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VIAJES MARTÍNEZ / EMPORDÀ

Estancias en el jardín

Iba a empezar a hacer con este jardín lo que los marines con Vietnam. Pero en eso pasa un vecino. Me pregunta si voy a arreglar el jardín. Que sí, le digo. Que ya era hora, me dice. Pasa otra vecina. Lo mismo. Acabamos todos hablando y diciendo chorradas

Guillem Martínez 29/08/2018

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DÍA 1. Empordà. Casa de los ancestros. Lo que requiere dos explicaciones. El A) Empordà es la comarca –bueno, son dos– del litoral norte catalán. Es un paisaje raro, un clima raro, una comida rara y, comúnmente, muchas personas raras. Mientras que B) una casa de los ancestros es una casa repleta de fotos en blanco y negro de personas que te suenan, y con un jardín que se ha ido a tomar por XXXX. He venido, de hecho, al Empordà, a la casa de los ancestros, a arreglar un jardín. En este momento, alehop, contemplo el jardín mientras me fumo un pito. Es una selva compuesta por hierbajos desmesurados y un par de árboles caídos, que se han confundido con el resto del desorden. Es imposible ver en ese jardín una unidad, un solo objeto. Todo se funde en miles de tonalidades verdes que gritan y se pegan con lentitud y furia vegetal. Pienso, mientras enciendo un pito, cómo hincarle el diente a todo eso. Lo ideal sería empezar por el principio. Pero todo lo que veo carece de principio. Y de final. Lo comprendo tras fumarme un paquete entero.

 

DÍA 2. Sigo mirando el jardín mientras fumo otro pito. Finalmente, tengo uno de los golpes de decisión que caracterizan a mi familia. Me pongo las pilas. Me levanto, copado por la decisión y la energía, y me voy pitando a comprar más tabaco.

DÍA 3. Casa de los ancestros, jardín, selva. Una familia con muertos lejanos se parece a un jardín abandonado. Parece que esconde un tesoro. Pero esconde, tan solo, algo ordenado, que de alguna forma recuerdas a pesar de lo que ves. Por lo mismo, no debe de haber tampoco dos jardines abandonados iguales. Salgo pitando al estanco. La estanquera me regala ya un mechero.

DÍA 4. Adquiero bolsas de plástico, para depositar la maleza que –esta vez sí– empezaré a arrancar en breve. Localizo las herramientas necesarias. Estaban tiradas, entre las primeras hierbas. Las dispongo delante el jardín, para que empiecen a mentalizarse de que no son jardín. Y voy al estanco. La estanquera, que ya ve en mí una fuente importante de sus ingresos, me habla de una prima suya, a ver si nos casamos.

DÍA 5. Iba a empezar a hacer con este jardín lo que los marines con Vietnam. Pero en eso pasa un vecino. Me pregunta si voy a arreglar el jardín. Que sí, le digo. Que ya era hora, me dice. Pasa otra vecina. Lo mismo. Acabamos todos hablando y diciendo chorradas. En empordanès. El empordanès es un dialecto catalán, cuya primera originalidad son algunas variaciones en la formulación de algunos tiempos verbales. Suenan como el latín, por lo que da mucho gustito pronunciarlas. Pla, con un par, decía que el empordanès no era catalán, sino otra lengua. Latín. La primera vez que alguien pronunció un palabro en latín en la Península fue, en todo caso, a escasos metros de aquí. En Empúries, la ciudad griega más occidental de la Hélade. Allí desembarcó Escipión, para darle para el pelo a los cartagineses, cuando lo de Aníbal. Admiro la desfachatez de Pla. Un periodista explica lo que ve. Pla explicaba, en ocasiones, lo que le gustaría ver. Creo que ahora el grueso del periodismo es así. En lo que es algo injusto, no me gusta el grueso del periodismo por la misma razón que adoro a Pla cuando sólo se pasa ocho pueblos. El grueso del periodismo pretende ordenar la realidad con cierta lógica. El poder le propone esa lógica. En Barcelona o Madrid. El resultado no es ningún orden, sino un jardín como el mío. Y la sensación de que no hay nada qué hacer ante la desmesura de ese jardín autosuficiente.

