La guerra republicana por el tesoro del Vita
Una investigación detalla la batalla desatada entre Indalecio Prieto y Juan Negrín por controlar el último contingente del patrimonio artístico nacional evacuado desde España a México a punto de concluir la Guerra Civil
Gorka Castillo Madrid , 13/02/2019
El Vita
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De la tragedia de la Guerra Civil, y de cuarenta años de dictadura, emergen todavía balas metafóricas que devanan los sesos de historiadores en busca de tramas que arrojen luz a un pasado de sombras. Y eso es lo que precisamente han logrado el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona Francesc Gracia y la profesora Gloria Munilla, con el libro El tesoro del Vita. La protección y el expolio del patrimonio histórico-arqueológico durante la Guerra Civil (Edicions de la Universitat de Barcelona, 2014) tras años de rastrear datos y documentos. El Vita, un barco de 62 metros adquirido por el gobierno republicano a los británicos cuando la victoria fascista era inevitable, se convierte aquí en el protagonista circunstancial de la metódica reconstrucción que ambos académicos realizan de uno de los capítulos más polémicos de la guerra, el del traslado a México de los fondos artísticos nacionales con el fin de paliar el sufrimiento de miles de refugiados. “Esto es una investigación histórica que explica hechos y que ha sido realizada sin ningún tipo de apriorismo partidista ni intención ideológica”, recalca Francesc Gracia para zanjar cualquier lectura interesada de su libro. “Porque la herida de la Guerra Civil no está cerrada”, subraya.
La obra, un nuevo hilo histórico en revisión de casi 500 páginas, desenreda la lucha entre dos figuras republicanas marcadas por la guerra y sus excesos, Indalecio Prieto y Juan Negrín, a cuenta de un tesoro que terminó envenenando sus complejas relaciones personales. De aquella encarnizada pugna surgieron el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (Sere), dependiente del presidente de la República; y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (Jare) dirigida por el ministro de Defensa, que rivalizaron fieramente hasta que uno de ellos logró hacerse con el control del cargamento. Es decir, Prieto y sus aliados. Se trataba de casi 200 maletas con oro y piezas valiosas procedentes de las catedrales de Toledo y Tortosa, del Palacio Real de Madrid, el Museo Arqueológico Nacional, la Casa de la Moneda, la Caja General de Reparaciones e, incluso, las últimas reservas de la Generalitat de Catalunya que Lluís Companys y Josep Tarradellas entregaron en custodia al presidente de la República días antes de emprender el exilio.
Para el derrotado, un científico de fama internacional y políglota, fue el fin. Con un liderazgo puesto en solfa desde el comienzo de la contienda civil por algunos sectores políticos, su cercanía a la URSS y algunas decisiones controvertidas acabaron invalidándole para trenzar alianzas que aplastaran los cañones de Franco. Expulsado del PSOE en 1946, y rehabilitado hace 11 años, Negrín terminó sus días en París llorado por un reducido grupo de seguidores. Sin embargo, como jefe del ejecutivo republicano fue el encargado de planificar el inventario y evacuación de importantes colecciones de arte y joyas arqueológicas de incalculable valor para alejarlas de las manos de Franco. El cargamento del Vita fue el último de ellos.
El botín se liquidó en 1942 por 5,3 millones de dólares, el equivalente a 79 millones de los actuales
El botín se liquidó en 1942 por 5,3 millones de dólares, el equivalente a 79 millones de los actuales dólares considerando la evolución de la inflación, el peso internacional de la divisa estadounidense y el coste de la vida, según cálculos de los investigadores. “Puede parecer hasta cierto punto exiguo si lo comparamos con el valor real de un conjunto histórico-artístico como era ese pero en aquel momento se trataba de una cantidad lo suficientemente elevada como para financiar a miles de personas que huyeron a México tras la guerra”, añade el catedrático Francesc Gracia, un hombre de palabra medida que hoy continúa sumergido hasta las cejas en un libro que ya vislumbra la tercera edición. La batalla por administrar aquella fortuna, donde no faltaron astutas maniobras del PNV pese a que nada de la codiciada carga procedía de Euskadi, abrió una brecha desgarradora en el exilio que no se cerró hasta la conclusión de la dictadura. Según los investigadores, la última minuta proporcionada por la subasta de sus valiosas piezas, aproximadamente 800.000 dólares, fue empleada en 1976 para financiar la campaña del PSOE histórico de Rodolfo Llopis en las primeras elecciones democráticas.
