El Ministerio
¡Liberad al autómata!
Notas de un encuentro sobre cibernética y robots
Víctor Sombra 14/05/2017
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La fotografía que encabeza este texto refleja un instante de la presentación del libro Cartas desde la revolución bolchevique (Turner, 2016, Madrid, traducción de Inés Bértolo), de Jacques Sadoul. Al finalizar el evento, celebrado el pasado mes de noviembre en la librería Albatros de Ginebra, varios de los asistentes al mismo nos quedamos charlando. Nos intrigaba una cuestión evocada por uno de los presentadores, Constantino Bértolo, que se refirió a la primera política agraria bolchevique como precedente de la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin, en cuanto ambas se servían en contextos diferentes de la propiedad privada y contemplaban su coexistencia con la producción estatal. Nos interesaba la relación entre la planificación (única y centralizada) y las iniciativas (plurales, dispersas), y hasta que punto éstas caben en aquélla, y cómo se engarzan. Estábamos convencidos de que la nervatura de esta disquisición, que recorre la historia del debate comunista desde sus inicios, puede examinarse a la luz del nuevo entorno tecnológico.
Hortensia Sycomore tomó enseguida las riendas de la discusión. A su juicio, la cuestión de la tensión entre centro y periferia, o entre la planificación colectiva y la autonomía individual, debía tratarse desde la óptica cibernética, ya que ésta se centra en la regulación, la comunicación y el control, tanto en sistemas vivos como en máquinas e instituciones. La profesora Sycomore, catedrática de Cibernética de la Universidad de Novosibirsk, subrayó que ninguna disciplina ha tenido tantas definiciones ni se ha aplicado a tantos campos del saber como la suya, desde la robótica a la biología, la dirección de empresas o la inteligencia artificial. En el ámbito de las ciencias sociales, la cibernética hace gala de su versatilidad, entroncando tanto con los estudios de gestión empresarial como con la planificación socialista más sofisticada.
Para Sycomore el rasgo principal de la cibernética es la autorregulación de los sistemas, basada en la interacción con el medio, así como la tendencia a automatizar los procesos que la sustentan
Para la profesora Sycomore el rasgo principal de la cibernética es la autorregulación de los sistemas, basada en la interacción con el medio, así como la tendencia a automatizar los procesos que la sustentan. Para ilustrarlo se sirve de un ejemplo cercano y otros dos históricos. La familia de una agricultora amiga suya cultiva los mismos campos desde hace generaciones. Su padre está pendiente día y noche de la tierra. Busca en ella lo que conviene hacer en cada momento y adapta su intervención en función de la información que va recibiendo. Sus cuidados le parecen una respuesta espontánea, fruto del vínculo profundo que le une a esos campos, pero su hija trata de convencerle de que, al menos en parte, son susceptibles de automatización. Se podría, por ejemplo, implantar un sistema de riego que libere una cantidad precisa de agua en función de la sequedad de la tierra, medida y transmitida por sensores colocados en los lugares oportunos.
El problema que tiene el agricultor en cuestión es el de recibir información fiable para definir su actividad. Lo mismo sucede con la gerencia de una fábrica, que precisa datos de los suministradores, trabajadores y distribuidores o, a más larga escala, en el conjunto de la economía de una ciudad o un país. Información puntual, actualizada y fiable que permita una intervención adecuada, modificando la situación inicial y generando nueva información en un proceso de realimentación continua. Es esa información la que también permite tabular una respuesta y automatizarla, como en el ejemplo del riego.
