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Los informes sobre la muerte del crecimiento se han exagerado enormemente. Tal y como advirtió el FMI el mes pasado, en 2017 el mundo gozó de “la mayor reactivación económica desde el inicio de la década”. Dicho de otro modo, tras diez años de auténtica recesión, tentativas frustradas y especulaciones sobre un “estancamiento persistente”, finalmente, la recuperación de la economía mundial se ha materializado. La Comisión Europea, en sus previsiones de otoño, se alegró de modo similar al anunciar que “la economía de la zona euro” estaba “en camino de crecer este año al ritmo más rápido registrado en una década”.
Sin embargo, ¿es eso importante? Todo depende de nuestro conocimiento sobre lo que el Producto Interior Bruto (PIB) mide… y deja al margen. En realidad, el PIB plasma solo una diminuta fracción de lo que ocurre e importa en nuestras complejas sociedades: refleja parte, pero no todo lo relacionado con el bienestar económico (no menciona nada sobre asuntos fundamentales como la desigualdad salarial); no tiene en cuenta la mayoría de los aspectos relativos al bienestar (pensemos en la importancia de la salud, la educación o la felicidad para nuestra calidad de vida); y no menciona absolutamente nada sobre la “sostenibilidad”, que básicamente significa el bienestar no solo de hoy sino también del mañana (imaginémonos nuestra calidad de vida en un planeta en el que la temperatura aumentara cuatro grados o en el que hubiera escasez de agua potable o de aire puro).
Efectivamente, el crecimiento, según el PIB, ha vuelto, pero no traerá consigo prosperidad para la gente ni sostenibilidad para las sociedades dentro y fuera de Europa porque no ha sido diseñado para alcanzar ninguno de estos dos objetivos. En pocas palabras, el crecimiento no puede ayudarnos a comprender, y mucho menos resolver, ninguna de las principales crisis que marcan el comienzo del siglo XXI: la crisis de la desigualdad (la creciente brecha entre los que tienen y los que no tienen) y la crisis de la biosfera (la alarmante degradación del clima, los ecosistemas y la biodiversidad que amenaza al bienestar humano). En nuestra época, independientemente de su nivel actual o futuro y el entusiasmo con que lo reciban, el crecimiento está efectivamente muerto como horizonte colectivo y es una brújula rota para la política.
Medir erróneamente la economía
Examinemos a EE.UU., que supuestamente está experimentando un crecimiento más rápido que Europa: los mercados de valores, los beneficios y el crecimiento están en alza, en ocasiones hasta alcanzar máximos históricos. Sin embargo, los mercados de valores, los beneficios y el crecimiento son la trilogía sagrada para evaluar erróneamente la economía. Examinemos otra trilogía de EE.UU.: la desigualdad, la salud y la confianza, y ahí la cosa cambia radicalmente. Datos recientes muestran que la desigualdad salarial es más elevada en la actualidad que durante la Edad de Oro y está fracturando implacablemente a la sociedad estadounidense; que un gran número de estadounidenses ha estado “muriendo de desesperación” desde finales de la década de 1990 mientras la economía crecía (y no digamos los beneficios empresariales); y que el nivel de confianza en el Congreso se ha dividido por tres y medio desde mediados de la década de 1970 con una polarización política que ha alcanzado un nivel sin precedentes, al tiempo que el Producto Interior Bruto per cápita prácticamente se duplicaba. Todo parece indicar que la propuesta de reforma tributaria republicana votada el año pasado y que está a punto de aprobarse degradará el país en estos tres aspectos, al tiempo que los beneficios empresariales, los índices bursátiles y el crecimiento del PIB aumentarán aún más. La simple pero cruda realidad es que gobernar las sociedades con parámetros que ocultan la realidad social en vez de ponerla de manifiesto es peligroso. Medir es gobernar: los indicadores determinan las políticas y la adopción de medidas.
En Europa, desde la gran recesión, se da una verdadera paradoja a este respecto. Por una parte, la Unión Europea ha intentado sacarle jugo al malestar con el modelo económico estándar y aprovechar el impulso “por encima del PIB". Pero por otra parte, se ha vuelto aún más estricta a la hora de aplicar sus mal diseñados objetivos de financiación pública basados todos en el PIB. Actualmente, la UE se rige básicamente por cifras erróneas y cuando los responsables políticos depositan demasiada confianza en indicadores demasiado limitados, la democracia acaba poniéndose en peligro.
Entonces, ¿por qué deberíamos preocuparnos realmente? En lugar del crecimiento, el bienestar (la prosperidad del ser humano), la resiliencia (la capacidad de resistir embates) y la sostenibilidad (la preocupación por el futuro) deberían convertirse en los horizontes colectivos de la cooperación social, de los cuales la economía solo es una faceta. Debido a que estos tres horizontes no han recibido la atención debida por parte de las teorías económicas dominantes en las últimas tres décadas, nuestra vida social se ha gestionado de forma indebida y ahora nuestra prosperidad está amenazada por la desigualdad y la crisis ecológica. En el mejor de los casos, la economía mide lo que es importante y proporciona a las sociedades los medios para usarla bien, entre los más eficaces de los cuales se encuentran los indicadores ecológicos y sociales relevantes y fiables. Elaborarlos, difundirlos y emplearlos es, de este modo, una forma práctica de reivindicar valores fundamentales y promover asuntos y políticas importantes. Si la economía se mide adecuadamente, se genera un sentimiento colectivo positivo. Comprender que es posible tener en cuenta de forma adecuada lo que es importante para los seres humanos es el primer paso para valorar y ocuparse de lo que realmente cuenta.
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Éloi Laurent es investigador senior de OFCE (Sciences Po Centre for Economic Research, Paris) y profesor en la School of Management and Innovation at Sciences Po y en la Universidad de Stanford. Es autor de Measuring Tomorrow: Accounting for Well-being, Resilience and Sustainability in the 21st century, publicado por Princeton University Press.
Traducción de Paloma Farré.
Este artículo se publicó en Social Europe.
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Éloi Laurent (SOCIAL EUROPE)
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