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El viernes, en plena resaca de las elecciones catalanas y con la niña Aya Ben Hamdouch alargando los mil euros en el sorteo de la lotería, yo conocí a Isidoro y a Soledad. Isidoro tiene 82 años y desayuna chicharrones todos los domingos. Chicharrones que prepara en su propia carnicería de un pueblo del sur de la Comunidad de Madrid y que han merecido reconocimiento mediático. “Han venido de Telemadrid y todo a grabarnos”, dice Soledad, su mujer, con la boca y la voz llenas de orgullo.
Isidoro y Soledad son de esa generación de españoles que piensa que hay que ponerse de punta en blanco para ir a la notaría. De esa España en la que el cura, el médico y el notario son la máxima autoridad competente. Mientras esperamos a que venga el notario, Isidoro y Soledad me cuentan parte de su vida. Soledad lleva un abrigo de pieles marrón, pendientes en forma de lágrima, un diamante en la mano que quita el sentido y una manicura perfecta. Pelo cardado y con canas, dentadura de actriz de Hollywood. Su elegancia no esconde a un tipo de mujeres a las que conozco bien: de las que consideran que tener la casa limpia y el guiso a punto es indispensable, de las que han pasado muchas horas solas mientras el marido volvía a casa a las tantas de trabajar, de las que han tomado la lección a los niños cada tarde, obsesionadas por hacer de ellos gente de provecho y con los estudios que ella no ha tenido.
Tienen prisa por la firma. En realidad todos la tenemos. Yo tengo que recoger a los niños del colegio antes de tiempo y ellos tienen que volver a la carnicería. “Hemos dejado solo a mi hijo y hoy, casi víspera de Nochebuena, está aquello a rebosar”, dice Soledad, a la que las prisas le dotan de una locuacidad que supera a la mía (que ya es decir).
Isidoro tiene que volver a cortar filetes y me cuenta que este año, por culpa del clima, el campo está complicado. Que las patatas han salido buenas pero no tanto como en otras ocasiones. Le miro la manos, curtidas por labrar y por los años, por esos chicharrones y por lo que le ha tocado vivir. Es un hombre hecho a sí mismo de esos que considera que la edad de jubilación la marca uno cuando quiere. Mi hermana acaba de aterrizar procedente de Boston para pasar juntas la primera Navidad huérfanas de padre. Heredó de él los ojos verdes y la piel morena, así que a pesar del vuelo nocturno tiene infinitamente mejor cara que yo siempre, aunque no le guardo rencor.
Isidoro me dice que tiene pánico al avión, que no le gusta nada, que es hombre de pisar la tierra (en el sentido literal y en el figurado), aunque un par de veces hizo excepción. “Tenemos un hijo que es joyero al que le dieron un premio muy prestigioso en Venecia y en Roma, y claro, cómo no van a a estar sus padres”, dice Soledad. Él sonríe. “¿Has visto ‘La Voz?”, continúa ella. “Pues los pendientes de Pastora Soler los diseñó mi hijo”. Veo en ella a mi madre cuando cuenta que yo escribo cosas y sale mi nombre en ellas. Su hijo, dice el padre, tiene la joyería en el barrio de Salamanca. Veo en él a mi padre cuando contaba que una de sus hijas vive en Madrid. Da igual el barrio que sea, irse a la capital es siempre motivo de orgullo y una prueba irrefutable de éxito en la vida. Nunca quise quitarle la razón.
Llega el notario, que como cirujano con bisturí, coge las escrituras, nos da los buenos días, comprueba nuestras identidades, firmamos y se va a otra sala a hacer lo propio. A esas alturas de la mañana yo no me quiero ir a recoger los sobresalientes infantiles (tenía que decirlo) sin abrazar a esta pareja, a la que probablemente no volveré a ver. Beso a Isidoro y a Soledad y les deseo unas felices fiestas y mucha paciencia con los filetes. No sé si durante ese rato con ellos me habré convertido en millonaria (es obvio que no), y vuelvo a hacer la broma de que me voy a Barajas y no vuelvo. Me llevaría a Isidoro conmigo a pesar de su miedo a los aviones, pero creo que prefiero ir a por chicharrones el próximo domingo. A ver si convenzo a los de casa.
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Autora >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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