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Del hedonismo triste al decrecimiento feliz: hacia una imaginación política de la empatía

Esa actitud serviría para inmunizarnos de la politización del miedo y, con un poco de suerte, facilitar la transición hacia una cultura económica socialmente deseable y ecológicamente viable

Luis I. Prádanos 25/04/2018

<p><em>La Cosecha</em>, de Pieter Brueghel el Viejo. </p>

La Cosecha, de Pieter Brueghel el Viejo. 

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Últimamente cunde la politización del pánico por doquier: entre la derecha y la izquierda más o menos conservadora o progresista, entre neoliberales y neofascistas, entre globalistas y nacionalistas. Miedo y falta de imaginación política es el denominador común en todos los casos.

La falta de imaginación política radica en no cuestionar la creencia de que el crecimiento económico debe ser la prioridad de la sociedad por ser la panacea para resolver cualquier problema. Una creencia que es desmentida una y otra vez por las ciencias sociales y ecológicas que indican que el crecimiento en sí mismo ni mejora necesariamente el bienestar social (de hecho lo empeora si se traduce en un aumento de la desigualdad) ni puede mantenerse mucho tiempo en una biosfera finita sin acabar por aniquilar la vida planetaria.

Estado de miedo permanente y adicción al crecimiento forman los dos ejes principales de nuestra cultura económica dominante. Una cultura cuyo funcionamiento transforma sociedades humanas en masas acobardadas y precarizadas enfrentadas entre sí. Dicha cultura económica imposibilita el florecimiento de una política de la empatía y la generosidad capaz de engendrar sociedades y ecosistemas saludables.  

Sospecho que esta omnipresente politización del pánico es el resultado de las diferentes articulaciones políticas de una misma cultura económica orientada al crecimiento que se nutre del miedo y de las pasiones más tristes (indiferencia ante el sufrimiento ajeno, individualismo hiperbólico, avaricia, odio, aislamiento, resentimiento, desconfianza, competición, etc.) Se trata, me parece, de diferentes reacciones contraproducentes ante un sistema de explotación generalizado que ha desembocado tanto en una desigualdad estructural inaceptable como en el colapso en curso de los sistemas vivos planetarios. Digo contraproducentes porque todas estas reacciones –independientemente de sus inclinaciones ideológicas– acaban reforzando y perpetuando, de una u otra forma, el miedo que alimenta el sistema de explotación y la lógica suicida de “sálvese quien pueda” y “yo a lo mío” ante el barco que se hunde. El problema radica en que es precisamente ese hedonismo mal entendido –triste, estresante, miope y atemorizado– el que está hundiendo el barco y el que saca lo peor de los seres humanos.

Estudios recientes sugieren que el miedo activa el pensamiento conservador. Si esto se traduce, como suele ser el caso, en políticas de mano dura para paliar dicho miedo –en lugar de en políticas eficaces para resolver los problemas reales (la crisis ecológica y la crisis de desigualdad)– acabamos entrando en un bucle de retroalimentación perverso que mina la cohesión y confianza social, provocando más violencia, miedo y miseria y favoreciendo más políticas contraproducentes: una y otra vez la realidad confirma que los problemas sociales siempre empeoran cuando se intentan solventar con mano dura y tolerancia cero (control y vigilancia innecesarios, militarización, criminalización selectiva, castigo desproporcionado, proliferación de prisiones, leyes antiinmigración, ataques preventivos, etc.) Lo cierto es que la violencia, el terrorismo, la precarización y la descohesión social emergen de la explotación y la desigualdad y solo pueden desactivarse mediante procesos comunitarios y colectivos de redistribución y de reorganización social con principios igualitarios, inclusivos y participativos.

Para que dichos procesos fueran posibles habría que abrazar y promover otras maneras de entender y practicar la política que implicarían pasar de politizar el pánico a politizar la empatía: de la opulencia privada y blindada de los privilegiados (y la resultante precariedad y miedo manufacturados para la mayoría) a la frugalidad privada acompañada de un lujoso espacio público co-producido y compartido por todas; del hedonismo deprimente, competitivo, narcisista y solipsista a la celebración en común de la vida, la convivialidad y la reciprocidad. Lo primero favorece el aislamiento, la agresividad, la aburrida homogeneización, la alienación, la destrucción ecológica, el miedo a lo diverso, la precarización y, claro está, la acumulación de capital. Lo segundo, en cambio, promueve la cohesión social, la empatía, la alegría, la confianza, la regeneración ecológica y el buen vivir.

