Gestas y leyendas
Recuerdo de la camisa verde: la historia de Rachid Mekhloufi
El jugador, estrella del fútbol galo, renunció en 1958 a la selección francesa y huyó a Argelia con varios compañeros para defender la independencia del país
Marcos Pereda 21/06/2017
El equipo de fútbol del FLN argelino en su aniversario. Rachid Mekhloufi, segundo por la derecha en la fila inferior. Stade du 5-Juillet-1962. Argel, 1974.
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Es el 8 de mayo de 1945. Ese día las fuerzas aliadas aceptan la rendición incondicional de la Alemania nazi, ofrecida por Karlt Dönitz, Reichpräsident (jefe de Estado) en el Reich de los Mil Años. Hitler se ha suicidado y los soviéticos plantan su bandera en Berlín. Eisenhower firma el acta de rendición militar en Reims; Wilhelm Keitel, mariscal germano, hace lo propio en Karlhorst. El mundo (al menos la parte del mundo que apoyaba a las fuerzas vencedoras) estalla en una fiesta sin precedentes, espontánea y desenfrenada.
Ese ocho de mayo de 1945 las celebraciones se extienden a Sétif, en la Argelia francesa. Miles de argelinos se unen respetuosamente para depositar una flor en el monumento que recuerda a los muertos que este rincón del Magreb aportó para la causa de la libertad. La manifestación ha sido convocada por el Partido del Pueblo Argelino, y tiene connotaciones adicionales más allá del alborozo por el fin de la contienda. En un momento dado surge una bandera argelina, ondeando al viento. Butterlin, subprefecto francés encargado del orden público en la ciudad, ha prohibido la exhibición de estos signos, así que la policía ordena al joven que baje aquel trozo de tela verde y blanco y rojo. El chico se niega, y el alcalde argelino de la ciudad interviene para calmar los ánimos. Ambos son abatidos por una ráfaga. Comienza el caos. Al final del día los muertos ascienden a más de 100. En unas semanas la represión sobre la población deja, como poco, 1.000 víctimas. Algunas fuentes hablan de hasta 45.000.
Solo unos pocos años antes, en Sétif, nace Rachid Mekhloufi.
Con un balón en los pies vibra. Con la palabra en la boca, enardece. No ha cumplido los veinte años cuando viaja a Francia para hacer pruebas con algunos de los equipos más importantes del Hexágono
Rachid Mekhloufi es pequeño, moreno, eléctrico. Tiene poemas en los pies, una visión privilegiada y la sonrisa prendida al rostro. En aquella Argelia en la que el fútbol es religión, en aquel país que no es país donde Camus aprenderá de la pelota todo lo que sabía sobre la moral, Mekhloufi empieza a ser conocido. Con un balón en los pies vibra. Con la palabra en la boca, enardece. No ha cumplido los veinte años cuando viaja a Francia para hacer pruebas con algunos de los equipos más importantes del Hexágono. En Saint-Étienne, los míticos les verts, impresiona profundamente al entrenador Jean Snella, veterano de la Segunda Guerra Mundial convertido en leyenda. Allí, tierra de los estefaneses, destaca. Marca un montón de goles, levanta a los espectadores con sus cambios de ritmo, con sus pases imposibles. Es una de las mayores estrellas de Francia. Tanto que recibe la llamada de la selección.
La guerra de Argelia se ha declarado en 1954, aunque la Cuarta República Francesa lo niegue. Habla de incidentes, de hechos aislados, de terrorismo. Pero es inútil obviar la realidad. Al final de la contienda, en 1962, la sangre de casi medio millón de personas habrá teñido bermeja la arena del desierto, las blancas calles de la colonia. Frente a las guerrillas los franceses utilizan un despliegue clásico de guerra colonial. Helicópteros, napalm, uso de la contrainsurgencia. También torturas, matanzas indiscriminadas, limitación de los derechos civiles.
