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Contra todo pronóstico, la división étnica de los Balcanes se esfumó abruptamente en febrero de 2014. La durísima crisis económica provocó una oleada de manifestaciones en las que se fundían banderas bosnias, serbias y croatas. Sarajevo bullía con asambleas masivas. Todas las etnias y religiones se diluían en un grito común. La revuelta arrancó en Tuzla, ciudad de mayoría musulmana, cuando miles de trabajadores fabriles desempleados tomaron las calles. La revuelta se expandió hacia la ortodoxa Serbia. Y rápidamente a Sarajevo. El filósofo croata Srecko Horvat, en su crónica Godot llega a Sarejevo, describía con entusiasmo a los angry bosnian: “Soy católico, soy judío, soy musulmán, soy todos los ciudadanos de este país”, decía un ciudadano en una asamblea. “Si soy musulmán, y él es serbio o croata, si tenemos hambre, ¿no somos hermanos? Somos al menos hermanos en el estómago”, replicaba otro.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek, con su habitual prosa lenguaraz, se subió a la nueva ola de rabia balcánica interétnica: "Hasta ahora, las únicas protestas masivas en Bosnia y otros estados post-yugoslavos eran sobre pasiones étnicas o religiosas. (...) Estamos lidiando con una rebelión contra las élites nacionalistas: el pueblo de Bosnia ha entendido quién es su verdadero enemigo: no otros grupos étnicos, sino sus propios líderes (...) Aunque la protesta pierda fuerza, quedarán chispas de esperanza, algo como los soldados enemigos confraternizando en las trincheras de la primera guerra mundial". Post Yugoslavia, decíamos. ¿Post nacionalismo?
Desde una España atravesada a primera vista por nacionalismos crecientes a ambos lados del Ebro, las estampas power love balcánicas parecen fake news. O lo contrario: son un pelotazo/objeto de deseo. La España de balcones embanderados no es la Bosnia de 1993, evidentemente. Pero nacionalismos, otro tipo de, haberlos-los-hailos. El procés catalán ha aportado algunas nuevas variables. El nuevo "indepe" no siempre abraza una causa identitaria, sino rupturista con un Estado. El procés se ha cepillado al catalanismo de barretina, me dijo hace meses Antonio Baños, otrora star pública de las CUP. Carme Forcadell, en el documental Informe General II dirigido por Pere Portabella, destacaba la emoción de crear algo desde cero: "Es lo que hace que sea un proyecto cohesionador. Es de mucha gente que no ha nacido en Cataluña, pero que está compartiendo este proyecto porque entiende que desembocará en un Estado del bienestar mejor, más justo y democrático". De alguna manera, muchos actores clave del procés, aunque sean nacionalistas en la intimidad, escenifican que el nacionalismo tradicional no es la esencia del procés.
La España de balcones embanderados no es la Bosnia de 1993, evidentemente. Pero nacionalismos, otro tipo de, haberlos-los-hailos
La República catalana quiere o podría llegar a querer ser otra cosa. Además, los Mamporrazos Marca España 1O movilizaron hacia las urnas a miles de personas no nacionalistas. La periodista Alba Muñoz explicaba cómo su abuela de Jaén, muy reacia al referéndum, acabó acercándose a las urnas: "El pasado fin de semana, cuando empezó el desembarco de policías en Barcelona, le dijo a mi madre que ella había decidido esconderse la papeleta entre las tetas". Sin embargo, parece que los nuevos aromas del procés, la República Que Parecía Salir de La Chistera, ha salido mal. No ha salido de la casilla de salida, vaya. Ha acabado dividiendo a los angry catalan y los angry spaniards. Con un truco clasicón, además, usado ya en la Primera Guerra Mundial evocada por Žižek para dividir al pujante internacionalismo obrero: el nacionalismo. O un casi-nacionalismo que ha impedido exportar el rupturismo más allá del Ebro. Un casi-nacionalismo que ha rechazado la importación de la República catalana desde el resto de España.
Dividiendo las conexiones 15M
La explosión del 15M diluyó siglos de desencuentros nacionalistas y/o regionalistas y/o whateveristas. El 27 de mayo de 2011, cuando los Mossos d’Esquadra desalojaron violentamente la Acampada Barcelona de Plaça Catalunya, una multitud empuñó claveles en la Puerta del Sol de Madrid y gritó "Barcelona no estás sola". Las redes tejidas por la ciudadanía desdibujaban antagonismos históricos. El Gobierno Rajoy y el Govern Mas tenían planes similares: recortes & represión. Y el 15M desplazó desde abajo el tablero de juego, las prioridades. "Las formas de cooperación de los movimientos red no pasan ya por grandes dogmas ideológicos unitarios sino por conectar las prácticas", escribía el investigador Arnau Monty. Sin embargo, el procés iba emergiendo. Seducía, crecía. La Via Catalana de la Independència, aquella cadena humana de 400 kilómetros de la Diada del 2013, catapultaba el ya contundente procés. En medio, como Objeto Rupturista No Identificado, el 15M seguía desordenando el antagonismo de la clase política de España-Cataluña. El fluido diálogo del sujeto político plazas seguía ignorando el choque de trenes nacionalista.
