EL SALÓN ELÉCTRICO
Los Simpson y la política: el espectador no es gilipollas
Matt Groening y sus guionistas consiguen hacer reír a medio mundo vapuleando todos los mitos y contradicciones del ciudadano medio, y a través de él, a la sociedad entera
Pilar Ruiz 25/10/2017
Bart Simpson en un grafitti callejero.
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“Los Simpson son, de por sí, un espectáculo político. La película va a ser también política. Hay política en todo lo que hacemos.”
(Matt Groening, en la promoción de Los Simpson: la película)
Mucho tiempo antes de la irrupción de las series de televisión como gran producto de entretenimiento, estaba ahí. Desde 1989. Más de 600 episodios en 27 temporadas. Ha ganado 25 premios Emmy y la revista Time de diciembre de 1999 la calificó como la mejor serie del siglo XX. Hablamos, por supuesto, de Los Simpson.
“No, Antena 3 no eliminará Los Simpson a mediodía”.
“La cadena tranquiliza a los fans de la serie animada y explica los motivos para la retirada puntual de la parrilla”.
“Los espectadores que sintonizaran Antena 3 en su televisor al mediodía de este lunes 2 de octubre se habrán llevado un chasco al comprobar que no había rastro de Los Simpson en la programación. La noticia ha generado numerosos comentarios en redes sociales, en buena medida causados por el rumor de que Atresmedia había decidido suprimir definitivamente las redifusiones de los capítulos. El rumor es infundado. Antena 3 no ha cancelado la emisión de Los Simpson después de 23 años sin interrupción en el canal principal de Atresmedia. Simplemente, ha ajustado su programación para cubrir la más urgente actualidad”. (Vertele, 2 de Octubre, 2017)
Ante la repentina desaparición, españoles de todas las edades y procedencias mostraron su sorpresa para, acto seguido, reclamar su dosis diaria: unos capítulos que han visto decenas de veces, durante casi 30 años. (Los de las últimas temporadas ya muestran a las claras la decadencia de la serie, convertida en un simple producto y muy alejada de su frescura inicial). Así que la cadena tuvo que salir al paso para negar la cancelación. Porque son muchos años viviendo en Springfield. Con el humor, la ironía y la crítica del mundo amarillo. Con su familia disparatada, sus políticos corruptos, policías incapaces, estrellas de la tele adictas, empresarios explotadores, reverendos descreídos, jueces venales, justicia inoperante, patriotas paletos, sureños incultos, votantes racistas, clasistas e idiotizados. Y miembros de todas las razas, religiones y nacionalidades como motivo de broma. A pesar de todo ello --o gracias precisamente a ello-- Los Simpson han campado a sus anchas ante los más feroces inquisidores de un lado y del otro, de los conservadores creacionistas a los vigilantes de la corrección política.
¿Puede una serie de animación y humor servir como material de análisis de todo un siglo? Rodrigo Sopeña, director de programas de entretenimiento (La hora de José Mota, Me resbala, Club Houdini) está convencido de que “Los Simpson es la obra contemporánea que tiene más papeletas para, dentro de cuatro siglos, ocupar un hueco similar al que hoy ocupa El Quijote. Ambas obras fueron creadas para entretener. Basadas en el humor y en la parodia. Ambas. Con el paso de los siglos quedará también como testigo de la sociedad de su época, como retrato del ser humano del siglo XX y como una obra mucho más profunda de lo que fue considerada en su época. Eso sí, dentro de cuatro siglos todavía la pondrá Antena 3 antes de comer”.
Pero, ¿son arte Los Simpson?
“Parafraseando a Brecht, en los Simpson la política lo es todo, pero como el buen arte, también es siempre entretenimiento” dice Eugenio Merino, artista plástico. “¿Cómo no nos vamos a reír con los Simpson? Hicieron presidente a Donald Trump hace 17 años. Sus políticos son tan corruptos como los de la Gürtel. El personaje más rico de la serie es un psicópata, y Krusty el Payaso tributa en las Islas Caimán. Los trabajos en Springfield son tan mediocres como los nuestros. El medio ambiente está contaminado y nos quedan 100 años más de calentamiento global. ¿Y qué decir de su tradicional apaleamiento de serpientes con garrotes?”.