DÍA 6. Madrugo. Empuño una herramienta. No sé cómo se llama, pero me parece la más apropiada. Espero que tenga un nombre que acojone a las plantas. Fumo el ultimo pito antes de ponerme al tajo. Una cosa lleva a otra y llega la hora de comer. Voy a un restaurante próximo. Me gusta porque me recuerda a mi infancia. En mi infancia los restaurantes de por aquí fabricaban pocos platos, y todos de la cocina local. Eran baratos y suponía un placer enorme. Los techos era de cañizo, y los niños corríamos por las mesas repletos de lamparones, mientras nuestras mamás nos berreaban a grito pelado. Nos dejaban también beber algún buchito del vino local, la malvasía. Ya no existe. Era un vino rosado, elaborado metiendo una parra en un túrmix. Lo añoro. Como añoro correr con lamparones. Como añoro a mamá y sus gritos, los únicos gritos que no eran gritos. En aquellos restaurantes todo era denso como un jardín denso y cuidado. La dueña me recibe con alegría. Hace la tira que no nos vemos. Hablamos en empordanès/latín. En otra mesa está la estanquera. Y una mujer con todo el catálogo de la belleza racial local, muy romana. La mujer, así, fabrica y desprende su belleza por toda la sala, a través de curvas impredecibles, una mata de pelo negro descomunal, como un jardín extrovertido, unos labios rojos enormes –son tan grandes que, en fin, nunca podrá decir la palabra 'Pamplona'–, y unos ojos marrones varias tallas más grandes que la suya. Y, en este caso, tristes. Fuma casi tanto como yo. En su pecho debe de vivir un jardín salvaje. Debe de ser tan salvaje y desmesurado que ni siquiera recae en el jardín que copa mi pecho. Es la prima de la estanquera, me dicen, y carga, me dicen también, con una historia triste, que no se me comunica. Después de comer vuelvo a casa. Acabo en el jardín, con un volumen de la obra completa de Pla. Son chorrocientos volúmenes. Demasiados. Un desorden. Un jardín selvático. Algo más parecido a no tener obra completa que a tenerla. La obra de un periodista, vamos. 

DÍA 7. Rayos, ya llevo una semana aquí, efeméride que los hierbajos del jardín celebran con un cóctel. Yo aporto a la fiesta el tabaco, me temo. Mañana iré a la estanquera, brrrrr. Mientras fumo miro el jardín y pienso en lo que me explicó ayer la mujer del restaurant. Lo que me explicó ayer la mujer etc.: el otro día fue a cenar un matrimonio conocido, con un numeroso grupo. Entre el grupo estaba el juez Llarena. Al final, se fueron pitando, animados en su huida por un grupo de manifestantes. Lo que me parece la mar de bien. Lo llamativo vino a continuación. Personas del pueblo llamaron fascista a la mujer del restaurant, por servir comida a Llarena. "Yo no sé quién es Llarena, ni siquiera qué cara tiene". Se parece al oso Yogui, incluso tiene un sombrero verde que le viene pequeño, le digo, para animarla y cambiar de tema. No lo consigo. "La gente viene aquí, pide comida y yo se la doy. Yo qué sé quién es cada uno", me dice, en latín.

DÍA 8. Consigo limpiar un par de metros cuadrados del jardín. Es, vamos, imperceptible. El espacio limpio ha supuesto más de cuatro sacos de plástico repletos, y casi cuatro horas de trabajo. Esto no acabará nunca. Para celebrarlo, me voy a la playa. Más concretamente a la playa junto a la que está edificada Empúries, en la que hace más de 2000 años nos venimos bañando los latino-parlantes. Dispongo mi toalla junto al Puerto Helénico. Se le llama helénico, pero es romano. Una maravilla de dique, hecha con pedrolos y el hormigón de la época. Que se le llame helénico a algo que no lo es, es una explicación a casi todo. A lo que le pasó a la mujer del restaurant. A lo que le paso a la prima de la estanquera. Porque a la prima de la estanquera le pasó algo. Recuerdo su expresión en el restaurante. Era tan triste que, cuando extraía el humo de su cigarro, el humo de su cigarro formaba un gato azul, que le lamía una herida que nadie veía. A esa mujer la han roto. Pagaría una fortuna por no saber su historia. La acabaré sabiendo. Resultará imposible no saberla en un pueblo de menos de 1000 habitantes.

