Cuarto de derrota (2)
Segunda entrega del ensayo narrativo sobre el pecio cibernético
Víctor Sombra 9/06/2018

Sello de 4 centavos puesto en circulación en 1969 por el servicio de correos de las Islas Vírgenes. Autor: Jennifer Toombs. En dominio público por la ausencia de derechos en el país de origen
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VII. Yinkana de piratas autómatas.
La segunda bala arruinó la cubierta y la mitad de las páginas de La Isla del Tesoro, una obra que traslada el control de la nave del ámbito de los fenómenos naturales al de la voluntad humana, de la tempestad al motín. La conexión cibernética es aquí más clara. La voluntad de apoderarse del tesoro atraviesa la historia, pero también, ante un medio desconocido, la información que se va recibiendo, paso a paso, irá definiendo el modo de conseguirlo.
La estructura del relato recuerda al juego de la yinkana. La formación de dos equipos ocupa los primeros capítulos. Un bando que llamaremos oficialista o mercantil rodea al niño que se ha hecho con el mapa del tesoro. Está formado por un hacendado local que financia la expedición, sus sirvientes, el capitán del barco, un doctor, y unos pocos marineros. Su acercamiento al rescate es empresarial. La inversión del hacendado que fleta el barco será recuperada con el tesoro, que compensará el riesgo asumido y retribuirá las contribuciones de cada miembro del equipo. El otro bando, mucho más numeroso, está formado por piratas, algunos de ellos procedentes de la tripulación del capitán Flint, que enterró el tesoro en la isla tres años antes. La indiscreción del hacendado le lleva a contratar a los piratas como tripulación, de forma que ambos bandos navegan juntos y en un primer momento forman un solo equipo que colabora en alcanzar la isla. Una vez fondeado el barco se acaban de definir los dos bandos y comienza la partida. Ambos grupos deben afrontar una serie de pruebas para hacerse con el tesoro: apoderarse del barco y mantenerlo a resguardo, tomar la empalizada como base de avituallamiento y defensa con que afrontar su búsqueda, atravesar la isla y localizar el tesoro, llevándolo de vuelta al barco y finalmente de regreso a casa[1].
Aunque está claro que Stevenson quiere que se note su esfuerzo por diferenciar la cualidad moral de ambos bandos, el texto deja transpirar que uno y otro no son tan diferentes. Como se señala al final del libro las monedas del tesoro son fruto de la rapiña, cuyo precio no son solo los diecisiete hombres fallecidos de la tripulación de la Hispaniola. “¡Cuántos más había costado amasarlas, –nos recuerda el narrador– cuánta sangre y desgracia, qué buenos barcos hundidos, cuántos valientes tuvieron que marchar con los ojos vendados sobre el tablón, qué cañonazos, cuánta vergüenza y mentira y crueldades, tantas que quizá nadie podrá nunca conocerlas!” En el fondo la rapiña de los bucaneros se añade a la de los poderes coloniales que transportan inicialmente esas riquezas, de modo que un último saqueo no hará que pierda su condición, ya lo ganen los piratas o el bando mercantil. Y es curioso que en inglés el juego de la búsqueda del tesoro se apoye en la palabra “scavenger”, carroñero, “scavengers hunt”, algo así como la caza de los carroñeros. Al plantear de ese modo el argumento, dos equipos, un mapa que señala la localización del tesoro, una serie de desafíos, Stevenson los coloca ante la casilla de salida, en plano de igualdad.
Ahora que sabemos a qué jugamos, nos podemos centrar en cómo los dos bandos despliegan sus esfuerzos para alcanzar un objetivo común. Desde un punto de vista cibernético importa contar con un objetivo definido, e importa, para poderlo cumplir, recibir información del entorno. Esta realimentación puntual y fiable es la que va a permitir que el grupo menos numeroso y peor armado, el que se haya en posesión del mapa al inicio de la partida, se haga finalmente con el botín[2]. Y es precisamente el niño, Jim, el que va a cerrar el ciclo de realimentación de información, dando a conocer a su equipo las intenciones del contrario, así como elementos claves del medio en que tendrán que desplegar la búsqueda. Esta captación de información tiene lugar en tres instancias diferentes en que Jim se separa de su equipo.
