Octubre rojo en Asturias: cuatro ángulos sobre la revolución de 1934
El alcance del conflicto, y su desarrollo y desenlace trágicos, convirtieron aquella insurrección en un conflicto armado que presagió la guerra civil. Las cifras hablan por sí solas: casi 1.500 muertos, más de 2.000 heridos y unos 30.000 prisioneros.
Andreu Navarra 27/10/2017
Manifestación de los huérfanos de la Revolución de octubre de Asturias, en 1934.
Luis Ramón MarínEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU.
Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
Con el título de Tres periodistas en la revolución de Asturias, Libros del Asteroide edita un documento fundamental para entender lo que ocurrió en las cuencas mineras del Norte a partir de la madrugada del 5 de octubre de 1934. El libro presenta tres relatos de esa revolución, la mayor en Europa desde la que se desencadenó en Rusia en 1917, pero nosotros pensamos que el prólogo de Jordi Amat es, en sí mismo, una perspectiva más sobre aquellos hechos: la más ordenada, la más sintética, la más atenta al ambiente político que la rodeó. Si la unimos al epílogo panorámico que escribió Díaz Fernández en 1935, obtenemos una buena síntesis del panorama político de la segunda fase de la República de 1931.
Amat trata, sobre todo, de reconstruir la complejidad del período 1933-1934. Con la República zozobrante, con una izquierda en vías de radicalización, con unas derechas desafiantes, “en octubre del 34 convergieron dinámicas de degradación internacionales, nacionales y regionales, dinámicas de crisis económicas y políticas, partidistas y sindicales. Se acumulaba la conflictividad social, en el campo y en la ciudad. Existía un clima de tensión incontrolable, con violencia en las calles”. La entrada de ministros de la CEDA en un gabinete radical acabó de hacer estallar la situación: “La sensación dominante entre la oposición era que la CEDA apoyaba al gobierno no para reforzar la República sino más bien para sabotearla”.
Las crónicas de Chaves Nogales vieron la luz en el periódico Ahora entre marzo y septiembre de 1934. Pla publicó sus crónicas en La Veu de Catalunya, primero desde Madrid, luego desde Bilbao, y poco después desde el mismo escenario de guerra. Y utilizamos la palabra “guerra” con toda intención: el estado en que quedó Oviedo le hizo recordar los escenarios de la contienda de 1914-1918, agravados por los estragos propios de una guerra civil entre vecinos. Y es que en Oviedo se combatió casa por casa.
El alcance del conflicto, y su desarrollo y desenlace trágicos, convirtieron aquella insurrección en un conflicto armado que presagió la guerra civil. Las cifras hablan por sí solas: casi 1.500 muertos, más de 2.000 heridos y unos 30.000 prisioneros. Lo que hubo en Asturias fue un auténtico ciclón de violencia armada y posterior represión.
En no pocas ocasiones, lo que narra Díaz Fernández en su extenso relato es un avance de lo que ocurrirá a partir de 1936. Por ejemplo, cuando insinúa quién eliminó al líder sindicalista gijonense José María Martínez, muerto “misteriosamente”, y cuya desaparición tuvo que ver con la división interna del bloque obrero. Concluye Díaz: “En el fondo, lo que se discutía ya entonces era el predominio de los núcleos obreristas en la revolución”. La debilidad del movimiento en Gijón la explica el autor por el predominio de los anarquistas, que desconfiaban de socialistas y comunistas y parecían incapaces de organizarse. Cuando los comunistas de Turón proclamaron, desde la radio de Mieres, la República Obrera y Campesina de Asturias, los socialistas se sintieron amenazados y desplazados de la dirección revolucionaria. Díaz expresó una especial simpatía por Teodomiro Menéndez, socialista dialogante, a quien dedicó estas palabras: “El suyo era el fracaso de un socialismo que quiso reformar el mundo por la palabra, instrumento demasiado frágil en un ambiente de violencias”. No son sino profecías las palabras de otro revolucionario: “Nos ha faltado dirección. Pero, además, contra la aviación no se puede luchar”.
Chaves, partidario de la democracia moderada, pensó que la explosión había significado un retroceso hacia el primitivismo. Pla pensaba de igual manera, pero cayó en un profundo pesimismo. Escorado prácticamente en la extrema derecha antirrepublicana, Pla es tan duro con los mineros como con el género humano, al que contempla como condenado a perderse en la barbarie más absoluta si quiebran las instituciones tradicionales.