DÍA 9. Paso de todo y me voy a Empúries. Mientras cierro la puerta, escucho a las hierbas del jardín, que me hacen la ola. Empúries era el límite de la civilización. Es decir, nadie quería venir. La promoción era el templo de Asclepio. Un suerte de Centro de Atención Primaria. Si llegabas a Empúries desde el otro extremo del mundo, ibas al templo, hacías un sacrificio y te curabas. La ciudad –calles estrechas, alcantarillado exterior, en el mejor de los casos, cisternas que solucionaban con agua de lluvia, que en algún momento se pudriría, el problema del agua–, debía de oler a rayos. La ampliación romana debió de solucionar un poco esa insalubridad. Igual, no. La ciudad, empero, es reformulada con su excavación, a principios del siglo XX y a cargo de la Mancomunitat, el primer Gobierno autónomo de Cat. La institución del ramo, como casi todas las instituciones culturales de la época, la dirigía Eugeni d'Ors. En esas excavaciones no encuentran una ciudad maravillosa, pero cutre y hacinada, sino el orden helénico, la armonía, los orígenes del carácter catalán que, en ese momento, se propone desde las instituciones. Se trata de la consigna del Noucentisme, la cultura oficial y de Estado más antigua de la Península, si no fuera porque unos años antes, pocos, tras la coronación del Alfonso XIII, el Estado vertebra una cultura oficial a través de leyes que, por primera vez, especifican cómo es y dónde debe de estar la bandera Esp, cuál es el escudo y el himno de la cosa, cuando y qué hacer cuando suena el himno. Las culturas nacionales, inventos oficiales, no hablan nunca de nosotros. Hablan de escudos, banderas, himnos, incluso cuando hablan de una ciudad griega. En su primera emisión cultural, el Noucentisme –aún la cultura oficial y, me temo, la otra, vigente en Cat–, hace hincapié en que el hecho cultural cat es la civilitat, es su carácter cívico. Podrían haber dicho en su carácter democrático, pero en aquella época, eso ni estaba ni se le esperaba. Ahora, me temo, la cultura oficial ha substituido la palabra civismo por democracia. La democracia gubernamental es cívica. Creo que el primer intelectual cat que hablo de la cultura, la esencia, el carácter cat como democrático fue, precisamente, Pla, un escritor que pasó de la izquierda carnal, a la colaboración, vía pago, con la Lliga de Cambó/el civisme y, luego, a la colaboración activa con el Gobierno de Burgos. Llega a vivir un día más, y se hace vegano.

DÍA 10. El mundo es una XXXXXX pinchada en un palo desde que las culturas oficiales son aceptadas sin reparos como propias. Desde que creemos que esas culturas oficiales somos nosotros. Desde que creemos que los griegos no eran unos piernas, unos gamberros, unos cachondos, unos hombres –y algunas mujeres, pocas– libres, sino unos seres cívicos a los que imitar tal y como se nos señala que les imitemos. ¿Cómo era la vida sin cultura oficial, sin canon de pensamientos correctos? ¿Cómo era en el Empordà, este país excesivo, apasionado? Ni idea. Pero vertebraba una política diferente, otra percepción de lo público. Me leo en el jardín un libro de un historiador local sobre El Foc de la Bisbal / El fuego de la Bisbal, un motín federalista en 1869, que culminó con la proclamación del cantón de la Bisbal, el primer y último Estado empordanés. Sus protagonistas no son cívicos/no están anclados en un carácter nacional. No son griegos de peli amaericana de los 50's. Son sumamente libres e impredecibles. El día indicado, como otros grupos federalistas en Valencia, Andalucía, o Madrid, se van a la capital de comarca, armados con lo que pueden. Algún fusil, cuchillos de taponer –el fabricante de tapones de corcho, una dinámica que posibilito, en el Empordà, la revolución industrial más dulce de Europa, sin máquinas, sin ruidos, con jornadas de menos de 8 horas, y de 5 días a la semana–. Y cañones. Lo de los cañones era de guasa. Se lo explico luego, que me voy a comer caracoles.

