Tierra pura (2)
Continuación del relato que el Ministerio propone como lectura de este fin de año
Víctor Sombra 23/12/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito, la web exclusiva de la comunidad CTXT. Puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
Monty Monbrulant y Víctor Sombra se adentran en el examen de la segunda pista que la policía sigue para esclarecer el crimen de Bettina von Hagen: su militancia a favor de los “trabajadores esclavos”, empleados por el conglomerado químico IG Farben durante el régimen nazi. El foco principal de la investigación sigue centrado en las disputas académicas entre Bettina von Hagen y el profesor Krauch, pero la visita de Anne, la novia de Bettina, dará un vuelco a las indagaciones.
6. La pista de las fábricas
El capitalismo toma la forma de aquello que no muere ni tiene fin. Esta frase de El agua que falta de Noelia Pena aparece subrayada en el ejemplar encontrado sobre la escena del crimen de Bettina von Hagen.
Es necesario –escribe Bettina en la nota correspondiente de su cuaderno– fijar los modos en que el Capital busca la supervivencia. Un viejo amigo que trabajaba en la recaudación de seguros sociales en polígonos deprimidos de la cuenca del Ruhr me contó el modo en que durante la crisis algunas empresas dejaban sin pagar sus cotizaciones durante varios años, al cabo de los cuales, tras transferir discretamente la propiedad de sus activos a otras nuevas, cesaban por completo su actividad. La producción recomenzaba al poco tiempo bajo el nombre de la nueva empresa, abandonando la anterior denominación y con ella las obligaciones contraídas con Hacienda y la Seguridad Social. La serpiente muda de piel, me decía mi amigo, cuyo trabajo consistía en seguir su rastro y buscar bajo los diferentes envoltorios jurídicos y marcarios la misma identidad social de la explotación: un número suficiente de accionistas comunes, los mismos bienes de capital, una actividad y clientela semejante. Un proceso arduo, a menudo fallido, al cabo del cual la Administración conseguía pruebas suficientes para, rasgando el velo de las apariencias, derivar a la nueva empresa la responsabilidad por las deudas de la vieja.
El caso de IG Farben representa un ejemplo más sofisticado y exitoso de lucha por la supervivencia del Capital. IG Farben fue desde los años veinte hasta el final de la guerra el mayor conglomerado de la industria química del mundo, formado entre otras grandes empresas por BOSCH, AGFA, BAYER y HOESCHT. La colaboración con el régimen nazi abarcaba la planificación conjunta del esfuerzo bélico (IG Farben suministraba dinamita, caucho y petróleo sintético a la Wehrmacht y se quedaba con las fábricas químicas de los territorios conquistados), la explotación de los llamados trabajadores esclavos en fábricas anexas a los campos de exterminio, como Auschwitz- Monowitz, y su contribución más o menos directa al Holocausto (IG Farben comercializaba el veneno utilizado en las cámaras de gas, el Ziklon B, y realizaba ensayos clínicos mortíferos con los prisioneros). Con la derrota nazi la empresa se desmembra en sus componentes iniciales. Las empresas nuevas no ocultan su relación con la antigua, al revés, la permanencia de IG Farben se presenta como el modo de afrontar las responsabilidades empresariales derivadas de la colaboración con el nazismo.
Uno de los juicios de Nüremberg, el sexto, se centra en dirimir estas responsabilidades. En muchos casos los dirigentes empresariales de IG Farben se reintegrarán, tras cumplir breves condenas, en puestos directivos de las compañías que la suceden, las cuales recuperan pronto una posición de dominio en el mercado internacional. Por el contrario, IG Farben, que se ha mantenido en pie con unos activos limitados, incluyendo la propia sede de la empresa en Frankfurt, demuestra mediante todo tipo de argucias legales, su habilidad para demorar y limitar el cumplimiento de sus responsabilidades, dejando que el tiempo vaya reduciendo el número de trabajadores esclavos supervivientes y, con ello, el monto de las indemnizaciones. La liquidación de la empresa dura desde 1952 hasta el año 2002, pero aún después IG Farben pervive bajo la ambigua categoría de empresa liquidada. Se comporta como un verdadero cascarón, que sirve de pantalla de protección a las empresas sucesoras, en continua expansión.
