Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas (info@ctxt.es).

Apreciadas y apreciados:

“Que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos compartimos. Pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada”

Antonio Machado 

Creo que ya tenemos una relación más o menos seria y madura como para ir confiándonos asuntos personales (me refiero a los que nos atañen en conjunto). No es fácil, al menos para mí, pero si esto fuese Periodistas Anónimos (PPAA), tendría que decir: me llamo Xosé Manuel Pereiro, y opino en los papeles. Y les contaría como empecé en esto. No tengo la excusa de que era joven e ignoraba las consecuencias. Llevaba ya una trayectoria no voy a decir que brillante, pero sí dilatada, cuando me hicieron una propuesta unos compañeros que estaban preparando un periódico diario, en papel –sí, no he visto atacar naves en llamas más allá de Orión y rayos C brillar en la oscuridad, cerca de las puertas de Tanhäusser, pero sí nacer diarios de papel, diarios que se mantienen, quiero decir. “¿Por qué no nos haces una columna diaria?”, dijeron, a los postres, después de arreglar el mundo. 

Aquí es el momento, en la sesión de PPAA y en la de los postres, del silencio sobrecogedor. “¿Una columna?, ¿de opinión?, ¿y diaria?”. Yo era, y soy, un plumilla de menú ancho y largo. Había escrito y contado de todo, de naufragios a salidas a bolsa, y en todos los soportes, o por lo menos en los tres que antes había (sin contar los pasquines y los pregones en la plaza del pueblo). Pero nunca había hecho lo de exteriorizar mi parecer así de entrada, sin anestesia. El problema no era la novedad, sino una personal aversión a los sermoneadores y, por supuesto, la deontología profesional: en la facultad de Ciencias de la Información, en las tertulias televisivas, en los comentarios de las redes sociales, es decir, en esos sitios donde se elabora teoría y ética de la información, siempre se nos decía que no se podía opinar e informar a la vez. Llegó hasta a reprochármelo indirectamente, en una entrevista, un conocido que llegó a ministro. 

En aquellos postres se inició una caída que ha continuado desde entonces hasta convertirse en alud. No solamente he profundizado en el vicio, sino que, como ya nos advertían las madres, me he juntado con compañías similares, como la de esta gente de CTXT. “¡Señores, aquí se opina!”, que dijo el capitán Renault de Casablanca para justificar el cierre del Rick’s Bar, a la vez que recogía sus ganancias. Pues sí. Informar es contar lo que pasa, basándose en hechos ciertos y verificados, pero la información no puede prescindir del comentario crítico, o al menos eso decía Camus, para el que la misión de este oficio era la de ayudar al público a “comprender” y no solo a conocer lo que está ocurriendo. Es más, conocer la intrahistoria de las cosas y no difundirla, no revelar la trampa y el cartón del que están hechos los pedestales es, en ciertos casos, colaborar en un ejercicio de ilusionismo. Ser la ayudante del mago. 

Por eso en esta casa –sostengo, si el tiempo lo permite y la autoridad no lo impide– se cuentan cosas, pero también, y sobre todo, se explican, se opina. Que suele ser más complejo, y notablemente más desagradecido y más incómodo. Porque, como advertía Wilde con esa sinceridad que solemos confundir con cinismo, solo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan, y por eso mismo las opiniones imparciales carecen de valor.