La primera separación tiene lugar en el barco, cuando Jim se duerme en un barril de manzanas, oyendo al despertar a miembros del otro equipo revelar sus intenciones, lo que permitirá a los suyos anticipar su ataque. En la segunda Jim decide inopinadamente bajar a la isla con parte de los marineros, casi todos piratas, respondiendo al ofrecimiento que el capitán dirige a toda la tripulación. En esa segunda ausencia Jim conoce a Benn Gunn el pirata que había sido abandonado tres años antes por sus compañeros. “Te haré un hombre Jim… –acaba por decirle Ben Gunn– Tú fuiste el primero en encontrarme.” La asociación de Ben Gunn al equipo de Jim será decisiva para su victoria, no solo porque conoce a fondo la isla y cuenta con herramientas clave para sobrevivir en ella, sino porque ha localizado ya el tesoro cambiando su emplazamiento, lo que permitirá la magistral jugada final que derrotará al otro equipo. La tercera salida, en la que Jim escapa de la empalizada en la que se ha refugiado su equipo, le permitirá localizar el barco y arrebatarlo del control de los piratas[3].
Encontramos por lo tanto una finalidad bien definida, la búsqueda del tesoro, en cuya consecución la información resulta decisiva, y una serie de actividades dirigidas a conseguirlo. La mayor parte del tiempo los bandos se dedican a cumplir las instrucciones inherentes a cada desafío: hacerse con el barco, conquistar o defender la empalizada. Hay sin embargo unas pocas ocasiones en que los bandos logran un entendimiento global de la competición. No se fijan solo en el lance concreto en que se hayan inmersos sino que alcanzan una visión panorámica, relacionando de forma sistémica sus elementos y anticipando la secuencia de acontecimientos a los que van encaminados. Cuando el barco queda fondeado frente a la isla, los bandos no están aún completamente definidos pero los piratas están deseando arrebatar el mapa al capitán y sus leales. La tensión va en aumento y Silver tiene dificultades para controlar a su propio bando. El capitán decide dar libertad a la tripulación para bajar a la isla, permitiendo así que los equipos se definan en un contexto más favorable y que Silver afronte el desafío de controlar a los suyos. De alguna forma se trata de una reescritura de las instrucciones de la competición, cuyo curso queda a partir de entonces alterado. Pero el ejemplo más destacado de reescritura del programa que los bandos ejecutan viene facilitado por la intervención de Ben Gunn, que ha cambiado la localización del tesoro. Al sumarse al equipo mercantil este puede explorar la diferencia entre lo que dice el mapa y la verdadera localización del tesoro. Alcanza así un acercamiento no literal al problema: las monedas y su dibujo pueden no coincidir. Esto le llevará a entregar el mapa al equipo contrario, así como el control de la empalizada. Luego se emboscará, esperando a sus contrincantes en el lugar de excavación señalado por el mapa, decidiendo el final de partida.
Parece claro que el equipo que recibe información del medio y actúa coordinadamente, va a poder no solo cumplir las instrucciones del juego sino reescribirlas a su favor. Tienen una visión sistémica e informada. Son los dueños del algoritmo que, una vez editado, les llevará al tesoro, que no está necesariamente donde los otros lo buscan, en el lugar que señalan los mapas. El juego no se agota en sus reglas, empieza a partir de ellas.