Pero Spain is not so different, vamos. El amor transnacional en los tiempos del Tinder es más la norma que excepción. En 2012, cuando el gobierno de Israel amenazaba con bombardear Irán, nació la campaña Israel loves Iran. El diseñador israelí Ronny Edry subió a Facebook un mensaje con un diseño colorido: "Iraníes, nunca bombardearemos vuestro país. Os amamos". La reacción en red fue explosiva: miles de diseños y mensajes de amor de ciudadanos israelíes hacia iraníes. Desde Irán, no tardaron en llegar mensajes de amor. Israel, we love you. Pueblos en red, unidos, desmantelando la narrativa nacionalista de los Estados de Israel e Irán. Spain is not so different. Y es que este guirigay que de vez en cuando pone en jaque a los Estados nación viene de lejos. En los años setenta, Felix Guattari hablaba cómo el planeta se desterritorializaba. Imaginaban una máquina de deslocalización y confabulación, un rizoma subterráneo contectando a pueblos y culturas. Manuel Castells habla ya hace muchos años del Estado Red y de un espacio de flujo. David de Ugarte, en su Trilogía de las Redes, habla de la filé (estructura económica transnacional) y la plurarquía (nuevo sistema político basado en las decisiones colectivas) como estructuras potsnacionales y postestatales. Y a esto llega el pack procés-Piolín-artículo 155 y España vuelve a intentar ser un Estado Nación de Acero. "Tu país vuelve una y otra vez a los Reyes Católicos. Es una jodida condena", le suelta Ayleanna, una alumna neoyorquina de 20 años al profe hispanista Ángel Luis Lara. España como bucle crónico, como nación incompleta, como ring incómodo de un porrón de naciones.
Postnacionalismo hispánico, postnacionalismo anglosajón.
Buscar la palabra "postnacionalismo" en castellano en Google convierte a España en una verdadera campeona postnacionalista. Los nacionalismos de las repúblicas latinoamericanas ni se despeinan en Google. En los primeros lugares, encontramos artículos que enarbolan un postnacionalismo forzadamente aséptico ante el declive de ETA y del plan soberanista de Ibarretxe. "Algunos nos reivindicamos del postnacionalismo, término que debemos a Jon Juaristi y que hoy y aquí quiere expresar, telegráficamente, la victoria del autonomismo sobre el independentismo", escribía el socialista Ramón Jáuregui desde esa prehistoria llamada 2008. "El nacionalismo político se ha convertido en una fuerza residual, incapaz de influir en España (...) No creen que España sea una nación de naciones, y a Cataluña la ven sólo como su patria chica", escribía Xavier Mas de Xaxàs desde Prehistoria 2008, ese país. Otros artículos, más cercanos en el tiempo, como el de José Luis Salgado, sugieren construir un postnacionalismo basado en derechos cívicos y fraternidad: "Nuestras sociedades son mucho más diversas que lo que pueda englobar un estado-nación. Hoy en día no podemos hablar de monocultivos ni en materia lingüística ni religiosa, ni étnica. Ni de una conciencia nacional que englobe al 100% de la ciudadanía de un territorio".
En el libro Derecho a la intolerancia, Slavoj Žižek lanza proyectiles contra el multiculturalismo de los Estados (neo) liberales. Desmonta la falsa dicotomía democracia (neo) liberal vs fundamentalismos. Deconstruye ese mito de que el capitalismo provoca la convivencia de etnias / razas / nacionalismos. Y cuestiona esa defininición de fundamentalismo que sirve tanto para un fanático religioso de Al Quaeda como para un independentista vasco del mismo Bilbao.
Buscar la palabra postnationalism en inglés nos brinda otro campeón googleiano: Canadá.
En 1963, el pensador Marshall McLuhan afirmaba que Canada era "el único país del mundo que sabe vivir sin una identidad". El artículo de The Guardian The Canada experiment: is this the world's first 'postnational' country?explora este postnacionalismo que tiene una narrativa inclusiva de raíces indígenas que da la bienvenida a inmigrantes y refugiados. El país que permitió varios referéndums en la región francófona de Quebec hace suyas las identidades y pertenencias múltiples de la post modernidad. Canada renace como una reversión revolucionaria del mito estándar del Estado nación. El mismísimo primer ministro, Justin Trudeau, afirmó en 2015 a New York Times Magazine que Canada podría ser el primer Estado postnacional del mundo: “No hay una identidad matriz, mainstream, en Canada”. Un párrafo del sociólogo argentino Marcelo Urresti sobre las identidades posmo encaja con esta Canadá guachi tolerante: "La época actual se despliega en un mundo encantado por los valores de un presente que se ensancha y toma el lugar del futuro, donde a su vez la pertenencia inmediata convive en una pluralidad de comunidades que se aleja del antagonismo, (...), por lo cual los opuestos en vez de rechazarse, se reclaman".