La supervivencia del capital tiene lugar en el caso de IG Farben como una huida hacia atrás, en busca de sus antecedentes y no como una huida hacia delante, inventando nuevos disfraces y apariencias. Lo ‘auténtico’ sirve para eludir responsabilidades, tanto como lo nuevo o inventado. ‘No era yo’, dicen las empresas que precedieron a IG Farben (y que luego la sucederán, libres de responsabilidades), frente al ‘yo soy otro’, que repite la empresa nueva del viejo polígono del Ruhr. En ambos casos se da la reproducción de lo idéntico, de la que también habla Noelia Pena en su libro. En el mismo capítulo, titulado ‘Poner un fin’, se lee que ‘la historia de la mercancía es el escándalo naturalizado de nuestro tiempo. Interminable, no porque no acabe nunca, sino porque se repite sin fin’.
Las palabras del viejo funcionario me llevan a la conferencia que bajo el título de ‘El ritual de la serpiente’ pronunció Aby Warburg el 21 de abril de 1923 en el sanatorio psiquiátrico Bellevue, Kreuzlingen, Suiza, en el que por entonces se hallaba internado. Aby Warburg se pregunta por las propiedades que hacen de la serpiente una metáfora cultural tan relevante. Siempre me llamó la atención la cercanía de tales propiedades a los rasgos fundamentales del capitalismo. La serpiente puede ‘cambiar la piel y permanecer exactamente igual’. Sus ciclos biológicos la llevan del letargo a la extrema actividad, al igual que el capitalismo oscila cíclicamente entre la crisis y la expansión. El mimetismo hace que la serpiente sea prácticamente invisible al ojo humano, mientras que el capitalismo, como ha descrito certeramente el profesor Juan Carlos Rodríguez, se presenta ante nuestra conciencia como el estado natural de las cosas, por completo mimetizado con la realidad. Se esconde en el entorno, pero también habita en su víctima, inoculándola con su veneno y sometiéndola a una fascinación hipnótica. Finalmente, aunque la serpiente no sea capaz de andar, sí es capaz de impulsarse a sí misma a gran velocidad, autopropulsión que parece propia también del capitalismo, donde se da a menudo de forma incontrolada.
Ya hace años me di cuenta de que lo que nos hacía falta era un buen cazador de serpientes. Alguien que no se deje engañar por la piel que abandona IG Farben al disolverse en los años 50, ni por su quiebra en este siglo… Que siga remontando el curso a las empresas originarias del conglomerado y descendiendo hacia las que lo sucedieron.
Es necesario ir más allá. Detectar la corriente del capital que se convierte en patrimonio y privilegio. La piel de la serpiente va adelgazándose y acaba por hacerse transparente. Llega un momento en que no puede distinguirse del entorno, ni separarse del mismo. Lo que la rodea mimetiza el centro que ella ocupa. La serpiente da movimiento al mundo, que repta con ella.
Se ovilla y despliega las alas, al tiempo invisible y ubicua. No puedes separar la mirada de su danza. Te ha mordido sin que te dieras cuenta y su veneno late en tus venas. Sus armas son difíciles de combatir porque niegan la existencia del enemigo.
No puedes cazar el mundo ni atrapar lo que llevas dentro. La perfecta sintonía entre el estado mental y el mundo nos deja sin capacidad de intervención. Sólo cabe desactivar, desconectar la serpiente.”
7. Pequeño diablo local
Sombra estaba de nuevo más allá del sofá. Podía verlo entre mis pies descalzos, sentado tranquilamente en una butaca.
—Tienes que llamar antes de entrar.