Si hay un personaje capaz de romper las reglas del juego es Long John Silver, cocinero de la expedición y antiguo contramaestre del capitán Flint. Silver ha comenzado a jugar antes que empiece la partida: al conocer que se fleta un buque para zarpar en la búsqueda del tesoro, se gana la confianza del hacendado, quien le encargará contratar marineros para la expedición. En el transcurso de la acción se mantendrá siempre cerca del timón, apoderándose a veces del rumbo de los acontecimientos, como cuando asalta el fuerte o se apodera del buque. Silver tiene una visión muy nítida de la dirección que toman los acontecimientos, e identifica certeramente a Jim como un elemento clave en su desarrollo. Se alarma al verlo subir con los piratas a los botes cuando desembarcan por vez primera, y más aún cuando escapa por la isla. Silver se va convenciendo de que su equipo tiene pocas posibilidades de ganar y comienza a preparar una y otra vez su propia salvación.
Cuando el bando mercantil entrega el mapa a cambio del cese de las hostilidades, los piratas ven claramente la victoria al alcance de la mano. Tienen localizado su objetivo y cuentan con los medios necesarios para alcanzarlo. Silver hace una lectura diferente. Intuye que hay algo que desconoce y que esa falta de información será la causa de su ruina. La captura de Jim le ofrece la oportunidad de labrarse una vía de escape. Salva la vida del chico, enfrentándose a sus colegas, a cambio de que Jim interceda por él si su bando vence. Luego, cuando se ve junto al lugar del tesoro señalado en el mapa se olvida de su promesa, y trata a Jim como si su vida ya no valiera nada. Sin embargo, el tesoro ha sido desenterrado. Sobre la excavación, a punto de sufrir el embate de sus frustrados y furiosos compañeros, Silver mantiene la cabeza fría. Le pasa al chico una pistola cargada:
—Jim –murmura– toma esto y prepárate para afrontar problemas.
Jim está tan harto de sus cambios de lealtad, que no puede evitar murmurar:
—Así que has cambiado de nuevo de bando.
Si el último giro define el rumbo, Silver no deja de ser un pirata arrepentido. La doblez de la que le acusa Jim se vería acrecentada si la consideramos desde el punto de vista de sus colegas, ya que, al fin y al cabo, Silver acaba en el bando mercantil y no sufre su castigo. Sometido al juicio colectivo del consejo de bucaneros, se le depone por dejarse ganar, por incompetente y por entenderse con el enemigo, pero Silver de nuevo les convence, recuperando así su liderazgo. Silver es también el personaje más complejo del relato[4]. Su estrafalaria figura, su biografía variada, su charla cautivadora, se combinan con una visión penetrante de los acontecimientos, una capacidad insólita para apoderarse de su rumbo. Se coloca como nadie en el cuarto de derrota, entre los objetivos y su cumplimiento, y solo la falta de información le hará perder la partida. Sería el más cibernético de los personajes de “La isla del Tesoro” si no fuera porque su sistema no va más allá de sí mismo, quiere el oro pero no cuenta con la información necesaria y, al no poder conseguirlo, quiere salvarse como sea, y lo logra. No es capaz de establecer un sistema que de forma estable proporcione a su equipo la información necesaria para conseguir sus objetivos. Es cierto que el bando mercantil cuenta con la ventaja de un relato dominante que presenta su expedición como una inversión legitima cuyos réditos serán distribuidos conforme a la ley. El microsistema de su expedición está sostenido por el sistema moral, legal y económico imperante.
El análisis del comportamiento de cada equipo, a partir de unas reglas comunes, debe completarse con un examen cibernético del relato en su conjunto. El equilibrio que supone que ambos equipos partan de las mismas reglas desaparece si observamos el texto como un sistema global del que forma parte el lector. Tal y como señala Constantino Bértolo en La cena de los Notables[5], sabemos muy poco del bando pirata. Salvo Silver, sus personajes apenas se caracterizan y sus conversaciones, hasta las más cruciales, como el consejo bucanero que depone a Silver, se hurtan a la consideración del lector. Si observamos el ciclo de realimentación de información en el curso de la lectura, solo nos llega noticia puntual y fiable del bando mercantil. El bando pirata aparece cegado para el lector, que queda por tanto abandonado a estereotipos previos a la lectura. La cibernética de segundo orden –la que tiene en cuenta al observador en sus ciclos de realimentación de información– parece confirmar el juicio que califica la novela de “ideológicamente tramposa”.
