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Ángela María Robledo / Candidata a la vicepresidencia de Colombia

“Este país sigue extrañando al padre autoritario, como muestra lo que ha pasado con Álvaro Uribe”

Sonia Ariza Navarrete/ Jose Castellanos 3/10/2018

<p>Ángela María Robledo</p>

Ángela María Robledo

DAVID JIMÉNEZ

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Ángela María Robledo ha dedicado su vida al conocimiento y a la política. Psicóloga de formación, entró a la administración pública al lado de Antanas Mockus, cuando fue elegido alcalde de Bogotá por segunda vez (2001-2003), como directora del entonces Departamento Administrativo de Bienestar Social, donde trabajó de la mano de los que ella llama “sujetos excluidos”. Dirigió la fundación Restrepo Barco, en la que trabajó con organizaciones de mujeres jefas de hogar y, según ella, fue allí donde descubrió el activismo feminista. Fue decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana, una labor en la que buscó “porosidad en las disciplinas”, y en la que a veces se sentía “más antropóloga, socióloga o politóloga que psicóloga tradicional”. Ha participado de grupos de investigación adscritos al Instituto Pensar y al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, en los que ha investigado sobre la forma en que colectivos de jóvenes y mujeres hacen política. Fue elegida múltiples veces como la mejor congresista mujer por su trabajo como representante a la Cámara por el partido de centro Alianza Verde (2010-2014 y 2014-2018).

Como ella misma cuenta, estaba dispuesta a volver a la academia cuando recibió una llamada de Gustavo Petro, quien la invitó a ser su fórmula vicepresidencial en las pasadas elecciones en Colombia. Le tomó un par de horas aceptar la propuesta y estuvo cerca de ser la primera mujer vicepresidenta del país, cargo que ahora regenta la conservadora Marta Lucía Ramírez. Ahora, volvió a la Cámara de Representantes a ocupar la curul que le corresponde por haber sido candidata a vicepresidencia de la segunda fórmula más votada, como establece la reciente Ley de Equilibrio de Poderes. 

En esta entrevista Ángela María Robledo deja ver su visión estructural de la política contrahegemónica. Es, sin matices, feminista y entiende que la política de “las nuevas ciudadanías” solo es posible si se articula con las luchas sociales que han sido históricamente relegadas y ridiculizadas. Hay en sus ideas una visión compleja e integral de la política como el verdadero agente de cambio y mejoramiento de las condiciones de existencia de las personas. En sus palabras se nota un proyecto que se funda sobre la idea de deconstruir la política existente, con los síndromes patriarcales y caudillistas que han permeado todos los proyectos políticos. Su mirada está puesta sobre el futuro y sobre la necesidad de que la oposición política que le ha tocado ejercer sea hecha desde las causas y no desde una mirada centralizada y paternalista.

Nos gustaría comenzar recordando el momento en que entra a la política. ¿Cómo fue ese tránsito?

Llegué a la política como funcionaria del segundo gobierno de Antanas Mockus. Fue una relación muy agónica y estimulante, porque su postura siempre ha sido muy kantiana, universal, abstracta, pero mi mirada como feminista era muy crítica de esa ciudadanía pensada desde el hombre blanco y propietario. Después entré nuevamente en la política representativa con la Alianza Verde como representante a la Cámara por Bogotá durante dos legislaturas. Y luego, cuando ya quería de nuevo volver a la universidad, Gustavo Petro me hizo la propuesta de ser su fórmula vicepresidencial.

En mi vida he sido arriesgada. He dado pasos al vacío y quizá el más grande fue acompañar a Gustavo. Sin embargo, la propuesta de la Colombia Humana era la que recogía mis luchas de mujer feminista desde hacía muchos años, además de mi tarea en la academia y mis luchas en el congreso, que fueron la salud, la educación, el agua, las mujeres, las víctimas, la guerra, una economía con capacidad de redistribución. Aunque para mucha gente fue muy sorprendente, para mí aceptar entrar en este proyecto fue una transición muy orgánica. 