El primero de los ejemplos históricos propuesto por la profesora Sycomore se refiere a la red concebida a principios de los años sesenta por Viktor Glushkov, la Dirección Automatizada de la Economía Nacional (OGAS), que pretendía conectar entre sí los centros de producción soviéticos y automatizar la dirección económica. Glushkov, un extraordinario matemático, concibió un proyecto fuertemente centralizado y apoyado por una tecnología computacional puntera, que nada tenía que envidiar a la de IBM y otros fabricantes occidentales. El proyecto planteaba construir cien grandes centros de cómputo, pero la oposición del ala mercantilista (rinochniki) de los economistas soviéticos logró desbaratar su puesta en práctica, alegando su alto coste y sustituyéndolo por una reforma que ponía el acento en la ganancia como índice fundamental de la eficiencia económica. El científico continuó con su investigación y desarrolló un sistema pionero de automatización de la dirección de la producción en la fábrica de televisores de la ciudad de Lvov. Los nuevos intentos de aplicación del OGAS fueron criticados fuertemente tanto dentro de la Unión Soviética como en Occidente, donde se lo descalificó como una herramienta de control ciudadano instigada por el KGB.
Synco, el proyecto que el experto cibernético Stafford Beer desarrolló para el Gobierno de Salvador Allende a principios de los setenta, con apoyo de consultores de Arthur Andersen, buscaba sostener a las industrias nacionalizadas mediante una red de información que conectara los agentes económicos con un centro de dirección participativo, creando un proceso de realimentación que actualizaba de forma constante la gerencia económica. Al margen de su limitada implementación, comprometida por la turbulencia política y el bloqueo económico al régimen de Allende, el diseño de Synco ponía el acento en la producción de datos desde una multiplicidad de nódulos autónomos, así como en la participación de los trabajadores, en línea con las directrices de la vía chilena al socialismo.
La profesora Sycomore nos ha señalado sendas obras de referencia sobre estos ejemplos. De ambas existen traducciones al español. De un lado, un excelente libro de Eden Medina que detalla la experiencia de Synco: Revolucionarios cibernéticos (Lom, Santiago de Chile, 2013), que Morozov reseñó en el New Yorker.[1] De otro, Cibernética, cálculo electrónico, planificación y dirección, de Víktor Gluschkov (EDITHOR, Quito, 2013).
Al cerrar la librería, el grupo ha menguado y solamente otras dos personas y yo hemos acompañado a la profesora Sycomore para continuar la conversación en el cercano Café de la Prensa: Christine Rubik, que es la mujer que aparece en el lado derecho de la fotografía que encabeza el artículo, y mi compadre Monty Montbrulant, que ha preparado conmigo estas notas.
Nada más sentarse, la profesora Sycomore ha trazado una serie de analogías entre los sistemas cibernéticos y las plataformas y redes tecnológicas de hoy en día. El hecho de que éstas se beneficien de una mayor descentralización o de procesos de inteligencia distribuida y aprendizaje automático no hace sino mejorar la realimentación de un sistema que en el fondo cumple funciones cibernéticas de comunicación y regulación. No es de extrañar, ha añadido, que muchos consideren a la OGAS o Synco como precedentes de Internet; en todo caso, su naturaleza pública entronca con la génesis y los hitos fundacionales de la arquitectura de la Red de redes: Arpanet, primeras redes en las universidades americanas, la contribución del CERN, etcétera.
Las plataformas y redes tecnológicas actuales son una nueva fuente de planificación económica. Para ilustrarlo, la profesora Sycomore se ha centrado en el entorno municipal, donde la abundancia de datos de diferente procedencia, su correlación y tratamiento, permiten definir las áreas de la ciudad más susceptibles de necesitar diferentes servicios (control del tráfico, limpieza, bomberos, inspecciones sanitarias y otras) y desplegar en consonancia los recursos disponibles. Las respuestas pueden automatizarse, como sucede en Madrid con la fijación en tiempo real de distintas tasas de aparcamiento a vehículos con distinto impacto ambiental.