—Cambia de sitio la llave —dijo él—. Un paraguas en el descansillo, y encima rojo, es demasiado llamativo. Y me canso de esperar, Monty, porque duermes. La prueba está en que cada vez que llego te encuentro con el libro abierto sobre el pecho y los ojos cerrados. Igual que hoy... ¿Es narcolepsia?
—No, es impertinencia —dije, incorporándome en el sofá—. Por cierto, ¿has leído mi resumen de las dos pistas?
—Con gran esfuerzo. Me ha costado hacerle un hueco en la secuencia Billetier-Torné- Souchon...
Sombra se precia de ser un lector de secuencias. A las colecciones estáticas de Bettina opone la importancia del orden en el que se emplaza cada texto. Lo compara al billar. Una lectura repercute en otra y cobra un sentido diferente según el orden que sigue.
—No te des tanta importancia, Sombra. Has demostrado que escribir sobre crímenes no ayuda a entenderlos…
—Sigo creyendo —dijo él- que la discusión académica puede enmascarar algo más. Cuando veas a Anne dile que indague en el pueblo y el barrio de Krauch. Y en su infancia… El diablo es siempre un niño de barrio. Que mire los grupos y asociaciones de su región: folklore, tiro, deportes tradicionales, criadores de perros, sobre todo razas autóctonas, caza y pesca… Las puertas del infierno son muy variadas, pero sus jambas se asientan siempre en un lugar concreto. Y canto, las corales son especialmente sospechosas.
—Sí, nada más letal que un re mal sostenido.
—Tenemos muchos indicios de que su oposición a Bettina es más ideológica que zoológica. Las polillas son tan sólo una forma de expresarla.
—¿Y qué me dices de la segunda pista, la de los textos? —pregunté.
—Lo del libro y las actas de Nüremberg gira todo alrededor de IG Farben. La verdad es que me deja bastante perplejo. Dijiste que era algo del pasado.
—Parece que en un momento dado Bettina dio por imposible la consecución de compensaciones significativas para los trabajadores esclavos. Debió ser por entonces cuando se dedicó a esa reflexión sobre el cazador de serpientes... Me ha dicho Anne que no paran de encontrar notas al respecto, las primeras de hace más de veinte años, y las más recientes del día antes de su muerte. Una elucubración que ha mantenido para sí durante décadas, a resguardo de sus colegas, pero también de sus amigos, de la propia Anne.
—Ahí tienes otro indicio —dijo Sombra—. Si esa reflexión hubiera llegado a oídos de Krauch habría sido un motivo adicional de su inquina. Hay que revisar el entorno y el pasado del catedrático de Jena. No me extrañaría que Krauch formara parte de una coral de nazis renanos o que su tío abuelo se hubiera pasado la guerra comiendo lagartijas en Rodas. Justo el tío que se quedaba de canguro cuando sus padres iban al cine…
—Sí, Sombra. El que se quedó sin herencia y se vengaba de la familia contándole historias al peque…
—Algo así —contestó Sombra, sin convicción.
—No se nada de corales ni de tíos nazis, pero hay alguien que piensa como tú, Sombra, no sobre las causas, no se mete en éstas, pero sí sobre la identidad del culpable... Henninger se ha hecho con varias notas que Krauch compartió con un colega durante la última presentación de Von Hagen, durante la cena de clausura de un congreso. Son como críos estos profesores, ¿verdad? No pueden dejar de escribir, ni de publicar y buscar la revisión de sus pares, pasándose notitas en los banquetes. Si pudieran hacerlo con discreción, hasta se tirarían miguitas de pan, como una forma de expresar sus opiniones científicas… Al parecer, en cuanto Bettina mencionó a la calimorfa en su discurso, Krauch empezó a garabatear. Su compañero de mesa se acordó de las notas cuando Henninger le hizo partícipe de sus sospechas y las buscó entre sus papeles del Congreso. La primera dice: “Si Bettina von Hagen fuera un insecto me habría dedicado a los grandes mamíferos”. Vaya tontería, ¿verdad? Y otra: “Asquea que un coleóptero coprófago opine sobre lepidópteros”. Algo más cargada ¿verdad? Sólo la última es quizá verdaderamente relevante, tiene un leve irisación nacionalsocialista: “¿Quién saca a BvH del estrado?”, se pregunta Krauch. Y él mismo se da respuesta: “DDT”.