DÍA 10, 16:00 PM. Los cañones, zas, los sacaron de un naufragio antiguo, en Sant Feliu. No servían para nada, pero los pusieron en las murallas del castillo de la Bisbal, para dar canguelo. Funcionó. La revolución federal fue como la seda. Destituyeron al consistorio y crearon otro, asambleario. Suspendieron los alquileres, y dieron beneficios a los asalariados frente a los propietarios. Diseñaron una bandera. En esa época, snif, las banderas importaban un pito. La suya –en lo que, ya verán, fue su ruina–, era blanca, y llevaba escrito el texto “Viva la República Federal”. Una vez hecho todo eso, no supieron qué hacer. En eso llegó la diligencia de Francia. Por pura casualidad, de ella bajó un italiano. Resultó ser un cachondo y, además, un ser avezado en la disciplina de la revolución. Explicó a los federales que el Ejército vendría en breve, y que los haría papilla. Organizó barricadas, al parecer, con cierta efectividad y cálculo. Cuando vino, en efecto, el Ejército, les dieron para el pelo. A los del Ejército. Les hubieran dado más, pero un federal extrovertido le dio por sacar la bandera y moverla. El Ejército creyó –era, recuerden, una bandera blanca–, que se rendían y dejó de disparar. El líder federal, Caimó, un genio militar, creyó a su vez que eso significaba que los militares se rendían. Fue a parlamentar con ellos. Lo cogieron preso y se fueron pitando. El federalismo había perdido un líder, pero había ganado un cantón. “Non per molto tempo, direi”, dijo el italiano que, previendo que el Ejército no tardaría en volver, y con refuerzos, se subió a otra diligencia y se piró. Nunca mas se volvió a saber de ese tipo divertido. Si un día me lo encuentro, le pagaré una copa. Fin de la historia. Sin culturas nacionales, las revoluciones, se diría, iban de derechos, de alquileres, de asalariados contra propietarios. Con derechos nacionales, van de símbolos cuando, como es el caso, adolecen de programa y de voluntad. O, al menos, lo tienen más a huevo. Los símbolos son un jardín abandonado. 