Mientras haya muchos prestadores del mismo servicio se puede sostener que la definición algorítmica de los precios refleja el mercado y hasta lo engrasa, mejorando su funcionamiento
Esta nueva regulación tecnológica, que se apoya de forma creciente en el tratamiento masivo de datos y su correlación algorítmica, obviando las relaciones causales, no es exclusiva de los organismos públicos. Las empresas adaptan sus servicios en función de un flujo de información constantemente actualizada que tratan mediante algoritmos cada vez más sofisticados. Algunos cines de Milán, por ejemplo, integran en el precio de la entrada factores como la lluvia, el día de la semana o los actores que aparecen en la película. Esta “regulación algorítmica”[2] resulta especialmente intensa en el caso de las grandes plataformas de Internet. Pese a las enfáticas declaraciones del consejero delegado de Uber,[3] subrayando que es el mercado y no sus algoritmos los que definen los precios de sus servicios, hay motivos para pensar que, de hecho, lo reemplazan tanto como lo reflejan. Esto sucede especialmente en el contexto de una economía global que fomenta la concentración y en la que los usuarios tienden a homogeneizar su comportamiento, lo que resulta a menudo en configuraciones de monopolio u oligopolio. Mientras haya muchos prestadores del mismo servicio se puede sostener que la definición algorítmica de los precios refleja el mercado y hasta lo engrasa, mejorando su funcionamiento. Esa sintonía con el mercado se tambalea cuando los algoritmos no se conocen y se derrumba cuando la empresa que los impone ocupa una posición dominante.[4]
Otra cuestión es la de cuáles sean los factores determinantes de la denominada “regulación algorítmica”. En el caso de las grandes plataformas, no cabe duda de que el criterio determinante, por encima de cualquier factor, incluida la valoración del usuario, es el beneficio empresarial. Esto tiene varios efectos. Uno es que el diseño de las redes no se orienta a la utilidad del usuario sino en la medida que ésta permita incrementar el beneficio.[5] En segundo lugar, que el funcionamiento de la red y su expansión generan una acumulación de riqueza sin precedentes, la destrucción del tejido empresarial circundante, y la falta de compensación de quienes nutren la red de información y contenidos.
Y sin embargo, la información que nutre las redes es nuestra. A veces procede de hechos cotidianos, como la opción por tomar un medio de transporte u otro; otras, de actos de consumo, y otras, de aficiones y preferencias culturales o vitales. En ocasiones tiene un componente creativo más elaborado, como las contribuciones a blogs, los videos y fotos, o los comentarios que formulamos en distintos contextos. Las empresas propietarias de las plataformas basan su actividad económica en estas contribuciones sin remunerarlas, ni siquiera reconocerlas. Se da la paradoja de que a menudo los servicios de una plataforma van dirigidos a reemplazar las actividades de las personas que la nutren, como en el caso de las traducciones, donde el trabajo de los traductores profesionales alimenta las bases de datos de los programas de traducción automática. Se podría decir que estamos ante una gobernanza tecnológica que se ha hecho participativa porque recibe información de cada nódulo y se adapta al mismo en un proceso de realimentación continuo, pero que al tiempo se desarrolla a espaldas de aquellos que la facilitan. Un gobierno tecnológico del pueblo, pero sin el pueblo, o del pueblo ausente, autómata y excluido.[6]
Por cierto, que de todas las manifestaciones de la antinomia entre la planificación y el mercado, subrayada por Constantino Bértolo en la presentación de Cartas desde la revolución bolchevique, la profesora Sycomore destaca una especialmente relevante. Se trata de la discusión que en 1965 enfrentó, en los órganos de dirección soviéticos, a los partidarios de renovar el sistema mediante la coexistencia con el mercado y a quienes proponían mejorar la planificación. A juicio de la profesora Sycomore, la victoria de los mercantilistas marca el origen del hundimiento del sistema socialista, es la grieta que une la NEP con Jruschev y Gorbachov, porque a partir de entonces la coexistencia empieza a ser la piedra de toque que valida las demás iniciativas. Por mucho que formalmente quede relegado a un segundo plano, el mercado preside desde atrás el conjunto de un sistema al que ha fijado ya fecha de caducidad.