VI. Trasvases
Llevábamos un buen rato esperando a Hortensia, que nos iba a hacer participe de su lectura de La isla del Tesoro, cuando sonó el teléfono. No iba a venir. Rodrigo puso el altavoz para que también yo escuchara a Hortensia:
—No estoy segura de querer seguir adelante. Lo que estoy descubriendo me interesa mucho, pero al mismo tiempo la ofensa no se borra. El comportamiento de Eva y el señor Burrone es imperdonable. Lo que me pide el cuerpo es reprogramarlos, replantear todo el proyecto….
—Nos quedaremos sin saber adónde llevan las lecturas - apuntó Rodrigo.
—Es cierto, eso es lo que me retiene. Además ahora las empiezo a conectar una con otra. Si finalmente sigo con este ejercicio quiero que nos reunamos sólo tras la lectura del tercer libro. Ambos comparten la herida, o mejor dicho, aunque la herida sea diferente, voy a hacer que compartan sutura.
—La sutura común me parece un remedio cibernético –dijo Rodrigo.
—Igual que seguir la lectura de un libro en otro -apunté.
—No os entusiasméis –dijo Hortensia–. Si en una semana no habéis recibido el nuevo comentario, olvidaos de todo esto. Habré dado cuenta de ese par de muñecos airados.
Rodrigo y yo nos quedamos charlando, incapaces de anticipar el rumbo que tomaría la profesora.
VII. Y tendrás el origen de todos los poemas.
La tercera bala abrió un surco en la parte superior de las páginas de
Quédate este día y esta noche conmigo, el más joven de los tres heridos[6]. La novela de Gopegui es una solicitud de empleo dirigida a Google, escrita conjuntamente por el solicitante, Mateo, un joven interesado en los robots, y su amiga Olga, matemática jubilada. La novela relata el proceso de escritura de la carta de solicitud y su recepción por parte de quien debe valorarla.
Se trata de un texto de fuerte carga cibernética, al menos por la razones siguientes:
Por su propia naturaleza una carta está atravesada por su propia finalidad. Hay un destinatario concreto, Google, y un objeto declarado, obtener un empleo.
El texto se construye como una serie de conversaciones. La conversación entre el joven estudiante y la matemática jubilada abre a su vez un diálogo entre ambos y Google. Esta última conversación queda sin respuesta pero, en cambio, el empleado de Google encargado de cribar las solicitudes dará su propia contestación a la carta. Tres conversaciones, por tanto, una de ellas fallida.
Es un texto transversal que, impulsado por las conversaciones mencionadas, rompe silos entre disciplinas, géneros y generaciones y entre personas físicas y colectivas.
La novela problematiza la compatibilidad, clave de la interacción humana y de la relación entre personas y máquinas. El simple hecho de remitir la carta en un formato no compatible, sin usar los formularios y protocolos establecidos, nos convoca a reflexionar sobre como las grandes plataformas nos imponen un proceder social constatable y tabulado, que ellas redefinen una y otra vez en función de sus objetivos comerciales. Nuestras opiniones se expresan e intercambian en cauces prefijados, por los que también discurre nuestra actividad laboral y nuestro ocio. Estas empresas no dudan en alterar constantemente las herramientas que ponen en nuestras manos y que llaman nuestras -correo, redes sociales, programas, aplicaciones-, dejando incluso que se hagan obsoletas para impulsar así la adquisición de nuevas versiones de lo mismo. La novela llama a fijarnos en las experiencias no reducibles a esa tabulación –la amistad entre Olga y Mateo, por ejemplo– no porque sean ajenas a su consideración en la máquina, sino porque escapan a la maquinaria del capitalismo y la cuestionan, como otros tantos palos en su engranaje. La tensión se desplaza de la relación entre el humano y la máquina a la relación entre ambos, de un lado, y el Capital, de otro.