La supuesta excusa para mantener una cultura económica que no hace feliz a casi nadie y que destruye las bases sociales y ecológicas necesarias para toda vida digna es que no existe mejor alternativa dado que el ser humano es competitivo, miserable, cobarde y egoísta por naturaleza. Otra vez la realidad desmiente dicha generalización. En su maravilloso libro, A Paradise Built in Hell, Rebecca Solnit documenta cómo, en casos de catástrofes de diferente índole, los seres humanos se auto-organizan y tienden a comportarse de manera altruista, empática, cooperativa y generosa. Suelen ser las élites, curiosamente, quienes aprovechando la catástrofe despliegan una violencia desproporcionada e innecesaria que vuelve a reactivar la politización del miedo.

Hace tiempo que vengo intuyendo que las personas que más incansablemente añoran poder y buscan acumular capital a cualquier precio actúan motivadas por un estado patológico de miedo permanente. Debe de ser un infierno habitar en esas mentes miserables, obsesivas, egocéntricas y cobardes… el mismo infierno en el que se convierte el planeta Tierra cuando esa patología de unos pocos se transforma en la cultura económica global.

Cultivar colectivamente una imaginación política empática podría servir para  inmunizarnos de la politización del miedo y, con un poco de suerte, facilitar la transición hacia una cultura económica socialmente deseable y ecológicamente viable, es decir, hacia un decrecimiento feliz.

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Luis I. Prádanos es profesor en Miami University y autor de Postgrowth Imaginaries. Se pueden encontrar sus trabajos en el siguiente enlace.

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  1. Godfor Saken

    Del artículo "On Letting Go", de Arran Crawford: In social psychology, terror management theory (TMT) has defined cultures as worldviews that function to provide meaning to individuals and collectivities by allowing them to cope with mortality.[10] Building on the work of Ernest Becker, cultures are shown to provide a sense of order and permanence that effectively manages thanatophobic existential anxiety.[11] TMT predicts that confrontations between competing worldviews threaten the validity of those worldviews for those that hold them, exposing individuals and collectivities to the abject dread they were designed and adopted to deny.[12] The inability to tolerate the potential collapse of these coping system leads to worldview defense strategies that strengthen conviction in those who hold them. This has been demonstrated for both conservative and liberal-progressive worldviews, making it possible to extrapolate it across all ideological distinctions.[13] Speculating from this perspective the clash between incompatible cultures is a direct existential threat, a matter of life and death, so that polarization and worldview defence increase in step with one another, producing escalating feedback that, left uncompensated, climaxes in a hot civil war. The coming of this war is only hastened by the temporal compression pressures of techonomic acceleration and the threat of regional infrastructural collapse in ecological disaster.[14] As signs of collapse multiply mortality exposure increases, every incompatibility is magnified, so voice multiples in response, becoming ever more vehemently asserted. The political temptation is to seek political solutions to the catastrophe of politics. The logic is that if politics is in a death spiral then more politics, the right politics, will be our salvation. Nick Srnicek and Alex Williams will insist that we must “never believe that technology alone will be sufficient to save us.”[15] In so doing they demonstrate the common hope that political solutions will be the salvation of humanity. Anti-guru UG Krishnamurti will reject this logic by stating that “the real problem is the solution.”[16] Krishnamurti was an Indian thinker who rejected the possibility of spiritual enlightenment despite being considered to have attained that state. In Krishnamurti’s milieu enlightenment is salvation, and when he talks about solutions he is talking about the need for salvation. He will tell an interviewer that the search for solutions eclipses any interest in problems. Krishnamurti will consistently deny the existence of any real problems by stating that the search for the solution is itself the process that generates problems. In this paradoxical logic solutions are what perpetuate and deepen the problems that we are unable to understand because our understanding subordinates these problems to the need for solutions. He will insist that “you have no problem there” and that “problems and solutions go together.”[17] They are interdependent phenomena that sustain one another in something like a positive feedback loop. The more intense the search for the solution, the more vigorously asserted the proposed solutions become, the more violent their imposition, and the more the problem is exacerbated. Krishnamurti will reject all previously proposed solutions in this way. He will state: The numerous solutions offered by these holy people, the psychologists, the politicians, are not really solutions at all. This is obvious. If there were legitimate answers, there would be no problems. http://sumrevija.si/en/sum9-arran-crawford-on-letting-go/

    Hace 6 años 4 meses

  2. Chus

    Thank's Godfor !!