No está, le dicen a Albert Batteux, seleccionador francés. ¿Cómo que no está? No, se ha ido, no aparece por ningún lado. Y Zitouni tampoco. Batteux comprende. No sabe cómo podrá explicarlo. A solo unas semanas para el Mundial esos dos han desertado de la selección…
Los hechos suceden en abril de 1958. Mekhloufi, seleccionado para defender los colores de Francia en el próximo Mundial de Suecia --donde los galos parten como uno de los favoritos gracias a un conjunto demoledor en el que destacan Kopa y Fontaine--, afronta el último partido de liga. El Saint-Étienne juega frente al Beziers, tierra de cátaros, recuerdos del mal Monfort. Una entrada aparatosa y Mekhloufi tiene que ser trasladado al hospital. Allí empieza su odisea. Porque salta de la cama, coge un tren que lo lleva hasta Roma, y después un avión que lo deposita en Túnez, solo para llegar más tarde a su patria argelina. Con él camina su compañero Mustapha Zitouni. Es el 11 de abril de 1958, y ambos han huido de la selección francesa, renunciando a la gloria que les esperaba en Suecia. “Me hubiera encantado jugar la Copa del Mundo, pero eso no era nada comparado con la independencia de mi país”, dirá años más tarde.
Pasa menos de un mes desde la deserción de Mekhloufi, y Francia es un polvorín. René Coty, prestigioso liberal y presidente de la República francesa, no encuentra nadie adecuado para ejercer como primer ministro tras la renuncia de Felix Gaillard. El tercer gobierno, nada menos, en apenas doce meses. Al final opta por otorgar su confianza a Pierre Pflimlin, un democristiano partidario de la negociación con los argelinos. Este nombramiento enerva al ejército francés. El ruido de sables es cada vez más evidente y el general Raoul Salan firma una ignominiosa carta en la que se amenaza de forma expresa con un golpe de Estado frente al gobierno democrático. La situación es totalmente inédita, escandalosa dentro de la vida política de Francia. Se descubre que hay un plan preparado para que tropas de paracaidistas llegadas desde Argelia, la auténtica élite de las Fuerzas Armadas, tomen París y las principales ciudades de la metrópolis en una operación de pocas horas. El 13 de mayo otro general, Jacques Massu, da un golpe de Estado en Argel. La única solución posible consiste en ceder ante las exigencias de los militares. La consecuencia: Charles de Gaulle vuelve al poder gracias a su extraordinaria popularidad entre el estamento armado, y la Cuarta República Francesa pasa a mejor vida…
Mientras, Mekhloufi, y Zitouni, y otros como Ibrir, Ben Tizour o Brahimi, han viajado para ayudar a conseguir la independencia de Argelia. Y lo hacen de la mejor manera que saben: jugando al fútbol. Piensan que su fama, su ejemplo, quizá sirva para que los ojos de la comunidad internacional se posen sobre las condiciones de aquel trocito del Magreb. Así que todos juntos acaban conformando una selección argelina, sin reconocimiento oficial, que cuenta con el respaldo expreso del Frente de Liberación Nacional y que tiene su sede en el exilio, en Túnez. Los entrena el exjugador del Girondins de Bordeaux Mohamed Boumezrag. Se convierten, sí, en uno de los mejores equipos de entre todos los conjuntos que nunca llegaron a existir. Porque ellos no eran de verdad, no eran auténticos, a ojos de la FIFA, de los occidentales. Como si fuesen once amigos que se habían juntado para jugar pachangas. Solo que lo hacían como los mismos ángeles.
