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El abogado David Bravo participaba en Sevilla el pasado viernes en unas charlas sobre cultura y precariedad. Bravo, experto en defender a creadores y usuarios de redes sociales acosados por las leyes mordaza que conforman la maraña de la censura democrática en España, le daba un palo a la izquierda del país. “Mientras los poderosos se centran en la legislación y en los juzgados para imponer su visión censora, la izquierda hace hashtags quejándose en Twitter”. El público se reía -nos reíamos- tan pachorramente identificados con la idea como cuando un monólogo del Club de la Comedia empieza con un “¿Os habéis fijado en esos botes en los que pone abrefácil y son imposibles de abrir?”. El que fuera -durante aquel rato comprendido entre las elecciones del asalto a los cielos y las del sorpasso fallido- diputado de Podemos en el Congreso, seguía atizando: para colmo, la izquierda, además de quedarse quejándose en Twitter, se queja para apuntarse al carro de la censura, pidiendo que se censure también a los imbéciles de la acera de enfrente. Si entramos a jugar el juego de la represión vamos a perder de todas todas, concluía. David Bravo ponía como ejemplo el caso del famoso autobús de Hazte Oír y me sentí identificado en la estupidez del comportamiento con ese ejemplo.
En aquel momento, muchos aplaudimos o callamos que esa aberración naranja con cuatro ruedas fuera retirada de las calles de Madrid temporalmente por iniciativa del Ayuntamiento de Carmena y de la Comunidad de Cifuentes. Se hizo porque incitaba al odio o por ser una campaña que sólo buscaba provocar u ofender. Cuando leyes injustas y politizadas disparan siempre contra los mismos (tuiteros, raperos, humoristas con tendencia de izquierdas...), es humano y entendible que un desvío anecdótico del tiro nos provoque una sonrisa. Pero es un error del tamaño de un autobús lleno de fachas. Los de arriba son, por definición, más espabilados que los que observamos desde abajo. Tanto, que hace justo siete años (15M-2011) el marco –ese palabro de los politólogos que hace elegante el “aquí de qué se habla” de toda la vida– era la democracia real y siete años después, el marco es la represión y la censura. Y para colmo, con media izquierda apuntándose a la fiesta, como si la censura no tuviera derechos de autor: “¿Y a Losantos no lo meten en la cárcel?”. 5-0 y el tal marco, de portero.
David Bravo acababa la intervención acariciando la cabeza de la izquierda como el que acaricia al niño al que le han partido los dientes de un balonazo y lo celebra porque viene el ratoncito Pérez. “Cuando nos censuran, lo celebramos porque somos los más vendidos en Amazon. Las ventas en Amazon son fáciles de contabilizar, pero ¿cómo se contabilizan los futuros Fariñas que no se escribirán para evitar líos judiciales?”. La cultura, quizá único arma de la izquierda, acosada por la autocensura. ¿Qué hay más triste y precario que un creador que se autoimpone límites por miedo? Pues tal vez una izquierda que entra al juego de censurar.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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