—Muy revelador, Monty. Los acrónimos revelan siempre un rencor frío, a la vez concienzudo y programático. ¿Cómo se defiende Krauch?
—Admite ante la policía que siente rencor, pero dice que sólo de forma reactiva. Que fue ella la que se salió de su investigación, cuyas líneas estaban bien demarcadas por la universidad, para rebatir la tesis en la que él trabajaba desde hacía más de una década… ¡Hasta pidió un año sabático para ello! Y ha seguido después rebatiéndole a cada ocasión que se presentaba… Dice que es asombroso el poco fundamento de su opúsculo e invita a la policía a que pida su opinión otros entomólogos, alemanes y extranjeros.
—O sea, que confirma su rencor…
—Sí, Sombra, rencor y desprecio. Dice que lo raro sería no sentirlos.
—Pura fachada, Monty. Dile a Anne que no se deje amilanar por su aplomo y que se centre en el Krauch local. Su sombrío terruño puede arrojar luz sobre la escena del crimen.
—Se lo diré, pero puedes hacerlo tú mismo. La he invitado a pasar aquí el fin de semana. Está hecha polvo, muy estresada. Quiere acercarse a Bettina a través de nosotros. Dice que el crimen ha puesto de manifiesto lo poco que sabía de ella…
—Es absurdo culparse —dijo Sombra.
—Sí que lo es. Por cierto, ahora que hablas de la escena del crimen, Anne me ha contado algo interesante. Había muchos papeles desparramados por el suelo, pero las notas de IG Farben y las actas de Nüremberg cayeron, junto con tu libro, en último lugar…
—¿Lo saben por la posición de los papeles?
—Por eso y por las manchas de sangre. La policía cree que al apuñalarla cayeron al suelo las notas de la calimorfa, las que tenía más cerca. En su agonía tuvo tiempo de derribar otra pila de documentos que tenía colocada a un lado, algo apartada. Lo pudo hacer involuntariamente, al extender los brazos sobre la mesa, o adrede…
—¿Por qué lo haría adrede? —preguntó Sombra.
—No saben. Puede ser una forma de anteponer una pista sobre otra. Decir con las manos: “No busquéis entre las polillas, el asesino no viene de Rodas”.
—“Mirad mejor en las fábricas” —dijo Sombra con aire pensativo.
8. ¿Deuda?
El aspecto de Anne era peor de lo que había imaginado. Había tratado de recobrar el tono y la definición del rostro con un leve toque de maquillaje, pintándose los ojos. Vestía una chaqueta negra y llevaba el pelo recogido, sin duda un intento de conferir gravedad a la ocasión, pero era precisamente la ocasión la que en último término lo desbarataba todo. De tanto llevarse la mano al pelo, el moño se había deshecho. Un mechón rubio se descolgaba sobre el ojo izquierdo, encharcado en la huella oscura y húmeda que formaban las lágrimas y el rímel corrido. La mirada extraviada, proyectada sin orden a un lado y otro, recordaba las brazadas de un nadador al borde de sus fuerzas.
—Voy a dejar mi trabajo —dijo Anne entre sollozos—. Y pensar que estábamos planeando casarnos… —Y añadió—: No valgo como esposa, y menos aún como policía.
Era el momento de ocuparse de tareas simples que dieran tiempo a Anne de desahogarse, sorteando el riesgo de caer en la amplia paleta de reacciones inoportunas ante el duelo, de la torpe sobreactuación a la frialdad paralizante. Me he levantado, apoyando una mano sobre su hombro. Me ha parecido que su sollozo se calmaba. Envalentonado, aprovechando que Sombra ponía la bandeja del té sobre la mesa, me he repetido que mi memoria nunca falla con las infusiones:
—Té negro. Dos terrones y una nube de leche —he dicho con aplomo, mientras le servía, pero enseguida he dudado si no era más bien así como lo tomaba Bettina.
