Crónica Parlamentaria
El breve orgasmo independentista
Ahí está el 155 con su margen abierto para responder a la arbitrariedad y el esperpento del Govern con más arbitrariedad: se abre el escenario de una guerra institucional y psicológica
Esteban Ordóñez Madrid , 27/10/2017
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Poco antes de las tres y media de la tarde, la noticia de la declaración de independencia de Cataluña llegó al Senado en forma de abrazos largos. Los senadores de ERC se volvieron unos hacia otros y se repartieron cariño. Besos concienzudos, miradas lentas a los ojos. En la bancada del PDeCAT no se vio tanta efusividad: faltaban algunas señorías. Pero Maite Rivero sí lo celebró desde la tribuna de oradores: "Ahora les puedo decir que somos una república independiente. ¡Visca Catalunya!". La celebración se producía en un pleno que suponía la muerte de la misma idea que celebraban. No se alegraban, pues, por el futuro. Era un clímax sentimental. Durante la sesión se oyeron referencias al amor y a la ilusión por parte de los independentistas; conceptos apolíticos en tanto que poco prácticos. Era un orgasmo, esa es la metáfora más sencilla. Un orgasmo es un fin en sí mismo y sólo atiende a leyes hormonales o líricas.
Eso es lo que ocurrió a esas tres y veintisiete de la tarde. En el Parlament se escribía un presente y a 634 kilómetros de allí, en el Senado, se imponía un futuro. La atención de los senadores se repartía. En la tablet del ministro de Justicia Rafael Catalá discurría el pleno del Parlament. No moría solo el sueño de la independencia, sino algo más, y quizás de manera irreparable. Minutos después, a las cuatro y diez, se aprobó la aplicación del artículo 155 (214 votos a favor, 47 en contra y una abstención). La primera medida en activarse será el cese del president Puigdemont y de todo el Govern. El Gobierno central asumirá las competencias y las distribuirá.
La sesión arrancó a las diez de la mañana. Los miembros del Gobierno saludaban los senadores, se alegraban de verse: ningún semblante que diera a entender la trascendencia histórica de la jornada. En la bancada del PDeCAT, situada bajo el gallinero, en uno de los ángulos más difíciles para el ojo de la prensa, sí se mostraban cariacontecidos.
Mariano Rajoy subió a la tribuna. Advertí que una de las senadoras disponía de una traductora de lenguaje de signos en la silla de enfrente. La ciudadanía española espera todavía que alguien pueda traducirle a un idioma entendible los acontecimientos de las últimas semanas. Ése no iba a ser el presidente, que dijo lo que ya se sabía. Repasó el historial de los acontecimientos. Calificó el pleno catalán del 7 de septiembre como el mayor ataque a la democracia “con excepción del intento de golpe del 81”. “Se aprobaron leyes manifiestamente contrarias a la legalidad. ¿Qué pensarían ustedes si hubiera sucedido en esta Cámara o en el Congreso? ¿Cabe mayor ofensa a los derechos de los ciudadanos?”. Rajoy explicó que no abrieron el baúl (un baúl vacío que cada uno llena como quiere) del 155 antes, aunque se lo habían pedido: “Nos pareció que estábamos a tiempo para que las cosas volvieran a sus cauces normales”. Enunció así un modo de hacer política basado en la eliminación de la política que nace de una obcecación ideológica por la cual él se coloca en el lado correcto de las cosas, y supone que, por la ley de gravitación, el resto de formaciones tienen dos opciones: caer en su órbita o vagar indefinidamente por el vacío. Fundamentado en esos modos, Rajoy no dialogó durante años, pero el 27 de octubre aleccionó a la Cámara sobre el diálogo. “Una palabra hermosa, sinónimo de conversación, que revela buenas intenciones”, terció, profesoral. El diálogo, dijo, tiene dos enemigos: el que maltrata las leyes y el que sólo quiere escucharse a sí mismo. “La única negociación a la que se me invitó fue sobre los términos y plazos de la independencia”. “Yo hubiera venido aquí a defender mis posiciones”, declaró en alusión a Puigdemont el, recordemos, presidente-plasma.
Durante su intervención hubo escándalo desde su bancada, aplausos exasperados, alegrías levantiscas, triunfales, por ejemplo, cuando anunció la medida del cese al Govern. Se habían pronunciado expresiones trágicas: día triste para la democracia. Pero el drama no se adivinaba en las filas populares. Sí se percibía, en cambio, frenesí, avidez, risas y asentimientos que eran como gozosas frotaduras de manos. El gesto más serio e introspectivo lo mantuvo el propio presidente del Gobierno cuando regresó a su escaño para escuchar las réplicas.