De los tres documentos publicados, el más extenso es el reportaje novelado de José Díaz Fernández: Octubre rojo en Asturias (1935), que salió publicado bajo el seudónimo “José Canel”. Díaz Fernández era ya un escritor fogueado: en 1928 había publicado El blocao. Novela de la guerra marroquí, y también títulos fundamentales como La Venus mecánica (1929), El nuevo romanticismo (1930), o Vida de Fermín Galán (1931). Hace cuatro años, Ediciones del Viento reeditó El blocao en un lujoso formato. Se trata de la narración que sirvió a Díaz como entrenamiento para su reportaje de 1934. Con notable impasibilidad, el autor va narrando los horrores que se vivieron en Asturias. Por ejemplo, de qué forma los obreros fueron abriéndose paso entre las calles de Oviedo lanzando cartuchos de dinamita. O cómo se terminó con los francotiradores apostados sobre la llamada Casa Blanca: reduciendo el edificio a escombros con un cañón. O las dos bombas lanzadas desde un avión a una Plaza del Ayuntamiento llena hasta los bordes de combatientes.
Díaz no idealiza a los revolucionarios, y de los militares prácticamente no habla. Conduce su relato con una impasibilidad estremecedora: “El segundo comité no presidió más que anarquía y represalia. Ante la noticia de que habían entrado tropas se recrudecieron los saqueos y la indisciplina. Las patrullas que llegaban a los prostíbulos de Puerta Nueva allí se quedaban. Las mujeres temblaban, apelotonadas en la cocina, pero los mineros las sacaban de allí y les hacían bailar, jaleándolas con las manos, llevando el compás con las culatas de los fusiles”. Más adelante, concluye: “si bien la dinamita había sido usada desde el primer momento, siempre respondió a ciertas exigencias del combate. Ahora se utilizaba sin objetivo concreto, por el simple afán de destruir. La revolución había enloquecido y se lanzaba vertiginosamente hacia el caos”. Hacia el ocaso de la revolución, los más radicales perdieron el control y hasta el significado de su lucha, totalmente aislada y abocada al fracaso.
Pla celebra como a portaestandartes de la civilización a las tropas del general López Ochoa, a quien llegó a entrevistar para sus lectores. De los tres autores recogidos, ninguno parece muy satisfecho con el levantamiento. Díaz, miembro del partido radical socialista, apoya el socialismo democrático y deplora las ventajas que la represión reportará a la derecha. Chaves se indigna ante un movimiento que pretende destruir la República. Pla, ya lo hemos dicho, cree que el único modo de mantener la paz y el orden es a través de la más pura y dura represión. En tierras vascas, escribe: “Pese al aspecto de confort exterior, vivimos rozando la posibilidad de una guerra civil”. La República ha propiciado “esta locura delirante y primitiva”. Lo que no explica Pla satisfactoriamente es cómo la República ha podido engendrar un movimiento contra sí misma. Sus peores palabras se dirigen contra los dirigentes del PSOE: “Ahora los socialistas se convierten en delirantes defensores de la táctica evolucionista de Besteiro. Notoriamente, este partido utiliza a sus hombres según los momentos. Es difícil, no obstante, que a estas horas la mencionada táctica convenza a nadie. La gente se va separando de este partido de esnobistas, de ex ministros y de ex embajadores que tantos estragos ha hecho al país”. La democracia republicana, según Pla, trae aparejada la más completa subversión: la barbarie final del cantonalismo y la guerra civil.
En realidad, Chaves Nogales, Sender y Díaz Fernández forman un grupo de aficionados al reportaje novelado, próximo a las técnicas de Baroja, de ritmo rápido y formas tan inteligentes como broncas. El periodista independiente se alía con el novelista de trazo rápido y semiimpresionista. A pesar de los horrores que describe, Díaz Fernández redacta desde una extraña serenidad. Los revolucionarios aparecen reales, como hombres de carne y hueso, nunca sobredimensionados o esperpentizados. Díaz no cae en el idealismo, permanece apegado a la lente del periodista. Sin embargo, cierra su relato con las siguientes oscuras palabras: “El Nalón y el Caudal, los dos ríos mineros, astrosos y lentos, llevan desde entonces en sus aguas la sangre de los parias, mezclada con la escoria y el carbón de la mina”.
La herida no haría más que seguir abriéndose.
--------------------------------------
Andreu Navarra es escritor e historiador
Autor >
Andreu Navarra
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí
Artículos relacionados >
Cuando la sangre tiñó el valle de Dios
Lo que la ‘verdad’ esconde. A propósito de fraudes y violencias en 1936
Deja un comentario