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Asediando el Pazo

Marcha cívica frente a Meirás para exigir que los Franco devuelvan el pazo o que el Estado se lo quite

Xosé Manuel Pereiro 17/11/2018

Isa Romero

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La columna, medio millar de componentes, se había hecho esperar, pero por fin se vislumbraba, abajo al fondo, remontando una cuesta considerable. Habían sido cuatro kilómetros, y los últimos cientos de metros bordeando la muralla. El esfuerzo de la subida había disgregado el conjunto, y los de la cabeza esperaron a que se compactase de nuevo para afrontar el asalto definitivo. Pese a la pendiente, las consignas y los gritos que dan los caminantes se redoblan al ver el objetivo y al otro medio millar de personas que los esperan.

El vecino –debe de serlo, ha llegado a pie por un camino–, pregunta qué pasa aquí. “Aquí” es la explanada que hay en la entrada principal del Pazo de Meirás (Sada). “Una concentración para que la familia de Franco devuelva el Pazo al pueblo”, contesta uno de los presentes. “¿Entonces no es suyo, después de 40 años?”, responde el inquirente. “No. Lo tienen de forma ilegal”. “¿Después de 40 años?”, insiste el hombre, yéndose pero sin desviar la mirada. Es de suponer que sabe de sobra “qué pasa aquí”. Entre otras cosas porque, desde 2005, son cinco las marchas cívicas que se han organizado ante el edificio que presidía el NO-DO en verano, para exigir que los Franco lo devuelvan, o para que el Estado se lo quite, lo que pase antes. Esta, el 11 de noviembre pasado, la convocaron 37 organizaciones, políticas, culturales y vecinales, desde la Comisión para la Recuperación de la Memoria Histórica de A Coruña hasta los Riazor Blues.

Los Franco han puesto a la venta la propiedad ya un par de veces, por ocho millones de euros, sin encontrar a ningún comprador que se arriesgue a adquirir una ganga que se le puede esfumar de la noche a la mañana

En la concentración están las previsibles personas mayores, como Dolores García Costa, de 74, que parece contestar los argumentos del vecino reticente y partidario de la propiedad como derecho del usufructo. “Esto es una vergüenza. Parece mentira que 40 años después siga esto así”. Dolores no las tiene todas consigo sobre que el Pazo vuelva a manos públicas, “pero al menos así ellos no están tan tranquilos”. Ellos son los Franco, y no están excesivamente tranquilos. Esta año han puesto a la venta la propiedad ya un par de veces, por ocho millones de euros, sin encontrar a ningún comprador que se arriesgue a adquirir una ganga que se le puede esfumar de la noche a la mañana. Francis, el nieto al que cambiaron los apellidos para que fuese Francisco Franco II (y no por ello dejó de ser Martínez Bordíu II) ha vendido su parte a una empresa de su propiedad, Prístina, en un intento de obstaculizar la posible reversión.

A pesar de la convicción del vecino reticente, la investigación histórica arroja dudas más que fundadas de que la comisión de notables que adquirió las Torres que habían sido propiedad de la escritora Emilia Pardo Bazán, para regalárselas en 1938 al entonces líder de los sublevados las hubiese adquirido legítimamente. El teórico crowdfunding promovido por el banquero Pedro Barrié de la Maza en compañía de otros resultó ser voluntario en algunos casos, obligado en otros, y de oficio en unos terceros, como a los funcionarios a los que la solidaridad patriótica se les descontó del sueldo. También los dueños de los terrenos adyacentes fueron desalojados, en todos los casos por las malas, pero en unos pagando algo y en otros no. Como a Josefa, la abuela de Carlos Babío Urkidi, cuya vivienda quedó dentro de los muros que se construyeron alrededor del pazo, destinada a vivienda de los guardeses, mientras ella quedó fuera. Carlos Babío, que fue concejal del BNG en Sada, está hoy en la concentración, como siempre, y es coautor del libro Meirás. Un pazo, un caudillo, un expolio (Fundación Galicia Sempre, 2017).

De hecho, de la legalidad no estaba seguro ni el Franco original, a pesar de que no solía reparar en esas nimiedades. En 1941, para soslayar la Ley del Patrimonio Nacional, que había firmado él mismo un año antes, simuló con Pedro Barrié un contrato de compraventa del Pazo que había recibido públicamente tres años antes (declarando que lo aceptaba, venciendo su natural reticencia al boato, “porque es un regalo de mis paisanos”). No solo lo había recibido, sino que Carmen Polo ya lo visitaba cuando podía, para dirigir su reconstrucción (con fondos públicos) y para depositar en él lo que urraqueaba por doquier, en anticuarios o en lugares históricos.

Como las cosas de palacio van despacio, y a veces en dirección incierta, se han concentrado un millar de personas frente al portalón de Meirás, entre los recuerdos, la desconfianza de que se vaya a poder recuperar, y la celebración.

