KARINA MORENO / Doctora en Administración Pública
“Estados Unidos es adicto a la mano de obra barata de los inmigrantes”
IGNASI GOZALO-SALELLAS / ÁLVARO GUZMÁN BASTIDA / HÉCTOR MUNIENTE 4/02/2018
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Karina Moreno es un vivo ejemplo de los fantasmas de Donald Trump: la joven mexicana llegó a los Estados Unidos como turista menor de edad, y se quedó para echar raíces en un país que la trataría como una delincuente. Beneficiaria de la moratoria de Barack Obama a los dreamers –el casi un millón de menores inmigrantes que se enfrentaban a la deportacion–, Moreno es doctora en Administración Pública por la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, y dedica su investigación académica, precisamente, al estudio de la criminalización del inmigrante en EEUU. En su contribución a la cartografía de la resistencia al trumpismo, Moreno escarba en las raíces de la guerra contra el inmigrante, los límites del reformismo gradual del Partido Demócrata y la doble vara de medir que se aplica a los empresarios que se benefician de la mano de obra barata o a los inmigrantes que la proporcionan. “Tenemos que quitarles la iniciativa retórica a las élites y las grandes empresas, y hablar de lo que realmente necesitamos”, señala Moreno. “Y eso es educación, sanidad, etc.” El dinero, apunta, existe. Es cuestión de sacarlo del cauce de la represión, y redirigirlo hacia políticas sociales. “Tenemos que politizar los cuarenta mil millones de dólares de presupuesto del Departamento de Seguridad Nacional y utilizarlos para construir la verdadera infraestructura pública que necesitamos desesperadamente”.
Hay una narrativa establecida sobre cómo las acciones de Trump con respecto a la inmigración (levantar las restricciones para deportación, el ataque a los jóvenes inmigrantes a los que Obama había otorgado una moratoria, los ‘dreamers’, etc.) rompen un sistema humano y razonable, que trataba bien a los migrantes. ¿Es verdad? Antes de entrar en lo que ha hecho Trump, ¿de dónde veníamos?
Trump no vino del cielo; no apareció de repente de la nada. Tenemos un sistema inhumano que viene creciendo más y más a lo largo de la historia de los EEUU, especialmente en lo relativo a los inmigrantes que vienen de América Latina y a todos los inmigrantes y extranjeros después del 11-S.
El gobierno de Obama, bueno, tenía una retórica diferente, que se centraba en “delincuentes y no familias”, pero tuvo un cifras de deportaciones récord, así que muchas organizaciones latinas terminaron llamándole ‘deportador en jefe’. La escalada de deportaciones, del número de inmigrantes detenidos en centros de internamiento, de arrestos, todo eso no es nuevo. Trump lo heredó, y puede hacer mucho daño con ello, pero no es algo que suceda por primera vez ahora.
Tenemos un sistema inhumano que viene creciendo más y más a lo largo de la historia de los EEUU, especialmente en lo relativo a los inmigrantes que vienen de América Latina
Ha dedicado mucho tiempo a analizar las raíces de la criminalización del inmigrante que reina ahora mismo en EEUU. ¿Cómo se ha venido desarrollando esa criminalización? ¿Quién la ha articulado y a qué intereses responde?
Desde los años ochenta, los republicanos vienen utilizando el término “inmigrante ilegal”. A los demócratas les costó casi una década, pero finalmente el término “ilegales” se impuso y se utiliza ampliamente en los medios, especialmente en tiempos de recesión económica. Se ha extendido muchísimo, y es una forma muy fácil de culpar y convertir en chivos expiatorios a toda una parte de la población que no tiene voz, que no puede oponerse a esa narrativa estigmatizadora. La presunción de que los “ilegales” se dedican a abusar de los servicios sociales y el estado del bienestar… Eso es un mito. No es verdad. Tampoco es cierto que la tasa de criminalidad sea más alta, las estadísticas han demostrado una y otra vez que los inmigrantes cometen menos crímenes que la población nativa.
Siempre han existido las noticias falsas. Siempre ha habido una falsa narrativa, pero lo que se está desproporcionado es la manera en la que los medios la presentan, y en cómo los políticos la presentan. Una de las maneras horribles en que el gobierno Trump se ha beneficiado de esta narrativa y la ha llevado a otra dimensión es la creación del llamado programa ‘VOICE’ (Respuesta a las Víctimas del Crimen de la Inmigración). Esta oficina gubernamental, que está supuestamente encargada de ayudar a las familias afligidas por los crímenes cometidos por inmigrantes ilegales, es, de nuevo, algo completamente teatral, pura propaganda. Una vez más, no está basada en la realidad, pero cumple un propósito. La gente reacciona instintivamente a estas declaraciones.