La suerte del resto del cargamento es un enigma que se diluye en la memoria, el tiempo y una codicia que hubiera hecho las delicias del Chaves Nogales más corrosivo: favoritismos a la hora de conceder ayudas, apropiaciones indebidas, repartos arbitrarios, compra de voluntades y una lucha encarnizada por dirigir un Estado en el exilio. “Al término de la II Guerra Mundial, el gobierno presidido por José Giral pidió a Prieto y Negrín que rindieran cuentas sobre los fondos del Vita, algo que ambos, fundamentalmente Prieto, se negaron a hacer si antes el ejecutivo no avalaba políticamente su gestión de los fondos. Al no facilitar las liquidaciones del botín nunca sabremos con precisión ni cuándo ni cómo ni en qué gastaron la mayor parte del dinero”, explica el historiador principal. Y añade una valoración personal: “La del Vita es una gran sombra en el comportamiento de los dirigentes republicanos asentados en México”.
Tras seguir durante años la pista de archivos, cartas y registros con fino olfato detectivesco, Gracia y Munilla lograron desentrañar una trama “planificada” que socorrió sólo a una parte exquisita de la élite exiliada. El análisis de la documentación proporcionada por la Fundación Indalecio Prieto y la correspondencia de los miembros de la Jare en México en poder del Archivo Nacional de Catalunya permitió a ambos historiadores comprender la dimensión de la digresión de fondos que se produjo para priorizar el despegue industrial y financiero de determinados cargos políticos. Para otros cientos de miles de refugiados no hubo subsidios monetarios ni sueldos vitalicios sino pequeñas cantidades que utilizaban para pagar un alquiler retrasado, comprar medicinas o arreglar unas gafas. “Uno de las casos más significativos es cuando empiezan a abrirse las valijas del Vita y deciden devolver las pertenencias aprehendidas a propietarios que formaban parte del entorno prietista”, afirma Francesc Gracia. Los comunistas y anarquistas quedaron excluidos del reparto.
En otro de los pasajes del libro se narra con detalle el sigilo que rodeó la compra de la embarcación a un magnate británico de la aviación. Para ocultarlo de los sabuesos de Franco, unos tipos de colmillo retorcido que a finales de 1938 ya escrutaban sin rubor las misiones republicanas en el exterior, Negrín planeó la creación de una empresa tapadera –la Mid Atlantic Shipping Company–que sirviera al embajador español en Londres para realizar la operación en secreto. Los encargados de ejecutarlo fueron un marino mercante fiel a la República, Mariano Manresa; y un armador de origen filipino y pasaporte estadounidense que militaba en el PNV, Marino Gamboa, “un personaje de tramoya a quien encargaron reclutar a una tripulación de confianza, casi todos vascos”, apunta el historiador. El propio capitán, José Ordorika, era de Lekeitio. Finalmente, el Vita soltó amarras el 4 de marzo de 1939 del puerto francés de Le Havre rumbo a México en una travesía que duró 42 días de tempestades y contubernios.
al tesoro del Vita le surgió un cuarto pujador imprevisto: el Gobierno vasco, que apelaba a la lealtad nacionalista del armador
Atrapado entre tres fuegos –el negrista, el prietista y el franquista– al tesoro del Vita le surgió un cuarto pujador imprevisto: el Gobierno vasco, que apelando a la lealtad nacionalista del armador, comenzó a espolearle para que les entregara el cargamento. Según consta en el libro, el entonces consejero vasco de Justicia en el exilio, Manuel de Irujo, ordenó que se las ingeniara para poner aquel barco “con todo su contenido y sin pérdida de tiempo a disposición directa del Gobierno vasco. Creo que la primera medida que debes adoptar, una vez en posesión del Vita, es extraer del mismo cuanto sea capaz de ser guardado en otra parte”, informó por carta. Días después, el Gobierno vasco emitió un radiograma aún más contundente, casi como una llamada a la rebelión a bordo: “Altos intereses vascos exigen a usted como patriota que vapor a su cargo no entre puerto alguno sin orden PNV, que actúa acuerdo Gobierno vasco. Salga alta mar radiándonos euzkera posición constante a Ziarruiz 11 Avenue Marceau, París. Gamboa tome precauciones para imposibilitar acción representantes Negrín. Apelamos patriotismo tripulación vasca entera. Vía Londres confirmamos este radio. Acúsenos recibo este radiograma”. Pero para Gamboa la misión resultó imposible. Prieto y Negrín ya se batían en un ajedrez insidioso mientras el Vita cruzaba el Atlántico con la expeditiva y temida Motorizada, la guardia de corps prietista, custodiando el botín y transmitiendo informaciones a tierra que finalmente resultarían decisivas para gloria de su padrino.