Matt Groening y sus guionistas consiguieron hacer reír a medio mundo vapuleando todos los mitos y contradicciones del ciudadano medio, y a través de él, a la sociedad entera. Con dardos envenenados o empuñando un bisturí afilado, diseccionan la Historia escrita en los libros, la realidad “oficial”: el auge del nazismo, la Segunda Guerra Mundial, Vietnam, la Gran Depresión o el Watergate, el muro de Berlín, la “caza de brujas” o el comunismo (“En teoría el comunismo funciona. En TE-O-RÍA” dice Homer) Un lugar en el que Fidel Castro puede reconocer que su comunismo es “una patraña que no podía sostenerse”, en el que el personaje del abuelo Abraham Simpson quiere delatar por rojo al pato Lucas en la comisión McCarthy, y su último deseo antes de que le practiquen la eutanasia es ver a la policía dando palizas a jipis. Donde Mona Simpson, la madre que abandonó a Homer siendo niño, es una activista de izquierdas fugitiva de la ley. Familia disfuncional en un mundo también disfuncional.
“¿Recuerdas ese episodio del año 2000 en el que pusimos a Donald Trump de presidente? Realmente lo hicimos así porque era una situación hipotética bastante ridícula, ¡pero se hizo realidad!". (Matt Groening, 10-12-2016)
En Springfield, ese pueblecito con el nombre más común de los EEUU, todo está contaminado por la radiación de la central nuclear del señor Burns, y la oficina central del Partido Republicano se sitúa en un castillo tenebroso, el del Conde Drácula. En sus casas de barrio obrero se hacen chistes sobre la muerte --“Ahora Lisa no sabrá lo que es la muerte hasta que muera un ser querido”-- y se destapan todas las hipocresías, vicios y errores de la democracia moderna, incluyendo las falacias de los medios de comunicación, las artes plásticas o el mundillo literario. Y sobre todo, se va mucho al cine. Con la mitad de sus referencias podría llenarse el temario de Historia del Cine en cualquier escuela o facultad de comunicación audiovisual.
Entre todas las sátiras, destaca una: la que se hace a la religión en general. El ateísmo declarado ya no de sus guionistas --siempre lefties, como decían en el Hollywood clásico--, sino de sus personajes. Esto, en un producto norteamericano, el país de In God we trust, donde un presidente no puede llegar a serlo si declara públicamente su falta de creencias religiosas.
“Querido Dios: pagamos por toda esta comida nosotros, así que gracias por nada". (Bart)
“Ned, ¿has pensado en otras religiones? Todas son básicamente lo mismo". (Reverendo Lovejoy)
"Pero Marge, ¿Y si hemos elegido la religión equivocada? ¡Solo estaríamos enfadando a Dios más y más cada semana!". (Homer)
“Podéis aceptar la ciencia y enfrentar la realidad, o podéis creer en ángeles y vivir en un mundo infantil de fantasía". (Lisa)
“Dios es mi personaje de ficción favorito”. (Homer)
Esta peculiar “educación para la ciudadanía” es obra de Matt Groening (Portland, Oregón, 1954). El creador, quien malvivía en mil trabajos precarios antes de su éxito televisivo, es consciente de que ha vencido con sus mismos armas a ese capitalismo moderno que tantas veces denuncia, y da las gracias a la familia amarilla: “Yo juzgo mi vida por lo miserable que solía ser antes de crear estos personajes y la tranquilidad con la que vivo desde que esa familia aterrizó en mi vida".
Su siguiente proyecto, Futurama --verdadera joya de la imaginación subversiva animada-- no obtuvo ni de lejos el mismo éxito: el futuro distópico carece del punch crítico del universo limitado y reconocible de Los Simpson.; una popularidad de tales dimensiones es irrepetible. Y no hubiera sido posible sin el productor James L. Brooks ni los 16 guionistas de la serie, con George Meyer a la cabeza, entre ellos Conan O'Brien o Ricky Gervais. Su gran mérito, el de todos, es haber colado una serie como ésta en la ultraconservadora cadena FOX, que ha permitido además todo tipo de bromas en su contra. El comentarista político de Fox News, Bill O'Reilly dijo en cierta ocasión que FOX estaba “permitiendo a sus animaciones ir demasiado lejos”, a partir del rótulo springfieldiano de Fox News: “No somos racistas, sino los más vistos entre los racistas”. Por supuesto, nadie en la cadena lo tomó en consideración: FOX renovó los derechos de emisión hasta el año 2082.
