1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 1392 Conseguido 69681€ Objetivo 140000€

El Ministerio

¡Liberad al autómata!

Notas de un encuentro sobre cibernética y robots

Víctor Sombra 14/05/2017

<p>Presentación del libro <em>Cartas desde la revolución bolchevique</em>, de Jacques Sadoul, celebrada el pasado mes de noviembre en la librería Albatros de Ginebra.</p>

Presentación del libro Cartas desde la revolución bolchevique, de Jacques Sadoul, celebrada el pasado mes de noviembre en la librería Albatros de Ginebra.

V.S

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí

-----------------------------------------------------------------------------------------------------

La fotografía que encabeza este texto refleja un instante de la presentación del libro Cartas desde la revolución bolchevique (Turner, 2016, Madrid, traducción de Inés Bértolo), de Jacques Sadoul. Al finalizar el evento, celebrado el pasado mes de noviembre en la librería Albatros de Ginebra, varios de los asistentes al mismo nos quedamos charlando. Nos intrigaba una cuestión evocada por uno de los presentadores, Constantino Bértolo, que se refirió a la primera política agraria bolchevique como precedente de la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin, en cuanto ambas se servían en contextos diferentes de la propiedad privada y contemplaban su coexistencia con la producción estatal. Nos interesaba la relación entre la planificación (única y centralizada) y las iniciativas (plurales, dispersas), y hasta que punto éstas caben en aquélla, y cómo se engarzan. Estábamos convencidos de que la nervatura de esta disquisición, que recorre la historia del debate comunista desde sus inicios, puede examinarse a la luz del nuevo entorno tecnológico.

Hortensia Sycomore tomó enseguida las riendas de la discusión. A su juicio, la cuestión de la tensión entre centro y periferia, o entre la planificación colectiva y la autonomía individual, debía tratarse desde la óptica cibernética, ya que ésta se centra en la regulación, la comunicación y el control, tanto en sistemas vivos como en máquinas e instituciones. La profesora Sycomore, catedrática de Cibernética de la Universidad de Novosibirsk, subrayó que ninguna disciplina ha tenido tantas definiciones ni se ha aplicado a tantos campos del saber como la suya, desde la robótica a la biología, la dirección de empresas o la inteligencia artificial. En el ámbito de las ciencias sociales, la cibernética hace gala de su versatilidad, entroncando tanto con los estudios de gestión empresarial como con la planificación socialista más sofisticada. 

Para Sycomore el rasgo principal de la cibernética es la autorregulación de los sistemas, basada en la interacción con el medio, así como la tendencia a automatizar los procesos que la sustentan

Para la profesora Sycomore el rasgo principal de la cibernética es la autorregulación de los sistemas, basada en la interacción con el medio, así como la tendencia a automatizar los procesos que la sustentan. Para ilustrarlo se sirve de un ejemplo cercano y otros dos históricos. La familia de una agricultora amiga suya cultiva los mismos campos desde hace generaciones. Su padre está pendiente día y noche de la tierra. Busca en ella lo que conviene hacer en cada momento y adapta su intervención en función de la información que va recibiendo. Sus cuidados le parecen una respuesta espontánea, fruto del vínculo profundo que le une a esos campos, pero su hija trata de convencerle de que, al menos en parte, son susceptibles de automatización. Se podría, por ejemplo, implantar un sistema de riego que libere una cantidad precisa de agua en función de la sequedad de la tierra, medida y transmitida por sensores colocados en los lugares oportunos.

El problema que tiene el agricultor en cuestión es el de recibir información fiable para definir su actividad. Lo mismo sucede con la gerencia de una fábrica, que precisa datos de los suministradores, trabajadores y distribuidores o, a más larga escala, en el conjunto de la economía de una ciudad o un país. Información puntual, actualizada y fiable que permita una intervención adecuada, modificando la situación inicial y generando nueva información en un proceso de realimentación continua. Es esa información la que también permite tabular una respuesta y automatizarla, como en el ejemplo del riego.