Como hemos visto, Glushkov y sus máquinas estaban en el grupo que defendía la planificación y las oportunidades para impulsarla con la tecnología. Resulta curioso que poco tiempo después de relegar al OGAS a una posición marginal, en 1969, se tomara al máximo nivel la decisión de dejar de desarrollar nuevas computadoras y programas y concentrar los recursos informáticos soviéticos en piratear de forma sistemática e institucional a IBM.
—¡Qué mejor manera de facilitar la coexistencia que la adulación y el servilismo que entraña la copia! –ha exclamado la profesora Sycomore mirándonos fijamente uno por uno. Y ha concluido la reunión con una pregunta–: ¿Acaso no se nos había pedido acomodarnos al mercado?-
Hemos quedado en vernos al día siguiente a las siete de la tarde, en el cercano café Remor. La profesora Sycomore ha llegado tarde.
—Disculpen a H. Sycomore —ha dicho con voz que pretendía ser mecánica pero que se ha quebrantado por la risa.
La profesora venía de una reunión del Club de Amistad Robótica de Ginebra. Estas asociaciones, que funcionan ya en más de diez ciudades de todo el mundo, fomentan la familiaridad entre los robots y los humanos. La reunión en cuestión había tratado de un virus informático, especialmente virulento, que estaba afectando a varias generaciones de robots y que les llevaba a usar el apelativo con la inicial del nombre propio y el apellido entero, tanto para nombrarse a sí mismos como para denominar a terceros. Sucedía de golpe, poniéndolos en evidencia sin aviso previo, y sin que los esfuerzos desplegados hasta la fecha hubieran podido remediar este hipo robótico tan inapropiado.
El objetivo último del Club, ha señalado la profesora, es que los robots no queden tan sólo en manos de las grandes empresas, que sean cercanos a las personas con las que habrán de convivir, interesando además a éstas en su programación y funcionamiento. Sin darse cuenta, la profesora ha reconocido que una de las prácticas de convivencia más utilizadas por los miembros del Club es hacerse acompañar por autómatas en distintos eventos públicos. La pregunta era por tanto obvia y ha sido mi compadre Monty Montbrulant quién se ha atrevido a formularla: “¿Participó algún robot en la presentación en Ginebra de Cartas desde la revolución bolchevique?”. Y la respuesta de la profesora, mirándole fijamente, ha sido categórica:
—Tres. Una de ellos formuló una pregunta. Otro tomó fotos. Una tercera se ausentó en medio de la charla para ir al baño.
Hortensia Sycomore nos ha pedido que dejemos por un momento de lado los robots. Antes quería analizar en más detalle las funciones y el alcance de los agentes de la nueva planificación tecnológica. Se trata en gran medida de funciones de infraestructura que nos permiten buscar e intercambiar información de forma global y omnímoda. Tareas básicas, de alcance universal y genérico, que sustentan el despliegue de actividades económicas particulares y diversas. Tales funciones se benefician a menudo de la inmunidad propia del intermediario, que hace que el que facilita la red o los medios de búsqueda de la información no responda del contenido de la misma.
Un puñado de empresas lleva a cabo estas funciones de infraestructura.[7] Se llevan a cabo con muy pocos trabajadores, a expensas del tejido empresarial local, y propician una concentración de riqueza y un incremento inaudito de rentas superfluas y especulativas. Gracias a que sus actividades se centran en la información y otros activos intangibles, a que su arraigo territorial es muy limitado y diluido, los agentes globales de la economía digital han conseguido, apoyándose en ingeniería fiscal más o menos compleja, no pagar apenas impuestos.
Hortensia Sycomore ha formulado dos preguntas. ¿De qué naturaleza es un ente que proporciona el fundamento habilitante y el marco del resto de la actividad económica, que lo hace sobre la base de la información que le facilita el conjunto de la población, que no paga impuestos y es inmune a la acción de terceros? ¿Qué naturaleza tienen las rentas que acumula sin descanso?
