Historias del mundial
Alemania contra Alemania
Jürgen Sparwasser marcó el gol que dio la victoria a la RDA en el Mundial de 1974. La RFA celebró la derrota, que la colocó en el grupo más sencillo. Y el jugador se convirtió así en un traidor
Jorge Cuba Luque 12/06/2018
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Lo normal es que todo futbolista se alegre por cada gol que le marca al equipo contrario, más aun si se trata de un gol anotado en un Mundial, y más todavía si ese gol le permite a su selección pasar a la etapa siguiente del máximo torneo organizado por la FIFA, como el gol que definió el 1-0 con el que la RDA, la República Democrática de Alemania derrotó a la RFA, la República Federal Alemania. El autor de aquel gol fue Jürgen Sparwasser, por entonces de veinticuatro años, vividos todos en la teoría y la praxis socialista del bloque soviético. Poco después de acabado el partido, se arrepintió de haberlo anotado.
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El surgimiento de la RFA y la RDA fue la consecuencia directa de la Guerra Fría, esa guerra sin campos de batalla que, tras el hundimiento del Tercer Reich, hizo que el mundo se dividiera entre aliados de la Unión Soviética y aliados de Estados Unidos, separados por una invisible cortina de hierro. Por encima de las ideologías y el enfrentamiento geopolítico de las superpotencias, la FIFA era y es el organismo que otorga o niega el reconocimiento oficial a las federaciones nacionales para poder disputar partidos internacionales: tras una suspensión de cuatro años, en 1949 la RFA fue readmitida en el tibio seno del fútbol internacional, y en 1952 es acogida la RDA, que por vez primera participa en un Mundial en 1974.
Se diría que el destino quiso burlarse las dos Alemanias: el sorteo de la conformación de los grupos de la primera etapa del Mundial las hace coincidir en el grupo A, junto a Chile y Australia. Jürgen Sparwasser (y el fútbol de la RDA) vivía un buen momento: con el FC Magdeburg acababa de llevarse la Recopa de la UEFA; dos años antes había integrado la selección que ganó la medalla de bronce las Olimpiadas de Múnich. Se podía decir de Jürgen Sparwasser que era un buen ejemplo de lo que un país socialista producía como persona, es decir un ciudadano contento de su suerte y que ignora lo que es la rebeldía. El socialismo le había dado a él y a sus conciudadanos aquello que una gran parte del mundo necesita: educación, un techo, alimentación, hospitales. Pero sabido es que al hombre que tenga todo siempre le faltará algo.
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La RDA tuvo un buen debut y logró un claro 2-0 frente a Australia, la selección más débil del grupo. En su siguiente partido, frente a Chile, empató 1-1, resultado que despejó toda duda sobre su eficacia futbolística pues la selección sudamericana era favorita. A pesar de su mejor trayectoria internacional, la presencia de Chile en este Mundial es algo inusual: obligado a disputar una repesca con la URSS, empató 1-1 en Moscú pero el partido de vuelta nunca tuvo lugar pues los soviéticos rehusaron jugar en el estadio Nacional de la capital chilena. ¿El motivo? El estadio había servido como campo de prisioneros, lugar de torturas y ejecuciones extrajudiciales de militantes socialistas tras el golpe de Estado dirigido por el general Pinochet.
Cuando las dos Alemanias se enfrentaron el 22 de junio en el Volksparkestadion de Hamburgo, Chile estaba ya eliminado, tras empatar 0-0 con Australia. Era como si Alemania jugara contra sí misma, contra su pasado, contra su futuro, ambas iguales y radicalmente diferentes. Lo que verdaderamente le importaba a los jugadores de uno y otro equipo en aquel partido era no ganar pues la selección que ganara integraría en la etapa siguiente del grupo A, junto a los pesos pesados del Mundial: Holanda y Brasil, además de Argentina que, a pesar de atravesar un periodo de incertidumbre futbolística, era siempre un equipo de cuidado.
En tal vez el partido más aburrido de todos los disputados en un Mundial. Los sesenta mil espectadores que colmaban el estadio tuvieron que esperar hasta el minuto 77, cuando un contragolpe de la RDA hace llegar el balón a Sparwasser que, desmarcado, avanza hacia el área de la RFA, burla a tres defensores y con un tiro cruzado coloca el balón en el fondo del arco.
Aquella noche, todos los muchachos de la RDA tuvieron permiso para salir a pasear por las calles de Hamburgo y celebrar el triunfo en alguna discoteca. Todos menos uno: Jürgen Sparwasser. El agente de la Seguridad del Estado, la omnipresente Stasi que acompañaba a la delegación, le aconsejó no dejar el hotel pues los servicios secretos de la RFA no tendrían escrúpulos para eliminarlo ya que, le dijo mirándolo a los ojos sin pestañear, se había convertido en un héroe del socialismo. En la RDA era imposible rechazar los consejos de la Stasi. Jürgen Sparwasser notó que el agente de la Stasi tenía mal aliento.
