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“La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”.
Marshall McLuhan
Hay un fantasma que sin embargo recorre tan sólido como una certeza las filas de buena parte de los que se sitúan del cinco hacia abajo (a la izquierda) en la escala ideológica: lo de Cataluña ha empujado a España a la derecha. Los análisis políticos y/o sociológicos se expenden en otra ventanilla, pero mirándolo desapasionada y rápidamente, quizá sea así. O lo parece. Por lo menos las dos cosas se han producido en una sucesión temporal: la escenificación catalana del proceso de independencia ―entre La Passió d’Esparreguera y la puesta en escena de Això no és vida! en el Centre Cultural i Recreatiu de Malgrat de Mar― y la celebración patriótica en fachadas, balcones y barras de bar de la reacción consiguiente a cargo de la Estrella de la Muerte de Moncloa. Lo que cabría analizar es si la sociedad española, o la sociedad española-gente de bien ha sido empujada hacia el lado oscuro de la escala ideológica, o bien ya estaba allí, pero no consideraba elegante poner esa dirección en las tarjetas, o no se había psicoanalizado en profundidad para encontrarse a sí misma. Dado que no es en esta ventanilla, voy a dar alegremente esta hipótesis por posible e intentar confiarles por qué creo que es incluso probable.
De entrada, lo lógico es que la sociedad española esté empujada a la derecha, no formal, pero sí en el fondo, por cuatro décadas de franquismo y por no haber sido desmontados nada o casi nada sus valores, usos y costumbres, como cada día se empeñan en demostrar estamentos públicos de todo tipo. Por ejemplo, la visión hegemónica de la historia española, salvo lo del caudillo por la Gracia de Dios y algunos detalles cosméticos más, no ha cambiado demasiado de la que a mí me hicieron estudiar (España no la fundó Viriato porque era un poco portugués, pero casi, y hemos sido el Real Madrid de la Humanidad, pese a la oposición de los demás y a los arbitrajes). La falta ancestral de práctica democrática provoca que surja el desencanto, cuando no funciona como la panacea que se vendió y se descubre que debajo de ese conjunto de ritos y liturgias está la patente de corso de siempre para amasar botines desde cualquier cargo. Para este viaje no se necesitaban alforjas, es la deducción de los que reivindican los modos de la etapa anterior (la hipocresía, la rapiña, la saña y la ignorancia, que desde luego eran unos valores inequívocos y firmes), tanto por los que los conocieron y los disfrutaron, como por los que olvidaron en que consistían, y acabando por los que creen que, como en teoría eran más o menos opuestos a los actuales, eran auténticos o, como mucho, tan malos no serían.
Por extraño que parezca, este franquismo subterráneo, o más bien anfibio, se conforma con la oferta de partidos existente, y se adapta perfectamente a ella, al revés de lo que ocurre en otras partes de Europa
Por extraño que parezca, este franquismo subterráneo, o más bien anfibio, se conforma con la oferta de partidos existente, y se adapta perfectamente a ella, al revés de lo que ocurre en otras partes de Europa. El PP no es un partido de extrema derecha, aunque la contenga. Todos conocemos a muchos militantes, altos cargos incluidos, que no son unos trogloditas, ni personal ni ideológicamente. Ciudadanos, además del partido nacionalista español por excelencia, cuyo éxito es haber superado los límites de UPyD, que era un partido nacionalista español madrileño, en teoría es una formación de centro, y en algún momento asomó oreja lo de liberal. El espacio que disputa y le arrebata al PP, y al PSOE, es ese, y es en el centro ―el 5 pelado― donde se sienten cómodos sus votantes. Y a partir de ahí, hacia el 1, lo que hay es socialdemocracia ―sea lo que eso signifique en estos momentos― nacionalismo de izquierdas, rupturismo/populismo, izquierda clásica/alternativa (habrá quien se sienta muy incómodo con alguna de ellas, pero otros muchos estarán cómodos en alguna).
Bien, pues no debe ser fácil encontrar en ningún contexto europeo electores de centro, y mucho menos de centro izquierda que estén de acuerdo en que las letras de unas canciones o unos chistes sean susceptibles de entrar en el saco ―sí, saco, y amplio― de la legislación antiterrorista. O ámbitos judiciales vecinos en los que se puede amenazar con pena de cárcel a un periodista por entrevistar a exmilitantes del Grapo (y más cuanto en la televisión pública le dan en prime time al secuestrador de la farmacéutica de Olot la oportunidad de justificarse). O explicar por qué hay cinco veces más condenas por enaltecimiento del terrorismo desde que no hay terrorismo. Sobre todo si tenemos en cuenta que los extremistas ahora realmente existentes se deben sentir más espoleados a actuar por los desfiles sacrílegos de Victoria’s Secret que por unos raps que posiblemente ni entiendan. Me gustaría saber a qué familia política democrática se pueden adscribir los partidos que no reaccionan ante el secuestro manifiesto de los poderes legislativo y judicial por parte del ejecutivo que se está produciendo en España, salvo que saquen rendimientos de ello o estén dispuesto a hacer lo mismo en cuanto tengan oportunidad (y en este último caso, ni aun así). Tampoco creo que ningún sistema político en ningún país de nuestro entorno hubiese sobrevivido a corrupciones estructurales tan flagrantes. Todas esas callosidades de la sensibilidad democrática de una sociedad son anteriores a «lo de Cataluña». Y pese a «lo de Cataluña», la intención de voto en España sigue en sus carriles habituales, punto arriba, punto abajo. El mundo se hunde y nosotros seguimos enamorados de nuestro voto.
¿Por qué existe entonces esa percepción de que Cataluña ha mandado todo al traste? En primer lugar por los dos mandamientos esenciales del pensamiento progresista: buscar al enemigo lo más cerca posible, y echarle la culpa a los demás de hacer bien su trabajo (el de los demás). O como dijo Hubert Humphey, el vicepresidente demócrata que perdió contra Nixon, errar es humano, culpar a otro es política. En segundo, porque si todos los medios con una mínima potencia de fuego bombardean con lo mismo 24 horas siete días a la semana, acabas comprando eso, sea de comer, de beber, de enchufar o ideológico. Pero decir que la culpa es de «lo de Cataluña» me recuerda el argumento que la culpa de los abusos la tienen las abusadas, que iban provocando, y no los abusadores. Lo malo es que se acabará cumpliendo ese principio sociológico que se conoce como teorema de Thomas: «Si la gente percibe una situación como real, sus consecuencias lo acabarán siendo».
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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