Si el contexto tecnológico lleva a que sean pocos los agentes globales, si la regulación algorítmica desplaza o elude tanto a las leyes como al mercado, hay que empezar por imaginar redes y plataformas de todos y para todos
Naturalmente, una naturaleza pública, y hay que dar los pasos necesarios para que así se reconozca. Si el contexto tecnológico lleva a que sean pocos los agentes globales, si la regulación algorítmica desplaza o elude tanto a las leyes como al mercado, hay que empezar por imaginar redes y plataformas de todos y para todos. Esto llevará a elaborar estándares que definan su diseño y funcionamiento en áreas como el reconocimiento de las contribuciones de los usuarios, la transparencia de los algoritmos y, en función de la conexión que tengan con el interés público, su escritura colectiva.
En este punto mi compadre Monty Montbrulant ha interrumpido a la profesora Sycomore:
—Creo que nos estamos alejando demasiado del objeto inicial de nuestra charla —ha dicho en tono de queja—. ¿Qué nos dice todo esto del equilibrio entre centralización y autonomía?
—Nada todavía, pero empieza a dibujar un escenario en que será posible superar esa contradicción. Dar con una planificación nueva. Diversa y múltiple. Participativa. Para ello pongamos ahora los tres elementos juntos: redes, robots y trabajadores —ha propuesto la profesora, invitándonos a ver cómo se relacionan entre sí y qué sociedad configuran juntos.
H. Sycomore ha tomado como punto de partida la reciente declaración de Bill Gates en el sentido de que los robots acabarían por pagar impuestos. Gates reconoce la pujanza del proceso de automatización. Se habla de que la mitad de los trabajos en Estados Unidos son susceptibles de ser automatizados en el plazo de veinte años y asombra el impacto de este proceso en la deslocalización: las fábricas vuelven a Occidente, tras su periplo asiático, pero sus trabajadores han sido sustituidos por máquinas, y precisamente por eso vuelven, porque la máquina ha reemplazado el subempleo.
Lo que en segundo lugar reconoce la observación de Gates es que no se trata tanto de los derechos y obligaciones de los robots, como se sugiere en cierta ciencia ficción escapista, sino del reparto de riqueza que propician entre los humanos. Tratamos de imaginar cómo pueden llevar a cabo distintas funciones, pero, una vez automatizadas, estas funciones reducirán costes de forma espectacular, dejarán sin trabajo a colectivos enteros y sin sustento a las arcas públicas que recibían los gravámenes del trabajo.[8]
Conforme a H. Sycomore los efectos de la automatización no dependerán tanto de la tecnología sino de quién la programe y controle. La máquina se va definiendo en función de las tareas humanas que suprime y eso refuerza su condición de alter ego del trabajador, que, por un lado, tiene el potencial de liberarlo de esfuerzos prolongados, pero por otro, en el contexto económico actual, incumple esa promesa en dos sentidos diferentes. De un lado, maximizando la productividad de quien conserva su empleo, que sigue trabajando el mismo número de horas. De otro, enviando al desempleo al trabajador reemplazado y metiendo su salario directamente en el bolsillo del empresario. Sin embargo, ya Marx advirtió que la automatización introduce inestabilidad en el sistema. Al intensificarse, se erosiona la base sobre la que el empresario asienta su dominio, esto es, el tiempo de trabajo deja de ser el criterio de creación de la riqueza que él se apropia. No es sólo que sin trabajadores deje de haber consumidores: es que, si no hay empleados, ¿cómo puede haber empleadores? O en otras palabras: ¿qué es un empresario cuando no hay trabajadores? Si el mercado entra en crisis y desaparecen los trabajadores, creer que los empresarios pueden mantener el mismo régimen es como imaginar que un barco seguirá navegando cuando el agua se retire.
—¿El robot reemplazará al empresario? —ha preguntado M. Montbrulant.
—El robot se acerca. Adónde vaya dependerá de nosotros —ha respondido H. Sycomore, que ha insistido en ampliar de nuevo el foco para responder mejor a esa pregunta.