En España, el éxito de la serie no puede entenderse sin sus brillantes diálogos ni las voces familiares de Homer, Marge, Bart, Lisa o el señor Burns en castellano. Esa labor en la sombra es la de la traductora María José Aguirre de Cárcer, quien hace una creación propia, brillante, con los guiones de la serie desde el principio de su emisión en nuestro país. Junto a ella, el trabajo de los magníficos dobladores dirigidos por Ana María Simón, entre los que hay que destacar al inolvidable Carlos Revilla, primer director de doblaje y Homer Simpson original. Talento y arte que brilla también en silenciosos y oscuros estudios.
Dibujantes, guionistas, actores, productores: un enorme equipo que ha seguido reclutando fans entre todas las generaciones, como Darío, 7 años: “Los Simpson son graciosos y Homer es mi personaje favorito porque dice tonterías y se mete en líos. Los dibujos son preciosos; los de Disney son también bonitos, pero más antiguos. Clásicos.” Lucía, de 12 años, también opina: “Son muy divertidos. Mi personaje favorito es Lisa, porque es la más interesante, la más inteligente. Yo creo que tienen éxito porque no son dibus normales; son para mayores, hablan de política y hacen referencias a muchas películas conocidas, sobre todo en los especiales de Halloween. Y tiene mucho éxito porque como son americanos los ven millones de personas.”
María Von Touceda, historiadora del arte y escritora, cree que la existencia de Los Simpson ha influido en la conciencia política de varias generaciones de espectadores. “Su éxito mundial se debe, sin duda, a los diferentes niveles de compresión de la serie.” Y aún más desde el punto de vista artístico: “Los planos del comienzo de Ciudadano Kane en el capítulo del osito de Mr. Burns son mejores que los del propio Orson Welles.”
El también escritor Carlos Luria insiste en la labor de guión en la serie: “Creo que Los Simpson es un cóctel que une el convencionalismo --la familia por encima de todo-- con la sátira blanda, pero efectiva. Tiene un superequipazo de guionistas que crean unos gags estupendos y unos personajes redondos, fácilmente reconocibles, que han sabido evolucionar. Y, sobre todo, tratan a los espectadores como seres inteligentes.”
Los Simpson nunca tuvieron miedo de dirigirse a espectadores exigentes: esa parece ser la clave de su celebridad, ya longeva. El viejo sueño húmedo de todo ejecutivo de televisión, la gallina de los huevos de oro, conseguir un éxito para toda la familia, todas las edades y todas las nacionalidades, se cumple en muy pocos casos: Los Simpson resulta intocable precisamente por ello. Su propio éxito representa su seguro de vida, instalado en ese capitalismo a ultranza de raigambre anglosajona: si produces beneficios podrás ser todo lo subversivo, postmoderno y cultureta que quieras, te permito que apeles al espectador inteligente y crítico. Da dinero. Mucho.
Cierto que la política de estudios, cadenas y canales --allí y aquí-- fue siempre considerar al espectador de televisión como una especie ya no poco inteligente, sino un homínido que no llegaría a la categoría de homo sapiens; de ahí la ínfima calidad de la mayoría de productos salidos de sus factorías. Pero no solo: muchos de los agentes de la “alta” cultura, la académica, desprecian la ficción televisiva --mucho más si pertenece al género de la comedia-- como el subproducto de una picadora de carne, como hace no tanto despreciaron al cine y a sus espectadores. A todos ellos hay que recordarles que El Quijote ganó la batalla. Puede que algún día no muy lejano sigan los consejos de Homer, esa caricatura, no por amarilla, menos humana:
“¿Cuándo voy a aprender? La solución a todos los problemas de la vida no está en el fondo de una botella. ¡Está en la televisión!”.
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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