DÍA 11. Me voy al bar del pueblo, a por el petit dejuner. Cortadete y Catalonian Vichy. Para que el jardín no se relaje, me llevo de rehén un helecho. El mamón se me pide mangonguilles amb sèpia, copón de Pingus, carajillo de rom y una faria. Mientras desayuno, leo la prensa local, El Punt Diari. Se trata de noticias simbólicas sobre cosas simbólicas. Generalmente, sobre la cosa lazos. En unos pueblos, los ponen, en otros los quitan. En eso se va el esfuerzo colectivo este verano. Se trata, se diría, de dos colectivos de frikis, que entienden que poner o quitar lazos es más importante que poner y quitar lazos. Son culturas nacionales. En algunos pueblos, los quitadores de lazos han esgrimido alguna arma blanca, y se les ha unido alguna militancia en la extrema derecha española, o algún funcionario policial. En otros, se ha arreado a los arrancadores. Como en Barcelona. Por supuesto, no por motivos políticos, sino por civismo, por el hecho de que estaban tirando basura al suelo, etc. Personalmente, no veo ningún combate democrático en todo esto. Veo dos culturas nacionales. Una, desenterró Empúries. Es cívica por un tubo, ese es su majismo, y necesita que la peguen para comprobarlo. La otra, desenterró Esparta. Necesita pegar, su majismo va por ahí. Está sucediendo, en fin, lo que Cebrian –periodista/arqueólogo de Esparta–, explicó que pasaría. Se suspendería la autonomía, se detendría a políticos y la afición, en vez de manifestarse a favor del Procés, se manifestaría a favor de los presos. Lo que es un chollo para Empúries y Esparta. Leo en la prensa, además, que se están sucediendo los Sopars Grocs/cenas amarillas en los pueblos. Vas a una plaza o un campo de fútbol, pagas una pasta, y un cheff te da una cena I+D elaborada con materiales amarillos. El monto resultante es para los presos. Las revoluciones, desde que somos griegos, son la pera. No necesitan política contra alquileres abusivos, distinción entre asalariados y propietarios. Ni, ya puestos, revoluciones. Son un jardín abandonado, selvático, del que es imposible salir. De vuelta a casa, paso por el estanco. Los últimos metros, los hago al lado y nivel de la prima de la estanquera, que va al mismo sitio. El helecho, que está un tanto chispita, le tira la caña. Afortunadamente, le tapo la boca antes de que la abra. Los helechos, en fin, tienen la boca en la cuarta rama –estás cosas las aprendo de tanto fumar viendo el jardín–. La prima de la etc me dice, en perfecto latín, que no llevo lacito. Caigo en que, por aquí, todos lo llevan. Por lo general, nada es lo que parece o se autoformula. Así, el lazo, más que una demanda de derechos, es una forma de identidad. O, me temo, de identificación frente a otra identidad. En un pueblo, no llevar lazo, es importante. Más que llevarlo, diría. Le digo a la prima de etc que lo tengo en la ITV. Ella tampoco lo lleva. Por lo demás, es difícil hablar con esta mujer. El jardín que vive en su pecho le chupa las palabras. Sólo, hacia el final, me dice que me parezco a mi padre. Yo le digo que me parezco más al oso Yogui. No ríe. Público difícil. Me gustaría limpiar mi jardín. Pero me gustaría, aún más, limpiar el jardín del pecho de esa mujer. Y, más aún todavía, el del mío. ¿Cómo diablos se harán esas tres cosas?

 

DÍA 12. Jardín, pito, paquete, segundo paquete y vuelta al restaurant. Me pido sonso. Sonso es un pescadito que no crece. Es alargado y pequeño. Come poseidònia como un poseso. Por lo que tiene gusto a poseidònia. La poseidònia es una alga rara. Era una alga de toda la vida, que en el Jurásico salió del mar y volvió a la tierra, por lo que aprendió a dar flores. Luego, inopinadamente, volvió al mar, donde cada año florece y luego, en otoño, se le caen las hojas. Hay muchos pueblos con una playa que se llama S'Alguer, porque ahí van a parar las hojas muertas de poseidònia. Dicen que, desde el Empordà hasta Mallorca, todo el lecho marino es un bosque de poseidònies. O, mejor, un bosque abandonado de poseidònies. Vuelvo a casa por otro camino. En el itinerario veo algo que no había visto de tanto verlo. Lazos. Miles de ellos. De plástico, de ropa. En los coles, en los árboles, en las verjas, en las farolas. Y, junto a ellos, su ausencia. Lazos extraídos parcialmente de un tirón, y lazos manipulados para obtener otros fines. Por ejemplo, se les pone dos pinceladas rojas y son una bandera esp. Se les pone antes una O y, después, una É, y forman la palabra OLÉ, en los colores de la bandera esp. Por lo que veo, se quitan y ponen lazos con absoluta entrega. No se corrigen las pintadas. Veo que el Ajuntament sólo ha pintado encima de unos lacitos manipulados. La pintura deja transparentar lo que se intentaba tapar. Un grupo, supongo, anarquista había manipulado los lacitos. Debajo de cada cabo han pintado pies de pollito y, en un extremo de lo que sería la cabeza del lazo, unos ojos y un pico. El resultado son unos pollitos de mona –el pastel que los padrinos regalan a sus ahijados por Pàsqua–. La autoridad local, vamos, no censura a Esparta. Censura a los que se ríen de Empúries y Esparta. Empúries y Esparta se necesitan. No necesitan a tipos como yo, que encuentra gracioso lo del pollito.