En el llamado “Fragmento de las máquinas” Marx trata del “sistema automático de maquinaria […] puesto en movimiento por un autómata, por fuerza motriz que se mueve a sí misma…”. Este “autómata se compone de muchos órganos mecánicos e intelectuales de tal modo que los obreros sólo están determinados como miembros conscientes de tal sistema”. [9]
Nuestro universo conectado, que se despliega en multitud de plataformas, redes y conexiones individuales, guarda paralelismos con el “vasto autómata” o “sistema automático de maquinaria” del que hablaba Marx. Si la Red se asemeja a un autómata, la regulación algorítmica y la inteligencia artificial no parecen tan distantes de una maquinaria que es “ella misma virtuosa, posee un alma propia presente en las leyes mecánicas que operan en ella”, que se presenta como “fuerza objetivada del conocimiento“ y mira por su “automovimiento continuo”.
Marx apunta a que la automatización abrirá vías para la superación del capital por la “inteligencia colectiva” y para que el conocimiento social se convierta en “fuerza productiva inmediata”. En este contexto, la riqueza social no dependerá del trabajo apropiado por el empresario, sino al revés, del tiempo que la automatización libere y los medios creados para todos, que permitirán la cooperación y el intercambio social.
—¿Qué entiende por inteligencia colectiva? –ha preguntado M. Montbrulant.
—No sé bien lo que es y no sé si Marx lo sabía. Es una predicción a largo plazo. En cambio, sí tengo una fuerte intuición de que se consigue contra uno mismo y contra el entorno, en colaboración con los otros…
—Es un termino vago —ha insistido M. Montbrulant.
—Uno de mis estudiantes prepara un proyecto para darle más resolución —ha explicado H. Sycomore—. Se trata de desarrollar una comunidad de robots animados por la inteligencia colectiva.
—¿Y cómo la define su alumno?
—Trabaja sobre dos principios. La IC (Inteligencia Colectiva) es consecutiva. Uno sabe algo que permite a otro conocer otra cosa que lleva a un tercero a saber algo más. La IC es solidaria. Se centra en lo que nos mantiene en pie y permite crecer juntos. Desecha saber en detrimento de otros o para prevalecer sobre ellos. Mi alumno piensa que si convertimos en código estos principios tendremos un campo de ensayo para saber más de la IC.
M. Monbrulant no parecía muy convencido:
—En todo caso, no parece que estemos cerca de que la IC deje pronto atrás al capital.
—Cerca o lejos depende de nosotros —ha respondido H. Sycomore–. Lo que sí es cierto es que el capital se encastilla en las grandes plataformas tecnológicas y sigue al mando de las redes. Estas plataformas son en realidad el “único miembro consciente” del vasto autómata del que hablaba Marx… Los usuarios de las mismas lo alimentamos de forma gratuita y mecánica con nuestra actividad cotidiana, abstraída, si no inconsciente, y en gran medida superflua. Nosotros somos en realidad los robots de este universo conectado que se despliega sin cesar y que las plataformas manipulan como un gigantesco títere. Y si las contradicciones del modelo se hacen demasiado evidentes, como sucede con la reducción del tiempo de trabajo provocada por la automatización, estas empresas no tienen inconveniente en apoyar la renta básica universal (RBU), como forma de disponer sin conflicto de la fuerza de trabajo sobrante. Eso sí, siempre que se les permita continuar acumulando rentas sin trabas, a costa de fagocitar el tejido empresarial y laboral circundante.
H. Sycomore ha evocado un libro reciente que glosa la figura de Ada Lovelace, la autora del primer algoritmo, bajo el título de la “poeta de la ciencia”,[10] apoyándose en la contraposición entre la figura paterna, Lord Byron y el afán matemático de su madre. H. Sycomore cree que se precisa hoy una simbiosis equivalente, pero esta vez entre ciencia y política, para hacerse con los algoritmos de una vida sostenible para todos.[11] Este fue el camino que emprendieron Glushkov y Stafford Beer hace décadas, sólo que hoy en día el tratamiento masivo de datos y la extensión de la Red, unidos a la planificación algorítmica, empiezan a ser capaces de determinar lo que se precisa para lograr esa vida sostenible, mientras que la automatización puede poner los medios para facilitarlo.