Ha escrito sobre la ‘máquina privada de la deportación’: ¿A qué se refiere? ¿A cuándo se remonta esa privatización? ¿Y cómo impacta a las políticas concretas sobre inmigración?
Lo que ha pasado con la guerra contra el terrorismo es muy, muy parecido a lo que sucedió en la guerra contra las drogas. Es casi la misma historia, con los participantes o personajes cambiados. Las cárceles privadas gastan mucho dinero en hacer lobby, en las campañas electorales de los políticos, tanto republicanos como demócratas. Redactan las leyes que harán que aumenten sus beneficios. Escriben leyes que llevan al encarcelamiento o la detención de mucha más gente, de muchos más inmigrantes. Con la guerra contra el terrorismo, se ha desarrollado la ‘Maquinaria de Deportación Privada’, que lleva a las empresas de cárceles privadas a hacer lobby ante el Departamento de Seguridad Nacional y la Oficina de Prisiones, para conseguir más contratos públicos, porque las leyes que impulsan son cada vez más duras, y llevan a más gente a resultar detenida.
Cuantos más inmigrantes haya en centros de detención, más dinero ganan. Llevan superando sus propios récords de beneficios desde que se adaptaron al cambio de mercado que les supuso el paso de la guerra contra las drogas a la guerra contra el terrorismo. Es un fenómeno ligado al capitalismo y al libre mercado. Les motiva el beneficio, así que lo que hacen es perfectamente racional, pero también es completamente inhumano, poco ético, inmoral.
Cuantos más inmigrantes haya en centros de detención, más dinero ganan
Y sin embargo, hay una aparente paradoja en ese sistema privatizado que se beneficia del aumento en el número de detenciones y deportaciones, y en otra caracteristica de la economía política de la inmigración en EEUU: la necesidad de generar empleo precario. ¿Cómo se resuelve esa contradicción?
Estados Unidos, en este momento, es un país adicto a la mano de obra barata, especialmente de los inmigrantes que hacen que se sostenga la industria de los servicios, los restaurantes, o la industria agrícola. La realidad es que EEUU necesita trabajadores explotables, depende de ellos. Se pone mucho énfasis en la parte de la oferta del trabajo barato y explotable, pero nunca se presta atención a la otra parte de la ecuación, la de la demanda. Y las grandes empresas pueden hacer lo que quieren, explotar a la gente como quieren, sin que les penalicen.
Si EEUU de verdad quisiera recortar el número de trabajadores indocumentados, podría hacerlo muy fácilmente imponiendo sanciones más estrictas a las empresas y a los patrones que los contratan.
Sobre la frontera física, y en concreto la que separa Estados Unidos de México, ha señalado que la fijación con ese espacio concreto obedece a una manipulación de las estadísticas y los datos sobre inmigración en EEUU. ¿Cuáles son esos datos, en qué difieren del relato oficial, y por qué se produce esa manipulación del discurso?
La inmigración tiene mucho de teatro, y se representa para el público doméstico estadounidense. La frontera es, en realidad, una fijación. Es el punto focal de toda una serie de ansiedades sobre la vulnerabilidad, que hacen a EEUU vulnerable al terrorismo, a las actividades ilegales, al tráfico a través de la frontera, a un cúmulo de riesgos. Cada vez se dedican más recursos a la frontera, aunque en realidad no es donde tiene lugar la mayor parte de la actividad. Por ejemplo, más del 60% de la gente que está aquí indocumentada, vino como yo. Yo llegué con visado de turista y me quedé después de que este caducara. No existe la supuesta invasión de gente que buscar entrar en EEUU ilegalmente a través de la frontera. Entran legalmente, con visados de turista.
El muro fronterizo que Trump convirtió en mantra durante la campaña electoral ha sido denunciado hasta la saciedad por organizaciones de derechos humanos y la prensa liberal. Sin embargo, ya existe un muro en la frontera, y se empezó a construir con Bill Clinton en el poder. ¿Hasta qué punto existe un consenso entre republicanos y demócratas sobre este asunto?
En los 90, no es que Bill Clinton hiciera campaña a favor de la construcción de un muro, sino que construyeron más de 900 millas de vallas en la frontera frontera internacional. Y todos los presidentes que le sucedieron han construido más. La retórica dura con la inmigración forma parte de un consenso bipartidista. Todo lo que los republicanos son capaces de hacer es posible gracias a los demócratas que les precedieron en el poder.
Una de las medidas más polémicas y protestadas de Trump en el poder fue la derogación del llamado DACA. Antes de explicar en qué consiste ese programa, ¿podría situarnos en el contexto político y de movilización social que llevó a su aprobación?