¿Qué necesita la academia de la política y qué la política de la academia?

La universidad, incluso la pública, tanto en Latinoamérica como en Europa, se ha vuelto una empresa. Creo que este funcionamiento capitalista ha entrado como racionalidad a las universidades y les ha quitado libertad en la producción académica. En mi opinión, les hacen falta dos cosas: ser representantes de un espíritu de producción de conocimiento en libertad, y reconocer que existen otros saberes. Ambas son ideas muy políticas.

Y a la política le falta mayor rigor tanto en el discurso como en la presentación de sus tareas.  Es necesario que los políticos en su ejercicio abran espacios de vínculo con la academia porque, a pesar de todas sus falencias, las universidades son lugares en donde se produce conocimiento e intercambio de saberes. Sería mejor la academia y sería mejor la política. Sin embargo, en lo que hemos podido ver de este nuevo gobierno y en regímenes autoritarios en general, las universidades son vistas con sospecha. Aquí ya se han hecho declaraciones expresas que cuestionan, por ejemplo, el papel contrahegemónico de los profesores universitarios.  

¿Cuál es su diagnóstico del estado actual del ejercicio político en el país?

Cuando estuve en la Javeriana, conformamos un grupo interdisciplinario en el que trabajamos con jóvenes de movimientos sociales. Teníamos la hipótesis de que los jóvenes hacían política de maneras diferentes a las tradicionales, que pasaban por la subjetivación de su relación con el poder. Sentimos, sin embargo, que había algo que no estábamos entendiendo desde nuestras disciplinas: la forma en que los jóvenes se encontraban con ese mundo adulto, institucional, de un Estado frío, a partir de nuevas expresiones de ciudadanía y de ejercicio de la política. Trabajamos, por ejemplo, con los jóvenes de la teología de la liberación y su actividad parroquial, o con la escuela de formación de grafiteros en Soacha, y encontramos que la experiencia (no como la acumulación de tiempo) te abre a la posibilidad del encuentro con el otro. Esa idea fue fundamental en esta campaña, porque nos encontramos con formas diversas de hacer política: nos encontramos con los afro, con los indígenas, con los campesinos, con formas inéditas de hacer política como las de los animalistas, los veganos, los ambientalistas. Si entendemos estas experiencias como las nuevas formas de emergencia de la política en el país, tendremos la fuerza para enfrentar lo que se viene con este gobierno, que quiere devolvernos a propuestas de la constitución de 1886. 

Usted ha encontrado un lugar específico en la política colombiana, tan conservadora, para hablar de género. ¿Qué nos puede decir sobre ese proceso de consolidación de su figura política como abiertamente feminista? 

El feminismo tiene en mi historia dos perspectivas. La primera es la de la activista, que empecé a descubrir cuando trabajaba en la Fundación Restrepo Barco con organizaciones de mujeres jefas de hogar. Yo intuía que ellas tenían una manera distinta de mirar la economía, de entender los binomios privado/público, productivo/reproductivo, hombre/mujer. En ese activismo me encontré con una perspectiva crítica de la sociedad, pero quizá fue mi paso por la academia lo que me permitió desarrollar la otra perspectiva: la epistemológica, esa mirada crítica sobre el funcionamiento de la sociedad. Lo más lindo es que en esa mirada, que parecería muy occidental y contemporánea, me encontré con lo más ancestral de este país: los pueblos indígenas. También me encontré con las comunidades negras, particularmente con Francia Márquez. Conocerla y escuchar su historia me hizo pensar que compartimos, desde perspectivas distintas, una mirada y una apuesta importantes.

