se va por ese camino intolerante, apenas hace falta un pequeño paso para poner bombas. Personalmente, no es un argumento que me convenza del todo, pero está muy extendido y no se ha demostrado que no sea válido. En cualquier caso, abrir un centro contra la radicalización en Riad es un absurdo que no se sostiene.
La retórica que emana de la Administración Trump parece apuntar a una creciente confrontación con Irán. ¿Cómo de probable es que se desate la guerra contra el país persa? Usted ha propuesto el camino contrario: una cooperación más estrecha...
Creo que EE.UU. se beneficiaría sin duda de una cooperación más estrecha con Irán. No estoy seguro de que se pueda lograr, dado que el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei, tiene verdadera animadversión hacia EE.UU. por el apoyo que este brindó durante décadas a la dictadura del Sha. Es la rama electa del Gobierno iraní la que está más abierta a mantener mejores relaciones con EE.UU. Pero, de nuevo, no creo que la política a este respecto de Trump sea demasiado diferente a la de Obama. El gobierno de este último llevó a cabo el pacto nuclear. El de Trump ha decidido mantenerlo, al menos de momento. Y, sinceramente, es en el Congreso, no en la Casa Blanca, donde se desarrolla la mayor parte de la política respecto de Irán, incluidas las sanciones. EE.UU. tiene una alianza de facto con las milicias chiíes pro iraníes para intentar derrotar al Estado Islámico. Por eso es absurdo que el general James Mattis, secretario de Defensa, se dedicase a sacar pecho cuando Mosul estaba rodeado, diciendo que los combatientes del ISIS “no podrán escapar y serán aniquilados”. Lo que no dijo es que Mosul estaba rodeado gracias a las milicias chiíes. Es algo que ni a Teherán ni a Washington les gusta admitir públicamente, pero tienen una alianza de combate. Bien pudiera ser que cuando el ISIS caiga definitivamente en combate, se desmonte esa alianza de facto y se vuelva a la confrontación abierta con Irán.
El propio Mattis habló recientemente de un cambio de estrategia, en el que EE.UU. pasaría a buscar abiertamente la aniquilación del ISIS. ¿Que consecuencias tiene ese cambio? Usted lo ha comparado con la política estadounidense en Iraq, y cómo ésta llevó a la creación del Estado Islámico.
Está claro que el ISIS es una organización horrible, que todos condenamos, pero no se hizo con el 40% del territorio de Iraq solo por la fuerza, con apenas 25.000 guerrilleros. Es obvio que entre los árabes sunitas de Iraq hubo muchos que vieron con buenos ojos ser liberados de lo que veían como un gobierno opresor en Bagdad. No se trata solo de los que lucharon con ISIS, sino de todos aquellos que les dieron el beneficio de la duda o pensaron bien de ellos, tanto en Siria como en Iraq, al verlos como la alternativa a un gobierno que no les representaba. Cuando uno empieza a hablar de “aniquilar”, ¿a quién se va a aniquilar exactamente? ¿Dónde está el límite? ¿En los combatientes? ¿En sus hermanos, sus hermanas, sus familiares? ¿Y qué pasa con los barrios que se apuntaron mayoritariamente a la idea de construir un califato? ¿Dónde termina la aniquilación? Es obvio, me parece a mí, que hay que tender la mano a los que se alinearon con ISIS una vez que se les derrote, para hacer política con ellos. Si Mattis cree que se puede limitar a aniquilar a esa gente, lo lleva claro. El problema es que el propio Mattis ya estaba en la guerra de Iraq, liderando en otoño de 2004 el asalto a Faluya, que fue lo que hizo que prendiera la mecha del Estado Islámico, por el enorme resentimiento que generó.
Es obvio que hay que tender la mano a los que se alinearon con ISIS una vez que se les derrote, para hacer política con ellos
Eso nos lleva al papel de los generales que rodean a Trump. ¿Qué lectura hace de su impacto en la Administración, en la que ocupan tantos cargos importantes?
Así es, y no solo en la política exterior. Trump hizo a John Kelly secretario de Seguridad Nacional, y recientemente jefe de Gabinete. Es la militarización de todo. Tengo enorme respeto por los oficiales militares: suelen ser gente brillante, con experiencia de campo. Yo mismo provengo de una familia militar, así que no soy uno de esos izquierdistas con prejuicios hacia el colectivo, pero creo que hay que reconocer que tienen sus limitaciones, porque han vivido una vida profesional basada en obedecer órdenes. Cuando Trump le dijo a Kelly: “Cancela visados legítimos en los aeropuertos”, Kelly obedece. Es un general. Recibe órdenes de su comandante en jefe y hace lo que le dicen. Pero es que aquello era ilegal. Debió haberse negado a hacerlo y dimitido, pero no es algo que los generales suelan hacer. Lo que me preocupa es que Trump haya colocado a estos generales en puestos tan importantes con el pretexto de que tienen mucho conocimiento y experiencia y le aconsejarán bien, pero luego se aproveche de sus instintos de obediencia. La prueba llega cuando les ordena cometer un crimen.
Ha escrito sobre el tremendo error que supondría que EE.UU., Iraq, Siria o incluso Rusia se limitaran a machacar a los suníes, porque tienen aspiraciones legítimas de tener voz y voto en su gobierno. ¿Por dónde pasan las soluciones políticas a este asunto?
