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Un paquete de bollycaos en una estantería del supermercado. En el envoltorio pone “en colaboración con” y luego “Asociación Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación”. Al lado hay un paquete de galletas con formas de dinosaurios que se vende “en colaboración con la Asociación Española de Pediatría”. Suspiras y piensas en ese anuncio que viste en la tele de una marca que promocionaba sus productos sin aceite de palma. Recuerdas una a una tus incoherencias. Las que te empujaron hace unos meses, de repente, a desechar todos los productos con aceite de palma. Lo hiciste sin prestar atención al resto de cosas que aparecían en las etiquetas, como si el aceite de palma fuera el único de tus abusos alimenticios. Como si el aceite de palma fuera el único de tus problemas.
Miras el móvil. 12% de batería
En diciembre de 2014 abrió Cereal Killer Cafe en Shoreditch, uno de los barrios más pobres de Londres. El concepto bar de cereales caló especialmente entre los abanderados de la modernidad —de cuando escribir titulares con la palabra hipster aún daba clics—, que empezaron a frecuentar el lugar. En septiembre de 2015, el bar londinense fue atacado durante una protesta contra la gentrificación. "No queremos pisos de lujo que nadie puede pagar, queremos viviendas asequibles. No queremos sitios que van y vienen para tomar copas o comer bollos, queremos una comunidad", rezaba el manifiesto que convocaba la protesta.
El efecto embriagador del boom cerealista llevó a creativos de todas partes de España a montar sus negocios
En mayo de 2016 abrieron en Madrid los dos primeros bares de cereales de España. Cereal Lovers y Cereal Hunters Café. Sus creadores: emprendedores que se preguntaban cómo era posible que en España no hubiera bares de cereales, chicos y chicas enamorados del concepto nacido en Shoreditch, creativos creando cosas creativas. Sus clientes potenciales: usuarios de Instagram en busca del calor de una foto bonita. En cuestión de dos años, los cereales se han convertido en franquicia: nuevos locales en Madrid y extensión a Valladolid, Barcelona, Salamanca y Valencia.
El efecto embriagador del boom cerealista llevó a creativos de todas partes de España a montar sus negocios. Granada, Murcia, Málaga. La novedad arrastró, como ya sucediera con el local londinense, a toda la prensa. Abrir un bar de cereales se convierte en algo reseñable. “Tres universitarias bilbaínas de 19 años crean Let's Cereal”. “La fiebre por los bares de cereales”. “Bares de cereales: por qué han triunfado y cuál es el secreto del negocio”.
Vuelta al súper. Sigues sin comprar nada, has quedado en diez minutos y ahora tu móvil marca un 7% de batería. Unos estantes más allá de los bollycaos y las galletas de dinosaurios, la sección de cereales. En realidad, una subsección del conglomerado más épico e irreflexivo de cualquier supermercado: la zona de desayunos y meriendas. Cientos de productos rebosantes de grasas y azúcares, carentes de nutrientes y, en general, nada recomendables. Una zona creada y sostenida por grupos alimentarios cuyo progreso depende de la falsa necesidad que nosotros, como sociedad, hemos vinculado al hecho de desayunar galletas y merendar cereales. Piensas en lo terrible que es el mundo. Piensas, también, en esa marca de galletas que tanto te gustan.
4% de batería
Miras Instagram. Cuando terminas de ver las fotos, entras en esa aplicación nueva que te bajaste el otro día. Es un chat al que solo puedes acceder cuando tienes un 5% o menos de batería. Una especie de huída hacia adelante colectiva. Una muerte conjunta en una sala de chat deshumanizada en la que no sabes nada de tus interlocutores ni ellos saben nada de ti. Pero hay algo que os une, hay algo que compartís: os estáis quedando sin batería. Estáis jodidos. Estás jodido.
“Tengo vino, pero estoy sin cargador”, dice Helene. “Muriendo en el sur de Alemania”, dice Hugo. Los mensajes aparecen junto al porcentaje de batería que le queda a cada usuario. “Decidme que hay vida después del 0%”, dice John.
Deslizas el dedo por la pantalla leyendo los comentarios de quienes, como tú, quieren despedirse del mundo online acompañados. La búsqueda infinita de lo reconfortante. Saben, como tú, que no podrán cargar el móvil hasta dentro de varias horas. Saben, como tú, que sin móvil su vida es mucho más aburrida.
Sales, por fin, del supermercado
Has quedado en ese nuevo sitio en el que sirven poké. Es un plato hawaiano que tenías muchísimas ganas de probar. Es un plato bastante equilibrado, la verdad. Pescado, verdura, arroz, salsa de soja. Está muy bien. Seguro que lo está. ¡Y por fin han abierto un sitio de poké en tu ciudad! Lo descubriste en un artículo que decía algo así como “el plato hawaiano que está arrasando en España”. ¡Menudo descubrimiento!
Se te apaga el móvil. Ya sabías que iba a pasar, pero te maldices por no haberlo cargado antes de salir.
Te habría gustado hacerle una foto. Tu poké, que te ha decepcionado un poco, podría haber trascendido más. Podría, al menos, haber arrancado algún comentario entre tus seguidores de Instagram. Doce euros de poké. Y para qué.
Maldita sea.
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Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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