El primero de los ejemplos históricos propuesto por la profesora Sycomore se refiere a la red concebida a principios de los años sesenta por Viktor Glushkov, la Dirección Automatizada de la Economía Nacional (OGAS), que pretendía conectar entre sí los centros de producción soviéticos y automatizar la dirección económica. Glushkov, un extraordinario matemático, concibió un proyecto fuertemente centralizado y apoyado por una tecnología computacional puntera, que nada tenía que envidiar a la de IBM y otros fabricantes occidentales. El proyecto planteaba construir cien grandes centros de cómputo, pero la oposición del ala mercantilista (rinochniki) de los economistas soviéticos logró desbaratar su puesta en práctica, alegando su alto coste y sustituyéndolo por una reforma que ponía el acento en la ganancia como índice fundamental de la eficiencia económica. El científico continuó con su investigación y desarrolló un sistema pionero de automatización de la dirección de la producción en la fábrica de televisores de la ciudad de Lvov. Los nuevos intentos de aplicación del OGAS fueron criticados fuertemente tanto dentro de la Unión Soviética como en Occidente, donde se lo descalificó como una herramienta de control ciudadano instigada por el KGB.

Synco, el proyecto que el experto cibernético Stafford Beer desarrolló para el Gobierno de Salvador Allende a principios de los setenta, con apoyo de consultores de Arthur Andersen, buscaba sostener a las industrias nacionalizadas mediante una red de información que conectara los agentes económicos con un centro de dirección participativo, creando un proceso de realimentación que actualizaba de forma constante la gerencia económica. Al margen de su limitada implementación, comprometida por la turbulencia política y el bloqueo económico al régimen de Allende, el diseño de Synco ponía el acento en la producción de datos desde una multiplicidad de nódulos autónomos, así como en la participación de los trabajadores, en línea con las directrices de la vía chilena al socialismo.

La profesora Sycomore nos ha señalado sendas obras de referencia sobre estos ejemplos. De ambas existen traducciones al español. De un lado, un excelente libro de Eden Medina que detalla la experiencia de Synco: Revolucionarios cibernéticos (Lom, Santiago de Chile, 2013), que Morozov reseñó en el New Yorker.[1] De otro, Cibernética, cálculo electrónico, planificación y dirección, de Víktor Gluschkov (EDITHOR, Quito, 2013).

Al cerrar la librería, el grupo ha menguado y solamente otras dos personas y yo hemos acompañado a la profesora Sycomore para continuar la conversación en el cercano Café de la Prensa: Christine Rubik, que es la mujer que aparece en el lado derecho de la fotografía que encabeza el artículo, y mi compadre Monty Montbrulant, que ha preparado conmigo estas notas.

Nada más sentarse, la profesora Sycomore ha trazado una serie de analogías entre los sistemas cibernéticos y las plataformas y redes tecnológicas de hoy en día. El hecho de que éstas se beneficien de una mayor descentralización o de procesos de inteligencia distribuida y aprendizaje automático no hace sino mejorar la realimentación de un sistema que en el fondo cumple funciones cibernéticas de comunicación y regulación. No es de extrañar, ha añadido, que muchos consideren a la OGAS o Synco como precedentes de Internet; en todo caso, su naturaleza pública entronca con la génesis y los hitos fundacionales de la arquitectura de la Red de redes: Arpanet, primeras redes en las universidades americanas, la contribución del CERN, etcétera. 

Las plataformas y redes tecnológicas actuales son una nueva fuente de planificación económica. Para ilustrarlo, la profesora Sycomore se ha centrado en el entorno municipal, donde la abundancia de datos de diferente procedencia, su correlación y tratamiento, permiten definir las áreas de la ciudad más susceptibles de necesitar diferentes servicios (control del tráfico, limpieza, bomberos, inspecciones sanitarias y otras) y desplegar en consonancia los recursos disponibles. Las respuestas pueden automatizarse, como sucede en Madrid con la fijación en tiempo real de distintas tasas de aparcamiento a vehículos con distinto impacto ambiental.