    Hace 6 años 6 meses

  3. Godfor Saken

    Del ibro "Fenomenología del Fin. Sensibilidad y mutación conectiva", de Franco "Bifo" Berardi (editorial Caja Negra, Buenos Aires, 2017): EL CIBERTIEMPO Y LA EXPANSIÓN DEL CAPITALISMO Rosa Luxemburgo afirma que el capitalismo está intrínsecamente impulsado hacia un proceso de continua expansión. El imperialismo es la expresión política, económica y militar de esta necesidad de continua expansión que hace que el capital amplíe constantemente su dominio. ¿Pero qué sucede cuando cada rincón del territorio planetario ha sido sometido a la norma de la economía capitalista y cada objeto de la vida cotidiana ha sido transformado en una mercancía? En la Modernidad tardía, el capitalismo parecía haber agotado toda posibilidad de futura expansión. Durante un determinado período, la conquista del espacio extraterrestre aparentaba ser la nueva dirección de desarrollo para el crecimiento capitalista. Posteriormente, nos dimos cuenta de que la dirección de desarrollo era sobre todo la conquista del espacio interior, el mundo interior, el espacio de la mente, del alma y del tiempo. La colonización del tiempo ha sido un objetivo fundamental en el desarrollo del capitalismo durante la Edad Moderna. La mutación antropológica que produjo el capitalismo en la mente humana y en la vida cotidiana ha sido, ante todo, una transformación en la percepción del tiempo. Sin embargo, con la difusión de la tecnología digital, que hizo posible una absoluta aceleración, algo nuevo ocurrió. El tiempo se convirtió en el principal campo de batalla, dado que es el espacio de la mente, el tiempo-mente, el cibertiempo. He introducido aquí una distinción entre el concepto de ciberespacio y el de cibertiempo. El ciberespacio es la esfera de conexión de innumerables fuentes de enunciación humanas y maquínicas, el ámbito de conexión en ilimitada expansión entre mentes y máquinas. Esta esfera puede crecer indefinidamente, porque es el punto de intersección entre el cuerpo orgánico y el cuerpo inorgánico de la máquina electrónica. Pero el cibertiempo es el lado orgánico del proceso, y su expansión está limitada por factores biológicos. La capacidad del cerebro humano para procesar se puede aumentar con drogas, con entrenamiento y atención, pero posee límites que están conectados a la dimensión emocional y sensitiva del organismo consciente. No se trata de una dimensión infinitamente extensible porque está conectada con la intensidad de la experiencia. La esfera objetiva del ciberespacio se expande a la velocidad de la replicación digital, pero el núcleo subjetivo del cibertiempo evoluciona a un ritmo más lento, al ritmo de la corporalidad, del placer y del sufrimiento. La composición técnica del mundo puede cambiar, pero la apropiación cognitiva y la capacidad de reacción física no la siguen de manera lineal. La mutación del ambiente tecnológico es mucho más rápida que los cambios en los hábitos culturales y en los modelos cognitivos. El estrato de la infoesfera crece progresivamente y se hace cada vez más denso y espeso, y los estímulos informáticos invaden cada átomo de la atención humana. El ciberespacio crece sin límites, mientras que, al contrario, el tiempo mental no es infinito. El núcleo subjetivo del cibertiempo sigue el ritmo lento de la materia orgánica. Podemos aumentar el tiempo de exposición del organismo a la información, pero la experiencia no se puede intensificar más allá de ciertos límites. Fuera de estos límites, la aceleración de la experiencia provoca una conciencia reducida de los estímulos, una pérdida de intensidad que concierne a la esfera de la estética, de la sensibilidad y también de la ética. La experiencia del otro se hace rara e incómoda, incluso dolorosa, ya que este se vuelve parte de un estímulo ininterrumpido y frenético, y pierde su singularidad, su intensidad y su belleza. La consecuencia es una reducción de la curiosidad y un incremento del estrés, la agresividad, la ansiedad y el miedo. La aceleración de la infoesfera produce un empobrecimiento de la experiencia, porque nos expone a una masa creciente de estímulos que no podemos elaborar intensivamente o percibir y conocer profundamente. Más información, menos significado. Más estímulos, menos placer. La sensibilidad se manifiesta dentro del tiempo. La sensualidad se desarrolla con lentitud. Como el espacio de información es demasiado vasto y rápido no logra dilucidar la sensualidad de manera intensa y profunda. El punto crucial de la mutación contemporánea reside en la intersección entre el ciberespacio electrónico y el cibertiempo orgánico. El cerebro social se halla sometido a la invasión de flujos videoelectrónicos y experimenta la superposición del código digital sobre los códigos de reconocimiento e identificación que dan forma a las culturas orgánicas. La aceleración producida por las tecnologías de red y la precarización del trabajo cognitivo provocan un efecto patogénico de saturación del tiempo de atención. La patología del trabajo cognitivo es la nueva condición de alienación, el requisito previo para la rebelión del cognitariado y, posiblemente, para la recomposición del cuerpo del 'general intellect'.