El senador del PP, Manuel Barreiro, acusó a los independentistas de no poder mirar a los ojos a los catalanes. El día anterior Gabriel Rufián, ante la indecisión de Puigdemont, tuiteó: “El que dude que salga a la calle y mire a los ojos de la gente”. Cada uno se refería a un grupo distinto de personas, pero ambos los totalizaban. Tanta alusión a los ojos sugiere que el conflicto ha mordido hueso de manera irreversible y, ahora, se mide en términos casi espirituales.
Cs y PP (con un PSOE en pleno ictus) van cimentando una nueva época de esencialismo patriótico, orgánico, legal.
Ciudadanos siguió, durante todo el día, la lógica nacionalista y populista a la que se agarran cada vez más fuerte, entusiasmados por las últimas hornadas de encuestas. Francisco Javier Alegre acusó al PP y al PSOE de dejación y tildó, en el mismo tiro, de xenófobos a los independentistas: “Han mirado a otro lado ante el adoctrinamiento y la colonización de los medios de Cataluña, pactaron con ellos, permitieron el 9N”. Los mayores citadores de Adolfo Suárez de la historia de la democracia, ahora, criminalizan el pacto como vía política. Rajoy, en su turno, también había contrapuesto al bien democrático de su postura, las “inclinaciones ideológicas y pequeñas mezquindades” de otros. Cs y PP (con un PSOE en pleno ictus) van cimentando una nueva época de esencialismo patriótico, orgánico, legal.
Senadores de una y otra formación salían, se perdían por los pasillos, regresaban, susurraban a sus compañeros. Durante la escenificación, en silencio, terminaba de fermentar el 155. Producto de esto, se cerraron algunos flecos como la enmienda del PSOE que planteaba que los medios de comunicación públicos continuaran bajo control parlamentario. “A la policía hay que darle órdenes, pero a los periodistas no”, fue el lema del senador socialista Ander Gil García. El PP era reacio a aceptarla, pero finalmente lo hizo. El primer giro en los votos particulares lo dio el PSOE al retirar su voto particular sobre la reversibilidad del 155 en caso de que Puigdemont convocara elecciones. Se cerró, así, el último fleco. Poco importaba ya que el president llamara al voto, DUI mediante o no. Gil García anunció el paso atrás al recibir, según indicó, el portazo al diálogo por parte de las formaciones separatistas. En su defensa ante la Cámara, el socialista habló de permanecer al lado de la Constitución, pero no del presidente del Gobierno. Se cuidó de levantar esa frontera ficticia. También mentó las delicias de la Carta Magna: “Ha permitido descentralizar competencias, tener voces territoriales diversas y construir el estado de Bienestar (y se olvidó de que también permitió desarticularlo)”.
Podemos se mostró desubicado. Arremetieron contra el PP por no admitir un voto particular contra el 155. Ramón Espinar se quejó en un ir y venir de la mesa de la Cámara a su bancada que sirvió de escenificación de una postura política que, en aquella jornada, quedaba condenada a la irrelevancia.
El frente común del PDeCAT y ERC, más en el Parlament que en el Senado, se movió en términos de seducción, de preludio orgásmico. “Negociemos que una república catalana firme un convenio con España para mantener la solidaridad para que el proceso no sea dañino para nadie, negociemos la doble nacionalidad”, propuso Mireia Cortés (ERC). Josep Lluís Cleríes, del PDeCAT, acusó al Gobierno de querer regresar a 1975 y criticó la compostura de los populares. “El entusiasmo de su grupo en un tema tan desagradable me ha producido tristeza y pena, no solo por Cataluña, sino por España”. Era cierto, el PP solo detuvo el jolgorio cuando le atacó el agotamiento y, quizás, el hambre. Cleríes terminó con una declaración de lealtad: “Seremos fieles a Puigdemont, al Gobierno de Cataluña, pero al democrático, no a ustedes”, y perfiló la próxima lucha, más compleja que las anteriores: la de legitimidades y reconocimientos de autoridad que parece perfilar a Cataluña como una futura comunidad fallida.
Finalmente, no sabemos si porque, precisamente, el cansancio y el hambre destemplan y aportan otra lucidez, el PP no aplaudió el resultado de la votación. Ya estaba ahí el 155 con su margen abierto para responder a la arbitrariedad y el esperpento del Govern con más arbitrariedad: se abre el escenario de una guerra institucional y psicológica. La humillación es un arma valiosa, eso lo sabe Rajoy; sentirse humillado también, lo saben los independentistas. La capacidad de deducción de políticos y analistas está neutralizada: nadie se atreve ya a predecir el final del cuento. Al caer la noche Rajoy puso teórica fecha de caducidad al 155: el 21 de diciembre habrá elecciones en Cataluña.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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