En consonancia con lo anterior, el texto enfatiza la diversidad, la de quienes participan en las conversaciones que propone, y la de los medios de protesta y combate. De las tres conversaciones propuestas, solo hay una truncada, la que relaciona a quienes redactan la carta con su destinatario. Nada sabemos de lo que Google tiene que decir de la solicitud, y la falta de reflejo de la reacción corporativa da pie a imaginar otro relato, quizá una nueva novela, que la contenga[7].
La Cibernética está muy presente en la conversación entre la jubilada y su joven aliado, tanto en los temas como en el modo de abordarlos. El carácter subversivo del diálogo ajeno a los cauces sociales y tecnológicos. La programación colectiva como ámbito de la autonomía. La comparación del humano y la máquina como forma de impulsar el conocimiento de ambos. El cuestionamiento del mérito y la libertad individual, en especial en una sociedad cuyos parámetros no decidimos, pero que nos ofrece una serie de opciones confortablemente compatibles. Todo a cambio de que creamos –o finjamos hacerlo– que la nave va sola. A cambio de que olvidemos dónde se halla el cuarto de derrota.
Quédate este día y esta noche conmigo es una apelación, una carta crítica que no es contestada. Y este carácter antagónico importa tanto como la falta de respuesta. Estamos tan acostumbrados a esa indiferencia que ya no esperamos respuestas. Ese pasar por alto todo lo que no sea comercialmente aprovechable nos dice mucho de la forma de operar de las grandes plataformas tecnológicas. Y nos permite problematizar el devenir de la Cibernética, sacándola de la taxonomía aséptica de las disciplinas científicas.
Si la Cibernética ofrecía una cacofonía de difícil interpretación no es menos cierto que proponía una instancia común de alerta y validación del curso que se va dando la sociedad, un espacio para calibrar la respuesta del medio y corregir el rumbo. Algunos piensan que había demasiada gente en el cuarto de derrota, que se acumularon demasiadas herramientas analíticas, que la cortina que lo separaba del puente de mando no se mantuvo bien cerrada y la luz de tantas ideas enturbiaba el rumbo. Es posible. Otros piensan que un instrumental más sofisticado y abundante era necesario para surcar una mar cada vez más complicada. Que tapiar el cuarto de derrota resultó tremendamente provechoso desde un punto de vista mercantil. Quienes conciben Internet como una implementación tecnológica del Capitalismo, un potenciador exponencial de sus procesos de depuración y acumulación de Capital, no quieren testigos, ni una dirección colegiada atenta al entorno y los recursos disponibles. Quieren herramientas que impulsen la nave, cuanto más rápido mejor, pero no instrumentos para calibrar adónde se dirige ni los recursos que consume.
VIII. Una carta para Long John Google
Hortensia nos ha citado en la librería. Le ha pedido a Rodrigo que avise también a Eva y al señor Burrone. Nada más llegar, sin saludar más que con un gesto de cabeza, se ha colocado frente a nosotros, con las estanterías a su espalda. Ha sacado un par de folios del bolsillo y ha fijado la mirada en sus colaboradores. Hemos buscado asiento, eligiendo casi las mismas butacas del día de la presentación. Ella ha comenzado a leer:
—Sin desdeñar el papel de tormentas y abordajes, creo que fue un motín lo que perdió la nave cibernética. Un lento motín mercantil que hará que quienes largaron amarras como bucaneros del conocimiento acaben navegando, décadas después, como mercaderes de aire.
El señor Burrone y Eva la miraban atentos, pero con un punto de desconfianza. Llevaban puesta la misma ropa del día de la presentación: Burrone un traje claro y Eva pantalón y chaqueta verde oscuro. Ambos apoyaban los brazos en los respaldos de las sillas contiguas.
