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Mi hijo tiene un juego en el teléfono. Se trata de hacer batallitas. Dos jugadores luchan con monigotes. Gana el que destruye tres torres del contrario. Es divertido. Hay, empero, dos maneras de jugar. Luchando -y, en ese trance aportando cierta inteligencia y sorpresa al juego-, u obstruyendo al enemigo, poniéndole chozas y cosas así en la trayectoria de sus monigotes. A quien juega de esa manera, negando el juego, se le llama chocero. Ser chocero no es hacer trampa, pero no mola. Es apostar por una forma de victoria rápida, abusiva y aburrida. Optar por la opción chozera facilita la victoria. La hace más probable. Es importante saber que, en ese juego, juega todo el mundo. Jugadores europeos, asiáticos, árabes, africanos, americanos. Y nadie juega con su nombre verdadero, sino con un nombre divertido. Nadie, así, puede saber quién se esconde detrás de un chocero o detrás de un tipo táctico. Sólo el propio jugador, que realiza esa elección. Es el jugador quién decide, sin ningún tipo de contrapartidas, optar por un juego brillante, arriesgado y divertido, o por una victoria aburrida.
Este juego del siglo XXI confirma que nada ha cambiado en el mundo del juego desde que empezamos a jugar. Empezamos a jugar antes de ser propiamente humanos. Los animales juegan. Su juego consiste en un entrenamiento para el futuro. Cuando las personas empezamos a jugar, no perdimos nuestra inteligencia de animales. Simplemente la cambiamos. Pasamos a entrenarnos para otro futuro, en lo que lo importante no era la caza, sino su reparto. El reparto, la decisión de ser justo o no, empezaba, en los juegos y en la realidad, mucho antes. En el momento de cazar. En convertirlo en un acto heroico y honorable. En plantearse el bien y, hasta cierto punto, el mal. Jugar -seguimos jugando toda la vida; la vida son más entrenamientos que partidos-, consiste en aprender qué te divierte. Consiste, por tanto, en saber quién eres. Desde el anonimato de ser indio, vaquero, soldado, romano, chocero. Jugar es la misma pulsión moral de siempre, según veo. Es elegir. En lo que es una buena noticia, los niños seguirán teniendo la oportunidad de apostar por una vida honorable o no durante miles de años más.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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