El régimen de Bashar al-Assad, de partido único, es sórdido. Se lleva a la gente en plena noche para torturarla y no permite que se critique al presidente lo más mínimo
La evolución de Iraq bajo la ocupación estadounidense en los 2000 fue un desastre. No existen partidos que superen las barreras étnicas. Los chiíes votan a partidos chiíes; los suníes, a partidos suníes; y los kurdos, a kurdos. Iraq no funciona como un país unificado. Los iraquíes tienen que repensar este sistema sectario, porque mina su promesa de un gobierno democrático parlamentario. Tendría que haber un partido obrero, porque la mayoría de los suníes, los chiíes y los kurdos de Iraq son obreros. Y sin embargo no hay un partido que les represente como tales, sino solamente bloques nacionalistas etno sectarios. Los suníes de Iraq están traumatizados por lo sucedido en relación al ISIS. Muchos se arrepienten de haberlos dejado entrar en sus ciudades, como Ramadi, que ahora están hechas añicos tras el proceso de reconquista. Hay que reconstruir, pero también hay que hacer política. En Siria, no tengo demasiadas esperanzas en que eso sea posible, porque Vladimir Putin e Irán han decidido volver a instaurar al régimen Baath de Bashar al-Assad en todo el país. Es un régimen sórdido de partido único, que se lleva a la gente en plena noche para torturarla y no permite que se critique al presidente lo más mínimo. Está dominado en sus escalafones más altos por la minoría alauí. Si se intenta reinstaurar ese sistema en la Siria oriental, que lleva tiempo bajo el control del ISIS, eso causará varias décadas más de terrorismo.
¿Cómo valora la política de EE.UU. respecto a Siria? Se habló mucho del bombardeo que siguió al ataque con gas sarín la pasada primavera. ¿Supuso algún cambio sustantivo respecto de lo que EEUU viene haciendo en Siria? Existen toda una serie de narrativas en disputa sobre si EE.UU. busca activamente el cambio de régimen. ¿Que está sucediendo?
Hasta donde puedo saber desde el exterior, la estrategia no ha cambiado con Trump en el poder. El Gobierno Obama decidió tras el desastre de Libia que un cambio de régimen no era deseable. Estarían encantados si se presentara la posibilidad de deponer a Assad, pero no quieren que el Gobierno de Siria se desmorone. Creen que eso sería catastrófico para la política occidental. Mientras, Putin e Irán intervinieron y apuntalaron a Assad, de modo que es muy poco probable que pueda ser depuesto o su gobierno caiga. La guerra siria ha terminado. Los rebeldes están sitiados y es cuestión de tiempo que el Estado los vaya pulverizando. La verdadera cuestión es qué sucederá con los grupos rebeldes que todavía aguantan, como Al Qaeda y los restos del Ejército Libre Sirio (ELS), en ciertas zonas del norte, el oeste y partes del sur del país. Assad está decidido a aniquilar lo que queda del ELS, los rebeldes no radicales. Y EE.UU. sigue utilizando a los milicianos izquierdistas kurdos. Es una ironía enorme que EE.UU. despliegue a un grupo cuyo símbolo es una estrella roja para derrotar al ISIS en Raqqa. Raqqa caerá con casi toda seguridad en menos de un año. Podríamos llegar a una situación en la que el 80% del país esté bajo control gubernamental y queden una serie de enclaves controlados por turcos, estadounidenses o incluso iraquíes en lugares remotos. Parte de la política estadounidense ahora mismo se limita a evitar que Irán se asiente en la Siria oriental porque una vez que caiga Mosul, las milicias chiíes iraníes amenazan con seguir camino de Iraq para asegurarse de que el ISIS no vuelva a emerger alli. Es una política de parches, pero hoy en día, el bombardeo de Trump parece haber sido un elemento aislado. No ha afectado a la dirección que ya llevaba la estrategia estadounidense.
Para terminar, tengo que preguntarle por el tema que ha dominado esta conversación: la continuidad. ¿De verdad es todo lo que hay? ¿Cómo caracterizaría la manera que tiene Trump de hacer política exterior ahora que lleva más de medio año desarrollándola?
El presidente de principios del siglo XX, Teddy Roosevelt, dijo una vez: “Habla suavemente, pero lleva siempre contigo un gran garrote (big stick)”. Trump hace exactamente lo contrario. Profiere gritos, pero el palo que acarrea es muy pequeño. No tiene forma de llevar a cabo la mayoría de amenazas y fanfarronadas que se dedica a airear, pero no deja de hacer ruido. Por eso insisto en que no prestemos tanta atención a lo que dice, y en cambio nos fijemos en lo que EE.UU. realmente hace. El aparato de seguridad nacional del Estado tiene mucha inercia y, a grandes rasgos, continúa el rumbo que llevaba antes de la llegada de Trump.
Los análisis del historiador Juan Cole sirven, desde hace décadas, de brújula indispensable para navegar las turbulentas aguas de Oriente Medio. Cole (Albuquerque, 1952) escudriña la región petrolera desde su blog Informed Comment, y numerosos libros...
Autor >
Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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