Un informe jurídico elaborado el pasado mes de febrero a instancias de la Diputación de A Coruña establecía precisamente que el falso contrato era motivo suficiente para revertir la propiedad. El Parlamento gallego designó en noviembre del pasado año un comité de expertos que llegó a la misma conclusión, la de que es viable incorporar el edificio a la propiedad pública. Aunque el proceso tiene un nombre endiablado, demanialización, la explicación es sencilla: “el pazo se mantuvo por la fuerza del uso y el empleo reiterado entre 1938 y 1975 como inmueble del dictador como jefe del Estado, y que para su mantenimiento y funcionamiento, incluidas las expropiaciones, estas propiedades fueron tratadas como residencia del Estado”, rezaba el informe del comité que presidía el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en las Universidades de Santiago y Múnich. En base al dictamen, el Parlamento gallego, con el voto unánime del PP y de las tres fuerzas de izquierdas y nacionalistas que componen la oposición solicitaron al Gobierno que iniciara los trámites necesarios para ello. La Dirección General de Memoria Histórica encargó hace mes y pico un informe –otro más– a la Abogacía del Estado sobre si es factible o no.

Como las cosas de palacio van despacio, y a veces en dirección incierta, se han concentrado un millar de personas frente al portalón de Meirás, entre los recuerdos, la desconfianza de que se vaya a poder recuperar, y la celebración. Recuerdos como los de María, que tiene 84 años, que viene con Mercedes, su hija, de 60, que le vigila lo que habla “porque el otro día habló de las pensiones y tuvo problemas”. Pese a los problemas por lo de las pensiones, María dice que viene “de una familia ya sabes, de aquella manera” (es decir, que a su padre le fusilaron dos hermanos y dos tíos), y recuerda “toda esta carretera con banderas españolas y a los falangistas yendo al faro de Mera con las manos así levantadas”. O los de Xan Fraga, que era un niño cuando Franco veraneaba cerca de su casa, y cuenta que ni podían jugar a los vaqueros, no fuesen a confundir los Winchester de juguete con un arma de verdad. “Por imponer, imponía respeto hasta lo que llamábamos 'la rubia', un coche ranchera que era lo que utilizaban para ir a por víveres o a la farmacia, y con la que había que tener cuidado porque iba y venía a toda leche”. [El mancebo de la farmacia, Moncho Rodríguez Ares, fue después alcalde de Sada 27 años]. Xan tenía muchas veces enfrente de casa a los guardias civiles que cubrían la carrera, es decir, estaban apostados a lo largo del camino que iba a recorrer, o no, Franco. “Un día que estábamos deshojando judías y teníamos mucho follaje en la entrada, un guardia me dijo: '¡niño, tráeme una banqueta!' Le llevé una silla, pero no le servía, y al final le llevé el taburete que se usaba para sentarse a ordeñar. Lo cubrió con las hojas y se sentó, y cuando oía que venía un coche se levantaba y se ponía firmes”, se ríe.

La desconfianza corre a cargo de Marta y Emilio, pareja con niña, que viven al lado de Meirás. “No tengo muy claro que se consiga”, dice él, “pero de recuperarlo, debería ser para que el ayuntamiento haga algo público, un parque, una residencia de ancianos o lo que sea”. Marta es la originaria de la zona, y cuenta que su abuelo “salía a cazar lo más cerca que podía del Pazo, para molestar”, mientras los integrantes de la Guardia Mora iban a su casa para pedirle menta de la huerta para hacer té. Su hija, que tiene once años, se lo tiene que pensar un momento para responder quien vive o vivía detrás de ese portalón.

la comparsa Os Maracos ha sacado los disfraces de Guardia Mora para acompañar a los “propietarios” del Pazo. Él, un ‘Franco’ considerablemente más estilizado, aunque clava los gestos, es el encargado de dar el discurso de fin de fiesta

Después de la lectura del manifiesto habitual, la celebración la ponen los integrantes de la comparsa Os Maracos, toda una institución coruñesa, que han sacado los disfraces de Guardia Mora para acompañar a los “propietarios” del Pazo. Él, un ‘Franco’ considerablemente más estilizado, aunque clava los gestos, es el encargado de dar el discurso de fin de fiesta, mezclando latín, gallego, castellano y algo de inglés. “Los nuevos fascistas no van de uniforme. Van de traje y son más peligrosos de lo que lo fui yo”, dice en el palco, acompañado de una Carmen Polo más llena de salud que la original, antes de despedirse “Hasta la próxima resurrección”. El ‘cardenal’ que completa el trío da los gritos de rigor: “¡Arriba Sada!”. El falso Franco se llama Antonio y se declara apolítico, aunque considera que devolver el Pazo “sería algo de justicia”.

La concentración se disuelve, en algunos casos hacia el bar Lilo, enfrente mismo de la puerta de Meirás. Antes, su propietario era un recurso seguro a la hora de obtener declaraciones a favor del veraneante ilustre. Por ideología o porque los parroquianos eran mayoritariamente guardias y empleados del Pazo, como atestigua la botellería etiquetada con esos nombres que se han ido retirando del callejero (aunque hay una de marca ‘Felipe González’). Ahora la clientela ha cambiado, y hay guiños como un billete del Ché. En la barra está el vecino reticente del principio, que ha debido de pasar todo el tiempo reafirmándose, porque le espeta al ‘cardenal’ en cuanto entra: “¿A qué venís aquí a hacer el payaso?”. Monseñor, en la vida civil, se mueve en ambientes portuarios, y no se arruga a las primeras de cambio. “A lo que sea que vengamos, ya se puede ir acostumbrando.”

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Autor >

Xosé Manuel Pereiro

Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias

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