—No soy la primera que advierte el vínculo que une a la comunidad anti-disciplinaria de los cibernéticos con los movimientos alternativos de los sesenta. Ese ambiente interdisciplinar e inconformista, unido al papel de las Universidades y los centros públicos de investigación, hará posible la transformación digital a partir de finales de los 80. Durante unos años la singladura reunirá a los cibernéticos más radicales y al movimiento de programación abierta con los futuros capitanes de la industria. Los Steve Jobs y Bill Gates se cruzan en el puente con los herederos de Wiener, pero todos van distraídos, cada vez más ajenos al rumbo común. Sellando en sueños los doblones de todos con sus propios logos. No será necesario abandonar en la isla a ningún recalcitrante, bastará con darle un camarote mejor a Stallman, otro a Lanier y a Lessig, y otro más a Jimmy Sales. No hará falta arriar la bandera pirata. Una sucesión casi imperceptible de retoques la irá asimilando a las distintas marcas. Se ha tapiado el cuarto de derrota y todos decimos que nunca ha existido. No nos hace falta, solo es preciso avanzar sin demora, a ningún sitio, enarbolando un corazón, un beso, un pulgar alzado, lo que sea para tapar la angustia y dejar claro que el rumbo de todos no importa.
¿Por qué es Google el destinatario de la carta de los protagonistas de Quédate este día y esta noche conmigo? Como nos recuerda el narrador, Google no es la única empresa tecnológica y, según el ámbito que se considere, puede no ser la más importante. Eso sí, es el punto de entrada a Internet para buena parte de nuestras actividades. Es el contramaestre de nuestro pulso, embarcado en las Redes. Al igual que Silver, Google contrata a la tripulación y la lidera, al tiempo que la engaña. Destaca por su voluntad totalizadora y omnímoda, su ambición por estar presente en todos los sectores y áreas de negocio. Y es cierto que mantiene al mismo tiempo un esfuerzo notable a favor de la apertura y la gratuidad de sus servicios, un énfasis destacadoen la transversalidad[8] e interoperabilidad frente al modelo de jardín cercado de Microsoft o Apple.
Google es el verdadero Long John Silver de la singladura digital. No puede negar el origen cibernético del botín que ha sellado con su logo, desde el aprendizaje automático de sus sistemas de traducción al énfasis en la interoperabilidad, la transversalidad y el libre acceso. Abraza y abandera la Cibernética para ampliar su base de negocio, como fuente de una expansión que ha fagocitado sectores empresariales enteros en una política de tierra quemada que se viste del ropaje de las buenas conductas y mejores palabras. Sin embargo, Google, como el veterano pirata, mantiene siempre un ojo en el otro bando. Quiere seguir siendo la bisagra capaz de dar la vuelta a todas las situaciones. Forma parte del motín que se ha apoderado de nuestra singladura digital, pero sabe que no llegaremos a buen puerto sin timón ni vigía. Sabe, aunque lo niegue una y otra vez, dónde está el cuarto de derrota.
Y es aquí donde Olga y Mateo, los protagonistas de Quédate este día y esta noche conmigo, buscan el terreno común, previo, de un lenguaje antidisciplinario, incompatible, inconformista. Quieren apelar al tiempo en que todos juntos levamos anclas, a la comunidad que hizo posible el surgimiento de Google, a lo que quede de ella en su ser colectivo. Por eso le escriben una carta a dos manos, una carta a través de géneros y edades, recordando los viejos temas cibernéticos. Los mismos que harían nuestro futuro viable. Lo hacen sabiendo que Google solo responderá por su propio interés, pero buscando igual –Jim, toma esto y prepárate para afrontar problemas…- el gesto que ponga en sus manos una pistola cargada de futuro. Podemos interpretarla de distintos modos, pero no podemos negar que la carta existe.