DÍA 13. Es 13, día de mal fario, por lo que decido no trabajar en el jardín. “Eres un rajao”, me dice la buganvilla. Me voy a por el cortadete y el Catalonian Vichy a la plaza del pueblo de al lado. Desayuno, a su vez, al lado de un chiringuito en el que venden lacitos. Leo en la prensa que los mossos han empezado a identificar quitadores de lazos. Sí, algunos son fachas. No todos. Pero los fachas también tienen derecho a la sanidad, o la libertad de expresión sin símbolos fascistas. El presi Torra ha anunciado que quitar símbolos, a diferencia de poner símbolos, es fascista. Antes de lo de los lacitos, antes de lo de octubre, un comité honrado de ciudadanos no fascistas, por tanto, retiró del espacio público –es decir, arrancó– una instalación de arte contemporáneo sita en la calle, en un enclave simbólico. Y en el trance de limpiar Barcelona de arte degenerado, no fueron fascistas. Vamos, que ningún bando está limpio en un mundo que está cambiando. En Polonia, en Hungría, en Turquía, por ejemplo, como en Cat o Esp, los usuarios de los nuevos nacionalismos no utilizan la palabra nacionalismo. Sino la palabra democracia. Una democracia, cívica, empurio-espartana, que recoge esencias nacionales propias e inexportables, y que rechaza como antidemocrátas a quién no ríe la gracia. Quien está contra eso, está contra la democracia, por lo visto. No está pasando nada en Cat que no esté pasando en Esp. O en el mundo. Se está reformulando la democracia, una cosa bajita, a la baja. La democracia es algo que se parece a la cultura nacional, esa cosa de elaboración tan poco colectiva, en tiempos salvajes y de globalización. 

DÍA 15. Me meto, por fin, a saco, en el jardín. Poco tiempo. Hasta que veo la madriguera de una rata. Me dan canguelo las ratas. Me voy pitando. Aún así, antes de irme, puedo ver que el agujero que ha hecho la rata es perfecto. Mirarlo, reconforta. La rata lo ha hecho lo mejor que sabe. Por eso, pienso, me gusta Pla. Un periodista hace lo mejor que sabe, pudiendo tirar en línea recta. Pla, ese pollo que coquetearía con el Franquismo inicial, fue expulsado de Italia por describir la nueva democracia que venía de Italia, en los 20. No he leído esos artículos. O están expurgados de su obra completa, o es un recuerdo aumentado por sus lectores. Pero supongo que hizo un agujero perfecto. Doy por finalizada mi estancia en el jardín, en todo caso. No puedo con una rata. Decido que mañana me voy al mercado y me pillaré una escòrpora, el único pescado que se come con all-i-oli.

DÍA 16. 12:00 AM. Cortadete, Catalonian Vichy, escòrpora. Es roja, bella, perfecta. Como lo que hizo la rata. Pero en otra dirección. Cuando voy a pagarla, alguien me toca la espalda. Es la prima de la estanquera. Pasamos al latín. Que qué hago. Que comprando una escòrpora. Que qué bien. Le digo que si se quiere venir a comerla, en el convencimiento de que dirá que no. Y va y dice que sí. Brrrrr. No puedo con mi jardín. No me apetece otro jardín triste y silencioso.

DIAS 16. 14:00 PM. Llaman a la puerta. Es la prima de la etc. Viene que se sale. Lleva un vestido que parece una túnica. Por un lateral aparece una pierna que, se diría, le empieza donde a mí las amígdalas. Parece una griega divertida, que ha venido a colonizar Empúries porque se aburría y quería darle un crujo a la vida. Igual la Mancomunitat y, por extensión, la Gene, tenía razón, y somos griegos que tiramos de espaldas. Hago la escòrpora xapada. Es decir, abierta en una sartén. La prima de etc no habla. Pero lo poco que dice, lo borda: “Todo el mundo habla de tu jardín”. La frase, en original en latín, es, por cierto, más demoledora. 