En la campaña, mucha gente me decía que no dijera que soy feminista. Discutimos largamente esa posibilidad, porque decirlo no era fácil: por un lado, Gustavo Petro, “el exguerrillero” y, por otro, Ángela Robledo, “la feminista”. Pero creo que fuimos claros y eso se nos ha reconocido y reivindicado con mucha fuerza: tuvimos el coraje de decir cuáles eran nuestras formas de habitar el mundo, no desde el dogma, sino desde el desafío. No hay duda de que temas como el aborto y la planificación provocaron mucho escándalo, pero teníamos que decirlo, reconocer un lugar de enunciación. Eso le sirve mucho al mundo de la política y en especial a las mujeres, para que sintamos que no tenemos que renunciar a nuestras luchas, porque lo único importante no son los votos.  Creo que sobre eso tenemos una contradicción con Marta Lucía Ramírez, la vicepresidenta: si no reconocemos que hay que transformar las prácticas de producción y reproducción, si no reconocemos que el capitalismo está íntimamente ligado a las formas patriarcales de ejercer el dominio, no vamos a lograr avanzar como esperaríamos.

Eso quiere decir que usted tiene,  por un lado, una agenda política marcada por el feminismo, pero también una forma de hacer política que, desde esa perspectiva, es crítica con las formas tradicionales.

Mi agenda como feminista en el Congreso tuvo un sello central: la paz, con la necesidad de reconocer el espacio de las voces de las mujeres no solo como víctimas, sino como reserva ética, así como el cuerpo como primer territorio de guerra. En el caso de las mujeres hay una continuidad de la violencia desde el espacio doméstico hasta el público, exacerbada en los momentos de guerra, que es tan patriarcal. Trabajamos en la consolidación de las comisarías de familia, que es el primer lugar al que las mujeres llegan a pedir protección. Acompañamos un proyecto de Angélica Lozano sobre derechos sexuales y reproductivos. Además, trabajé sobre la economía del cuidado, un tema muy bello que, entre todos, es el que menos despierta exacerbación, aunque es fundamental pues busca reconocer el aporte de las mujeres al mundo de la economía. Claro que hay miradas críticas que creen que eso es hacerle una concesión al capitalismo, pero creemos que en esta economización del mundo, las relaciones sociales y familiares también están economizadas, así que trabajamos con un nicho fundamental: el de las mujeres rurales.

La invitación fue a reconocer también que, aunque a muchos colectivos y movimientos sociales no les gusten los espacios institucionales del Congreso, hay que llegar aquí y que eso no significa perder lo que se ha ganado política, ética y estéticamente. Esa ha sido mi agenda, en ella signo insistiendo y veremos qué tanto de ella podremos trabajar en este nuevo gobierno, en medio de un debate muy fuerte sobre la búsqueda de espacios de conciliación con Marta Lucía Ramírez, quien va a coordinar la tarea de género. Es un debate vigente muy interesante, pero tengo claridad que desde mi tarea de oposición en el congreso debemos buscar iniciativas para mejorar las condiciones de las mujeres, aunque temas como el aborto, el matrimonio y la adopción igualitarios,  nos diferencian radicalmente de las posiciones conservadoras del gobierno actual.

En cuanto al manejo de la violencia también hay diferencias muy grandes entre usted y el Gobierno. La muerte sistemática de líderes y lideresas tiene un sesgo de género muy importante, porque las formas que ha tomado esta violencia no son iguales para varones y mujeres. Es necesario verlo así, pero parece que no se está haciendo desde el gobierno.

Tenemos una hipótesis y es que el trabajo de las mujeres frente a la guerra o en los territorios de la Colombia profunda no se había hecho tan visible, por lo que su creciente visibilidad social ha hecho que sean más vulnerables. Hace quizá seis años salió una providencia judicial que puso la primera alerta, pues surgió de una serie de demandas de mujeres que alegaban que su activismo político las había hecho mucho más vulnerables y hoy, según los datos de INDEPAZ, la violencia contra ellas ha aumentado significativamente. Puede ser, en parte, porque sus causas se han hecho mucho más visibles y entran en clara contradicción con los grandes intereses económicos. En esto ha habido un tránsito de lo social a lo político, porque sus causas son el agua, la tierra, la sustitución de cultivos, causas que van más allá de pedir salud y educación para sus hijos. La ley que hicimos con Iván Cepeda, la 1719, mostró el repertorio de violencias que se ejercen sobre el cuerpo de las mujeres, generalmente con un componente simbólico significativo. Por eso he buscado que la Unidad Nacional de Protección tenga protocolos diferenciados para las mujeres, o que Justicia Especial para la Paz tenga una perspectiva diferencial y de género. La gran desilusión es que darle materialidad a las normas no es tan fácil. 

