En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
El 1 de noviembre mis hijos tuvieron un cumpleaños. Uno de tantos. Y pasó lo de siempre, que mientras ellos daban patadas a un balón, los padres nos fuimos a tomar algo. Cumpleaños infantil, botellón maternal, bromeamos cada vez. Esta vez me tocó compartir las aceitunas con el padre de un compañero de clase de mi hija, que viene en contadas ocasiones a estos fastos. Es sociólogo (de los buenos), y da clases durante seis meses al año en una universidad estadounidense.
Cuando una mujer como yo, con un saco de complejos a las espaldas que camufla con bromas, se sienta con alguien tan listo, enmudece o al menos gasta pocas palabras y se limita a escuchar a ver si aprende algo. Algunos dirán que mi actitud es errónea y que debo ser una mujer “libre y sin complejos”, que es como ha definido esta mañana Albert Rivera a Inés Arrimadas durante una entrevista en la Cadena Ser. Pero verán, pertenezco a una generación de españolas a las que se nos ha dicho que un vestido negro en el armario arregla casi cualquier cosa y que es mejor insinuar que enseñar. También que a los hombres se les conquista por el estómago. Esto último lo he resuelto regular, por cierto.
El caso es que el sociólogo inició una conversación de lo más normal y a la altura de los miembros de la mesa, y de repente, aceituna en mano, dijo, con una naturalidad pasmosa: “Cuando estoy aquí siempre veo Mujeres y Hombres y Viceversa. Es una fórmula idónea para estudiar las pautas del comportamiento humano. ¿Sabes que los compañeros de clase de mi hija de 13 años se saltan la clase para verlo? Es asombroso”.
Ahí entonces me convertí, cual Arrimadas pero con pelo corto, en una mujer libre y sin complejos, y le confesé que yo me enganché al programa en mi primera baja de maternidad (también a Crímenes imperfectos, hay que decir). El hombre se echó unas risas y yo me sentí menos ignorante al compartir con este sociólogo semejante afición.
A los pocos días, por supuesto, y una vez liberada del corsé de uno de mis muchos placeres culpables, encendí el televisor dispuesta a verlo de nuevo. Antes de la cabecera me topé con una delicia del destino: el patrocinador de ese programa es un alimento para gatos esterilizados. Esterilizados, sí. Luego volví a ver a Emma García, la mujer que mejor envejece con permiso de la Reina Sofía.
El programa lleva unos cuantos años en antena, así que les ahorraré las explicaciones. Unos cuantos veinteañeros disputan por llevarse al catre a un joven o una joven que tienen el dudoso título de tronista (como si fueran reyes de algo). Más allá de la ordinariez del programa y el dudoso gusto al vestir de los protagonistas, hay una lectura más profunda de lo que pasa cada mañana en ese espacio de Telecinco. Uno de los tronistas, que responde al nombre de Iván, estaba ese día con cara de apesadumbrado. La presentadora, como corresponde a cualquiera de los que trabajan en la fábrica de Vasile, hablaba de los gestos del tal Iván como si fuera a anunciar nuevos papeles de Bárcenas. Las muchachas que le pretenden, temblorosas y preocupadas, se preguntaban qué le pasaba a semejante objeto de deseo, a semejante partidazo al que presentar a tus padres.
Entonces Iván, con cara de que la vida le pesaba por encima de sus posibilidades, confesó que había “roto las reglas del programa”. Vamos, que se había enrollado con una que no estaba presente en plató. Redoble de tambores, pausa dramática, vidas rotas, ya saben. Entonces una de ellas, que había tenido una cita con el tal Iván apenas horas antes, se echó a llorar de manera desconsolada. Desconsolada y sin que se le corriera el rimmel, hay que decir. Polina (de dónde sacan esos nombres, por favor) le preguntó con un dramatismo que ya habría querido García Lorca para Bernarda Alba y pañuelo de papel en mano: “¿Pero qué he hecho mal? ¿Qué he hecho para que hagas esto? Por favor, dímelo”. Entonces Emma, imperturbable y dando gracias, supongo, de no tener edad para semejantes montañas rusas, le dijo: “Polina, deja de decir eso, que no se te olvide que el que lo ha hecho mal es él”. Emma García dando lecciones de feminismo, acabáramos.
Apagué la tele y pensé en los niños de 13 años (niños, sí), que se fuman las clases para ver el programa. También pensé en que me quedan tres años para que los compañeros de clase de mi hija (quizá ella también) hagan la propio. Luego volví a darme cuenta de lo difícil que es educar y no meter la pata. En lo importante que es lo que decimos, lo que hacemos, lo que vemos.
Esta mañana, tras escuchar a Albert Rivera tenso con las preguntas de Pepa Bueno, leí, en un artículo de El Mundo, esta pregunta de la defensa de ‘La Manada’ y la respuesta de la víctima:
¿Por qué pensaba que era su culpa lo ocurrido?
Porque podía haberme ido, porque no tendría que haberme puesto a hablar con gente que no conozco, porque ¿para qué me voy con gente que no conozco?, porque me separé de X, porque me quedé sola en una ciudad que no conozco, por todo esto. Pensaba que era mi culpa por no poder hacer algo para poder irme. Me sentía muy culpable, también se me quitaron las ganas de hacer cualquier cosa. [...] Me pasaba el día intentando no hablar del tema pero buscando noticias porque necesitaba saber más. Intentaba buscarle una respuesta lógica a todo lo que había ocurrido, pero no y no, y por eso buscaba las noticias, pero no encontraba nada.
"Sentía que les estaba jodiendo la vida, que era mi culpa lo ocurrido", dice una joven de 18 años tras haber conocido el infierno en un portal de Pamplona. La culpa, la maldita culpa. Los guardianes neoliberales de la moral me dirán que a quién se le ocurre comparar semejantes cosas, un programa de la televisión privada con un juicio por violación. Yo creo que tienen mucho más que ver de lo que pensamos. Y no soy socióloga ni doy clases en Chicago.
Podemos salir a las calles y gritar “Yo sí te creo”. Podemos convertirlo en Trending Topic mundial. Podemos escribir artículos con mayor o menor fortuna al respecto, pero conviene recordar que desde el 9 de junio de 2008, en una cadena nacional, se emite un programa al que se enganchan adolescentes y señoras recién paridas como la que escribe. Generadores de culpa en tiempos de niños llave. A ver si nos estamos limitando a lanzar mensajes a público convencido en vez de ir al enemigo. Digo yo.
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes.
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí