Manuel Rivas / Escritor
“Los enemigos ya no son los rojos, son los nómadas”
Esteban Ordóñez Madrid , 18/04/2018
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El escritor Manuel Rivas. / Manolo Finish
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Manuel Rivas (A Coruña, 1957) dedica un libro pintando una Rosa de los Vientos con rojo, negro y el color tiempo del papel. Trazo lento y entregado. En los ángulos externos de la estrella añade palabras; gira el papel y musita cada sustantivo (“libertad”, “esperanza”…) antes de escribirlo. Parece un reflejo infantil que quizás explique por qué su literatura es una lámpara. La voz previa a la tinta. La lengua antes que la grafía. Los niños, cuando hacen eso, cazar primero la palabra con los labios, se guardan de no escribir cualquier versión de un término –porque un mismo adjetivo, un mismo verbo puede ser mecánico o vegetal–, sino esa, la que han apresado, la que vive y convoca. Esa es la predisposición que parece guiar su nuevo libro, Contra todo esto. Un manifiesto rebelde (Alfaguara): un texto de poesía periodística, de pragmatismo lírico; un ensayo mutante. Un alegato contra el odio, el machismo, el diseño de la soledad, el belicismo, el extrañamiento del otro, las mordazas, la extirpación del instinto comunitario y del afecto, la tortura animal... Un texto que esboza la magnitud del mal, pero que, lejos de apabullarnos, nos convence de que es posible (y urgente) construir otra cosa.
El escritor gallego posee una narrativa vibrátil, limpia y reveladora. Ha ganado premios como el de la Crítica por El lápiz del carpintero, el Nacional de Narrativa por ¿Qué me quieres, amor? (que dio lugar a la película La lengua de las mariposas) o el Nacional de la Crítica en gallego por Los libros arden mal. Contra todo esto, recién publicado, ha supuesto para él “una especie de reconciliación con el periodismo”, no porque hubiera roto con el oficio, sino porque “estaba todo el mundo con una crisis existencial, preguntándose si vale para algo”. “Ahora, cada vez tengo más claro”, confiesa, “que a las crisis del periodismo hay que darles más periodismo”.
Un oficio, el suyo, que define en el libro como “activismo de la escucha y de la pregunta” y como una “boca peligrosa de besar”. Ante un poder que trata de desarmar las conciencias y de inculcarnos la indiferencia y el vacío, Rivas propone el deseo como fuente de energía hacia el cambio.
Parece que hoy el deseo se ejercita sobre todo en términos de consumo, de saciedad. ¿Cuál es la textura de ese deseo que nos ayudaría a avanzar?
Hablo de pulsión del deseo, que es contrapuesta al tánatos o al destructor. Una pulsión de unir la libertad a la creación de espacios afectivos diferentes. Es la creación del lugar erótico. Para mí, lo erótico no tiene solo un sentido sexual. Lo podemos definir también en el sentido de una democracia afectiva donde la cuestión de la dominación queda relegada: hablamos de crear espacios entre iguales. Todo esto está en los papeles, en eso que llaman Constitución, pero en la práctica todo se subvierte y se niega. Los subversivos, en realidad, son los que mandan.
Unos subversivos que insisten, cada vez más, en usar esa etiqueta, “subversivo” o “rebelde”, para reprimir ideas y expresiones. Hace pocos días detuvieron a una manifestante de los Comités de Defensa de la República en Cataluña. La acusaron de terrorismo y rebelión, y algunos medios adoptaron tal cual el lenguaje policial empleando, entre otros, un término de ecos criminales como “cabecilla”. ¿Qué riesgos plantea asumir ese lenguaje? ¿Va más allá de lo verbal?