¿Tienen algo que ver la angry bosnian con la happy canadian? Žižek, en su texto sobre las revueltas bosnias, critica la visita de las Pussy Riot a Nueva York, donde fueron recibidas por lo que describe como "la mafia habitual de los derechos humanos" (Madonna, Bob Geldof, Richard Gere): "Lo que deberían haber hecho era expresar la solidaridad con Edward Snowden, y afirmar que Pussy Riot y Snowden son parte del mismo movimiento global". Žižek sostiene que el verdadero desafío (¿postnacionalista?) de los andry bosnian será "organizar protestas hacia un nuevo movimiento social que ignore las divisiones étnicas". El desafío podría ser el mismo para los happy canadian. O para el català emprenyat (angry catalan). O para el castellano-mala hostia (angry mesetario).
Cierto: Canadá desborda el "multiculturalismo liberal" encarnado por Hillary Clinton. También es la otra cara de la moneda del Estado nación xenófobo de Trump o Le Pen. Pero hace falta dar un paso más. Y ahí es donde España, extraviada en su bucle secular, puede ser una verdadera potencia postnacionalista. El mexicano José Vasconcelos, en su clásico La raza cósmica, publicado en 1925, consideraba que el mestizaje latinoamericano de los pueblos ibéricos (españoles y portugueses), tan diferente a la exclusión racial de los anglosajones, era la herramienta para un nuevo mundo transfronterizo e interracial. La raza cósmica va más allá de la convivencia de culturas: era/es/será esencialmente mestiza, transcultural.
El mestizaje reivindicado por la chicana Gloria Anzaldúa - un auténtico icono feminista y queer - podría ser linterna del postnacionalismo ibérico-planetario. Un mestizaje que es un "más allá", un océano que diluye el binarismo occidental. Un mestizaje que permite ser muchas cosas sin dejar de ser otras. Es más trans que multi. Es un heterogéneo ser sin estar siempre. "La rigidez significa la muerte, solo manteniéndose flexible puede la mestiza expandir la psique", escribía Anzaldúa en su hit Borderlands / La Frontera: La Nueva mestiza de 1987. La nueva mestiza de Anzaldúa normaliza otra forma de estar en el mundo y explica con simplicidad plástica todo lo que los académicos de la teoría decolonial y/o postcolonial no conseguirían explicarle al público de Operación Triunfo. La nueva mestiza es un cuerpo que tolera las contradicciones, lo ambigüo. Está más allá de la postmodernidad, que no deja de ser un confuso colofón de aquella gran modernidad occidental. La nueva mestiza habita una nueva transmodernidad, que se salta las fronteras de los Estados nación. La nueva mestiza es pluriversal, algo mucho más molón que ser universal. Es el pedacito trans que le falta a la postmoderna Canadá.
Teniendo un bomba demográfica a punto de estallar (ínfima natalidad) y las estadísticas más tolerantes de Europa con inmigrantes y refugiados, España será postnacional y mestiza o no será
Con el 15M, , tejiendo redes de barrios despiertos y mareas, de imaginarios en red y resistencias, España aprendió a ser "el movimiento" que añora Žižek para Bosnia. Ahora, para salir del bucle de las naciones incompletas, tiene que aprender a ser (nueva) mestiza, transmoderna. Teniendo un bomba demográfica a punto de estallar (ínfima natalidad) y las estadísticas más tolerantes de Europa con inmigrantes y refugiados, España será postnacional y mestiza o no será. La Trans-España debería asumirse como sur, como mezcla: celtíbera y fenicia, bizantina y mudéjar, norafricana y vikinga, europea y mozárabe, sefardí e iberoamericana. La Trans-España tiene que esforzarse en ser una copia mejorarada de la norteña Canadá: una postnación sureña y abierta, transfronteriza y feminista, republicana y orgullosamente mestiza.
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Bernardo Gutiérrez es periodista, escritor e investigador. Ha cubierto América Latina como corresponsal durante más de una década. Es el autor de los libros Calle Amazonas (Altaïr), #24H (Dpr-Barcelona) y Pasado Mañana. Viaje a la España del cambio (Arpa Editores).
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Bernardo Gutiérrez
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