Tribuna
Podemos y Ciudadanos o la torpeza como estrategia política
De ser los llamados a impulsar y liderar el cambio y la regeneración de España han pasado, en unos días en el caso de C’s, a llorar impotentes por las esquinas
Juan Torres López 13/06/2018
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En 2012 o 2013, las encuestas reflejaban que el sentido común de la gente hacía responsables al PP y al PSOE de lo que estaba pasando. Quizá no de una crisis que se sabía era internacional, o de las medidas europeas sobre las que teníamos pocas posibilidades de escapar, acosados como estábamos por “los mercados”. Pero sí del estado de desconfianza general, del asco que nos producía la corrupción cada vez más claramente vinculada como una segunda piel a los aparatos de los grandes partidos gobernantes, de su falta de empatía con las personas que más sufrían… Y eso fue lo que daba alas a quienes, fuera de las coordenadas en donde dominaban los hasta entonces grandes partidos, ofrecían algo nuevo.
Puesto que los votantes de izquierdas suelen ser menos fieles (porque sean más exigentes con sus representantes, porque respondan a principios morales más firmes o, quién sabe, porque son más inflexibles o intransigentes y estén menos dispuestos a admitir que sus líderes se salgan de la línea que consideran adecuada), la desafección hacia el PSOE e Izquierda Unida fue casi inmediata. Y, a poco que las calles se pusieron en tensión y un personaje de por entonces notable presencia mediática como Pablo Iglesias dio un paso adelante, el PSOE entró en barrena e Izquierda Unida (que nunca se enteró de lo que estaba pasando a su alrededor) resultó incapaz de recoger sus despojos. Las encuestas y las elecciones europeas pusieron en órbita a un Podemos que se convirtió en la primera “nueva” referencia de la política española.
El desafecto al PP era paralelo, aunque menos acelerado y más suave porque el gobierno, se diga lo que se diga, siempre desgasta mucho menos que la oposición cuando se está en caída libre. Y también porque la buena coyuntura económica y el hacer lo contrario de lo que decía que había que hacer para salir de la crisis, permitió al PP liderar los primeros síntomas de recuperación y anotarse el éxito que objetivamente significaba salir de los momentos tan malos que habíamos pasado. Pero era evidente que el desafecto electoral era irremediable y que iría a más a poco que se tirase de la manta o se fuese informando de la corrupción, y de ahí que se reclamara crear cuanto antes “un Podemos de derechas”.
Ciudadanos recogió el testigo y enseguida empezó a auparse en las encuestas, aunque es verdad que con menos fuerza que Podemos: habían nacido los partidos a los que la sociedad llamaba para que se convirtieran en nuevos pilares del entramado institucional de España. Pero sus torpezas de discurso y errores estratégicos no tardaron en llegar.
Podemos fue el primero en equivocarse. Se planteaba ser una fuerza transversal, de cambio, cariñosa, limpia, transparente, que abría la mano generosa a quienes estaban hartos e indignados con la corrupción y la desigualdad… pero no tardó ni medio minuto en hacerlo con un lenguaje machista, agresivo, feo, de fronteras, condenando a diestro y siniestro y presentándose como una especie de inquisidor general, preso de varias almas contradictorias y perdiendo toda credibilidad cuando abanderaba con comportamiento, gestos y lenguaje de extrema izquierda una oferta política que aseguraba ser transversal, para “el pueblo” en general y sin distinciones. A Podemos le ha perdido su algarabía y divisiones internas, la prepotencia, su antipática relación con quienes no le son estrechamente fieles, el ingenuo error de creer que una de las instituciones más antiguas de España, el PSOE, se podía derribar con tiros de salva verbales; el desconocimiento de las formas más elementales, no ya de hacer política, sino de plantear, negociar y resolver problemas en una sociedad compleja y diversa como la española de nuestros días (¡aquella foto de Iglesias con “sus ministros”!); y, sobre todo, el de la forma de pensar y de ser de los españoles (que Pablo Iglesias dijera que no podía imaginar el debate que generó la compra de su nueva vivienda es buena prueba de ello).