Mientras haya muchos prestadores del mismo servicio se puede sostener que la definición algorítmica de los precios refleja el mercado y hasta lo engrasa, mejorando su funcionamiento

Esta nueva regulación tecnológica, que se apoya de forma creciente en el tratamiento masivo de datos y su correlación algorítmica, obviando las relaciones causales, no es exclusiva de los organismos públicos. Las empresas adaptan sus servicios en función de un flujo de información constantemente actualizada que tratan mediante algoritmos cada vez más sofisticados. Algunos cines de Milán, por ejemplo, integran en el precio de la entrada factores como la lluvia, el día de la semana o los actores que aparecen en la película. Esta “regulación algorítmica”[2] resulta especialmente intensa en el caso de las grandes plataformas de Internet. Pese a las enfáticas declaraciones del consejero delegado de Uber,[3] subrayando que es el mercado y no sus algoritmos los que definen los precios de sus servicios, hay motivos para pensar que, de hecho, lo reemplazan tanto como lo reflejan. Esto sucede especialmente en el contexto de una economía global que fomenta la concentración y en la que los usuarios tienden a homogeneizar su comportamiento, lo que resulta a menudo en configuraciones de monopolio u oligopolio. Mientras haya muchos prestadores del mismo servicio se puede sostener que la definición algorítmica de los precios refleja el mercado y hasta lo engrasa, mejorando su funcionamiento. Esa sintonía con el mercado se tambalea cuando los algoritmos no se conocen y se derrumba cuando la empresa que los impone ocupa una posición dominante.[4]

Otra cuestión es la de cuáles sean los factores determinantes de la denominada “regulación algorítmica”. En el caso de las grandes plataformas, no cabe duda de que el criterio determinante, por encima de cualquier factor, incluida la valoración del usuario, es el beneficio empresarial. Esto tiene varios efectos. Uno es que el diseño de las redes no se orienta a la utilidad del usuario sino en la medida que ésta permita incrementar el beneficio.[5] En segundo lugar, que el funcionamiento de la red y su expansión generan una acumulación de riqueza sin precedentes, la destrucción del tejido empresarial circundante, y la falta de compensación de quienes nutren la red de información y contenidos. 

Y sin embargo, la información que nutre las redes es nuestra. A veces procede de hechos cotidianos, como la opción por tomar un medio de transporte u otro; otras, de actos de consumo, y otras, de aficiones y preferencias culturales o vitales. En ocasiones tiene un componente creativo más elaborado, como las contribuciones a blogs, los videos y fotos, o los comentarios que formulamos en distintos contextos. Las empresas propietarias de las plataformas basan su actividad económica en estas contribuciones sin remunerarlas, ni siquiera reconocerlas. Se da la paradoja de que a menudo los servicios de una plataforma van dirigidos a reemplazar las actividades de las personas que la nutren, como en el caso de las traducciones, donde el trabajo de los traductores profesionales alimenta las bases de datos de los programas de traducción automática. Se podría decir que estamos ante una gobernanza tecnológica que se ha hecho participativa porque recibe información de cada nódulo y se adapta al mismo en un proceso de realimentación continuo, pero que al tiempo se desarrolla a espaldas de aquellos que la facilitan. Un gobierno tecnológico del pueblo, pero sin el pueblo, o del pueblo ausente, autómata y excluido.[6] 

Por cierto, que de todas las manifestaciones de la antinomia entre la planificación y el mercado, subrayada por Constantino Bértolo en la presentación de Cartas desde la revolución bolchevique, la profesora Sycomore destaca una especialmente relevante. Se trata de la discusión que en 1965 enfrentó, en los órganos de dirección soviéticos, a los partidarios de renovar el sistema mediante la coexistencia con el mercado y a quienes proponían mejorar la planificación. A juicio de la profesora Sycomore, la victoria de los mercantilistas marca el origen del hundimiento del sistema socialista, es la grieta que une la NEP con Jruschev y Gorbachov, porque a partir de entonces la coexistencia empieza a ser la piedra de toque que valida las demás iniciativas. Por mucho que formalmente quede relegado a un segundo plano, el mercado preside desde atrás el conjunto de un sistema al que ha fijado ya fecha de caducidad.