Una de las las demandas de los latinos durante décadas ha sido la reforma migratoria exhaustiva, especialmente para los llamados dreamers, con la Ley Dream. Llevamos reclamando eso mucho tiempo. Obama hizo campaña en favor de dicha demanda. Contaba con la movilización de la gente de color, en especial los inmigrantes, los latinos. Lo decepcionante fue que, una vez que no pudo aprobar la reforma migratoria en el Congreso, lo que hizo fue utilizar sus poderes ejecutivos para crear el DACA.
DACA significa Acción Diferida para las Llegadas en la Infancia, y es un permiso de dos años para los inmigrantes que llegaron a EEUU antes de cumplir los dieciséis años y que lo solicitaron antes de cumplir los treinta, que conseguían así un documento de identidad. Muchos inmigrantes terminan en el círculo vicioso de la cárcel a la deportación porque no tienen ninguna identificación cuando les para la policía.
Muchas organizaciones latinas critican ahora aquella decisión. ¿Qué efecto político tuvo?
La acción de Obama sirvió, en esencia, para detener el impulso por la Ley Dream. Fue lo más devastador. La ley Dream permitiría a los inmigrantes, principalmente mexicanos, a los que trajeron a EEUU como niños y que no tienen historial criminal ni han vivido realmente en México tener una vía para lograr la nacionalidad estadounidense, un estatus legal reconocido. Hay ochocientos mil de esos dreamers en este momento, que tienen permiso para estar en este país por el DACA, y cuyo futuro está ahora mismo en el aire, y vemos cómo el gobierno de Trump no tiene piedad ni compasión con ellos. Pero esto sucedió por el gradualismo de Obama. Daba por sentado que pasaría la antorcha de la presidencia a Hillary Clinton, que luego podría seguir construyendo sobre esas reformas graduales. Todo esto termina siendo incluso más doloroso y devastador porque no solo se prometió derechos a todos los dreamers que salieran de la clandestinidad y dieran toda su información al gobierno federal para conseguir un permiso DACA. Ahora toda esa información está en manos del gobierno de Trump y toda esa gente es increíblemente vulnerable, más vulnerable incluso que si no hubieran pedido el DACA.
Sin embargo, cualquiera que haya paseado por un barrio de mayoría inmigrante en el último año se da cuenta de que algo ha cambiado. Trump presenta una novedad: el empleo de la retórica anti-inmigrante desde el lanzamiento de su campaña, que se construyó en torno a la idea del muro y el miedo a los inmigrantes. ¿Por qué impulsó eso políticamente a Trump y qué impacto tuvo en esa comunidad latina politizada y organizada?
Una de las primeras cosas que noté al llegar Trump al poder fue que se le cayó la careta del racismo. Ahora es algo mucho más abierto y burdo. Es más directo. Quizá fuera solo una diferencia retórica, pero cuando Obama era presidente, había una lista de prioridades. Existían reglas no escritas sobre no acudir a los colegios a detener a gente. Había ciertas zonas que eran seguras, así que los padres sabían que cuando llevaban a sus hijos al colegio, ese no era un lugar de redadas o detenciones, pero ahora esa regla se ha roto. Se ha envalentonado a los cuerpos policiales, al Departamento de Seguridad Nacional, a la policía migratoria, para ser más agresivos en su aplicación de todas estas leyes. Y otra gran diferencia es que se ha ampliado la lista de a quién se le considera deportable.
Mirando al futuro, ¿cómo se hace frente tanto a la xenofobia abierta de Trump y sus políticas como a las condiciones previas que abrieron paso a una figura como Trump? En un texto reciente, hablaba de la política de la solidaridad entre colectivos excluidos como guía para ese camino. ¿A qué se refiere?
Los mexicanos, los latinos, no son conscientes de que su situación es en realidad muy parecida a la que sufren los musulmanes. Desde el 11S, a ambos se les percibe como amenazas para la seguridad, vulnerabilidades del sistema estadounidense. El motivo por el que creo que no se dan cuenta de que sufren un tratamiento similar es que son grupos socio demográficos muy diferentes. En lo relativo a la educación, por ejemplo, los latinos están en lo más bajo de la pirámide, mientras que los musulmanes tienen el mismo nivel educativo que la población nativa. Pero lo que comparten es que ambos colectivos tienen un capital social y político bajo. Cuando Trump llegó al poder y aprobó su primera orden ejecutiva con el veto a los viajeros musulmanes y el muro fronterizo, el hashtag #nobannowallnoraids (“no al veto, no al muro, no a las redadas”) apareció en las redes sociales, y pensé: “Por fin se empezará a ver muy claro cómo construir solidaridad y cómo pensar y hacer un análisis de todo esto que resulte interseccional, de manera que trascienda las barreras del color, la clase, etcétera”.
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