He buscado rápido mi sitio, alejándome de un llanto que se recrudecía.
Anne se ha encerrado en su cuarto y no ha querido salir para comer. Cuando estábamos terminando el postre hemos oído sus pasos, acercándose por el pasillo. Se ha quedado parada en la puerta de la cocina, mirándonos muy seria:
—¿Sabéis cuál es vuestra PPPE? —ha preguntado.
Sombra ha mirado la cucharilla que sostenía en el aire con mucha concentración, como si en vez de llevar crema pastelera y un trocito de cereza estuviera cargada de explosivos.
—Sí, sí, vuestra proporción de patrimonio procedente del expolio —dijo Anne—. La mía es baja, apenas un veinte por ciento. Hice todos los cálculos conforme al programa que encontramos en el ordenador de Bettina. Permiten calcular qué parte de tu riqueza proviene del régimen nazi. Para Bettina, todo lo que procede del régimen nazi es fruto del expolio. Mi PPPE es baja porque mi madre era turca, con lo que sólo cuenta la otra mitad de la familia. Mi abuelo paterno era miembro del partido nazi y esto le allanó el camino para ser nombrado jefe de abastos del mercado de Dörtmund. Una tercera parte de la casa en la que ahora vivo procede de lo que ganó en esa época. Estamos analizando en detalle el código. Contiene algoritmos para computar las ventajas de formar parte de distintas asociaciones, cuerpos del ejército y rangos del partido. También para los clubes y colegios privados. Coeficientes para calcular la parte del expolio en las acciones de empresas que colaboraron con el régimen, en los salarios del Estado y el partido, las licitaciones, cargos y sobornos...
—Interesante —dijo Sombra—. Me recuerda a esos mapas del cuerpo humano que se sobreponen uno a otro para mostrar distintos cortes: el sistema nervioso, los músculos, el esqueleto. El que tú evocas sería el sistema sanguíneo de un cadáver… —Y tras apurar la última cucharada de postre añadió—: O la ceca descubierta en un yacimiento arqueológico, llena de monedas fuera de curso legal.
Anne se volvió hacia él:
—Para nada —dijo ella en tono terminante—. Es un plano que se ejecuta. Una vez calculada la PPPE, Bettina y sus colegas pasaban a cobrar.
—¿Colegas? –preguntó Sombra—. ¿O sea, que al final encontró al cazador de serpientes?
—Ella misma tuvo que inventarlo, transformarse en cazadora junto con dos socias. Una ejecutiva neoyorquina, propietaria de un fondo de inversión bastante fuerte, Linda Blake, nieta de un trabajador esclavo polaco, y una joven, Olga Grushenkova, cuya tienda de informática en Volgogrado funcionaba como pantalla para actividades de hackeo internacional... Juntas se hacían llamar Tigreca.
—¿Cómo has dicho? —pregunté.
—Tigreca, Tigreca. No, no sé lo que significa –dijo ella, antes de romper a llorar de nuevo.
He separado una silla de la mesa y se ha sentado entre ambos. Al cabo de un rato ha continuado hablando, ya más tranquila:
—Habían empezado por los descendientes de los miembros del Consejo de Administración de IG Farben. Para Bettina y sus socios no bastaba cobrar de las empresas que la sucedieron, las mismas que formaron el conglomerado antes de la guerra, había que hacerse con el capital que se había convertido en patrimonio individual, reproduciéndose e incrementándose a lo largo de generaciones. Ya os dije que su programa analizaba los salarios, las acciones y bonos, y las ventajas de todo tipo desplegadas en el tiempo: educación, economatos, viajes, vivienda...A los nietos de un capataz del campo de Monowitz le calcularon una PPPE del sesenta por ciento. A los biznietos de un miembro del consejo de Administración de IG Farben que se mantuvo en el puesto durante todo el régimen nazi, el setenta y cinco por ciento…
—¿Cómo conseguían cobrar de los beneficiarios del expolio? –pregunté–. Esos porcentajes tan altos podían representar cantidades descomunales...