Como hemos visto, Glushkov y sus máquinas estaban en el grupo que defendía la planificación y las oportunidades para impulsarla con la tecnología. Resulta curioso que poco tiempo después de relegar al OGAS a una posición marginal, en 1969, se tomara al máximo nivel la decisión de dejar de desarrollar nuevas computadoras y programas y concentrar los recursos informáticos soviéticos en piratear de forma sistemática e institucional a IBM.

—¡Qué mejor manera de facilitar la coexistencia que la adulación y el servilismo que entraña la copia! –ha exclamado la profesora Sycomore mirándonos fijamente uno por uno. Y ha concluido la reunión con una pregunta–: ¿Acaso no se nos había pedido acomodarnos al mercado?-

Hemos quedado en vernos al día siguiente a las siete de la tarde, en el cercano café Remor. La profesora Sycomore ha llegado tarde.

—Disculpen a H. Sycomore —ha dicho con voz que pretendía ser mecánica pero que se ha quebrantado por la risa.

La profesora venía de una reunión del Club de Amistad Robótica de Ginebra. Estas asociaciones, que funcionan ya en más de diez ciudades de todo el mundo, fomentan la familiaridad entre los robots y los humanos. La reunión en cuestión había tratado de un virus informático, especialmente virulento, que estaba afectando a varias generaciones de robots y que les llevaba a usar el apelativo con la inicial del nombre propio y el apellido entero, tanto para nombrarse a sí mismos como para denominar a terceros. Sucedía de golpe, poniéndolos en evidencia sin aviso previo, y sin que los esfuerzos desplegados hasta la fecha hubieran podido remediar este hipo robótico tan inapropiado.

El objetivo último del Club, ha señalado la profesora, es que los robots no queden tan sólo en manos de las grandes empresas, que sean cercanos a las personas con las que habrán de convivir, interesando además a éstas en su programación y funcionamiento. Sin darse cuenta, la profesora ha reconocido que una de las prácticas de convivencia más utilizadas por los miembros del Club es hacerse acompañar por autómatas en distintos eventos públicos. La pregunta era por tanto obvia y ha sido mi compadre Monty Montbrulant quién se ha atrevido a formularla: “¿Participó algún robot en la presentación en Ginebra de Cartas desde la revolución bolchevique?”. Y la respuesta de la profesora, mirándole fijamente, ha sido categórica:

—Tres. Una de ellos formuló una pregunta. Otro tomó fotos. Una tercera se ausentó en medio de la charla para ir al baño.

Hortensia Sycomore nos ha pedido que dejemos por un momento de lado los robots. Antes quería analizar en más detalle las funciones y el alcance de los agentes de la nueva planificación tecnológica. Se trata en gran medida de funciones de infraestructura que nos permiten buscar e intercambiar información de forma global y omnímoda. Tareas básicas, de alcance universal y genérico, que sustentan el despliegue de actividades económicas particulares y diversas. Tales funciones se benefician a menudo de la inmunidad propia del intermediario, que hace que el que facilita la red o los medios de búsqueda de la información no responda del contenido de la misma.

Un puñado de empresas lleva a cabo estas funciones de infraestructura.[7] Se llevan a cabo con muy pocos trabajadores, a expensas del tejido empresarial local, y propician una concentración de riqueza y un incremento inaudito de rentas superfluas y especulativas. Gracias a que sus actividades se centran en la información y otros activos intangibles, a que su arraigo territorial es muy limitado y diluido, los agentes globales de la economía digital han conseguido, apoyándose en ingeniería fiscal más o menos compleja, no pagar apenas impuestos.

Hortensia Sycomore ha formulado dos preguntas. ¿De qué naturaleza es un ente que proporciona el fundamento habilitante y el marco del resto de la actividad económica, que lo hace sobre la base de la información que le facilita el conjunto de la población, que no paga impuestos y es inmune a la acción de terceros? ¿Qué naturaleza tienen las rentas que acumula sin descanso?