ellos no eran de verdad, no eran auténticos, a ojos de la FIFA, de los occidentales. Como si fuesen once amigos que se habían juntado para jugar pachangas. Solo que lo hacían como los mismos ángeles
El 17 de abril de 1961, los argelinos residentes en París celebran una manifestación para denunciar los abusos cometidos por el ejército francés en la colonia, así como para elevar la voz ante el inconstitucional toque de queda al que ha sido sometida la población musulmana que vive en el distrito de París. La represión de esta marcha, ordenada directamente por el prefecto de la policía parisina, Maurice Papon (antiguo colaboracionista durante el Régimen nazi), fue brutal. Entre 70 y 200 personas caen asesinadas. Algunos cuerpos son arrojados al Sena, otros se maquillan como fallecimientos comunes. La barbarie que estaba ocurriendo allende el Mediterráneo saltaba a la Ciudad de la Luz. Francia, el país que inauguró la Edad Contemporánea, no podía seguir mirando hacia otro lado durante más tiempo. Pero lo hace. El historiador Jean Luc Einaudi sacrificará parte de su prestigio y posición social años más tarde al estudiar este hecho desconocido que avergüenza la memoria gala. Solo medio siglo después las autoridades asumirán su culpa.
Aquel equipo (casaca verde, pantalón blanco) llega a disputar un total de 91 encuentros. Siempre como visitante, claro, porque en suelo argelino su presencia está proscrita. Pero no importaba, eran un símbolo, y para los símbolos no existen las paredes, ni las cárceles, ni siquiera la distancia. Recaudaban fondos para la causa de la independencia, sí, pero sobre todo estaba lo otro. La imagen, el fútbol derribando tabúes, uniendo pueblos. Todos jugando, sonriendo al mundo. Al menos cuando les dejaban jugar, porque aquellos partidos siempre eran frente a los mismos rivales: Bulgaria, Yugoslavia, China, la Unión Soviética, Hungría, Iraq, Libia, Marruecos, Egipto… Cualquier sitio que estuviera situado de manera “no occidental” en un mapa que a principios de los años sesenta acogió con entusiasmo a esta selección representante de un país que no era. Que aún no era. Vencieron en más de sesenta encuentros. Ganaron en todos y cada uno de ellos.
El 18 de marzo de 1962 se firman los acuerdos de Evián, que reconocen el derecho de autodeterminación de Argelia y ponen fin, en teoría, a la Guerra de Argelia. Los propios franceses habían votado mayoritariamente por conceder este derecho en un referéndum celebrado un año atrás, el 8 de enero de 1961. Charles de Gaulle será el encargado de facilitar su independencia. Por ello sufre un golpe de Estado, como el que propició su anterior ascenso, también fallido. A partir de aquel momento los acontecimientos se desencadenan. El uno de julio de 1962 se celebra el referéndum para la independencia del país, con casi un 70% de votos favorables. El día cinco de ese mismo mes la bandera francesa es arriada de forma definitiva de los espacios públicos en Argelia, siendo sustituida por aquella verde, blanca y roja que había provocado la matanza de Sétif.
Tras la independencia de Argelia los jugadores de aquella selección retornaron a Europa. Mekhloufi pasó primero por el Servette, para después recalar nuevamente en el club de sus amores. Cuando llegó, el Saint-Étienne estaba en segunda división. La vuelta fue difícil, protestas cada vez que tocaba la pelota, abucheos, gritos racistas. Al menos hasta que hiló su primera gran jugada. Y luego otra, y otra más. Los pitos tornan aplausos, el fracaso se vuelve éxito. El Saint-Étienne sube a la máxima categoría y, en un hecho sin precedentes, gana la Liga el año después de ascender. De la mano de Mekhloufi se impondrá en otras dos ocasiones, hasta completar una de las épocas mágicas de este club especial.
Pero los éxitos eran lo de menos para el chico nacido en Sétif. Él había hecho lo correcto, lo que dictaba su moral. Que al final todo saliera bien… bueno, eso era secundario. Lo importante fue la personalidad, el sacrificar todo por no querer sacrificar nada. En 1963 disputa un partido en Argel frente a Checoslovaquia. La zamarra era verde, el pantalón blanco. Sobre el pecho una bandera que ya era la suya. Bajo el pecho la serenidad de quien actuó acorde a sus ideales. Aquel día marcó dos goles, los celebró con rabia, sonrió como nunca.
Qué importaba el resto.
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Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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