Ciudadanos se equivocó también cuando se introdujo en la escena nacional con un doble lastre que terminaría siendo demasiado pesado. Uno, el de no despegarse de la estela del PP, como hubiera sido obligado en un partido sinceramente regenerador. De hecho, se convirtió en su muletilla y su único triunfo electoral se ha producido cuando lo ha combatido. Y otro, disimular su auténtico proyecto por la vía de hacerse pasar por un simple partido gran-nacional, tan exageradamente, que ha rozado la caricatura y en folklorismo más primario y ridículo.
El partido de Rivera se sentó a ver pasar el cadáver de su enemigo cuando lo que en realidad estaba en juego era quién era capaz de poner al PP fuera del cuadrilátero. Resulta a posteriori impresionante que los dirigentes de Ciudadanos creyeran que podrían tener una baza victoriosa en el combate contra el PP uniendo su destino a él y sin mostrar claramente que su nuevo partido formaba parte de la nueva energía que debería regenerar España. Tanto como el comprobar que en Cataluña ganaran las elecciones y no hayan sido capaces de generar no ya alternativa sino resistencia real alguna frente a lo que allí está pasando.
Pero cuando, a mi juicio, ambos partidos cometieron el gran error que anuló a Podemos como alternativa al esquema político-institucional de la Transición y que ha impedido que Ciudadanos se configure como tal a la hora de la verdad fue después de las elecciones de 2015 y 2016.
Era evidente que ninguno de los dos podía encabezar la alternativa en aquellos momentos. Lo era también que no se trataba de que hubieran forjado una alianza entre ellos, que hubiera sido tan incomprensible, como no viable, además de innecesaria. Pero su gran error estratégico fue no haber impulsado un vector de fuerza capaz de desplazar del gobierno al Partido Popular para comenzar una nueva etapa, un objetivo al que implícita pero muy claramente apuntaban los resultados electorales.
Es verdad que una acción de ese tipo (por ejemplo, por la vía de que Podemos hubiera dejado gobernar a PSOE-Cs, que Ciudadanos hubiera dado el visto bueno a un gobierno del PSOE más o menos apadrinado por Podemos y otras fuerzas, como ahora ha sucedido, o mediante un acuerdo tripartito de PSOE-Podemos-Cs que se hubiera traducido en un gobierno quizá de independientes o de dirigentes de segundo escalón, entre otras posibilidades) hubiera podido ir en contra de sus intereses particulares del momento. Pero, seguramente, solo en contra de los de a corto plazo porque la sociedad hubiera podido contemplar que esos dos partidos casi recién nacidos eran los impulsores efectivos, las fuerzas latentes, de la regeneración, aún no completa dados los resultados electorales, cierto, pero ya en marcha.
Lo que ha ocurrido como consecuencia de todo ello es una prueba del algodón de la histórica torpeza de Podemos y Ciudadanos.
Aunque Ciudadanos tiene todavía opciones para ocupar el lugar del centro derecha que ocupó el PP, no lo tendrá fácil, entre otras cosas, porque sus patrocinadores se deberán pensar mucho si vuelven a confiar en Rivera como estratega.
En resumidas cuentas resulta que los dos partidos “nuevos” han pasado a ser parte del pasado, mientras que uno de los viejos es ahora, gracias a la jugada maestra de Pedro Sánchez, el nuevo referente de la política española y en quien a toda velocidad parece depositarse la mayor confianza para regenerarla.
El ridículo de Ciudadanos pidiendo que el recién elegido presidente convoque ya elecciones o el patético lamento de Podemos porque no forman parte de un gobierno que Pablo Iglesias califica de débil (algo sorprendente cuando viene de quienes siempre han dicho que la fuerza de una opción política viene de la calle y de la complicidad y el apoyo de la sociedad y no de lo que ocurra en las instituciones) es un auténtico fin de fiesta para ambos. De ser los llamados a impulsar y liderar el cambio y la regeneración de España han pasado (en unos días en el caso de Ciudadanos) a llorar impotentes por las esquinas. En política la torpeza se paga en la misma medida con que han resultado premiadas la determinación y la audacia de Pedro Sánchez. Lo que ocurra a partir de ahora, y hacia qué lado se vuelque finalmente la acción de su gobierno, es otra cosa.
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Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
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Juan Torres López
es economista. Es miembro del Consejo Científico de Attac España y catedrático de Economía aplicada en la Universidad de Sevilla.
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