Si el contexto tecnológico lleva a que sean pocos los agentes globales, si la regulación algorítmica desplaza o elude tanto a las leyes como al mercado, hay que empezar por imaginar redes y plataformas de todos y para todos

Naturalmente, una naturaleza pública, y hay que dar los pasos necesarios para que así se reconozca. Si el contexto tecnológico lleva a que sean pocos los agentes globales, si la regulación algorítmica desplaza o elude tanto a las leyes como al mercado, hay que empezar por imaginar redes y plataformas de todos y para todos. Esto llevará a elaborar estándares que definan su diseño y funcionamiento en áreas como el reconocimiento de las contribuciones de los usuarios, la transparencia de los algoritmos y, en función de la conexión que tengan con el interés público, su escritura colectiva.

En este punto mi compadre Monty Montbrulant ha interrumpido a la profesora Sycomore:

—Creo que nos estamos alejando demasiado del objeto inicial de nuestra charla —ha dicho en tono de queja—. ¿Qué nos dice todo esto del equilibrio entre centralización y autonomía?

—Nada todavía, pero empieza a dibujar un escenario en que será posible superar esa contradicción. Dar con una planificación nueva. Diversa y múltiple. Participativa. Para ello pongamos ahora los tres elementos juntos: redes, robots y trabajadores —ha propuesto la profesora, invitándonos a ver cómo se relacionan entre sí y qué sociedad configuran juntos. 

H. Sycomore ha tomado como punto de partida la reciente declaración de Bill Gates en el sentido de que los robots acabarían por pagar impuestos. Gates reconoce la pujanza del proceso de automatización. Se habla de que la mitad de los trabajos en Estados Unidos son susceptibles de ser automatizados en el plazo de veinte años y asombra el impacto de este proceso en la deslocalización: las fábricas vuelven a Occidente, tras su periplo asiático, pero sus trabajadores han sido sustituidos por máquinas, y precisamente por eso vuelven, porque la máquina ha reemplazado el subempleo. 

Lo que en segundo lugar reconoce la observación de Gates es que no se trata tanto de los derechos y obligaciones de los robots, como se sugiere en cierta ciencia ficción escapista, sino del reparto de riqueza que propician entre los humanos. Tratamos de imaginar cómo pueden llevar a cabo distintas funciones, pero, una vez automatizadas, estas funciones reducirán costes de forma espectacular, dejarán sin trabajo a colectivos enteros y sin sustento a las arcas públicas que recibían los gravámenes del trabajo.[8]

Conforme a H. Sycomore los efectos de la automatización no dependerán tanto de la tecnología sino de quién la programe y controle. La máquina se va definiendo en función de las tareas humanas que suprime y eso refuerza su condición de alter ego del trabajador, que, por un lado, tiene el potencial de liberarlo de esfuerzos prolongados, pero por otro, en el contexto económico actual, incumple esa promesa en dos sentidos diferentes. De un lado, maximizando la productividad de quien conserva su empleo, que sigue trabajando el mismo número de horas. De otro, enviando al desempleo al trabajador reemplazado y metiendo su salario directamente en el bolsillo del empresario. Sin embargo, ya Marx advirtió que la automatización introduce inestabilidad en el sistema. Al intensificarse, se erosiona la base sobre la que el empresario asienta su dominio, esto es, el tiempo de trabajo deja de ser el criterio de creación de la riqueza que él se apropia. No es sólo que sin trabajadores deje de haber consumidores: es que, si no hay empleados, ¿cómo puede haber empleadores? O en otras palabras: ¿qué es un empresario cuando no hay trabajadores? Si el mercado entra en crisis y desaparecen los trabajadores, creer que los empresarios pueden mantener el mismo régimen es como imaginar que un barco seguirá navegando cuando el agua se retire.

—¿El robot reemplazará al empresario? —ha preguntado M. Montbrulant.

—El robot se acerca. Adónde vaya dependerá de nosotros —ha respondido H. Sycomore, que ha insistido en ampliar de nuevo el foco para responder mejor a esa pregunta.