Aceptan los informes sin más. Lo que son atestados se convierten en hechos, es un proceso terrible. Niega el propio periodismo, que incluye una exigencia de escuchar a las partes; aquí se asume una parte de manera acrítica. Esta asunción de la palabra del poder responde a un modelo político jurídico que estaba en los orígenes de los movimientos totalitarios. En el nazismo tenía un maestro conocido, Carl Schmitt, que fue homenajeado en España en el año 62. El modelo tiene dos ejes. Primero, producir un enemigo, sustituir la política por el modelo bélico y la dialéctica del enemigo. Aquí sucede cuando se habla del pueblo español. Empieza a producirse ese fenómeno peligroso: amigo-enemigo, afecto-desafecto, constitucionalista-terrorista. Y segundo, los actos del poder se convierten en ley: no hay una ley democrática que considera todos los factores y hace un peritaje independiente, con criterio propio; eso desaparece. Ahora es lo que estamos viendo: lo que se dice en un atestado se convierte en un hecho. Eso se va extendiendo como un instrumento, ya no es una excepción, sino que ya parece una política de Estado, y eso es para preocuparse mucho. Hay momentos en que es mucho más importante la desobediencia que la obediencia, y este es uno de ellos.
En el libro explica como uno de los principales dramas la “usurpación del sentido y expolio del lenguaje”. Hace años, por ejemplo, la idea de que el pobre lo es porque quiere se oía en otras latitudes, pero en España, un país supuestamente de valores europeos, no terminaba de calar. Pero ahora parece haber arraigado. Basta con oír a ciertos columnistas y políticos. ¿Qué ha pasado?
Es parte de la estrategia, mientras la izquierda ha dejado de ser internacionalista, el capitalismo sí lo es; en sus think tank trabajan en conjunto, elaboran… Para mí, el origen simbólico de todo esto fue la Comisión Trilateral de los 70. Organizaron un cónclave para analizar qué había pasado en el 68, esa revolución, ese susto que no fue solo en el mayo de París, sino también el movimiento por los derechos civiles, contra el apartheid, la lucha por la democracia en Praga, el pacifismo…
A los jóvenes, el Mayo del 68 se nos ha presentado como una frivolidad, como poco menos que una juerga larga…
Sí, como de unos chicos bien de París que lo que querían era follar. Esa es la visión que transmiten los dinosaurios, claro, porque la otra los descalabra. Prefieren la visión banal. Entonces fue cuando apareció la elaboración de que el verdadero cambio no es solo a través del Estado, sino que la transformación es cambiar la vida. Es una herencia extraordinaria que 50 años después está en el núcleo de los mejores movimientos alternativos. Entonces aquel cónclave Trilateral, el internacionalismo de los ricos, convocó a expertos para ver qué había pasado y llegaron a la conclusión de que habían permitido que funcionase un exceso de democracia, literalmente. Aunque había precedentes, allí se vio el movimiento que siguió con la era Reagan y Thatcher y que ahora con Trump se vuelve cada vez más grosero.
En el libro, el autor cuenta que un día de verano Manuel Fraga, entonces ministro de Información, y Pío Cabanillas, subsecretario, llegaron demasiado pronto a una inauguración. Hacía mucho calor y decidieron buscar un rincón despejado de playa para bañarse. Pero no tenían bañador, así que se zambulleron en pelotas mientras el escolta y el chófer vigilaban. Retozaban en el agua cuando apareció un grupo de niñas de una excursión. “Fraga y Cabanillas salieron corriendo hacia el auto. El ministro tapaba con las manos los atributos de macho, pero fue entonces cuando Pío le gritó: ‘¡La cara, Manolo, la cara!’”, escribe Rivas. Para él, ahí estaban los dos talantes que tomaría la derecha. “La de por mis huevos y la de por mi cara. La autoritaria y la liberal”.
Parece que hay un retorno del histrionismo político, que se está haciendo una política de huevos fuera y que ya ni siquiera se maquillan los odios…
Es que ahí está realmente el populismo. Hay una guerra de las palabras, ahora la extrema derecha se define como derecha alternativa. Cuando vino Steve Bannon a una convención con la extrema derecha francesa, hablaron de redefinir al enemigo –ellos sí están comprometidos con su causa, son activistas. Ya no valían los rojos, los comunistas, ahora definieron al enemigo como los nómadas. ¿Qué son? Inmigrantes, refugiados, los que andan con mochilas, los ocupas y hasta los ciclistas. El menú se va ampliando. Nómadas son todo lo que se mueve.