—Hay que reescribir El fragmento de las máquinas en código informático… —ha subrayado H. Sycomore—. Los robots deben alzar el puño. Al mismo tiempo hay que centrarse en el autómata ausente y conectado, el de carne y hueso, trasvasarle la conciencia que monopolizan las redes. Que los trabajadores sean los miembros conscientes del universo conectado.
—Liberar al autómata —he aventurado.
—Eso es. Además, si el trabajador y no el capital dirige al robot, este humanizará.
M. Montbrulant ha objetado que se pueda seguir hablando de trabajador en un escenario futuro de intensa automatización.
—Trabajar es también dirigir el universo conectado, participar de la inteligencia colectiva —ha respondido H. Sycomore—. La regulación algorítmica[12] de la vida sostenible exige la lectura constante del entorno y la reescritura continua del código. Las redes actuales no nos dejan ver la variedad de lo necesario… Y, como dije, todas las contribuciones cuentan y se cuentan.
Luego ha dibujado una tabla. Una columna representa al usuario y la otra a las redes y plataformas.
Usuarios Redes
Ausentes |
Ubicuas |
Desubicados |
Propioceptivas |
Autómatas |
Conscientes |
Colaborativos |
Propietarias |
Donantes |
Receptoras |
Desempleados |
Dinámicas |
Transparentes |
Opacas |
Desposeídos |
Poderosas |
—El primer paso para la inteligencia colectiva sería cambiarlos de lugar —ha concluido.
Poco antes de terminar nuestra última reunión, mientras H. Sycomore formulaba sus propuestas para conquistar el futuro, he empezado a observar con más detalle a C. Rubik, que se mantenía como siempre en silencio, mirando fija y duramente a nuestra interlocutora. He recordado las consideraciones sobre los robots como alter ego del trabajador, su dimensión ambivalente como compañero y amenaza. Los comentarios de la señora Sycomore sobre cómo se hace acompañar por autómatas. C. Rubik se ha girado hacia mí. No he sentido nada, igual que no se siente nada ante el programa de reconocimiento ocular del control de un aeropuerto.
A la salida del Remor, mientras nos despedíamos y recuperábamos nuestros abrigos, C. Rubik se ha acercado hasta mí y ha comentado en voz baja, con un tono ligeramente apologético:
—Lo mío no son las discusiones de café, ya lo habrá notado… Estoy programada para integrarme en las comunidades aborígenes de Australia y Nueva Zelanda. O mejor debería decir de los primeros custodios de aquellas tierras, es lo más correcto. Estoy deseando convivir con ellos.
No sabía qué decir.
—Sé tocar el “didgeridoo” y bailar la haka de los maoríes, pero no tengo nada que aportar a una conversación sobre Facebook e impuestos, es sólo que la profesora quería compañía para estas discusiones, y yo no podía negarme…-
—Claro está.
—Además —ha añadido con tono cómplice, guiñándome el ojo—. Igual que tú, si hace falta sé alzar el puño-.
Ginebra, 1 de mayo de 2017
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Post scriptum
Quince días después de nuestro encuentro he recibido una carta de C. Rubik, que se decía felizmente instalada no lejos de Darwin, iniciando sus contactos con los custodios originarios de la tierra austral. Me remite la fotografía de uno de sus últimos ensayos con los instrumentos tradicionales locales.
[1] Evgeny Morozov, “The Planning Machine. Project Cybersyn and the origins of the Big Data nation”, New Yorker, octubre de 2014.