En el llamado “Fragmento de las máquinas” Marx trata del “sistema automático de maquinaria […] puesto en movimiento por un autómata, por fuerza motriz que se mueve a sí misma…”.  Este “autómata se compone de muchos órganos mecánicos e intelectuales de tal modo que los obreros sólo están determinados como miembros conscientes de tal sistema”. [9]

Nuestro universo conectado, que se despliega en multitud de plataformas, redes y conexiones individuales, guarda paralelismos con el “vasto autómata” o “sistema automático de maquinaria” del que hablaba Marx. Si la Red se asemeja a un autómata, la regulación algorítmica y la inteligencia artificial no parecen tan distantes de una maquinaria que es “ella misma virtuosa, posee un alma propia presente en las leyes mecánicas que operan en ella”, que se presenta como “fuerza objetivada del conocimiento“ y mira por su “automovimiento continuo”.

Marx apunta a que la automatización abrirá vías para la superación del capital por la “inteligencia colectiva” y para que el conocimiento social se convierta en “fuerza productiva inmediata”. En este contexto, la riqueza social no dependerá del trabajo apropiado por el empresario, sino al revés, del tiempo que la automatización libere y los medios creados para todos, que permitirán la cooperación y el intercambio social.

—¿Qué entiende por inteligencia colectiva? –ha preguntado M. Montbrulant.

—No sé bien lo que es y no sé si Marx lo sabía. Es una predicción a largo plazo. En cambio, sí tengo una fuerte intuición de que se consigue contra uno mismo y contra el entorno, en colaboración con los otros…

—Es un termino vago —ha insistido M. Montbrulant.

—Uno de mis estudiantes prepara un proyecto para darle más resolución —ha explicado H. Sycomore—. Se trata de desarrollar una comunidad de robots animados por la inteligencia colectiva.

—¿Y cómo la define su alumno?

—Trabaja sobre dos principios. La IC (Inteligencia Colectiva) es consecutiva. Uno sabe algo que permite a otro conocer otra cosa que lleva a un tercero a saber algo más. La IC es solidaria. Se centra en lo que nos mantiene en pie y permite crecer juntos. Desecha saber en detrimento de otros o para prevalecer sobre ellos. Mi alumno piensa que si convertimos en código estos principios tendremos un campo de ensayo para saber más de la IC.

M. Monbrulant no parecía muy convencido:

—En todo caso, no parece que estemos cerca de que la IC deje pronto atrás al capital.

—Cerca o lejos depende de nosotros —ha respondido H. Sycomore–. Lo que sí es cierto es que el capital se encastilla en las grandes plataformas tecnológicas y sigue al mando de las redes. Estas plataformas son en realidad el “único miembro consciente” del vasto autómata del que hablaba Marx… Los usuarios de las mismas lo alimentamos de forma gratuita y mecánica con nuestra actividad cotidiana, abstraída, si no inconsciente, y en gran medida superflua. Nosotros somos en realidad los robots de este universo conectado que se despliega sin cesar y que las plataformas manipulan como un gigantesco títere. Y si las contradicciones del modelo se hacen demasiado evidentes, como sucede con la reducción del tiempo de trabajo provocada por la automatización, estas empresas no tienen inconveniente en apoyar la renta básica universal (RBU), como forma de disponer sin conflicto de la fuerza de trabajo sobrante. Eso sí, siempre que se les permita continuar acumulando rentas sin trabas, a costa de fagocitar el tejido empresarial y laboral circundante.

H. Sycomore ha evocado un libro reciente que glosa la figura de Ada Lovelace, la autora del primer algoritmo, bajo el título de la “poeta de la ciencia”,[10] apoyándose en la contraposición entre la figura paterna, Lord Byron y el afán matemático de su madre. H. Sycomore cree que se precisa hoy una simbiosis equivalente, pero esta vez entre ciencia y política, para hacerse con los algoritmos de una vida sostenible para todos.[11] Este fue el camino que emprendieron Glushkov y Stafford Beer hace décadas, sólo que hoy en día el tratamiento masivo de datos y la extensión de la Red, unidos a la  planificación algorítmica, empiezan a ser capaces de determinar lo que se precisa para lograr esa vida sostenible, mientras que la automatización puede poner los medios para facilitarlo. 