Al día siguiente del partido, la prensa deportiva de la RFA celebró con entusiasmo la derrota pues pasaría al grupo B donde enfrentaría a Polonia, Suecia y Yugoslavia, selecciones respetables pero, objetivamente, no tan difíciles como las que la RDA tendría que enfrentar en el grupo A. Del otro lado de la Cortina de Hierro, la TV, la radio y la prensa escrita saludaron el resultado como una victoria más del socialismo contra el capitalismo decadente del que la RFA era el furgón de cola.
La RDA tuvo una actuación decorosa en lo que siguió del Mundial: perdió 1-0 ante Brasil, cayó 2-0 ante la formidable Naranja Mecánica de Johann Cruyff, y empató 1-1 con Argentina. La final del Mundial la disputaron Holanda y la RFA: dos décadas después del Milagro de Berna, los alemanes volvieron a ganar la copa Jules Rimet. Jürgen Sparwasser no volvió a brillar.
Contra lo que esperaba, a su regreso a la RDA Sparwasser no encontró la cordialidad ni los saludos espontáneos por su histórico gol. Más bien encontró desconfianza, miradas envidiosas, recelo frente a él. No tardó en escuchar el rumor que corría: por decisión del camarada Erich Honecker, presidente del Consejo de Estado de la RDA, había recibido una impresionante recompensa económica, le habían otorgado una casa y regalado un automóvil; lo tomaban incluso por informante de la Stasi. Nada de eso había sido cierto. Por el contrario, la prima prevista antes del Mundial para todos los miembros de la selección no le fue atribuida de manera íntegra. Los comisarios políticos tenían razones para ello pues Sparwasser nunca había demostrado un entusiasmo desbordante por la construcción del socialismo en la RDA: políticamente era un apático, un descreído de la doctrina preconizada desde Moscú, un disidente potencial, y en los satélites de la URSS no bastaba con ser socialista sino que había que parecerlo. Un día se cansó de jugar al fútbol y se inscribió en una universidad; quería hacer otra cosa, quería ser otra cosa. A veces, los domingos por la tarde, se veía a sí mismo en el partido contra la RFA en los aburridos programas de televisión que ensalzaban la superioridad de los deportistas socialistas. Se sentía vegetar viendo que su vida era gris, que la vida en la RDA era gris.
El organismo estatal del deporte propone a Sparwasser el puesto de entrenador de su antiguo club, el FC Magdeburg, propuesta que rechaza sabiendo que en la RDA no se podía decir “no” a una proposición oficial. Fue entonces que decidió irse. En 1988 accede a participar en una serie de partidos “del recuerdo” en una gira del FC Magdeburg por la RFA. Como otros jugadores, Sparwasser va acompañado de su esposa. Una noche, tras un partido en Sarrebruck, los Sparwasser salen del hotel a dar una vuelta por la ciudad aprovechando que hacía buen tiempo. No volvieron: el paseo –en realidad una fuga– se prolongó hasta la ciudad de Fráncfort, donde se instalaron, convirtiéndose automáticamente en ciudadanos de la RFA, como ocurría con cualquier alemán de la RDA que quería quedarse en Alemania Occidental. Jürgen Sparwasser fue declarado disidente, delincuente, traidor al socialismo. Un año después cae el Muro de Berlín y luego la República Democrática de Alemania deja de existir. Las dos Alemanias fueron de nuevo una sola.
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Spaarwasser nunca se acostumbró del todo a la Alemania capitalista, a la vida regida por la lógica de la oferta y la demanda, a la importancia social de una persona en función de la marca de su automóvil, a ese exceso de libertad que menoscababa la libertad. No tardó en padecer de Ostalgie, esa enfermedad del alma que consiste en la frecuente evocación nostálgica de la vida en la RDA.
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Extracto del libro Mundiales y destinos (Campo Letrado Ed, Lima, 2017), de Jorge Cuba Luque.
Jorge Cuba Luque (Lima, 1960). Ha publicado los libros de cuentos Colmena 624 (1995), Ladrón de libros (2002, reed. 2015), el volumen evocativo Yo me acuerdo (2008) y la novela Tres cosas hay en la vida (2010). En 2004 obtuvo en la universidad Toulouse-Le Mirail (Francia) un doctorado en Estudios sobre América Latina tras sustentar su tesis La presse de Lima et la littérature urbaine au Pérou. 1948-1955.
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