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En el contexto de Europa Occidental la idea de igualdad de género es hegemónica. Según esta, hombres y mujeres seríamos (o deberíamos ser) iguales, esto es, tener las mismas oportunidades y derechos. Pero, entonces, ¿por qué los partidos de la extrema derecha europea siguen pensando que las vidas de las mujeres no valen lo mismo que las de los hombres? A pesar de las múltiples diferencias existentes entre ellos, desde la sofisticación pragmática de una Marine Le Pen a la tosquedad cuñada de un Santiago Abascal, todos comparten al menos cinco posiciones políticas dirigidas a frenar las propuestas emancipatorias de las luchas feministas.
Primera confluencia: defensa cosmética de la igualdad
Los partidos de ultraderecha escandinavos son la vanguardia en este aspecto. Demócratas de Suecia (SD), por ejemplo, presumen de la cultura europea como líder en la equiparación en derechos entre hombres y mujeres. (De hecho para ellos, es la demostración de nuestra supuesta superioridad respecto a otras culturas.) En general, las fuerzas políticas no pueden sustraerse, o no tan fácilmente, a avances en derechos convertidos en “sentido común”. Menos aún cuando el sujeto que los ha hecho posibles, el feminismo, sigue siendo un agente político de cambio poderoso, una fuerza social capaz de arrancar nuevos derechos al poder –tanto social como institucional–. Por eso todos los partidos de extrema derecha de Europa Occidental hablan de igualdad y de respeto a las mujeres.
Ahora bien, más allá de sus bondades discursivas, las nuevas derechas europeas no solo no se caracterizan por presentar propuestas que traten de paliar las desigualdades existentes, sino que acostumbran, por el contrario, a tratar de impedir medidas sociales o institucionales encaminadas en esa dirección. Así, uno de los objetivos de Vox como hemos visto es acabar con la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Y en su práctica política parlamentaria, la francesa Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) ha votado de forma sistemática contra propuestas legislativas destinadas a reducir la desigualdad. Por ejemplo, para impedir proyectos como el de la ley de igualdad profesional, que recogía medidas como la ampliación del permiso de paternidad, la puesta en marcha de garantías ante el impago de las pensiones alimentarias o de dispositivos de protección para las víctimas de violencia machista doméstica.
Segunda confluencia ideológica: la etnización del feminismo
Es muy difícil encontrar en estas formaciones un argumento en defensa de los derechos de las mujeres –ya sea en un discurso, un artículo, un tuit, o en los programas políticos– que no vaya seguido de un prejuicio racista. Este uso del discurso de la igualdad entre mujeres y hombres como herramienta de ataque a personas de origen inmigrante, extranjeras o simplemente construidas como “otras” (por motivos de color, etnia o religión) se denomina etnización o racialización del feminismo. En el contexto europeo, se trata de una práctica de contenido principalmente islamófobo.
Los partidos de extrema derecha escandinavos –como SD, el Partido del Progreso, el Partido de la Libertad o los Verdaderos Finlandeses– suelen pasar de presumir de los avances de la civilización europea en materia de derechos de las mujeres, a señalar a parte de sus propias poblaciones como culturas refractarias a dichos avances, cuando no como auténticas amenazas para los mismos. Principalmente, a sus vecinos de origen africano y de religión musulmana. Marine Le Pen escribe en Twitter que las mujeres ya no pueden vestir a su antojo cuando pasean por determinados barrios de algunas ciudades, o que su integridad física no está asegurada en dichos lugares. Pero cuando habla de “mujeres”, Le Pen se refiere exclusivamente a las mujeres blancas, y cuando alude a las amenazas para los cuerpos y vidas de las mujeres (blancas), apunta exclusivamente al peligro representado por los hombres no blancos y musulmanes, como si los hombres blancos estuvieran vacunados como agresores sexuales. Florian Philippot –exvicepresidente del Frente Nacional y fundador del partido Los Patriotas– acuñó el concepto de “apartheid indumentario”. “La mujer sublimada por la civilización francesa es Brigitte Bardot y no las mujeres que se visten como dicen los hombres”, dijo.
Tercera confluencia ideológica: la vuelta del rosa y del azul
¿Acaso las fuerzas de la ultraderecha europea se sorprenden al oír a la ministra de Familia brasileña cuando dice que los niños visten de azul y las niñas de rosa? No demasiado, teniendo en cuenta que todas ellas difunden la verdadera ideología de género: la ideología patriarcal. Según esta idea, las múltiples diferencias entre cuerpos, identidades y deseos de la especie humana deben constreñirse imperativamente a dos géneros: el masculino y el femenino. Y esto debería ser así, argumentan, por motivos religiosos. Gilles Lebreton, eurodiputado del FN, recuerda que según la Biblia “hombres y mujeres deben aceptar su complementariedad para su desarrollo mutuo”. Y también por motivos biológicos. Therese Borg, del SD, advierte, por su parte, de que no tener en cuenta las “diferencias biológicas reales” es perjudicial para la sociedad.
Por consiguiente, este asunto del rosa y del azul, que podría interpretarse como una inocua preferencia estética, se dirige directamente al eje central de la ideología de género patriarcal: esto es, la diferenciación obligatoria de funciones sociales entre hombres y mujeres. Las mujeres volveríamos a estar determinadas por nuestra capacidad de procrear, valoradas principalmente por nuestro rol de madres. Las consecuencias de esta vuelta a los papeles tradicionales son muchas y graves. Por supuesto, conlleva un ataque explícito a la libertad sexual y reproductiva de las mujeres. No hay ni un solo partido de ultraderecha que no lleve en sus programas, si no una ilegalización directa, sí, al menos, restricciones claras del derecho al aborto y desde luego, a su gratuidad. En sus declinaciones más nacionalistas y racistas, esta exaltación de la procreación alcanza tintes de “ecología racial”. Es decir, de vuelta a la identidad nacional de sangre, para preservar, en versión Amanecer Dorado, la continuidad de la raza desde los antiguos griegos hasta los griegos contemporáneos. En palabras de Andreas Wild, de AfD, la “unidad étnica en lo universal”. Y ya barriendo para casa, la organización española de mujeres Edelweiss se declara defensora de la perfecta unión hombre/mujer para la preservación de la raza blanca.
Cuarta confluencia ideológica: la alergia a la diversidad
Los roles trascendentes de género, que se componen tan armónicamente con las misiones trascendentes de la nación, dejan fuera todo lo que se mueva de la foto fija de la identidad de género patriarcal y de la norma heterosexual. En este sentido, la LGTBIfobia está al orden del día. Beatrix von Storch, diputada de AfD, lo expresa en estos términos: “Queremos una política que defienda los intereses de nuestro país y no cambiar nuestro lenguaje porque alguien se sienta discriminado por no considerarse ni hombre ni mujer". Para Marion Maréchal Le Pen, nieta de le Pen padre y sobrina de Marine, toca “suprimir las subvenciones a las asociaciones politizadas como las de planificación familiar o las LGTB”. Algo que Vox recoge en su programa, proponiendo la creación de un Ministerio de Familia y la promulgación de una ley orgánica de protección de la familia natural que la reconozca como institución anterior al Estado. Así como la supresión en la sanidad pública de las intervenciones quirúrgicas “ajenas” a la salud (de cambio de género, aborto, etc.).
Quinta intersección ideológica: el antifeminismo militante
El telón de fondo de esta vuelta al pasado, de una ultraderecha que se manifiesta, sobre todo, desde la nostalgia, es una reacción defensiva y muy agresiva contra el acceso de las mujeres a derechos que puedan poner en peligro la relación de dominio patriarcal. Nos enfrentamos, por lo tanto, a una contraofensiva abierta frente al movimiento feminista. Un movimiento que la ultraderecha jamás nombra como tal. Los partidos de este arco político acostumbran así a descalificar todo lo proveniente del feminismo como “ideología de género”, “locura de género”, “hembrismo”, feminazismo, etc. El objetivo principal es no reconocer el papel de las propias mujeres, de su lucha, de su fuerza y de su alianza, para la obtención de todos los derechos que, desde el acceso al voto a la posibilidad de decidir libremente sobre nuestros cuerpos, han contribuido a hacer sociedades más justas y más igualitarias.
Vox, por ejemplo, recoge en el punto 70 de su programa la “supresión de organismos feministas radicales subvencionados”, y para su presidenta en Sevilla, María José Piñero, la “perspectiva de enfrentamiento contra el hombre” es lo que justifica el 8M.
Hasta aquí lo que la extrema derecha europea comparte respecto a su antifeminismo: el ataque tanto a los derechos de las mujeres y colectivos LGTBI (con todas sus derivas racistas), como a las propuestas del movimiento feminista en su ambición de construir una sociedad más habitable, plural y justa para todas las personas. Hasta aquí, en otras palabras, las orejas del lobo. Pero la amenaza real es la capacidad de estas ideas, ahora tachadas de radicales, tanto de contagiar como de recuperar propuestas tradicionalmente defendidas por el espectro político de derechas en general. La ideología de género patriarcal, devaluada en los últimos tiempos gracias al auge del movimiento feminista, siempre puede resurgir y robarnos derechos que creíamos alcanzados para siempre.
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Marisa Pérez Colina es miembra de la Fundación de los Comunes.
En el contexto de Europa Occidental la idea de igualdad de género es hegemónica. Según esta, hombres y mujeres seríamos (o deberíamos ser) iguales, esto es, tener las mismas oportunidades y derechos. Pero, entonces, ¿por qué los partidos de la extrema derecha europea siguen pensando que las vidas de las mujeres...
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Marisa Pérez Colina
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