—Hay que reescribir El fragmento de las máquinas en código informático… —ha subrayado H. Sycomore—. Los robots deben alzar el puño. Al mismo tiempo hay que centrarse en el autómata ausente y conectado, el de carne y hueso, trasvasarle la conciencia que monopolizan las redes. Que los trabajadores sean los miembros conscientes del universo conectado.

—Liberar al autómata —he aventurado.

—Eso es. Además, si el trabajador y no el capital dirige al robot, este humanizará.

M. Montbrulant ha objetado que se pueda seguir hablando de trabajador en un escenario futuro de intensa automatización. 

—Trabajar es también dirigir el universo conectado, participar de la inteligencia colectiva —ha respondido H. Sycomore—. La regulación algorítmica[12] de la vida sostenible exige la lectura constante del entorno y la reescritura continua del código. Las redes actuales no nos dejan ver la variedad de lo necesario… Y, como dije, todas las contribuciones cuentan y se cuentan.

Luego ha dibujado una tabla. Una columna representa al usuario y la otra a las redes y plataformas.  

Usuarios                         Redes

Ausentes

Ubicuas

Desubicados

Propioceptivas

Autómatas

Conscientes

Colaborativos

Propietarias

Donantes

Receptoras

Desempleados

Dinámicas

Transparentes

Opacas

Desposeídos

Poderosas


—El primer paso para la inteligencia colectiva sería cambiarlos de lugar —ha concluido.

Poco antes de terminar nuestra última reunión, mientras H. Sycomore formulaba sus propuestas para conquistar el futuro, he empezado a observar con más detalle a C. Rubik, que se mantenía como siempre en silencio, mirando fija y duramente a nuestra interlocutora. He recordado las consideraciones sobre los robots como alter ego del trabajador, su dimensión ambivalente como compañero y amenaza. Los comentarios de la señora Sycomore sobre cómo se hace acompañar por autómatas. C. Rubik se ha girado hacia mí. No he sentido nada, igual que no se siente nada ante el programa de reconocimiento ocular del control de un aeropuerto.

A la salida del Remor, mientras nos despedíamos y recuperábamos nuestros abrigos, C. Rubik se ha acercado hasta mí y ha comentado en voz baja, con un tono ligeramente apologético:

—Lo mío no son las discusiones de café, ya lo habrá notado… Estoy programada para integrarme en las comunidades aborígenes de Australia y Nueva Zelanda. O mejor debería decir de los primeros custodios de aquellas tierras, es lo más correcto. Estoy deseando convivir con ellos.

No sabía qué decir.

—Sé tocar el “didgeridoo” y bailar la haka de los maoríes, pero no tengo nada que aportar a una conversación sobre Facebook e impuestos, es sólo que la profesora quería compañía para estas discusiones, y yo no podía negarme…-

—Claro está.

—Además —ha añadido con tono cómplice, guiñándome el ojo—. Igual que tú, si hace falta sé alzar el puño-. 

Ginebra, 1 de mayo de 2017 

---------------------

Post scriptum

Quince días después de nuestro encuentro he recibido una carta de C. Rubik, que se decía felizmente instalada no lejos de Darwin, iniciando sus contactos con los custodios originarios de la tierra austral. Me remite la fotografía de uno de sus últimos ensayos con los instrumentos tradicionales locales.


[1] Evgeny Morozov, “The Planning Machine. Project Cybersyn and the origins of the Big Data nation”, New Yorker, octubre de 2014.

[2] El término fue acuñado por Tim O´Reilly en este artículo: http://beyondtransparency.org/chapters/part-5/open-data-and-algorithmic-regulation/

[3] Ibídem. Declaraciones reflejadas en The Planning Machine. Project Cybersyn and the origins of the Big Data nation”, New Yorker, octubre de 2014

[4] De lo que no cabe duda es que esta vertiente planificadora de la regulación algorítmica se está exacerbando. La automatización creciente de la demanda, reflejada en la patente para la compra mediante un solo clic, registrada por Amazon, puede verse como una etapa previa a su reemplazo por una oferta que conoce mejor lo que quiere el usuario que él mismo. La subsunción de la demanda en un conjunto objetivado de usuarios, definidos por la oferta, se pone de relieve en la patente del despacho anticipado del producto, depositada por la misma empresa pocos años después y que seguramente está siendo ya utilizada para remitir los productos hacia su destino antes de que sean solicitados. 