Ustedes llegaron a este lugar con ocho millones de votos y una agenda absolutamente progresista que logró algo sin precedentes: poner otro lenguaje en la política, hacer la política en otros términos. ¿Cómo hace para seguir avanzando sobre estas agendas y para que ese cambio en el lenguaje no se pierda? 

Hay condiciones que están haciendo la tarea muy difícil, como el hecho de que nos hayan negado la personería jurídica. A mí me parece arriesgada e interesante la interpretación de la Corte Suprema en su sentencia: plantea que la oposición necesita condiciones materiales que hagan realidad esa segunda opción por la que votó una gran parte de la ciudadanía. En esto tenemos una diferencia con Gustavo y su invocación de las ciudadanías libres, que yo llamaría “nuevas ciudadanías”... Él le está apostando a algo inorgánico, mantenido con la fuerza de la gente, con la rebeldía y el coraje en las regiones. Si bien yo reconozco que es muy valioso operar por redes, por nodos y sin jerarquías (y esto quedó muy claro en los estatutos del movimiento), creo que la normatividad facilitaría esta tarea. Tendremos que esperar la reforma política para revisar cómo ganamos garantías para los movimientos significativos. Lo que pasó el sábado en la Plaza de Bolívar dice mucho: miles de personas se movilizaron, incluso tras horas de viaje, para acudir a la convocatoria de la fundación del movimiento. Sin embargo, muchas de esas personas nos dijeron que necesitaban ayuda para poder contribuir desde sus regiones. Lo electoral en Colombia es particularmente antagónico.

Por ahora, seguiremos haciendo la oposición desde el Congreso, que tampoco es muy fácil, aunque, quizá, el endurecimiento progresivo de este gobierno nos ayude a conformar un trabajo más colectivo,como el que creamos con el Frente Amplio por la Paz. Espero que no sea como la tarea de Sísifo.

Parte de este nuevo movimiento sobre la ciudadanía que significó la Colombia Humana fue aglutinar a una cantidad de jóvenes que funcionaron de una forma muy orgánica, incluso sin vincularse directamente la campaña, y realizaron pedagogía en las calles para conseguir votantes. ¿Cómo hacer para mantener ese entusiasmo de los jóvenes y que no sea algo que solo surge en coyunturas electorales?

Creo que ha habido tres momentos muy interesantes de movilización juvenil: el Sí a la paz, la campaña presidencial y la consulta anticorrupción. Eso nos dice que sí se puede hablar de que se viene consolidando un proceso que es tanto entusiasmo como acción política, y que no solo se trata de momentos aislados. Quizá, uno de los retos es el encuentro intergeneracional, pero eso nos exige a todos estar muy alertas a los nuevos caminos que los jóvenes señalan, eso que los mueve: el agua, los animales, la tierra, las nuevas identidades. Son todos temas de una fuerza enorme que, sin embargo, deben atarse al fluido más constante de los derechos civiles, que quizá es una forma más tradicional de hacer política, pero también un punto de encuentro. Para nosotros, en el mundo de la política, el reto es estar atento a la emergencia de esos nuevos sujetos. En el encuentro generacional está la clave para darle mayor continuidad a esto, porque los fogonazos son necesarios, pero la tarea es colectiva y de largo aliento. 

¿Cómo es de valiosa la nueva figura del Estatuto de Oposición? ¿Cómo podemos leer el futuro que puede tener? 