    Hace 6 años 6 meses

  4. Godfor Saken

    From the book "World on Fire", by Michael Brownstein: Because it's a mistake to think this culture will last much longer. Walking on eggshells, out on a limb, state of denial. Western white noise powered by psychotic episodes dressed up as healthy ambition. Western white noise, how I long to hear the silence behind your posturing. But, unlike me, nature's not impatient. She waits, compassionate, all-knowing. Time means nothing to her. She doesn't care if a million years go by before life's balance is restored. She laughs—you can't hear her laugh but it's everywhere, in the crowding and acceleration, in the epidemics and famines, in the ruined lives—she laughs at the desperate compulsions spewing out of Western white noise's mouth. She laughs at the very disasters which are destroying her. Yes, even my clairvoyant glimpses of revenge, of oil industry meltdown, she views with a trickster gleam in her eye, indifferent to any outcome. She smiles at those working tirelessly for her benefit because she knows their egos are involved in what they say and do. Whereas her power is beyond ego, beyond name and form, beyond individual identity, beyond striving. The great detachment of the Goddess, breathtaking and fearful. The terrible distance from which she churns out and ingests all life—good and bad, beautiful and ugly, vital and sickly, just and monstrous. The indifference of the stars, the galaxies which come and go without explanation, without bias, without a sound. The silence of the Goddess making any witness—even the bravest of all—crumple in awe, "go blind in her presence," as the ancient texts averred. Because she doesn't care the way "you" and "I" care. No matter how bad things get, she knows her survival is beyond influence. No matter the polar ice caps melt, no matter the half-life of nuclear stockpiles leaking into everyone's tomorrow, no matter the disappearance of her precious creatures, her trees and flowers, no matter the poisoning of her air and water, no matter the end times. End times for us is nothing to her, literally nothing at all. Looking us in the eye—her glance that burns our retinas—she reaches under her gown and fingers herself, making herself wet, making herself come, over and over again. Out of her moaning mouth spill unending life-forms, forever taking the place of what disappears. That's all she does, from here to eternity. And we can't believe it, we refuse to accept it, the knowledge of our insignificance pulverizes us.

    Hace 6 años 6 meses

  5. Godfor Saken

    Texto de contraportada de "Fenomenología del Fin. Sensibilidad y mutación conectiva", de Franco "Bifo" Berardi (editorial Caja Negra): ¿Por qué una fenomenología del fin? ¿Qué es lo que está terminando? Lejos del imaginario apocalíptico que en el último tiempo invadió la cultura popular, el filósofo autonomista italiano Franco Berardi se pregunta por la transformación que está sufriendo nuestra capacidad de sentir, y por la disolución de la concepción moderna de humanidad implicada en este proceso. Los hombres y las mujeres siguen aquí: viven, matan, sufren, intercambian bienes y hacen el amor como antes de la filosofía posthumanista, pero algo ha cambiado en cómo se perciben a sí mismos y a los otros. Entender estos procesos históricos y antropológicos es tarea no solo de las ciencias sociales, sino también de la teoría estética, en tanto su campo de trabajo es lo sensible. A lo largo de la historia de la civilización, la abstracción creciente del mundo ha erosionado las huellas de un modelo de interacción basado en el entendimiento empático, fortaleciendo otro basado en la adaptación a una estructura sintáctica y a un código. Con la transición tecnológica hacia el entorno digital hemos llegado a un punto decisivo en la disociación entre empatía y vínculo social. La creciente exposición a un flujo de información frenético nos impide elaborar la masa de estímulos que saturan nuestra sensibilidad y nuestro tiempo de atención. En el ámbito emocional, la consecuencia es un incremento del estrés y la ansiedad; en el del poder, la sustitución de la voluntad política por un tipo de diseño biosocial que inserta respuestas automatizadas en nuestra percepción, imaginación y deseo. Este libro busca trazar un mapa de esa transformación en curso, haciendo foco en la resistencia que los cuerpos, el arte y la sensibilidad presentan al determinismo y la trazabilidad de la experiencia. http://www.cajanegraeditora.com.ar/libros/fenomenolog%C3%ADa-del-fin http://www.cajanegraeditora.com.ar/sites/default/files/extras/BIFO-Fragmento-CajaNegra.pdf

    Hace 6 años 6 meses

  6. Godfor Saken

    “El aislamiento es algo inherente a la resistencia. Uno opone su ser, su frágil mente y su cuerpo delicado, al enorme peso del estado de las cosas, a unas condiciones sistemáticamente defendidas por un vasto poder. En tanto individuos, chocamos con los lazos y códigos y redes que son la matriz del estado de las cosas. Si estás solo (y estoy seguro de que estaremos solos de un momento a otro, ¡la actual es en ese sentido una época afortunada!) vas a necesitar cada gramo de tu voluntad para sobrevivir, para mantenerte cuerdo, para no quebrarte (¡o para, ingenuamente, tratar de escapar!). Y es en este contexto que los lazos entre aquellos que resisten crecen y se profundizan. Tienen que hacerlo, es el pegamento secreto, el fuego secreto, es la fuente de energía que une y sostiene a los que dan batalla. A veces siento que ideas como estas se encuentran asentadas en la cima de un volcán. No podemos todavía formular ni sistematizar los fuegos que arden al interior de estas tierras. Se manifiestan de manera directa en nuestros comportamientos, en nuestros sentimientos. Pero ya llegará el tiempo en que comprenderemos los acontecimientos actuales, y seremos capaces de advertir que hemos dado a luz toda una forma distinta de ver y experimentar las cosas; que hemos creado un nuevo cuerpo de ideas.” Robert Kramer y Felix Guattari, “Latitante”, en “Un amor de UIQ. Guión para un film que falta”, Graeme Thomson y Silvia Maglioni (Eds.), editorial Caja Negra (Buenos Aires). http://www.cajanegraeditora.com.ar/libros/un-amor-de-uiq

    Hace 6 años 6 meses

  7. Godfor Saken

    “Una condición primordial para alcanzar la promoción de una nueva conciencia planetaria debe residir, pues, en nuestra capacidad colectiva para lograr que resurjan sistemas de valores que se sustraigan del laminado moral, psicológico y social al que se entrega la valorización capitalista, centrada únicamente en el provecho económico. La alegría de vivir, la solidaridad, la compasión hacia los demás, deben ser considerados sentimientos en peligro de extinción, que conviene proteger, vivificar y reimpulsar en nuevos caminos. Los valores éticos y estéticos no remiten a imperativos y códigos transcendentes. Exigen una participación existencial a partir de una inmanencia que hay que reconquistar sin descanso. ¿Cómo forjar y dar expansión a tales universos de valores? Dando lecciones de moral, seguro que no. El poder de sugestión de la teoría de la comunicación ha contribuido a enmascarar la importancia de las dimensiones enunciadoras de la comunicación. A menudo ha llevado a olvidar que un mensaje solo cobra sentido si es escuchado, y no sencillamente por el hecho de ser transmitido. La información no puede ser reducida a sus manifestaciones objetivas, sino que es, esencialmente, producción de subjetividad, toma de consistencia de universos incorporales. [...] La actual crisis de los medios de comunicación de masas y la línea de apertura hacia una Era Postmediática constituyen los síntomas de una crisis mucho más profunda. Lo que quiero subrayar es el carácter profundamente pluralista, pluricéntrico y heterogéneo, de la subjetividad contemporánea, a pesar de la homogeneización de la que es objeto a causa de su producción sometida a los medios de comunicación de masas. En este sentido, un individuo es ya un “colectivo” de componentes heterogéneas. Un hecho subjetivo remite a territorios personales (el cuerpo, el yo), pero, al mismo tiempo, a territorios colectivos (la familia, el grupo, la etnia). A esto último hay que añadir todos los procedimientos de subjetivación que se encarnan en la palabra, la escritura, la informática, las máquinas tecnológicas”. Félix Guattari, “Un microfascismo prolifera en nuestras sociedades” (en “Plan sobre el planeta”, Madrid, Traficantes de sueños, 2004.)

    Hace 6 años 6 meses

  8. Godfor Saken

    Del libro “Microcosmos”, de Lynn Margulis y Dorion Sagan: Cuando surgió, el ser humano se esparció por doquier. Sin embargo, aparte de nuestra fecundidad, persistencia, imaginación y verbosidad, poca cosa hay de grandioso y diferente en Homo sapiens sapiens. Algo así como una mala hierba entre los mamíferos, con todo nuestro talento y personalidad, no somos más que el resultado de eones de recombinación microbiana. Con mitocondrias respiradoras que convierten el oxígeno en energía y unos sistemas de motilidad que se han modificado para procesar la información sensorial que les llega del exterior, nos parecemos a cualquier otro animal. Podemos alardear de que las pinturas rupestres en Lascaux fueron ejecutadas por esta rara especie que seguramente bajó de los árboles y se puso de pie, mirando la Luna. Pero esto es adoración heroica, antropocentrismo. En realidad, podemos perdonarlo; pero sería más objetivo situar los mismos hechos de otra manera: unas comunidades del microcosmos que poseen mitocondrias respiradoras y agentes secretos espiroquetales que dividen sus células, se posaron (aunque por poco tiempo) en la Luna. La expansión extraterrestre del antiguo micromundo ya ha empezado. Pero esto no significa que nosotros seamos algún tipo de especie escogida. Lo cierto es que algunos científicos creen que nuestro fantástico éxito reciente en la colonización del planeta es un fenómeno que marca nuestra decadencia: las luces esplendorosas antes del final inevitable del espectáculo. Como sugiere el biólogo A. Meredith, el modelo de aparición súbita, expansión y posterior desaparición en el registro fósil tiene muchos precedentes históricos y es mala señal. La lección del pasado fósil advierte que las formas de vida superficiales que consiguen un gran éxito a menudo se encuentran en el límite de su agotamiento biológico. Históricamente, las especies que están a punto de extinguirse suelen reproducirse con gran profusión. Las numerosas especies de arqueociátidos y trilobites del Cámbrico y de dinosaurios del Cretácico son testigos de este proceso desfavorable, que Meredith llama «devolución». Como ya percibió Charles Darwin, los organismos se adaptan a su medio ambiente debido a las pruebas constantes en su tendencia hacia el crecimiento ilimitado. Si no consiguen adaptarse pueden disminuir en número y extinguirse. Pero, según Meredith, también pueden adaptarse demasiado, multiplicarse, agotar sus recursos y extinguirse entonces. Un ejemplo microcósmico de devolución serían los microorganismos que crecen en una placa de Petri. (Las placas de Petri son unos recipientes de cristal transparente, redondos y de muy poca altura, constituidos por una base y una cubierta algo mayor, que encajan al cerrar. En la base se dispone un medio de cultivo transparente y claro que permite al investigador distinguir las colonias microbianas como manchas visibles a simple vista). Alimentadas con agar nutritivo (alimento bacteriano al que se da consistencia añadiendo una sustancia gelatinosa extraída de algas marinas), los microorganismos a menudo son más prolíficos en las generaciones que preceden a su colapso. Al consumir todos los nutrientes que se encuentran en el agar y llegar a los límites de la pequeña placa, los miles de millones de bacterias de repente dejan de crecer y mueren por falta de alimento y de espacio vital. Para nosotros, el mundo puede ser como una placa de Petri. En realidad, las imágenes de Spokane (Washington) obtenidas por satélite muestran modelos de crecimiento urbano similares a los del crecimiento de las colonias de microorganismos. Desde el punto de vista de la teoría de la devolución de Meredith, es fácil ver que las implicaciones del crecimiento de las poblaciones humanas no son necesariamente sinónimo de progreso.

    Hace 6 años 6 meses

  9. Godfor Saken

    "Whether we like it or not, those of us who live in the postmodern world are all progressives now. Even those of us who believe we are rebelling against this notion find ourselves caught up in it. We have been brought up to believe that history marches in one direction, and that this requires us to be either optimistic or pessimistic about the direction of the march. We can choose to believe that everything is getting better or that everything is getting worse, but both beliefs take us endlessly forward. Whether the past was misery and the future is utopia, or the past was the utopia and the future offers only apocalypse, the progressive vision requires us to believe that the line, not the circle, is the framing image of our journey through life." -Paul Kingsnorth, 'A Storm Blown from Paradise' https://emergencemagazine.org/story/a-wind-blown-from-paradise/

    Hace 6 años 6 meses

  10. Godfor Saken

    Del libro “La vida administrada. Sobre el naufragio social”, de Juanma Agulles (editorial Virus): “A bordo del Pequod”. El barco se va a pique con todos nosotros dentro. Cuando en Moby Dick el capitán Ahab declara las verdaderas intenciones de la expedición del Pequod, afirma que ha dispuesto todos los medios racionales a su alcance para la consecución de un fin irracional. El barco ballenero, con su férrea organización semejante a una fábrica, casi una ciudad flotante, se desliza sobre la superficie del océano con el único objetivo de dar caza a la ballena blanca y culminar así la venganza personal del capitán. Cada uno de los componentes de la tripulación ha asumido, en el momento mismo de embarcar, aquellos fines demenciales, sin sospechar que la gran maquinaria de la que ha pasado a formar parte tiene como fin último su propia destrucción. La sociedad industrial, a semejanza del ballenero descrito por Melville, ha dispuesto multitud de medios racionales para la consecución de unos fines que han resultado, en la mayoría de los casos, irracionales y desastrosos. Y, mientras avanza en la persecución de su particular ballena blanca, llamada «desarrollo» o «progreso» o «abundancia», la tripulación se afana en perfeccionar técnicamente los medios que la van acercando de forma irremediable a la hora de su hundimiento definitivo. La metáfora del hundimiento se ha utilizado en muchas ocasiones para definir el declive o la decadencia de una forma de civilización. H. M. Enzensberger lo hizo en su poema El hundimiento del Titanic, y muchos otros hablan hoy del hundimiento de las condiciones de vida, sin que, al parecer, hayamos llegado todavía a «tocar fondo». O quizá suceda que, como escribió Primo Levi, en catástrofes de tales dimensiones siempre existen los «hundidos» y los «salvados»; y es a estos últimos a quienes queda encomendada la tarea de contar el relato, trágicamente parcial, del desastre. Pero en las sociedades industriales contemporáneas el barco se va a pique con todos nosotros dentro. O tal vez ya lo haya hecho del todo y sea, ahora, como una de esas decoraciones de algunos acuarios que en su fondo albergan elaboradas réplicas de pecios como recordatorio de nuestro irremediable fin. Mientras continuamos a bordo del Pequod, seguimos asumiendo los necesarios sacrificios que exige esta travesía a ninguna parte. En el camino dejamos sumergidas formas comunitarias de relación social, economías de subsistencia y saberes ancestrales que podrían dotarnos de cierta autonomía para decidir si «quedarnos en tierra»; modos de habitar el mundo que no persiguen doblegar la naturaleza y rendirla con el único fin de la ganancia inmediata; conocimientos que no buscan legislar sobre el Universo, sino aprender a obedecer las complejas leyes de la reproducción de la vida en la Tierra. Nuestra frenética actividad a bordo, incluida aquella que trata de disputar el mando a un enloquecido capitán, se orienta en última instancia a mantener a flote este artefacto complejo y renqueante que se bate con las olas, mientras cruje todo su ensamblaje; aunque para ello debamos arrojar por la borda, en primera instancia, nuestros deseos de vivir en libertad. En esta «nave de los necios», como alguien la llamó, los puntuales motines y revueltas se ven frustrados casi inmediatamente, confinados a los estrechos límites de una embarcación cuyo destino parece imposible modificar. Pero seguimos evocando ritualmente aquellos motines en cada nuevo intento de cambiar el rumbo. Con una actitud que ha asimilado algunos de los peores rasgos de la locura de Ahab, perseguimos también nuestra particular ballena blanca, que parece perfilar su figura en el horizonte cada cierto tiempo para después desaparecer de nuevo en las profundidades, mientras nos alejamos de aquella «tierra firme» que alguna vez fue nuestro hogar. Un hogar que tampoco era idílico, pero que en la distancia, quizá traicionados por el influjo de la nostalgia, suele presentarse a nuestra imaginación bajo aspectos engañosos. Y entonces corremos el riesgo de quedar postrados bajo una noche helada, tumbados sobre la cubierta de la nave que se dirige a la destrucción, escrutando los astros en busca de signos proféticos que nos hablen de la imposible vuelta a casa o de la futura redención en la catástrofe. Los medios a nuestro alcance están impregnados por los fines destructivos a los que sirven, y no es cierto que puedan servir, al mismo tiempo, para llevar a cabo nuestra liberación. Ahora nos haría falta tener a bordo todo aquello que dejamos atrás cuando decidimos embarcar. Si es que en realidad lo decidimos alguna vez. Por eso, como comentó Günther Anders, nuestra situación es desesperada y, si esa desesperación no espolea nuestra imaginación para encontrar la manera de abandonar el barco y regresar a la orilla, no tendremos más remedio que sucumbir al hundimiento. Pero, antes de abrazar el fatalismo, aún somos capaces de imaginar las opciones que esa desesperación vital podría sugerirnos; como construir una pequeña embarcación con los materiales de los que disponemos a bordo y abandonar este inmenso Pequod. Afrontaremos una travesía que puede ser tan terrible como el destino que nos aguardaba en la persecución del cachalote, es muy probable. Pero al menos habremos deseado vivir, al menos habremos realizado un último acto de rebeldía que no colabore con los fines demenciales del capitán. Nuestros cuadernos de bitácora, hasta ahora, no han hecho más que señalar esa posibilidad, porque en el fondo todavía albergamos cierta esperanza de lograr mantenernos a flote. Algunos, llamándose a sí mismos «realistas», se organizan para sustituir a un inepto timonel y lanzan vítores por ello. Vítores que los ahogados ya no pueden escuchar y que suenan como una condena explícita, para los pocos que desean abandonar el barco. De aquellos que lo intentaron antes solo se cuentan las historias de sus terribles naufragios. Pero si alguno logró pisar tierra, no volvió para contarlo. Y así nos encaminamos hacia la línea curva del horizonte, entre los desesperados intentos por evitar el hundimiento y el anhelo de regresar a una costa que nos dé cobijo. La civilización industrial continúa avanzando mientras tanto, aunque cada vez con mayores dificultades. La degradación social que provoca al imponer su desarrollo no deja de multiplicar sus síntomas de decadencia. Por eso también se multiplican las recetas mágicas y los curanderos de todo tipo, que se afanan por evitar una epidemia a bordo. No puede decaer el ánimo de la tripulación. Incluso hacer la vista gorda ante un conato de amotinamiento podría ser beneficioso: hasta cierto punto resultaría revitalizante. Los movimientos se suceden, las agitaciones despiertan el entusiasmo, mientras bajo nuestros pies siguen crujiendo las maderas podridas del Pequod. Alguien grita entonces «¡Por allí resopla!» y la esperanza de dar caza a la ballena se renueva con toda su fuerza original. La tripulación emprende de nuevo sus tareas, cada cual ocupa su lugar, el viento vuelve a hinchar las velas. Se diría que una repentina euforia por encontrar el desenlace fatal ha hecho enloquecer a todo el mundo. La idea del regreso se abandona. Solo queda seguir hacia delante. A los que persisten en su rebeldía se les señala la borda: «Ahí está vuestra única salida».