[5] Las empresas propietarias de las redes y plataformas se esfuerzan por crear una relación de dependencia que impulsa a los usuarios a navegar por ellas sin objeto, de forma continua, pero exponiéndose a la publicidad y dejando un rastro de información comercialmente valiosa. Esta ambivalencia está en el origen del estupor e insatisfacción del usuario de las redes sociales, cuyo rostro, al tiempo ausente y preocupado mientras manipula su teclado, muestra que no sabe quién sirve a quién, ni quién está conectado a qué. Lo que está claro es quién se enriquece.

[6] Esta contradicción no es necesaria ni inocente. Como recalca la profesora Sycomore, ha sido diseñada para beneficiar a unos pocos en detrimento de todos.  Jaron Lanier explica en ¿Quién controla el futuro? (Debate, Madrid, 2014) cómo no habría sido tan difícil establecer un sistema de micropagos para retribuir cada interacción en la red de la que se beneficia una plataforma tecnológica. De la misma forma que una red de microrréditos converge sobre la empresa propietaria de la plataforma cada vez que la usamos, un flujo de dirección contraria sería tecnológicamente posible.  Un ejemplo de diseño de este tipo sería la red Xanadú, concebida por Ted Nelson, y que tiene como fundamento los enlaces bidireccionales, que facilitan saber el uso que se da a los contenidos en cada momento. Un buen resumen de su tesis está disponible aquí: http://techonomy.com/conf/te14/future-revolutions/owns-future/

[7] Que haya un solo agente o plataforma para cada tipo de intercambio o función puede ser positivo para los usuarios, ya que les permite localizarse e interactuar entre sí de forma más eficaz (por ejemplo, es más fácil encontrarse y comunicarse en los formatos respectivos si solo hay un Facebook y un Twitter). 

[8] Hay áreas que parecen más difíciles de automatizar que otras, como los cuidados personales, y el incremento de la automatización, y además la regulación algorítmica, también generará empleos de otro tipo. 

[9] Todas las citas de Marx remiten las pocas páginas del “”Fragmento de las máquinas. Véase Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, vol 2, edición a cargo de José Arico, Miguel Murmis y Pedro Scaron; traducción de Pedro Scaron; Siglo XXI editores, México DF, Cuaderno VI, pp. 218 y ss. 

[10] Diane Stanley, ilustrado por Jessie Hartland: Ada Lovelace, Poet of Science. The First Computer Programmer, Simon & Schuster, Nueva York, 2016

[11] H. Sycomore recuerda que hay muchas cuestiones que el mercado no es capaz de solucionar. Justamente se trata de las más importantes, las que se refieren a garantizar la educación y la salud para todos. Aún antes, las que se refieren al sustento básico, a la consideración del ser humano como sistema termodinámico, que perece si no metaboliza suficientes alimentos y mantiene determinada temperatura en un espacio breve de tiempo. El objetivo sería entonces redactar colectivamente los algoritmos de la subsistencia común.

[12] La regulación algorítmica requiere fijar objetivos, codificar los medios para alcanzarlos, comprobar si se cumplen, revisar los medios. Y también redefinir los objetivos.

Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. azada y al huerto

    ….solo creo que cuando algunos irreflexivos abducidos por el net sin matices, se den cuenta que sus acciones les han llevado a su ruina, pueda ser descrito el asunto en cuatro líneas; eso ye un negocio, y por lo tanto es del que lo diseña, lo vende, sus lobis, ….¿diseñaslo tu oh?, ¿sacas tajada mas alla de tener el culo sentao tol dia en el sofá y pagar desde ahi?, pos eso….

    Hace 7 años 4 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí