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Los Reyes Magos son una tradición relativamente reciente. Documentados en los Evangelios y en los Evangelios apócrifos, tan solo en la España del siglo XIX empezaron a traer regalos. Es por eso que los Reyes solo vienen a España y, de alguna manera, a Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Es posible que también llegasen a otras zonas del imperio colonial, como Guam, una isla sin serpientes pero, si eso es así, con reyes. Es sorprendente, empero, que a pesar de existir desde hace dos siglos en un vasto territorio, poblado por varios millones de personas, no sólo no han sido vistos nunca, sino que no existan muchas pruebas documentales que atestigüen la existencia de los Reyes. Se podría pensar, por tanto, que no existen. Pero yo dispongo de una de esas escasísimas pruebas. He empezado a escribir estas líneas para explicárselo.

La prueba no es otra cosa que un texto. O lo que queda de él. Se trata de una carta escrita de puño y letra de uno de los Reyes Magos. Carece de fecha, pero debe de haber sido escrita en la década de los años 40 del siglo XX. Es una hoja amarillenta, doblada y doblada en el tiempo hasta haberse cortado. La carta, breve, sencilla, escrita a lápiz y con faltas de puntuación y ortografía, apareció al lado de la cama de mi padre en la mañana de un 6 de enero. Entonces, mi padre era un niño pequeño. En la carta se puede leer este pequeño texto, que les reproduzco una vez corregido: "Gasparito, como que vives en las afueras, cuando hemos llegado a tu casa veníamos de vacío, y no hemos podido traerte nada. Te dejamos esta carta y un beso".

Los Reyes Magos existen. En ocasiones, en sitios sin serpientes. En ocasiones, en sitios sin Reyes Magos. La capacidad humana de ver lo que aparentemente no existe unas veces es maravillosa y emocionante, como atestigua la carta que les he reproducido. Y otras, monstruosa, como atestiguan otros textos cotidianos.