DÍA 16. 15:00 PM. Me explica su vida. Hala. No quería saberla. Pero me la explica. Sinopsis: maltrato. A ella y a su hijo. No me da muchos detalles. Tan solo, algunas pinceladas, muy bien formuladas, por cierto. “Cuando te gritan que eres una hijoputa, que la casa no es tuya, que no sabes ni limpiar el polvo, que eres un objeto inútil que no gana dinero, que tu hijo es tonto, tienes que irte. Pero no te vas. Sólo te puede morder en el alma alguien a quién has dejado acercarse a tu alma, y no te puedes ir sin alma. Cuando al final te vas, lo haces sin alma”. La prima de etc tiene el pecho copado por un jardín salvaje, en efecto. Pero delante de mí hace algo que yo no he hecho en estos 16 días de estancias en el jardín. Limpiarlo. Lo limpia con la boca, formulando su jardín. "En la calle todo el mundo habla de lazos, pero no del resto de cosas. El resto de problemas está suspendido. Pero los problemas siguen existiendo. No te los encuentras en la calle, por todo eso, pues en la calle solo están los problemas que quieren los gobiernos. Te los encuentras en casa. En casa te encuentras toda la brutalidad que se omite en la calle. El dinero, el alquiler, la desigualdad, la violencia, el hecho de que todo el mundo no es tan chachi como cuando pone o quita lazos. El mundo es de mentira, ya no está en el mundo. Está en casa. Antes de irse, en la puerta, en perfecto empordanès, me dice: “Redige te et auxiliatus sum tibi in horto”.

DÍA 17. Me despierta un ruido. Es en la cocina. Voy a la cocina. La prima de etc tenía razón. O, al menos, un poco y de chiripa. La rata, ese problema que había en el jardín, en el exterior, ha entrado en casa. La veo en el fregadero. Ella me ve desde el fregadero. Dios, que asco. Ahora mismo daría un salto, que me convertiría en el primer astronauta empordanés. Pero no lo doy. Nos seguimos mirando, ambos, asustados. 

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Guillem Martínez

Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).

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3 comentario(s)

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  1. pepa

    Claro que se quedan sin alma quienes se enredan en relaciones de maltrato bestia en pareja (o como le llame cada cual). En psicologia tiene un nombre: "Síndrome de Estocolmo". Quizás sea aquello que en Mitologia Griega se llamaba "Rapto". Lo esperanzador del caso es que el alma se puede recuperar. El día que una de las personas dice "BASTA!" (de verdad, no como estrategia para una posterior reconciliación), en el acto de ejecutar ese "Basta", está admitiendo su participación en la dinámica/juego del maltrato -escribo "juego" porque lo comparo a cuando dos niños juegan con una pelota. El juego se acaba en el momento en que uno de ellos deja la pelota en el suelo- . El alma no se recupera ni con la venganza (que es una manera de seguir "jugando"), ni con la denuncia. La denuncia sirve para hacer pública la barbarie y para proteger, o no. El alma se recupera cuando se adquiere plena conciencia y consciencia de haber participado en la dinámica/juego. E incluso, haber obtenido algún tipo de "beneficio". Es entonces cuando se recupera, porque es entonces cuando se deja de ser "víctima". Las heridas profundas del impacto del maltrato bestia, quedan para siempre; gravadas en la amigdala (del sistema límbico) concretamente. Y aunque no esté presente en la memoria, en cualquier momento un olor, una imagen o una palabra las vivencializan con casi tanta intensidad como cuando pasó. Cuando pasa esto quien ya ha dejado de ser "víctima" tiene fácil la recuperación. En referencia al tema "lacitos/post procés", como siempre, un placer leer estos textos que separan los hechos de la propaganda.

    Hace 6 años 2 meses

  2. mg;)

    Devoro los textos de Guillem Martínez, me gusta mucho como escribe y como cuenta las cosas. Soy un fan y echo de menos sus artículos. Gracias. - - - Aprovecho: el capcha que usan es horrendo. El peor. -- Alguna vez he leído que quieren rediseñar CTXT: no lo hagan, se lee muy bien, es muy limpio. No toquen nada. En todo caso, que no se recargue la página tan a menudo. Gracias.

    Hace 6 años 2 meses

  3. libertari

    E aquí un hombre lucido en estos tiempos en los que la lucided hace mucha falta en el monotema del Proces.

    Hace 6 años 2 meses

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