—La preparación de la PPPE les otorgaba un diagnóstico completo de la economía del deudor. Del “deudor-predador”, como le llamaban ellos. A cada patrimonio le correspondía una combinación de medios de cobro diferente: espionaje industrial, información confidencial, acoso bursátil a posiciones crediticias, fraudes varios, hackeo a las cuentas del deudor-predador, etc. Los medios financieros e informáticos no eran siempre suficientes, y en al menos tres casos se llevaron a cabo hurtos, robos, chantajes y hasta destrucción de activos patrimoniales no asegurados. Se destruía aquello que no se podía cobrar, una plantación de piña tropical por ejemplo, o un cuadro renacentista no asegurado y que habría sido imposible vender en el mercado... Llevaban ejecutadas las deudas de cinco descendientes, algunas verdaderamente importantes.
—¡Nunca habría sospechado que Bettina pudiera estar involucrada en nada semejante! —exclamé, y Anne me miró a los ojos, como si se reconociera en mis palabras.
—De hecho –dijo ella–, estamos descubriendo ahora el verdadero peso que tenía todo esto en su vida. El año sabático, prolongado medio año más, justo cuando yo la conocí, lo dedicó casi por completo a Tigreca: reuniones con sus socias, planificación del curso a seguir, ejecución de las primeras deudas. Cada vez tenemos más claro que la disputa con Krauch era una pantalla que la cubría frente a la universidad, pero también frente a mí, mientras se empeñaba con sus socias en corregir el curso del dinero nazi.
—¿Por qué eligió a Krauch?
—Se me ocurren varias razones. Trabajaba en un área, los lepidópteros, que su universidad no tocaba, y eso la aislaba de sus compañeros. Era ideológicamente contrario a ella y tenía fama de irascible. Eso le permitiría achacar a esos factores al menos parte de la disputa. Alejaba miradas y no necesitaba dedicar tanto tiempo a documentar su pretendida posición. Y el trabajo de campo tenía lugar muy lejos...
—O sea, que nunca fue a Rodas, ni a la costa turca –aventuré.
—Sí que viajó al menos una vez al Egeo, pero se ausentó de Kiel muchas veces más. Y sí, debió llevar a cabo algunas mediciones de temperatura, pero varios de sus colegas dicen que en este trabajo Bettina se mostró tan categórica como poco convincente. De hecho, estamos empezamos a sospechar que falsificara algunos resultados…
—¿Y qué hacían con el dinero? –pregunté–. ¿Cómo correlacionaban a las víctimas del expolio con el dinero que cobraban de los beneficiarios?
—No lo hacían –respondió Anne–. O sólo de un modo muy general, porque, igual que cobraban de los descendientes de los beneficiarios, buscaban compensar a los descendientes de las víctimas. “La deuda existe aunque no se pueda definir individualmente al deudor ni al acreedor”, decía una de las notas de Bettina. Sabemos que la mitad de lo cobrado iba a un nuevo fondo para descendientes de los trabajadores esclavos. Eso es seguro. No hemos podido determinar aún que hacían con la otra mitad.
—Es mucho dinero, no es fácil ocultarlo –insistí, y Anne ha sonreído por vez primera. Una sonrisa triste, apagada:
—Parece que Tigreca heredó algunas cualidades de Bettina.
9. Escenarios
Anne ha permanecido en su cuarto toda la tarde. Al pasar por su puerta la oíamos tecleando o hablando por teléfono. Sombra miraba la puerta con creciente irritación. A su juicio, Anne veía la muerte de Bettina más como fracaso que como pérdida. Le he dicho que era injusto con ella. Concentrarse en las pesquisas podía ser una forma de protegerse del dolor. Él no parecía convencido:
—Puede ser también una forma de compensar el fracaso que representa su muerte, su absoluta ignorancia de las actividades de su pareja. Por eso busca un éxito fulgurante a toda costa.