En esa guerra de las palabras, hay un término díscolo que todavía no han conseguido domeñar: el feminismo. Después de darle esquinazos y tratar de ensuciarlo, PP y C’s, tras el éxito del 8-M, no solo se suben al carro, sino que pretenden que el carro sea suyo.
Sí, y les dicen a las feministas cómo tienen que ser... Como decía Gandhi, primero te ignoran, después te desprecian y se ríen de ti y luego te combaten. Ahí están las frases en que las llamaban brujas, feas, resentidas; aquí se ha dicho de todo. Incluso antes de la huelga se salió con toda la artillería, cuestionando quién estaba detrás, quién lo organizaba. Pero después, cuando ven que toma cuerpo y se convierte en un nuevo sentido común que no solo interesa a las mujeres, sino que hace mejor a toda la sociedad; cuando ven que las calles se llenan de una revolución positiva que inspira simpatías en todo el mundo, entonces, la quieren utilizar. Han pasado de reír y combatir a decir: vamos a acostarnos con todas. Pero, evidentemente, intentando al mismo tiempo vaciar y desactivar.
Otro malabarismo que plantea en el libro es sobre ese producto tan español de los llamados republicanos monárquicos. Hay quienes llevan 40 años con esa historia y parece que nos lo creemos. ¿Qué nos pasa?
Eso me ha llevado a tensión con mucha gente, aunque soy bastante tranquilo y evito que el asunto acabe en hostilidad. La república es uno de los pocos posos de esperanza que tenemos. La primera duró poquísimo, quiso ser federal –el federalismo estaba a debate con lo de Cataluña pero desapareció como cuando te roban la línea del horizonte. Todo el mundo dejó de hablar de federalismo, ahora te defines así y pareces un cuáquero. Cuando me preguntan, siempre digo que soy federalista cuáquero [sonríe].
Yo creo que un republicano tiene que defender la república. Hay gente que se dice Juancarlista pero republicana; una cosa es que te parezca simpático, campechano, pero no me vendas la historia para respaldar una monarquía que no hemos elegido, no la metas de contrabando. Esto es una forma de acomodación, no es por convicción, sino porque se mandan de vacaciones las conciencias y los principios; es acomodarse y adornar lo que hay, pero ahí estás abjurando de tu condición de intelectual crítico. Así que tenemos republicanos monárquicos, agnósticos creyentes… estaría bien un esclarecimiento para esta especie de sopa de plásticos o microplásticos en la que ha derivado a veces el pensamiento.
Hay muchos intelectuales abjurados…
Hay un equívoco que ha hecho mucho daño. Se entiende que alguien por ser pensador, escritor o filósofo tiene la condición automática de ser una persona que ejerce la herramienta de la libertad y de la crítica y el inconformismo; pero eso va contra la realidad histórica: la cultura ha halagado muchas veces lo peor del poder, ha justificado lo injustificable, y siempre ha habido miembros de la cultura del lado del poder, del lado, por ejemplo, de Felipe IV, al que todos los poetas escribían florilegios cada vez que mataba un toro con un arcabuz…
Habrá que estudiar algún día qué tipo de vicio tienen los reyes con la caza…
Es una ideología de fondo, una ideología de Estado. No responde a la necesidad: Juan Carlos no mató a un elefante para comérselo [“Todas las grandes depredaciones han sido ajenas a la necesidad de satisfacer el hambre”, dice en las páginas de Contra todo esto]. Responde a ese modelo que está en el origen del poder musculoso: la virilidad. Pierre Drieu la Rochelle, un fascista francés, decía: democracia sí, pero siempre que sea viril.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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