Oposición siempre ha habido en Colombia. Se ha intentado exterminarla, sí, pero la vida florece en medio de las dificultades. Yo soy partidaria del mínimo de organicidad y, por lo tanto, de que tenemos que seguir insistiendo en buscar la personería jurídica. Además, el Estatuto tiene perspectiva de género, y eso tenemos que aprovecharlo. Sin embargo, Gustavo, con su estilo confrontacional, me decía hace unos días que él siempre ha hecho oposición y nunca ha necesitado ni un estatuto ni garantías particulares, así que la Colombia Humana podrá hacerlo igualmente, con institucionalidad o no. Que no nos den personería jurídica no significa que nos arrebaten la posibilidad de hacer oposición. Será más difícil, claro, pero no imposible. 

¿Cómo ve usted esa posición de puente entre el autodenominado “centro” y la izquierda progresista que surge de su tránsito entre la Alianza Verde y la Colombia Humana ?

Yo le he oído decir a Gustavo que él no quiere hablar de “petrismo”, porque no quiere reproducir el uribismo, tan caudillista, aunque los hayan querido igualar. Él mismo es muy consciente de que hay que deconstruir esa imagen. Yo creo que mi tarea, la de la tejedora que había trabajado con varios partidos, se notó en la segunda vuelta, cuando ya se habían quemado muchas naves. Ahora debo seguir trabajando en las alianzas, con la perspectiva de un frente amplio. El reto, sin embargo, es sentir que tiene que ser un trabajo sin pirámides, sin tarimas, por decirlo simbólicamente. Gustavo está muy contento con la tarea que realizamos para la segunda vuelta, pero mucha gente le exige ponerse en el lugar del caudillo, una figura que no radica en él mismo, sino en la forma en que se le ha instituido desde muchos lugares, en una lectura que se ha hecho de él.
Sin embargo, este país sigue extrañando al padre autoritario, como lo muestra lo que ha pasado con Álvaro Uribe. Es un fenómeno muy interesante en términos psicoanalíticos. Yo creo que solo destituyendo al padre se puede crecer, y que aquí necesitamos una gran matria de muchas madres. Por ahora tenemos un tenue nosotros diverso que debemos seguir construyendo.

Terminemos por el gran tema de actualidad: la posibilidad de una guerra con Venezuela. Ha sido evidente que el Centro Democrático y la Colombia Humana tienen dos posturas enfrentadas acerca del rol que debe cumplir Colombia en la región. ¿Cuál es nuestro papel? 

Para el Centro Democrático, Venezuela ha sido un tema sumamente rentable: lo fue en el plebiscito por la paz y en la campaña presidencial, y lo seguirá siendo. Se trata, claro, de su fetiche con la guerra: tanto la interna como la externa. No podemos dejar que los grandes imperios nos produzcan una guerra en la que no queremos estar. Ya lo hicieron en Irak y en Siria, así que lo pueden lograr en Colombia. Tenemos que ser absolutamente claros sobre que no se puede alentar en lo más mínimo una intervención bélica, porque incluso en cálculos meramente militares nos iría muy mal, así diga Estados Unidos que nos defiende.

En campaña, nosotros siempre dejamos claro que se debe tratar de una ayuda multilateral a la crisis humanitaria y de una salida diplomática. Colombia debe desarrollar una política migratoria que nunca ha tenido, porque hemos sido un país de exiliados, de diáspora, pero esta es la primera vez que debemos recibir a nuestros vecinos. La Carta Interamericana de Derechos Humanos tiene que ser nuestra guía para presionar una salida democrática en Venezuela.

Así como salimos a defender la paz, tenemos que salir a defender que bajo ninguna circunstancia nos podemos ir la guerra. No podemos ser idiotas útiles de Trump, que está intentando por todos los medios retomar su popularidad para las elecciones que se le vienen pronto. Y a eso se le suma la preocupante debilidad de Iván Duque, con sus gestos vergonzosos de llevar camisetas de jugadores de fútbol a los presidentes que visita, ese deseo de agradar a los poderosos.

A uno le enseñan los pobres de este país que la solidaridad no solo existe en la riqueza. Es el momento de la solidaridad. 

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Autor >

Sonia Ariza Navarrete/ Jose Castellanos

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