Eva y el señor Burrone se han levantado de golpe.
—¿Para cuándo la respuesta de Mountain View? -han preguntado al unísono.
Hortensia se echó a reír. Tenía los ojos brillantes:
— Me habéis quitado la palabra de la boca. Justo así quería acabar mi lectura… Preguntemos de nuevo todos juntos, bien fuerte, venid. Y tú, Sombra, toma nota de todo esto.
Burrone y Eva se acercaron a Hortensia. Los tres se tomaron de los hombros, riendo. Exclamaron:
—¿Para cuándo la respuesta de Mountain View?
[1] Esto se compadece bien con el modo en que Stevenson concibió la escritura del texto, en sí misma un juego, que tenía a su sobrino como destinatario. Stevenson leía a la familia el capítulo que escribía cada día y recibía aportaciones de sus miembros, como de su padre, que insistió por ejemplo en llamar Morsa (Warlus), al buque del capitán Flint. Ventajas de una vida sin redes sociales.
[2] Una vez definidos los equipos, al llegar a la isla, el equipo mercantil cuenta con 7 miembros, frente a 19 del pirata.
[3] Es curioso como el comportamiento de Jim en los tres casos es asimilable al de la captación automatizada de información. En el barril de manzanas Jim se ha dormido y le despierta la conversación de los piratas. En la segunda escapada, él mismo señala que “se me ocurrió de golpe ir a tierra. En un santiamén me deslicé en un bote…”. En el tercero, está sufriendo un calor tremendo en la empalizada y le aturde la visión de los heridos y moribundos, cuando se imagina caminando por el bosque fresco junto a la playa, y decide saltar la verja. Se trata de procesos inconscientes o semiconscientes que resultarán en la captación de una información decisiva y acabarán inclinando la balanza a favor del equipo que la obtiene. Procesos que recuerdan los circuitos fisiológicos de captación de información suministrada a las redes neuronales.
[4] Stevenson explicó que para crear a Silver se inspiró en su amigo, el escritor y editor. W. E. Henley, un hombre valiente, truculento y desafortunado que tenía una pierna amputada. Dice que lo hizo, sustrayendo del modelo de Henley “sus mejores cualidades de gracia y temperamento”, dejando solo “su fortaleza, su valor, su rapidez y genialidad”. Un personaje central, bisagra, capaz como Jano de mirar al tiempo a ambos lados y de dar la vuelta a todas la situaciones, siempre a su favor. La crítica Naomi Lewis (Treasure Island, McMillan 1993. Introducción) considera que la combinación de caracteres en Silver es un precedente de otra obra de Stevenson en que se dan cualidades opuestas en una sola persona: Doctor Jekyll y Mr. Hyde
[5] La cena de los notables Editorial Periférica, 2008, contiene una análisis detallado de la novela de Stevenson, aunque el interés de Bértolo por los piratas se manifiesta en otros contextos. En un reciente tuit suyo se lee que el pirata “comercia fuera del contrato mercantil” y por tanto se le aplica la máxima: “El que roba a un ladrón pero no tiene cien años de perdón.”
[6] https://www.megustaleer.com/libro/quedate-este-dia-y-esta-noche-conmigo/ES0154064
[7] Mientras esa respuesta no se produce el libro ha provocado ya un relato social, el del estrepitoso silencio de la empresa.
[8] Las nuevas propuestas de Google siempre buscan conectarse al resto de sus servicios, aprovechando las sinergias entre ellos y el efecto red de ampliar el universo de sus usuarios. Pero la transversalidad va más allá. Se hace patente en sus reflexiones internas más estratégicas, como en la reciente propuesta de un libro mayor egoísta, concebido como una contabilidad total y constantemente actualizada de nuestros datos, que proyecta diversas teorías genetistas a la gestión de datos, principalmente la epigénesis y la secuenciación del genoma: https://www.youtube.com/watch?v=fvUN6Cbogfo
Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas
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