    Hace 6 años 6 meses

  11. Godfor Saken

    Del libro “La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana”, de Josep Maria Esquirol (editorial Acantilado, 2018): No nos han expulsado de ningún paraíso. Siempre hemos estado fuera. En verdad, y por suerte, aquí el paraíso es imposible. Nuestra condición es la de las afueras. Unas afueras muy singulares, pues no están definidas a partir de ningún centro. Aquí, en las afueras, la génesis y la degeneración, la vida y la muerte, lo humano y lo inhumano—ya que sólo el humano puede ser inhumano—, la proximidad y la indiferencia. Aquí, en las afueras, vivir es sentirse viviendo. Aquí, en las afueras, no hay ni plenitud ni perfección. Pero sí afección infinita—misterio—y deseo. Aquí, en las afueras, el mal es muy profundo, pero la bondad todavía lo es más. Aquí, en las afueras, lo que más importa no son los inicios inmemoriales, sino el suelo, la base. Aquí, en las afueras, nada tiene más sentido que el amparo y la generosidad. Aquí, en las afueras, cuesta muchísimo moverse medio palmo en la buena dirección. Es el medio palmo hacia la comunidad fraterna que vive. Aquí, en las afueras, no sólo vivimos, sino que somos capaces de vida. La condición humana es la de las afueras del paraíso imposible. (…) El paraíso terrenal es la imagen plástica que corresponde al concepto de plenitud y de perfección. Pero querer entender lo humano en términos de plenitud lleva a un callejón sin salida. La situación humana, la condición humana, no se define a partir de ninguna pérdida ni de ningún alejamiento de la plenitud paradisíaca, áurea o natural. Sin embargo, en las afueras, en nuestras afueras, no es cierto que «hay lo que hay y eso es todo». Tal sentencia lapidaria no describe en absoluto nuestra comarca, puesto que lo más humano se expresa decisivamente con la generación y, muy en especial, con la gratuidad de la generación llamada generosidad o bondad. Una generosidad, la de las afueras, que nunca va de arriba abajo—porque nadie está por encima de nadie—, sino, siempre, de lado a lado. Que existir sea en parte resistir, se entiende con miras a la generación; resistimos porque la vulnerabilidad amparada es capaz de madurar, de crear y de dar. La resistencia íntima es, al mismo tiempo, amparo y esperanza en la generación. Con ramitas de acebo los antiguos horticultores protegían el plantel recién trasplantado para que pudiera resistir las inclemencias del tiempo. También nosotros nos resguardamos, para resistir. Y el horizonte de la resistencia son la creación y la generosidad. Aunque, en realidad, amparar a los demás ya sea el primerísimo ejercicio de la generosidad. Y precisamente porque la generación nos es lo más propio, lo peor y más inquietante está en las mil formas de degeneración. (…) La génesis se da sobre todo allí donde la vida personal late y circula con intensidad; allí donde la vida se siente; allí donde la vida se ilumina. La génesis se da aquí. Pero, paradójicamente, no es nada fácil acercarse a este aquí. Hacerlo constituye un programa entero de esfuerzo filosófico; un método filosófico, podríamos decir, literalmente, camino de la ingenuidad. Porque el significado elemental de la palabra ingenuidad es justo éste: in-genuidad, ‘cerca de la génesis’, ‘hacia el foco de la génesis’. Por eso se dice de los niños que son «ingenuos», porque todavía están cerca de la génesis como nacimiento. Entiéndase bien: no se trata de reivindicar una presumible mirada infantil, virgen, aún no adulterada, sino del afán por observar bien la base, el suelo, el fundamento. La ingenuidad reivindicada no coincide ni con la banalidad, ni con la pureza angelical. Mirada filosófica, mirada atenta y mirada ingenua devienen sinónimos. (…) No sólo jamás ha existido ningún paraíso terrenal, ni va a existir, sino que el imaginario que trabaja en esta dirección acaba siempre por estrellarse y por dar pie a lo contrario de lo que aspiraba. Queriendo describir la plenitud, se produce lo inhóspito. Ni la perfección ni la plenitud son de este mundo. Por eso no hay ni edades de oro iniciales ni utopías que se realicen al final de la historia; ni paraísos perdidos ni avenidas de ciudades felices. En el mejor de los casos, tales referencias no son más que recursos y mediaciones teóricas. La atención debería centrarse en las afueras, en nuestras afueras y en la afección infinita que, en nosotros, las penetra, así como en dedicar toda la energía para el desplazamiento de apenas medio palmo hacia la comunidad fraterna que vive.

    Hace 6 años 6 meses

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