Un domingo con Martínez
Sobre los catetos
Dominar varias culturas no supone relativismo tanto como tolerancia. O, incluso, resignación. Supone, en el mejor de los casos, poder diferenciar lo anecdótico de lo importante
Guillem Martínez 22/04/2018
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Duelo a garrotazos, pintura de Francisco de Goya (1820).
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En la mesa de al lado siempre ocurren las cosas importantes. En la mesa de al lado hoy hay una pareja, dos personas. Entre el ruido del local puedo observar y escuchar que una de ellas está de vuelta, y la otra está furiosa. La persona furiosa recrimina a la otra que no le enseñe, tal y como le ha exigido varias veces, el contenido de su teléfono móvil.
Cuando era pequeño me fascinaba una alocución que se utilizaba para ponderar a alguien. Tal persona tiene mucha cultura. Suponía que aludía al hecho de que tal persona poseía un volumen de conocimientos inaudito. Hoy sé que el sentido de la frase es otro. Las personas disponen de culturas. En ocasiones, una. En ocasiones, muchas. Una cultura no implica necesariamente conocimientos inauditos, ni titulaciones, pues cada cultura es, simplemente, una visión del mundo. La capacidad de conocer, de tener y, por lo tanto, comprender otras culturas, no se hereda. Se construye. Comúnmente, a través del interés y la biografía. Una persona con varias culturas –una persona, en fin, con 'mucha cultura'–, puede comprender a más personas, a mas porciones del mundo. Poco más. Una persona con una sola, sólo puede comprender a un solo grupo. Dominar varias culturas no supone relativismo tanto como tolerancia. O, incluso, resignación. Supone, en el mejor de los casos, poder diferenciar lo anecdótico de lo importante. Dominar sólo una cultura supone, forzosamente, crispación, pues se asiste continuamente a un mundo imposible de leer, en el que lo anecdótico es muy importante, por lo que nada encaja, nada es como debería ser y todo resulta constantemente agredido por cualquier motivo.
Lo que sucede en la mesa de al lado –una brutalidad, una violencia; una persona exigiendo ver el teléfono de otra– es, me temo, lo que sucede en la política, en los medios, en las mesas. Una cultura única grita y agrede porque no entiende lo que está pasando. Y lo hace repleta de razón. No se puede entender nada ni a nadie desde una sola cultura, en la que todo se percibe como un insulto. En la política, en los medios, en las mesas, puedes ver esa cultura única a sus anchas. Si la observas verás una cultura diminuta, ruidosa, afuncional, pero mayoritaria, que te vocifera que no eres un buen norteamericano, inglés, polaco, húngaro, español, catalán, turco, que te vocifera qué hacer con tu teléfono y con tu vida. Y lo hace porque, en efecto, jamas serás un buen norteamericano, inglés, polaco, húngaro, español, catalán, turco, hombre, mujer, periodista, cocinero, novio o novia. No lo serás por lo mismo que nunca se te ocurriría pedir el teléfono a nadie.
En la mesa de al lado ocurren las cosas importantes. Si posees más de una cultura sabes que lo que ocurre en una mesa puede ocurrir en todas. Por lo que es inútil cambiarte de mesa. Sólo puedes hacer pequeños gestos, como estar de vuelta, resistir, no entregar tu teléfono.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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