Y aquí tenemos la sección de chistes con banderas, que salen carísimos. ¡Corten! Pero qué haces, desgraciao, que eso no está en guión. ¡Yo qué sé, coño, con esto del humor libre me he venido arriba, dejadme envolver un bocadillo de chóped en la bandera de España, me cago en dios!

El anuncio de Campofrío, una obra de arte de la publicidad con cameos de grandes actores, alguno amigo –siento el rollo aguafiestas que ahora viene- no es, como se lo ha querido encumbrar, una oda al humor libre. ¡No, hombre, no! Lo de Campofrío es… -¡sorpresa!- un anuncio para la tele. Una cosa tan sencilla como los chistes no debería ser un lujo, igual que no debe serlo una loncha de salchichón de la marca que paga el anuncio. La idea es muy buena y el spot pone la idea en funcionamiento de un modo simpático, elegante, ocurrente y divertido, pero no honesto. Ni tiene por qué serlo, es un anuncio. Y como anuncio que es, como decía el encargado de la boutique de chistes, sería retirado si de verdad fuese honesto, si hablase de los límites del humor, del humor que los indignaditos persiguen de verdad. Como anuncio, un diez, como defensa del humor, suspenso por hacer trampas.

Lo de Campofrío, y aquí viene la trampa de la campaña, no es honesto porque pretende. Pretender es a veces peligroso y en publicidad es imposible. Pretende hacer algo que no hace: reivindicar el humor frente a los indignados que lo persiguen en los últimos tiempos. Sin embargo, no hay, que se sepa, nadie yendo a declarar a las 8 de la mañana a un juzgado, sin entender bien qué le está pasando, por haber hecho chistes de discapacitados, de gitanos o de fiambres en funerales. No. Eso no pasa. ¿Sale carísimo hacer un chiste de este tipo? Bueno, depende de lo que consideres como caro. Si caro es que algunos gitanos, algunos discapacitados o la familia del muerto te llame imbécil en Facebook, puede que sí. Si caro es que te pidan pasar un tiempo entre rejas, pues no lo es.

El spot que hace bandera de la libertad del humor se deja fuera de la bandera precisamente el humor que no es libre. El perseguido por leyes, políticos y jueces que lo limitan y castigan en España. No hay en la boutique sección de chistes de dios, ni de vírgenes, ni de banderas, ni tampoco de un clásico, Carrero Blanco, cuyos chistes, a propósito, están por las nubes. Tan absurdo como hacerle una oda al atletismo y que sólo aparezca Echenique -estoy tranquilo, no me puede denunciar por esto- o al feminismo y que el protagonista sea Bertín Osborne montando una yegua. Hablando de feminismo, es el feminismo el que llega para aliviar el momento más transgresor del anuncio (transgresión que hay que aplaudir). ¿Cuánto cuesta hacer chistes sobre la monarquía siendo periodista?, pregunta Jaime Peñafiel en la boutique del chiste. Ufff, el empleo lo pierde seguro, responde el encargado antes de que su compañera llegue inmediatamente con un capote en la mano para evitar posibles problemas con los indignaditos monárquicos sentados frente a la tele: “señor, piense que los chistes sobre feminismo salen mucho más caros”, le miente.

El anuncio, en fin, está genial, pero no es más que eso, un anuncio. Uno que apuesta por ser menos susceptibles ante el humor, una apuesta genial que sólo se le pide a quienes nunca han limitado el humor de otros. Así que, como diría el Señor Lobo, dejemos de comernos las pollas. Y coman fiambre con responsabilidad, que tiene más grasa que un videoclip de Falete -él tampoco puede denunciarme por esto, por muy grande que sea, no es la bandera de la Plaza de Colón-.