Al final de la tarde Anne se ha reunido con nosotros en el salón. Se había quitado el borrón de rímel y su gesto era más relajado. Le he preguntado si quería comer algo, pero ha negado con la cabeza, señalando en cambio la tetera. Al acercarme a servirla ha recitado en voz baja, pero perfectamente audible.
—Limón, sin leche, una cucharada de azúcar.
Sombra le ha preguntado si habían detenido ya a Krauch. Anne ha dado un sorbo a su té antes de contestar:
—La escena del crimen y su cercanía a la misma apuntan hacia él, es cierto, pero eso mismo complica la acusación. Parece propio de un entomólogo apiolar a su víctima en la nuca, clavándola contra una mesa. Dejarla así expuesta, extendida sobre una superficie de observación, supondría un crimen triplemente profesional: cometido por un colega, por razones de trabajo y al modo propio de su oficio. Y supone una humillación adicional de la víctima, propia de los delitos de odio. Sin embargo, parece confirmarse que, en medio del estertor de la muerte, Bettina desbarata el escenario, sobreponiendo la cuestión de IG Farben a la disputa académica. Con esos folios ensangrentados, derribados sobre sus fichas, parece subrayar la escena, nos pide que nos detengamos en IG Farben. Y si ella podía alterar la escena del crimen para señalar al culpable éste también podría haberlo hecho antes para eximirse de responsabilidad y acusar a un tercero…
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Que alguien pudo elegir el modo de apuñalarla para acusar a otro. Que si seguimos la pista que Bettina señala al morir, lo lógico sería centrarse en los deudores-predadores. Los cinco que ya habían sufrido las exacciones del grupo o los prospectivos… Si repasamos la lista del consejo de administración de IG Farben, y la de los directivos de los campos de trabajo vinculados a la producción de la empresa; si luego identificamos a sus descendientes…
—Encontramos a quien la desprecia por sus opiniones políticas –interrumpió Sombra–. Su modo de vida. Por ser una mujer y lesbiana.
—No, no encontramos a Krauch –contestó Anne, tajante–. A quien encontramos es a un deudor-predador que no se veía como tal, sino como víctima. Que, según vio que se iban acercando a él, uno más de los cachorros de IG Farben, redobló su defensa de Bettina y los ataques contra aquel al que pretendía culpar de su muerte.
—Henninger –he aventurado.
Anne sonrió:
—Henninger, liberal y tolerante, y hasta simpatizante del SPD, pero con una PPPE del noventa y dos por ciento, gracias a las contribuciones de ambas ramas de su familia. Y gracias sobre todo a que él mismo es miembro por su fortuna de los consejos de administración de BAYER y HOESTCH. Lo que más rabia me da es tener que dar la razón a Bettina. Sabemos que varios descendientes de los miembros del consejo de administración de IG Farben, entre ellos Henninger, se habían reunido para buscar protección contra la oleada de ataques patrimoniales. Se trata justamente de los tres que siguen siendo miembros del consejo de administración de alguna de las empresas sucesoras del grupo… –Y llevando la mirada a la ventana, bajando la voz, añadió–: Toda esa vida secreta… Es como si hubiera vivido dos años con otra persona. Sólo me consuela que vosotros, que la conocíais de toda la vida, sabéis aún menos... Por cierto, os quiero enseñar algo. –Sombra me ha mirado con gesto de fastidio mientras Anne sacaba su móvil y manipulaba el teclado antes de girarlo hacia nosotros–: Esta es la imagen que esas tres locas usaban como emblema de Tigreca. Un logo de su descabellada empresa. La enseña de su disparate.
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito, la web exclusiva de la comunidad CTXT.
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí