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Es el último día del año y todo el mundo habla del paso del tiempo. Yo les hablaré de los viajes en el tiempo.
Los viajes en el tiempo son posibles. En La Odisea, Ulises mata una res en sacrificio y, junto con sus compañeros, accede al Hares. Allí ve dos cosas sorprendentes. A Aquiles. Y que el tiempo no pasa. Aquiles, en fin, vive sin tiempo, repitiendo una acción vacía, que es la muerte. Tras la muerte no transcurre, en fin, el tiempo. Hay un viaje sorprendente en la literatura castellana medieval. Se narra en el Ejemplo 11 de El Conde Lucanor. Un deán va a ver a un mago para que le inicie, a fin de asegurarse su progresión en la carrera eclesiástica. Antes de empezar a hablar, el mago le pide a la criada que, para la cena, le haga unas perdices. Empiezan a hablar. El deán solicita al mago su magia a cambio de una recompensa económica. En eso, llegan unos mensajeros. Traen al deán un documento. Ha sido ascendido. Ya tiene una parroquia. El resto del cuento, muy breve, dura toda la vida del deán. Va escalando cargos. Y el mago acude a todos sus despachos, a reclamarle el pago. Finalmente, llega a ser Papa. El mago acude a por su cobro. Momento en el que el antiguo deán, ya anciano, estalla en ira. Le dice que se vaya o le denunciará por nigromante, que no le debe nada, que su carrera es fruto de su propio esfuerzo. Tras sus gritos se crea un silencio. Que es roto por una voz femenina. Es la criada, que dice que ya están listas las perdices. El deán vuelve a ser joven. Está en la sala en la que inició su conversación con el mago. Toda su vida ha transcurrido en el tiempo de cocción de las perdices. Su vida ha sido una prueba. Una prueba no superada.
Borges tiene el viaje en el tiempo tal vez más sencillo. Es decir, más violento, espectacular y cruel. Esos son, quizás, los ingredientes del tiempo. La historia, también muy breve, transcurre en un banco de un parque, en Ginebra. El viejo Borges está sentado en ese banco. En eso, se sienta a su lado un joven. Empiezan a hablar. Es un joven engreído, estúpido, petulante y, por todo ello, tierno. Le explica sus proyectos de futuro al viejo. El viejo descubre que ese joven es él, hace 60 años. Se emociona. Copado, precisamente, por la emoción, no le dice que no ocurrirá nada de lo que sueña y prevé. Borges, el joven, es la energía del deán de El Conde Lucanor, con prisa para viajar en el tiempo. Borges, el Viejo, es Aquiles muerto. Esas dos formas de tiempo coinciden en el mismo banco.
Los viajes en el tiempo son posibles. Sí. Porque la vida es, sencillamente, un viaje en el tiempo. De vez en cuando, en un banco, en la calle, en una mesa, te encuentras con alguien más joven. Y no se lo dices. Es posible que ese alguien seas tú.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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