“Por eso el Vita se desvió al puerto de Tampico. Por eso se descargó en un pantalán de la PEMEX y por eso la valija se traslada al DF con escolta de la guardia presidencial mexicana”, sentencia Gracia. Ochenta años después de la conclusión de la devastadora Guerra Civil también desmontan por completo el papel altruista y humanitario que aparentó desempeñar el Gobierno mexicano con los más de 25.000 españoles que en 1939 llegaron horrorizados a sus costas. Buena parte de la carga se malvendió, muy por debajo de su valor patrimonial, fundido en lingotes o desmontado en pequeños pedazos. “Había diferentes sensibilidades. La primera y más importante es entre la propia colonia española en México que ya residía allí y el exilio antifranquista recién llegado. Luego, de los propios mexicanos que veían con reticencias la llegada de muchos emigrantes españoles con una alta preparación técnica e intelectual. Por lo tanto puede entenderse que el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas intentara aprovechar la venta del patrimonio que trajo el Vita para aumentar sus propias reservas de oro ubicadas en el extranjero, en concreto, en EE.UU.”, afirma Gracia.
Los investigadores desmontan el papel altruista y humanitario que aparentó desempeñar el Gobierno mexicano con los más de 25.000 españoles que en 1939 llegaron horrorizados a sus costas
El libro, cuya segunda edición está casi agotada, huye de los juicios subjetivos excepto cuando los autores examinan hasta qué punto un gobierno legítimamente constituido, como el de la República, pudo conculcar sus propias leyes sobre el patrimonio artístico nacional. “El famoso artículo 45 de la Constitución de 1931 le impele a proteger esos bienes como parte del tesoro de la nación pero debido a las necesidades provocadas por un golpe fascista y sus consecuencias –una guerra y un exilio– el Gobierno decide destruirlo en parte para obtener recursos. Esa es la filosofía del libro”, asegura el catedrático. Una duda que él mismo se planteó durante la investigación y que extendió por archivos y bibliotecas con otros colegas. “Por ejemplo, ¿hubiera sido legal utilizar el patrimonio histórico artístico para solventar parte de los gravísimos problemas económicos que tuvo el país entre 2008 y 2014? Creo que es un gran dilema moral”, alega.
Respecto al destino del barco, decir que es uno de los grandes milagros de la historia. Años después de prestar sus servicios a la República, fue reclutado por las fuerzas aliadas que taladraban la resistencia alemana en las costas normandas. Se fajó contra la Kriegsmarine del III Reich con absoluta destreza. Y tras la contienda europea protagonizó otra intrépida odisea bajo el nombre de Ben Hecht –en honor del oscarizado guionista de Hollywood que recaudó fondos para fundar el Estado de Israel– al trasladar a Palestina a cientos de supervivientes judíos de los campos de exterminio nazis. El Vita, rebautizado definitivamente como Santa María del Mare, disfruta hoy de una merecida jubilación en el puerto de Nápoles, convertido en atracción turística de acaudalados personajes que ni conocen ni sospechan de su ajetreada cronología. “Este navío es tan protagonista como lo son los propios personajes políticos” que intervinieron en el traslado de un fabuloso botín procedente de los fondos patrimoniales del Estado y que fue el resultado de “un compendio de algunas de las mayores tragedias del siglo XX”, remacha uno de los autores del libro, el historiador Francesc Gracia.
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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