[2] El término fue acuñado por Tim O´Reilly en este artículo: http://beyondtransparency.org/chapters/part-5/open-data-and-algorithmic-regulation/
[3] Ibídem. Declaraciones reflejadas en The Planning Machine. Project Cybersyn and the origins of the Big Data nation”, New Yorker, octubre de 2014
[4] De lo que no cabe duda es que esta vertiente planificadora de la regulación algorítmica se está exacerbando. La automatización creciente de la demanda, reflejada en la patente para la compra mediante un solo clic, registrada por Amazon, puede verse como una etapa previa a su reemplazo por una oferta que conoce mejor lo que quiere el usuario que él mismo. La subsunción de la demanda en un conjunto objetivado de usuarios, definidos por la oferta, se pone de relieve en la patente del despacho anticipado del producto, depositada por la misma empresa pocos años después y que seguramente está siendo ya utilizada para remitir los productos hacia su destino antes de que sean solicitados.
[5] Las empresas propietarias de las redes y plataformas se esfuerzan por crear una relación de dependencia que impulsa a los usuarios a navegar por ellas sin objeto, de forma continua, pero exponiéndose a la publicidad y dejando un rastro de información comercialmente valiosa. Esta ambivalencia está en el origen del estupor e insatisfacción del usuario de las redes sociales, cuyo rostro, al tiempo ausente y preocupado mientras manipula su teclado, muestra que no sabe quién sirve a quién, ni quién está conectado a qué. Lo que está claro es quién se enriquece.
[6] Esta contradicción no es necesaria ni inocente. Como recalca la profesora Sycomore, ha sido diseñada para beneficiar a unos pocos en detrimento de todos. Jaron Lanier explica en ¿Quién controla el futuro? (Debate, Madrid, 2014) cómo no habría sido tan difícil establecer un sistema de micropagos para retribuir cada interacción en la red de la que se beneficia una plataforma tecnológica. De la misma forma que una red de microrréditos converge sobre la empresa propietaria de la plataforma cada vez que la usamos, un flujo de dirección contraria sería tecnológicamente posible. Un ejemplo de diseño de este tipo sería la red Xanadú, concebida por Ted Nelson, y que tiene como fundamento los enlaces bidireccionales, que facilitan saber el uso que se da a los contenidos en cada momento. Un buen resumen de su tesis está disponible aquí: http://techonomy.com/conf/te14/future-revolutions/owns-future/
[7] Que haya un solo agente o plataforma para cada tipo de intercambio o función puede ser positivo para los usuarios, ya que les permite localizarse e interactuar entre sí de forma más eficaz (por ejemplo, es más fácil encontrarse y comunicarse en los formatos respectivos si solo hay un Facebook y un Twitter).
[8] Hay áreas que parecen más difíciles de automatizar que otras, como los cuidados personales, y el incremento de la automatización, y además la regulación algorítmica, también generará empleos de otro tipo.
[9] Todas las citas de Marx remiten las pocas páginas del “”Fragmento de las máquinas. Véase Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, vol 2, edición a cargo de José Arico, Miguel Murmis y Pedro Scaron; traducción de Pedro Scaron; Siglo XXI editores, México DF, Cuaderno VI, pp. 218 y ss.
[10] Diane Stanley, ilustrado por Jessie Hartland: Ada Lovelace, Poet of Science. The First Computer Programmer, Simon & Schuster, Nueva York, 2016
[11] H. Sycomore recuerda que hay muchas cuestiones que el mercado no es capaz de solucionar. Justamente se trata de las más importantes, las que se refieren a garantizar la educación y la salud para todos. Aún antes, las que se refieren al sustento básico, a la consideración del ser humano como sistema termodinámico, que perece si no metaboliza suficientes alimentos y mantiene determinada temperatura en un espacio breve de tiempo. El objetivo sería entonces redactar colectivamente los algoritmos de la subsistencia común.
[12] La regulación algorítmica requiere fijar objetivos, codificar los medios para alcanzarlos, comprobar si se cumplen, revisar los medios. Y también redefinir los objetivos.
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